Mi primera vez fue en un cine, semi vacío. Flipé como ya no logro flipar hoy día, sobre todo con los numerosos momentos sorprendentes, nunca antes vistos en una pantalla. Al salir, un tipo disfrazado de "Robocop" regalaba posters del film. Me llevé uno a casa y ahí anduvo colgado hasta que un accidente lo hizo trizas. Tanto me gustó la peli, que poco después convencí a varios amigos para ir a verla. La diferencia es que, en esta ocasión, la cola era inmensa. Había corrido la voz y la brillante, brutal, sarcástica, espectacular y macro-inteligente obra de Paul Verhoeven llenaba salas sin mucho esfuerzo. Concretamente, para este segundo caso, tuvimos que subir a la parte de arriba pues el cine andaba hasta los topes. Que hermosos tiempos aquellos. Evidentemente la gocé como la primera vez y así comenzó mi lógica e inevitable robo-obsesión.
No hace falta decir que ninguna secuela, y ningún exploitation, estuvieron nunca a la altura de las expectativas. Pero ese es otro tema que da para otro rollo patatero.
De momento, disfruten de las desventuras fotocromiles del robopoli Murphy o, como suelo decir, "de cuando el cine molaba".