“Blood Cult” es uno de los clásicos populares del SOV.
Erróneamente promocionada durante lustros como la primera película de terror filmada en vídeo (mentira, en Estados Unidos ese honor lo ostenta la desquiciada “Agresión en la casa del terror” que incluso llegó a editarse en nuestro país, aunque si nos ponemos puristas, la británica “Death Shock” data de 1981. Pero claro, es un porno soft con pinceladitas de terror, y en ese aspecto la industria porno, sin duda, fue pionera a la hora de rodar en vídeo), “Blood Cult” es un perfecto ejemplo de negocio redondo. Quizás por ingenuidad, por hacernos una idea romántica de algo tan apasionante, siempre hemos asociado el cine en vídeo al amateurismo, a directores entusiastas que llevan a cabo una producción como buenamente pueden con su dinero, amigos y favores. Nada más lejos de la realidad, “Blood Cult” es la prueba; un producto diseñado para ganar miles de dólares.
Y es que en la época de mayor auge de los videoclubs, los desahuciados del mundo del cine encontraron en estos establecimientos un nicho que explotar. Daba un poco igual la película que hubiera en las estanterías; si era de terror, se alquilaría. Así, los productores Jill Clark, Bill F. Blair y Linda Lewis, se asociaron con el fin de rodar en poco menos de nueve días y dos cámaras Betacam, una película de terror que con un bajísimo presupuesto pudiera reportarles beneficios. Para dirigir el tinglado contrataron al marido de Linda Lewis, Christopher Lewis. El tipo tenía un pasado demasiado turbio, había sido declarado culpable de pertenecer a una productora que, en los 70, se dedicaba a rodar porno gay con menores, cosa que ocasionó el consabido escándalo. Para el rodaje de “Blood Cult” ya estaba absuelto.
La película costó 25.000 dólares, sin embargo, se emplearon 100.000 más en una campaña promocional por videoclubs. Era muy agresiva y les dio resultado, por lo que se vendieron cintas de vídeo por un tubo y nuestros productores se forraron. Así pues, “Blood Cult” pasa a la historia por tratarse de la primera película rodada en vídeo que consigue unos beneficios importantes. Resulta curioso que su condición se usara como reclamo, como algo atractivo (el estar parida en vídeo y pensada solo para ser así consumida) cuando, hasta entonces, era algo de lo que casi avergonzarse. A partir de ahí, el SOV se impondría en los videoclubs americanos compitiendo en alquileres con los lanzamientos que provenían de los cines.
La película, por supuesto, era lo de menos. En este caso, adscribiéndose al slasher, cuenta la historia de un asesino que está actuando en un campus universitario y en sus inmediaciones. La policía investiga el asunto y resulta que estos asesinatos están vinculados a los sacrificios de una secta satánica. Como se pueden imaginar, un autentico rollazo. Sin embargo es muy curioso el ver como una película tan pequeña, distribuida únicamente en el mercado del alquiler, puede hacerle la competencia a títulos grandes que han costado diez veces más. “Blood Cult” es un prototipo que evidencia que, en el negocio del cine, lo de menos es la película.
Por lo demás, tiene su gracia el look del vídeo costroso así como los efectos especiales a base de jarabe de arce y látex, que además es lo que se explotaba; cierto erotismo soterrado, y mucha sangre y amputaciones.
Yo supongo que si la hubiera visto con 17 años me hubiera entusiasmado, pero a mi edad, que ya he visto de todo, no pasa de una sonrisilla cómplice durante el visionado, por un producto que me provoca cierta simpatía.
Blair, Clark y Lewis continuaron explotando, juntos o por separado, este modelo de producción barata en vídeo, y con alguna incursión en el celuloide de 35 mm (“Terror at Tenkiller”) o 16mm (“Forever Evil”), produjeron películas clásicas de la explotación en formato vídeo, como puedan ser “The Ripper” supuestamente protagonizada por Tom Savini, “Revenge” con John Carradine ya cadáver o “Dan Turner, Hollywood detective” con la presencia de Marc Singer.
Un mundo fascinante el del SOV primigenio.