En su autobiografía, Dario Argento perdía el entusiasmo y las ganas de narrar batallitas a medida que avanzaba la lectura. Es decir, a cada nueva película, menos tiempo le dedicaba. En la suya, William RIP Friedkin, simplemente -y muy acorde a sus radicales maneras-, se limitaba a ignorar aquellos títulos que no consideraba propios. Así, "El contrato del siglo" y "La tutora" no existían. Pues bien, lo mismo podemos aplicar a la reciente autobiografía del legendario Mel Brooks. No se salta títulos a lá Friedkin, pero sí actúa como Argento, dedicándoles menos atenciones de forma progresiva.
Es un hecho conocido y aceptado que el pequeño y enérgico judío se arrepintió muchas veces de haberse dejado llevar por el gustirrinín del éxito. Sus dos primeras obras, "Los productores" y "El misterio de las doce sillas", eran lo que él mismo califica de "comedias inteligentes". Sin embargo, que ninguna funcionara demasiado bien en taquilla le empujó a aceptar un encargo, el de una "comedia tonta" tirando a vulgar, "Sillas de montar calientes". Su monumental éxito condenó a Brooks de por vida, obligado a no salir nunca del camino que esta había trazado, centrándose en la parodia bufa de géneros cinematográficos populares. Apostando por productos menos a su gusto y más al del público, lo que se traduce en el obvio desencanto en el que se sumió su carrera como director de cine. A partir de "La última locura", Mel Brooks abordaba cada nueva empresa con menos entusiasmo y pasión que la anterior, limitándose a su rol de artesano de la comedia tonta. Y eso, como digo, se refleja en sus memorias. A la escasez de anécdotas interesantes y longitud, hay que sumar, incomprensiblemente, la reproducción de diálogos y gags extraídos de sus films. ¿No comprende que el lector interesado ya se sabe todo eso de memoria? ¿qué necesidad hay? ¿compensar la escasez de información? ¡¡coño, lo que yo quiero es chicha!! Desafortunadamente, el autor no tiene el corazón puesto en "La loca historia del mundo", "Spaceballs" o "Drácula, un muerto muy contento y feliz"... y se nota. Una pena.
Las cosas mejoran un poquito cuando llegamos a "Que asco de vida", película más en consonancia con sus dos primeras obras. Luego ya Brooks se olvida del cine, centrándose en su mayor satisfacción, el musical de Broadway inspirado en "Los productores". Este se come buena parte del tocho. Y a mi no es que me interesara demasiado, por ello terminé saltándome párrafos, especialmente aquellos en los que se limita a lamer ojetes.
Porque de culos húmedos y buenrollismo forzado los hay para matar y rematar. En la vida de Mel Brooks todo era color de rosa. Cuando se mete en algún tema pantanoso, lo pasa por encima y de puntillas. Como lo relacionado con el fallecimiento de Anne Bancroft, su esposa. Es comprensivo por el dolor que ello debe causarle, pero, siendo un momento tan determinante, se ve raro en una autobiografía. También descoloca que ni mente los finales de algunos de sus grandes colaboradores, es decir Gene Wilder, Marty Feldman o Madeline Kahn. En cambio, no tiene vergüenza alguna en dorarle la píldora a su hijo Max, presumiendo de méritos y logros que, obviamente, el chaval no hubiese conseguido de no ser "hijo de". Coño, la editorial de peso que editó su primer libro la regentaba un amigo íntimo de su puto padre... si eso no es enchufe, ya me dirán qué es.
Dejando de lado las películas propiamente dichas, el resto del tochito se centra en la vida del comediante. Sin embargo, mientras dedica líneas y líneas, a veces en exceso, a su infancia y, sobre todo, su participación en la segunda guerra mundial (tal vez por querer demostrarnos unos orígenes humildes y su sacrificio por la patria), a partir de que logra meterse en el mundo del espectáculo, el terreno personal pasa a un segundísimo plano. Tocándolo muy de vez en cuando, aleatoriamente y sin dar demasiados detalles.
Más interesante resulta la historia de Brooksfilms, la productora con la que pretendía rodar materia ajena a la comedia. Así, cual subtrama paralela, narra los pormenores de la hermosa "El hombre elefante" o "La mosca". Destaca en ese apartado la conflictiva confección de uno de sus pocos fracasos, "Guerreros del sol" (que no estaría mal revisar / reseñar). Pero, incluso esta, con los años dio beneficios. Ya les digo, en el universo de Brooks parece no haber lugar para las malas noticias y los descalabros, cuando todos sabemos que su carrera como director se fue desinflando, y mucho, con el tiempo. No me creo que hable de éxito taquillero respecto a algunas de esos últimos largometrajes. Supongo que el pequeño judío entendía el espectáculo como alegría, color, luz, positividad, siempre preocupadísimo por la audiencia. Podríamos decir que el libro está diseñado para eso, complacer al lector, no hacerle pasar demasiados malos tragos y concluir con una sonrisa. Y sí, el viaje es ameno y dinámico, solo que la sensación obtenida cuando terminas se parece mucho a dejar la mitad de la tarta sin devorar.
Tal vez "¡Casi todo sobre mí!" habría sido un título más adecuado.