sábado, 20 de julio de 2024

VIAJE AL CENTRO DE LOS CRAMPS + AXEGRINDER 666

Siempre he sentido bastante simpatía por "The Cramps". Desde que los descubrí a mediados de los ochenta adquiriendo el vinilo de "El regreso de los muertos vivientes", sin saber ande coño me metía, pero sistemáticamente atraído por esa irrepetible y maravillosa cubierta. Y redondeado, el mismo periodo, por su entonces recién editado "A date with Elvis", regalo cumpleañoso de mi hermana. Con el tiempo me pillaría más material del combo y, aunque no lo escucho asiduamente, de vez en cuando cae y entra bien (o mal, pero simplemente porque no es el momento adecuado. Esas cosas pasan con sonidos tan específicos). Llegados los noventa, "The Cramps" comenzó su lento y progresivo declive, hasta la muerte del frontman, y absoluta mitad de su mero existir, Lux Interior. El otro cincuenta por ciento, como saben, era cosa de la carismática guitarrista, Poison Ivy. Pues, justo, sobre ellos gira este "Viaje al centro de los Cramps", firmado Dick Porter, una notable biografía por la que sentía franca curiosidad y anduve persiguiendo hasta dar con ella en una biblioteca. Así, en plan revisión generalista, se puede decir que la lectura es amena, genuinamente entretenida, con buen ritmo... aunque, al chaparlo, te queda una sensación raruna de la que aluego hablaré.
"The Cramps" eran Lux e Ivy. Ivy y Lux. El resto, peña que pasaba por allí, dejaba más o menos huella, y terminaban largándose por distintos motivos. La historia de aquel par es sanamente envidiable. Dos personas de apetencias peculiares y un pelo excéntricas se conocen, se gustan, se aman, echan adelante su sueño de tener un grupo de genuino rock and roll, a pesar de no disponer de la mínima experiencia, y triunfan. Vivieron juntitos las décadas siguientes, gozando de la aventura musical y alguna extra de tipo cinematográfica que, obvio, son las que más cosquillas me daban mientras leía. Que sí, que el cine es mi primer amor, a pesar de los pesares.
Los "Cramps" participaron como actores en "The Foreigner" de Amos Poe (donde agredían con genuinas navajas y consiguientes cortes reales a su protagonista, Eric Mitchell, dato este ignorado en el libro). Aportaron una canción fabulosa a la mentada "El regreso de los muertos vivientes" (en la época se decía que también salían interpretando a unos zombies, pero el tochito no lo confirma... ni desmiente). Colaboraron en el "Drácula" de Coppola. John Waters rechazó unos temas que grabaron para "Cry-Baby, el lágrima" (básicamente porque dejó el curro a un subordinado. Otra muestra más de la discutible "autenticidad" del mangante y vendido director de "Pink Flamingos", ¡¡¡espero que ardas en el infierno!!!) y, por supuesto, Lux puso voz a una resultona copla de "Bob Esponja".
El resto, lo estrictamente musical, no se sale de la norma. Disco nuevo, consiguiente gira. Y así todo el rato, con pequeños momentos de pausa para contarnos puntuales trifulcas. Pero sin mucha variación. Y, de hecho, pasa con la bio de los "Cramps" lo mismo que con la de Mel Brooks. O la de Dario Argento. A medida que los años van sumándose, y el grupo asentando y profesionalizando, todo se vuelve más monótono. Desapasionado. Rutinario. Lux e Ivy se limitaban a cumplir con su curro y poco más, materia esta que contribuye al poso raro del que hablaba. Pero esas cosas ocurren cuando, como digo, alcanzas ciertas cotas de popularidad y credenciales. Nada que criticar al respecto. Desde el principio, Lux e Ivy tenían clarísimo que no deseaban ser de culto, su intención consistía en triunfar a lo grande y formar parte del mainstream, solo que sin cambiar un ápice su manera de hacer. Obviamente iba a ser prácticamente imposible... pero consiguieron aproximarse mucho.
Y, justo, gracias a la lectura, me dio por revisar algunos de sus discos. Decidí que serían el acompañamiento ideal para ilustrar sonoramente el visionado de sendas ponzoñas. A estas alturas ya deberían conocer mi hobby. Y, buscando, me decanté por una titulada "Axegrinder 666" (no lo niego, su llamativa caratula contribuyó).
Es un fenómeno tan fascinante como desconcertante. El mundillo del SOV y, por ende, el de las plataformas, anda plagado de auténticas franquicias adscritas al slasher. Títulos compuestos de interminables entregas, con sus propios pseudo-Jasons (la verdadera razón de que existan), siendo "Truth or Dare" (cuya primera dosis llegó acá bajo el título de "Eliminator") o "Camp Blood" las más extensas. Incluyan en el pack a "Axegrinder" y sus seis chutes. Ninguno consumible más allá de su terreno. Sin embargo, y ahí viene la parte fascinante, es tanto el tirón que gastan esta clase de subsubproductos que, eventualmente, su responsabilidad "directiva" recae en manos de ciertos "nombres" -dentro de lo suyo, el "clickxploitation"- como los de Mark Polonia, Joe Sherlock o Dustin Ferguson.
La parte desconcertante viene dada por el hecho de que, en fin, como dijo aquel en una ocasión, ¿qué sentido tiene querer situarse tras una cámara para dejar explotar tu creatividad y, luego, decantarse por el más rutinario, inimaginativo y hueco de los subgéneros? ¿cuánto más dará de sí el asunto de los campistas acosados y espachurrados por un tipo con careta? En el fondo, si lo miras bien, el devoto de esta clase de películas dedica gran parte de su tiempo de ocio a ver personas insufribles haciendo cosas inútiles y dialogar sin decir nada, a base de cháchara interminable y vacía, durante minutos y minutos y minutos... solo para poder presenciar un par de tetas -otra reflexión: ¿qué son sino dos bolsas de grasa colgantes?, ¿de verdad nos ponen tanto como para justificar tal mandanga?- y un par de crímenes que, encima, ni son creativos ni espectaculares. Triste y miserable existencia la nuestra, amigos.
En el caso de "Axegrinder 666" todo eso se multiplica por diezmil. Para empezar, la pandi de víctimas son un grupo de góticos -en su universo no existe nadie más que no pertenezca al gremio- que ya suman unos cuantos años de edad -incluso más de unos cuantos- y otros tantos de grasa, especialmente si nos referimos a las señoritas. Hablan y hablan, sobreactúan, dicen sandeces sin descanso, son absolutamente inaguantables, irritantes, totalmente "anti-empatizantes", para, finalmente, caer en las zarpas del asesino de rigor. ¿Merece la pena la espera? No mucho, la verdad...
Los efectos gore resultan de lo más rudimentario, echando mano de material de un "Party Fiesta" al que han añadido algo de pintura roja y algún cacho de carne cruda sacada del supermercado, pero poco más. El mismo asesino luce, tras la reglamentaria careta, otra en plan cadavérico que, se supone, es su verdadero rostro. La embadurnan de tomate para disimular, pero los agujeros de los ojos siguen dando el cante. No me entiendan mal, ¡adoro esas tácticas! pero solo cuando no pretenden hacerse pasar por genuinas, menos formando parte de algo que intenta desesperadamente parecerse al cine de verdad, sin lograrlo. Y uno se ofusca porque, entiende, un producto de esta naturaleza debería cuanto menos ofrecer ingentes cantidades de la más extrema violencia, a base de detallada carnicería efectuada látex mediante por algún voluntarioso fan del género. Si le quitas eso, ¡¿qué demonios queda?! y, por ende, ¡¿qué sentido tiene su mero existir?!
En fin. ¿Algo bueno que decir? pues sí, Cara Fay, actriz de talento y belleza que merecería más suerte, y el desenlace, no del todo desdeñable. El único momento de la función donde, por fin, osan transgredir un pelín la biblia del slasher. Lástima que, para entonces, ya sea demasiado tarde.