Seguro que muchos de ustedes recordarán aquél vídeo que se
hizo viral en Internet, en el que un hombre de nacionalidad ecuatoriana cantaba
una horrorosa canción a ritmo caribeño, mientras hacía aspavientos sobre un
croma aún más horroroso, con imágenes de los atentados a las torres gemelas de
Nueva York como telón de fondo. Probablemente uno de los vídeos más vistos en
Internet y que volvieron famoso a su interprete, Delfín Quishpe. Ahora, se
volvió internacional por una cosa que nos gusta mucho a los europeos (o mejor dicho, a los españoles);
reírnos del subnormal.
Como sea, esto le ha servido a Delfín para granjearse una
fama que es palpable, sobre todo, en Ecuador, donde a día de hoy es alcalde de
su pueblo y donde llena recintos que ameniza con su música en fiestas populares
y demás eventos tercermundistas. Pero, y aquí reside la gracia, en su Ecuador
natal no está visto con condescendencia, naturalmente, ni como un indio que hizo
una canción de puta mierda. Allí nadie se ríe de él, allí es una estrella.
“Hasta el fin de Delfín” es un documental que retrata de la
manera más neutra posible —no es un documental de cabezas parlantes ni voz en
off, se limita a mostrar escenas de la vida cotidiana del cantante— el día a
día de un tipo como Delfín que, por avatares del destino, se volvió un artista internacional que llenaba estadios (estadios llenos de
modernitos que se ríen de él y se fotografían junto a su lado de la misma
manera que fueron a pases de la película “Troll 2”), para años después ver como
termina todo aquello convirtiéndose en
un artista meramente local. Así, y durante un periplo de 20 días repartidos
entre 2017 y 2018, un equipo de filmación sigue a Delfín y le vemos actuando en
toda suerte de conciertos, cómo atiende su establecimiento de pollo frito,
vemos cómo lo desmontan porque este no funciona y acaba en la quiebra, y lo
querido que es por la gente de la serranía, amén de ser testigos también de
bizarradas propias de la idiosincrasia de la tierra tales como ver a Delfín
conduciendo un coche mientras mira vídeos suyos en el teléfono móvil, o como le
ríe las gracias al youtuber Auronplay que le dedica un vídeo bastante incisivo
en el que se mofa del retraso mental que acusa el cantante; y entra al trapo,
es decir, hace la pelota al poderoso (en la red ) Youtuber. Somos testigos del
ego del artista viendo como un enorme retrato de su rostros preside su
cochambroso salón… y poco más, porque tampoco hay mucho que rascar ahí.
El documental dirigido por un tal Fernando Mieles, acusa
ciertas ínfulas artísticas en el sentido de que el director, más que mostrarnos
un documental sobre Delfín, nos muestra una película suya con su intención
estilística y su ritmo contemplativo. Pero al igual que le ocurre a Delfín con
la música, se queda a mitad del camino de conseguir algo medianamente potable.
Puede que despierte nuestra curiosidad, pero mientras la saciamos, nos
aburrimos como ostras y, mostrar, muestra, pero sus imágenes no llevan a
ninguna parte. Es como ver uno de esos “slides” de diapositivas con música, o
el vídeo de la boda de un amigo de tu cuñao,
algo insustancial y para el gusto de aquellos que lo tienen podrido,
pero que lo miramos por malsana curiosidad.
No obstante, siempre es un placer para mí el ver muestras
audiovisuales de tan remotas partes del mundo y nunca había visto un documental
ecuatoriano. Que encima se centre en una de sus figuras más castigadas por la
condescendencia del primer mundo, no deja de ser algo que suscite mi interés.
Lo bueno es que exista.