Lo primero que nos viene a la cabeza, según vamos viendo esta película española del año 78, es la semejanza que guarda con esa mamá del "home invasion" que es “Funny Games” de Michael Haneke. Por supuesto a fans del cine español y fantaterroristas varios se les llena la boca a la hora de poner este film ignoto como referente del cineasta alemán, cuando no, le acusan directamente de plagiar una obra que, hasta hace relativamente poco, permanecía oculta. Lo más probable y sensato es pensar que Michael Haneke no tenga pajolera idea de la existencia de “Ensalada Baudelaire” y que atribuyamos todo parecido a la caprichosa casualidad. Pero, sí es cierto que esta película se adelanta en el tiempo —aunque existen referentes anteriores— a lo que hoy en día es un subgénero, y que, salvo por algunos momentos torpes propios del cine de la época que hacen parecer esta historia una comedia involuntaria, lo cierto es que estamos ante una buena película de desarrollo desasosegante, pese a la pasividad de sus protagonistas Xavier Eloriaga y Marina Langner, en contraste con el desfase de los co-protagonistas, Lorenzo Santamaría, cantante melódico que tuvo su mayor momento de bonanza en los 70, y Ricardo Masip, que elevan el arte de la sobreactuación a cotas verdaderamente descojonantes.
Un matrimonio de la alta sociedad, cuya relación se basa más en la conveniencia y el desprecio que en el amor, deciden salir a pasar el día en su yate. Una vez en alta mar, se encuentran en la zona donde van a echar el ancla con una serie de individuos en sus respectivas embarcaciones. En un alarde por hacerse notar, ella, invita a una pareja a subir a su yate para que les haga compañía. Y pasan la mañana estupendamente hasta que estos comienzan a comportarse de modo extraño. Tratan como el puto culo la máquina polaroid de nuestro protagonista, tiran cosas por la borda o pintan pollas en cubierta con un pintauñas. Cuando nuestro matrimonio se cansa de su comportamiento y los echa del barco, estos usarán la fuerza para reducirles y tomar el control del mismo, secuestrándoles in situ. Entonces veremos que uno de los dos intrusos no es una chica, sino un homosexual travestido y someterán al matrimonio a sus perversos jueguecitos, haciendo con la esposa lo que les viene en gana ante la mirada de su marido que permanece atado y amordazado.
Está bien la cosa. Quizás en algunos momentos se pone cutre en exceso y se acusa una incapacidad absoluta por parte de los responsables de otorgarle a la historia un desenlace digno (de hecho, como se soluciona este asunto es tan risible como el ver a Lorenzo Santamaría en bañador meneándose hacia arriba y hacia abajo durante toda la película) y, a falta de un buen final, se avisa en off al espectador para que no se levante de su butaca, porque si este final no le ha gustado, tienen en la manga dos finales más a cual peor. Pero en general, se pasa un buen (o mal) ratillo viendo “Ensalada Baudelaire”.
Se trata del debut y despedida para la gran pantalla del director Leopoldo Pomés, cuyo trabajo más destacado a parte de este, consistía en llevar la cámara en aquél celebrado anuncio de Freixenet del año 92 que dirigía Bigas Luna, y que reunía en pantalla a Antonio Banderas y Sharon Stone para felicitarnos las fiestas.
Por otro lado, el libreto está firmado a pachas entre Pomés y destacados miembros del mundo del arte como son el escritor y arquitecto Óscar Tusquets y Román Gubert, historiador de cine y cómic especializado en pornografía, con tropecientos libros a sus espaldas y un prestigio y reconocimiento unánime a nivel cultural. Choca, que lo que para ellos seguramente fuera una película seria y respetable, en realidad resulte ser una divertida "serie B" que se exportó al extranjero, eso sí, como parte de la programación de los grindhouse de la época y autocines, donde se exhibió bajo los títulos de “Sex & Violence” o “Andrea”. Lo mismo que ocurría con la laureada “La Caza” de Carlos Saura.
“Ensalada Baudelaire” consiguió arrastrar a los cines a poco más de 200.000 espectadores y, en resumidas cuentas, está bien, se ve con agrado y, más importante todavía, se parte uno el ojete con las interpretaciones de los dos sádicos, malvados y homosexuales secuestradores.