El director
Donald G. Jackson, al que la afición le vino de manera temprana cuando filmaba eventos deportivos de instituto con su Bolex de 16 mm, es un realizador peculiar donde los haya, que quizás encaminó su carrera por el lado más elemental a causa de la falta de trabajo o, en un segundo término, quizás, por la de talento. Al margen de eso, detestaba las películas en las que Satán es mostrado de manera ostentosa porque era un cristiano redomado, mientras que por otro lado fue “
La matanza de Texas” la película que le llevó a querer dirigir cine.
Paradójicamente y traicionando a sus creencias, debuta en el mundo del cine, precisamente, con una película de contenido satánico como era “The Demon Lover” —estrenada en nuestro país en vídeo, espantosamente editada, bajo el título de “
Ceremonia Satánica”. Conoció otra edición que, erróneamente, le otorgaba la dirección a Fred Olen Ray —, mientras que el culto y seguimiento a posteriori se lo debe a un par de películas de "serie B" no muy hábiles pero simpáticas, que son “El infierno vuelve a Frogtown”, con Roddy Pipper (terminada de rodar por otro mindundi) y “Roller Blade” de la que posteriormente rodaría remake y secuelas. Estas serían sus tres películas más populares y a las que ineludiblemente se les rinde el culto merecido dentro de los parámetros de la "serie B" más desacomplejada.
Sin embargo llegados los 90, y navegando en un mar de mediocridad en el que, por abaratar costes, si quería seguir rodando debía hacerlo en vídeo costroso de la época, llega a su vida otro peculiar director, experto en artes marciales y aún más costroso que el propio Jackson, que responde al nombre de Scott Shaw y cuya escasa popularidad se la debe a títulos como “Atomic Samurai” entre otras mil mierdas que tiene en su filmografía, ya sea en calidad de productor o de director. Shaw alaba la filmografía ochentera de Jackson y le propone que se asocie con él en su pequeña productora, para que forme parte de una nueva corriente cinematográfica artística de su invención a la que llama Zen filmaking. Y Jackson se enreda con él en ese tinglado. ¿Y en qué consiste el Zen filmaking? Pues nada más y nada menos que en rodar películas con el mínimo dinero posible, en el menor espacio de tiempo y sobre la marcha, sin un guion, improvisando y construyendo la película según van grabando. Lo que viene siendo una película amateur de toda la puta vida, y además, de las malas. Insufribles. De esta manera, juntos, se lían a rodar películas amateur a cholón, expoliando, en la medida de lo posible, los éxitos pasados en celuloide del señor Donald G. Jackson, por lo que la mayoría de esa producción la componen secuelas de “Roller Blade” y, sobre todo, de “El infierno vuelve a Frogtown”, pero con una pobreza de medios —y artística— similar a cualquier película facturada en el tercer mundo. También tienen especial predilección por hacer películas de terror protagonizadas por El Chupacabra. Pero les va bien y se hartan de vender VHSs para el mercado del alquiler, por lo que en cierto modo resultan ser un antecedente para productoras como
The Asylum, Tomcat Films y similares.
En una de estas, Shaw se da cuenta que el mercado infantil está caliente en los Estados Unidos, que las copias de Disney provenientes de exóticos países tercermundistas se alquilan como churros y que, en definitiva, los niños suelen ser un público agradecido. De este modo, y siempre cumpliendo los dogmas de Zen filmaking, propondrá a su socio rodar una serie de películas de corte infantil (de las que daré buena cuenta por aquí empezando con la de hoy) que cuentan como principal reclamo con el protagonismo de
Joe Estevez —el tío menos famoso de Emilio Estevez y Charlie Sheen y, por ende, hermano de Martin Sheen—, que debe ser uno de los peores sobreactuadores de la historia, y de
Conrad Brooks, actor clásico de la serie B/Z de los años 50 que se haría popular por salir en las películas de
Ed Wood y que en plenos 90 respiraba sus últimos estertores.
Fascinado me quedé al saber sobre el Zen filmaking (aunque en su día ya tratáramos el asunto
en formato audio), pero más todavía cuando supe de esta rama del movimiento pensada para los niños. Así, llego a esta infamia titulada “Little lost sea serpent”.
Cuenta la historia de una pareja de niños que, en la orilla del mar, se encuentran un bebé de serpiente marina gigante, con sus aletitas y todo. Por supuesto, se la llevarán a casa. Cerca del lugar les espían un par de periodistas que al darse cuenta de la magnificencia de lo que se han encontrado ahí, les perseguirán con la idea de hacerle fotos al bebé serpiente para publicarlas en los diarios.
En casa los críos jugarán con la serpiente, la criarán y conseguirán que sus padres, que no sabían nada, lleguen a encariñarse de un bicho que, al ser marino, necesita estar en el mar o se muere. Así que pronto decidirán regresarla a su hábitat para que esté con sus papis. Los periodistas por el camino comprenderán también que devolverla al mar es lo mejor. Así que de vuelta al mar, la mamá de la serpiente vendrá a recibirla con sus 10 metros de tamaño, mientras la serpiente pequeñita ¡habla y dice que quiere volver a casa! Y fin.
“Little lost sea serpent” ¡es el enésimo exploit de “
E.T. El extraterrestre”!
Básicamente, Shaw y Jackson copian la estructura narrativa de la película de Spielberg, la adaptan a sus escasos medios y rellenan metraje a base de improvisaciones y conversaciones interminables. Todo ello rodado fatal, sin ningún cuidado y como si en realidad todo importase un bledo. Además, la pequeña serpiente, que bien podría ser semi animatrónica, es un tarugo. No se mueve, nada, un muñecajo inerte medio marionetesco, que hace que cada vez que un actor interactúe con él parezca completamente estúpido —máxime si quien interactúa con él es Joe Estevez—. Es como hacer una película con el peluche de la feria como protagonista. Pero cuando aparece la madre de la serpiente, un ser que entendemos que ha de medir más de 10 metros… mi madre… mejor buscan la peli y la ven, porque es inenarrable.
En definitiva, una película/estafa que directamente no se puede ver. Hay que ser muy valiente para enfrentarse a un visionado completo. O muy estúpido. Y yo me la he comido de cabo a rabo.
Sin embargo, me alegra haberme adentrado en el Zen filmaking de Shaw y Jackson, porque, créanme, si hay un cine pobre, chabacano, sin vida, triste, sin duda es este. Podría competir con el “
Yo quiero ser torero” de Miliki y con el dúo Sacapuntas, y ganaría de largo la española. Ver para creer.
Vamos a por otra…