Ya saben -o deberían- lo que pienso del cine de terror británico clásico. No, no me va mucho. Y tampoco me tira nada la labor de "Hammer Films". Únicamente la gente de "Amicus" se ganó mi simpatía. Tal vez por su tendencia al formato episódico -que me gusta-, tal vez porque sus pelis se desarrollaban en la época moderna de entonces (nunca he conectado mucho con el rollo victoriano) o tal vez porque tenían un puntito de "trashismo" que las hacía encantadoras. No sé. El caso es que ya he reseñado unas cuantas (como "Condenados de ultratumba", "La bóveda de los horrores" o "Cuentos de ultratumba") y hoy una más se suma al petate, "Refugio Macabro" (subtitulada "La casa de los locos" según la edición).
Fechada el año 1972, y originalmente bautizada como "Asylum", cuenta la historia de un médico que llega a un manicomio para entrevistarse con su director e incorporarse a la plantilla. Una vez allí, se encuentra que el susodicho ya no ocupa su silla, lo hace otro loquero que le cuenta que aquel perdió la chaveta y ahora forma parte de la clientela. De esta guisa le propone un juego. Deberá visitar a cada uno de los enfermos, escuchar la batallita de todos ellos y, al final, descubrir quién es el director original de la institución.
Y con la excusa, nos cuelan tres historias. Primero, una sobre un marido que decide asesinar a su cornuda esposa. Esta, al haber hecho tejemanejes con el vudú, revivirá para vengarse... o mejor dicho, lo harán la suma de sus partes. Pal caso llama la atención que el asesino consiga descuartizar a su víctima sin derramar ni una sola gota de sangre. Ni salpicarse la camisa. Está simpática. Le sigue otra sobre un sastre al que encargan un traje muy raro que brilla en la oscuridad y tiene el poder de otorgar vida a objetos muertos... o personas muertas. Cuando el tipo que se lo encargó decida no pagar, se liará parda. Esta puede que, con sus carencias (le insisten al sastre que siga las reglas a rajatabla, este no cumple y, en apariencia, no hay consecuencias), sea la mejor. La más original al menos. Y llegamos a la tercera, la peor. La más aburrida. Va sobre una tipa recién salida del manicomio que se reencuentra con su peligrosa hermana, quien recurrirá a la violencia para librar a aquella de las garras de quienes la retienen. El final se supone sorpresa... aunque se ve venir a la legua (supongo que en 1972 se vería un poco menos).
Aquí terminarían las historias para centrarnos en la trama de base. Cuando el doctor llega hasta el último paciente, resulta que este se ha aficionado a construir robotitos con la cara de personas reales y la intención de transferir sus mentes al interior para convertirlos en una extensión de ellos mismos. Llegado el momento, el chalado hará lo propio con uno al que usará como máquina asesina. En este caso llama la atención el aspecto de los robotitos, entre lo encantador y lo patético. En realidad se limitaron a coger esos robots de juguete que muchos de nosotros -los de mi quinta- pudimos tener en la infancia, a cuerda con ruedecitas en los pies y que iban avanzando torpemente, compuestos de un torso en forma cuadrada, pintarlos de plata y añadirles una cabeza "realista" que intenta parecerse al actor que lo maneja. ¡Saleroso!.
Con eso y un bizcocho, llegamos al final de "Refugio Macabro" que, como buena película "Amicus", nos depara un desenlace sorpresa razonablemente efectivo aunque un poco risible.
Y resulta que hemos pasado poco menos de 90 minutos bastante amenos, a los que han contribuido, como es de menester, el look añejo/setentero del film, sus buenas maneras, ese lenguaje visual clásico, anticuado, pero agradecido para mis cansados ojos y un puñado de rostros reconocibles y entrañables por igual: Richard Todd, Peter Cushing, Britt Ekland, Charlotte Rampling, Herbert Lom, Patrick Magee o Robert Powell.
Escribe el prestigioso Robert "Psicosis" Bloch. Dirige el todoterreno Roy Ward Baker.
"Refugio Macabro" es la prueba contundente de que, en cine de terror, cualquier pasado fue mejor.