sábado, 8 de enero de 2022

PESADILLAS DE UNA MENTE ENFERMA

Dentro de muchos años, si sigo vivo y/o en mis cabales, miraré atrás en el tiempo y, mientras suelto alguna lagrimilla, recordaré cuando me dio el venazo de someter a un segundo y más justo escrutinio todas aquellas películas que, siendo teenager, me parecieron simple y llanamente decepcionantes. Incluso horribles. Y no hay una más adecuada para ilustrar la palabreja que "Pesadillas de una mente enferma".
Visualícenme recorriendo feliz los pasillos de alguno de mis viejos video-clubs, rodeado de estanterías repletas de polvorientas y jugosas cintas. Cuando mi amor por el terror andaba al cien por cien y vivía volcado en todo aquello que arrastrara nombres intocables como los de Romero, King, Craven, Cronenberg, Cunningham, Barker, Hooper y Savini. Estaba sediento de truculencia magnetoscópica. Así que una caratula como la de "Pesadillas de una mente enferma", con ese cráneo partido en dos por un certero hachazo, el anuncio de su prohibición en Inglaterra y sabiendo como sabía (gracias a mis "Fangoria" de importación) que Tom Savini "andaba metido" en ella, pues fue un auténtico subidón (luego ha habido más ediciones, como una titulada "Pesadilla mortal". Pero yo quería echar mano de esta que ven aquí -encontrada y cedida por mi amigo Enorm- porque es aquella que alquilé). Llego a casa, pongo la sucia cinta en el aparato y... en fin, lo que vi me pareció tan aburrido, sórdido, feo y cutre que, a partir del minuto cero, lo ODIÉ. Devolví la película a su sitio y, creo, nunca reincidí. Luego, con el tiempo, supe del escándalo que el film arrastraba en relación a Savini, según el cual toda su participación se limitó a dar algunos consejos, guiar al genuino equipo responsable de los efectos especiales (entre ellos el gran Ed French), pero que nunca metió tanta mano como para salir en el póster a modo de reclamo, cosa que le cabreó como una mona y contra la que luchó para ser retirado (hasta lograrlo). El director de "Pesadillas de una mente enferma" cuenta casi lo opuesto, of course. Savini cobró un pastizal y aceptó lo de que se le usara como atractivo comercial. A saber. Lo preocupante de semejante cristo es que esta es la ÚNICA historia interesante que acompaña a "Pesadillas de una mente enferma". Bueno, y lo de su incorporación a los famosos "Video Nasties" (de hecho, el distribuidor acabó en prisión por lanzarla sin que los defensores de la moral le dieran el visto bueno previamente. ¡¡A la cárcel por esto!!. Vaya tela). Cuando una peli acarrea como único elemento destacable ese par de marujismos, mal vamos. Y pal caso, con toda la razón.
"Pesadillas de una mente enferma" cuenta la historia de un desgraciado que mató a sus padres siendo infante y, obviamente, ha crecido algo tarado. Le pueden las ansias de aniquilar y sufre unas pesadillas horribles. En eso que su doctor, un auténtico inútil a tenor de lo que iremos viendo a medida que avanza la trama, le somete a una terapia experimental con pastillas y le deja salir. Obviamente, el chalado se escaqueará y comenzará a cepillarse a todo el que pille. Tras unos primeros crímenes a boleo, se centra en una familia un pelo disfuncional, destacando al crío del clan que es un auténtico cabrón adicto a hacer bromas muy pesadas. Esa fijación por parte del criminal tiene una razón de ser que, no por menos previsible, me niego a desvelar.
"Pesadillas de una mente enferma" la escribió y dirigió Romano Scavolini, un cineasta italiano que emigró en busca del sueño americano y terminó rodando una de terrores muy a su pesar (aunque ya dispusiera de otra previamente parida en su país de origen y, seguramente, abordada con idénticas reservas). Es algo que ya hemos visto antes. Cineasta europeo con ínfulas se ve obligado -por cuestiones alimenticias- a bajarse los pantalones abordando un género que, en general, detesta. También es cierto que eso, en el fondo, no es malo del todo. Muchos de los clásicos modernos del terror los han hecho peña que, simplemente, lo eligió en busca de cierta seguridad de cara a la taquilla. Basta con comparar las putas mierdas auto indulgentes repletas de guiños, homenajes y plagios que hacen hoy directores abiertamente declarados fans. Pero no siempre salía bien. Por cada Hooper, Romero o Raimi (que entran dentro del amplio club de los frustrados al que muchos pertenecemos, pero con resultados óptimos) hay cien Scavolinis. Y pasa lo que pasa, les sale un chuzo considerable porque no está abordado con el mínimo corazón.
Sobra decir que es la obra más famosa del cineasta. Básicamente la única que aún hoy le otorga ciertas atenciones (posteriormente dirigió "Dog Tags", película totalmente adscrita al Vietnam-exploitation y cuya reconocible caratula intentaba hacerla pasar por uno de los muchos seudo-Rambos entonces habituales en nuestros añorados estantes cinéfagos). De ahí que, como buen exploiter -por mucho que lo quiera disfrazar de "auteur" intelectual- Don Scavolini está intentando regresar al séptimo arte con una cosa sospechosamente titulada "Nightmare: The Wandering Soul". ¡Que le den!.
Por lo que a mi respecta, los defectos de "Pesadillas de una mente enferma" son legión. El principal de todos es el jodido aburrimiento. Nos encontramos ante un tostón de aúpa que solo se recupera cuando, obviamente, se produce algún crimen. Los trucajes no son la repanocha, pero cumplen unos mínimos. El resto es derivativo y gasta las mismas cagadas que muchas de estas producciones con frustradas aspiraciones dramáticas, destacando el rollo familiar a lo Cassavetes. Seguro que fueron las escenas con las que más disfrutó su director. Las que menos serían aquellas estrictamente terroríficas que, por obvio que resulte, a nosotros nos ponen palote y se reducen al tramo final. Curiosamente, mientras en todo lo previo el tono que domina es el hiper-realismo, al llegar al clímax entramos en el puro terreno slasher, con un asesino enmascarado incapaz de morir aunque se coma seis o siete disparos a bocajarro y un guiño final -literal- que arrasa con la llamada cuarta pared. Ambos elementos chorrean escasa verosimilitud, cosa que contrasta con el resto. Es en este contexto donde presenciamos la escena que, seguramente, le dio problemas al film en las Islas Británicas, con el asesino, siendo niño, cargándose a sus padres hacha mediante. Es brutal, sangrienta e intensa. Resumiendo: Rebobinen hasta los últimos veinte minutos.
También hay sitio para la comedia involuntaria. Poca, pero la hay. Un super-ordenador ridículo compuesto de chorromil pantallas completamente inútiles (según Scavolini, puestas a posteriori para simplificar las cosas -narrativamente hablando- de cara a la platea). Las escenas callejeras paridas en plan guerrilla con la peña mirando a cámara e incluso haciendo el paria para destacar (especialmente cuando el psycho recorre la famosa calle 42 con todos sus sex shops y cines grindhouse, repletos de carteles y títulos muy reconocibles). La cantosa cita a Antonioni en un diálogo, demostración palpable de las aspiraciones autorales del director. Y la reina de todas, con la que me partí de risa, aunque pal caso fue gracias al equipo de doblaje. Se la dejo en formato vídeo a modo de colofón, por aquello de alegrarles la jornada....