El éxito internacional de Spike Lee y su estupenda “Haz lo
que debas” abrió la veda para que el cine independiente abordara los problemas
raciales y la vida en los barrios como tendencia que se extendería, sobre todo,
en la primera mitad de los 90 y que, aunque destinada a un público compuesto
por minorías étnicas, al final serían películas que se exhibirían en festivales
independientes donde el público mayoritario suele ser blanco.
Se impusieron los dramas con pandilleros de por medio (“Los
chicos del barrio” o “Infierno en Los Angeles”) que ganaban prestigio y ponían
a los directores negros en el mapa y, en el otro lado, y casi siempre producidas
y distribuidas por New Line, y mucho más minoritarias, comedietas ambientadas
en barrios suburbiales cuya trama amable, cachonda y descerebrada, dejaba
siempre sitio para una moraleja y cierta conciencia social. A este segundo
grupo pertenecen películas como la trilogía de “House Party”, “Todo en un
Viernes” y secuelas, o la que nos ocupa, “Hangin’ with the homeboys”. Todas
estas película llegaban a nuestro país de tapadillo en formato videográfico, se
distribuían pocas copias que la mayoría de las veces iban a parar a los
videoclubes mejor surtidos o, en su defecto, a los de barrio periférico
haciendo que el aficionado a este tipo de películas tuviera que patearse algún
que otro establecimiento para dar con ellas, si es que acaso sabía de su
existencia. Y los que se enteraban de estos lanzamientos lo hacían porque eran
mayormente aficionados al rap y estas películas eran populares entre esta fauna
—entre la que, por suerte o desgracia, me incluyo—porque el protagonista era
algún rapero o la banda sonora tenía miga. Así que, ignota como pocas (y
agradezco enormemente a Joan Nastyrocker el que me haya facilitado una copia ya
que yo ni tan siquiera la conocía) y adscrita a este subgénero de comedias
raciales indies, llegó “Hangin’ with the homeboys” bajo el poco imaginativo
título de “Colegas”. Y no la alquiló casi nadie.
El film, con los ojos puestos, por supuesto, en la obra
maestra de Spike Lee y optando por una estructura narrativa en la que los
acontecimientos transcurrirán solo en una noche (como en “Jo ¡qué noche!” o
“Los jueces de la noche”), cuenta de manera desenfadada y tontorrona como
cuatro amigos del sur del Bronx, dos negros y dos portorriqueños —aunque uno de
ellos, acomplejado, se hace pasar por italiano— se meten en todo tipo de
problemas de índole racial, sexual y violenta, la noche del viernes en la que
se reúnen para irse de juerga. Y punto pelota. Al amanecer, los supervivientes
a esa noche se van a casa y santas pascuas. Un argumento de lo más sencillito
para una película dónde impera el humor blanco, los diálogos que pretendiéndose
dinámicos resultan ridículos, y la moda noventera de los barrios humildes
compuestos a base de americanas con hombreras, zapatillas de baloncesto
fardonas y collares de cuero con el mapa de África colgando (vamos, como en
“Haz lo que debas”). Y es que esta película intenta, por encima de todo, no ser
clasista, ni tan contundente como las otras películas del género. Y lo cierto
es que al final el espectador se enfrenta a una entretenida comedieta de
consumo rápido, que verá, olvidará y posiblemente no vuelva recordar jamás,
pero que deja un buen sabor de boca durante el visionado porque se trata de una
película muy amable.
“Colegas” trataba de lanzar a dos actores emergentes de
etnia negra y latina como eran Chris Rock y John Leguizamo. El primero no pudo
aceptar el papel por problemas de agenda (estaba rodando un clásico del género,
“New Jack City”) y el segundo se convirtió en uno de los protagonistas
tocándole interpretar el papel que menos atractivo le resultaba de los dos que
podía encarnar, un chaval bobalicón e inocente que no convencía a Leguizamo
porque le extrañaba mucho que un muchacho del guetto fuera tan tontorrón. Pero
“Colegas” era una película para la que su director Joseph B. Vasquez, se había
inspirado en sí mismo y sus vivencias adolescentes, por lo que consiguió
apaliar la rabieta de Leguizamo cuando Vasquez le aseguró que ese papel lo
había escrito basándose en sí mismo, siendo un completo inocentón y habiéndose
criado en una de las zonas más duras del Bronx. Y Leguizamo aceptó ese papel.
De hecho, la película se rodó nada menos que en South Bronx, por lo que el
rodaje estuvo lleno de inclemencias debido a que ese barrio se encontraba en su
momento de mayor represión y problemática social con el crack campando a sus
anchas por cada esquina, y siempre había disputas con los vecinos y los
yonkies. De hecho, un vagabundo rajó la cara con una navaja a Joseph B.Vasquez
en el metro, una mañana antes de incorporarse al set. Vasquez, pagó su cabreo
con el equipo resultando una jornada de trabajo infernal para sus integrantes.
Vasquez era, además de director, actor y quedar con la cara marcada de por vida
condicionó su carrera, por lo que se le avinagró el carácter y se volvió
intratable. Lo mandó a tomar por culo todo y promocionó la película de mala
manera insultando a todo el mundo durante su estreno y dando las gracias a la
ciudad de Nueva York por las buenas drogas que en ella se podía encontrar. Y es
que la historia de este director, que escribió el guion de “Colegas” en tres
tardes, es bastante triste.
Vasquez era hijo de dos yonkies que le abandonaron en casa
de su abuela y se crió en un ambiente violento y desestructurado. Estudió cine,
que era la única forma de la que podía evadirse de su realidad, y tras trastear
con el cortometraje en formato súper 8, llegó a hacer su primera película en
1990 “The Bronx War” que fue una carta de presentación para la industria del
cine independiente, pero en 1991, tras “Colegas” y el incidente con el
vagabundo, perdió la cabeza poco a poco y su conducta violenta le alejó del
mundo del cine porque nadie quería dar trabajo a un individuo tan violento e
irracional. Mientras se le rechazaba, el director se sumía en una profunda
depresión que aderezaría con alcohol y narcóticos. En 1992, llegó ha hacer una
película más que pasó inadvertida, “Street Hitz” y los trabajos dejaron de
llegar, hasta que en 1994 se le ofreció hacer una película portorriqueña,
“Manhattan Merengue” que él concibió para que fuera un gran éxito y con lo que
se encontró es con que no se llegó ni a estrenar. Esto motivó que se mudara con
el dinero que tenía ahorrado a Hollywood en busca de nuevas oportunidades, al
fin y al cabo tenía un buen currículum, pero allí, su salud mental se deterioró
más y más, llegando a ser detenido por correr desnudo por las calles y
creyéndose Jesucristo. Cuando no, aparecía en medio del porche de su casa
completamente inconsciente y todo cagado y meado.
Con su propio dinero inició la producción de una nueva
película, pero esta se suspendió a los pocos días de rodaje, al llegar Vasquez
al set completamente enajenado y amenazando a los actores y al equipo con un
arma cargada.
Durante ese tiempo, en el que convivió en una casa que
alquilo y donde metió a vivir con él a toda suerte de vagabundos, yonkies y
prostitutas, se le diagnosticó VIH y acabó sus días pobre, sin familia ni
amigos, falleciendo en un hospital de San Diego víctima de las enfermedades
derivadas del Sida. Murió a los 33 años, tan solo cuatro años después de
“Colegas” que rodó con 29 añitos, película que cosechó, por otro lado, buenas
críticas y una buena taquilla.
La verdad es que quizás era más interesante su vida que las
películas que realizó y bien merecerían estas vivencias un biopic. Como fuera,
“Colegas”, siendo como es una película del montón, completamente
instrascendente, es su mejor legado y, en contra de su día a día, una película
blanca, de buenas intenciones y rematadamente amable. Cosas de la vida.