El popular libro de cuentos “Winnie The Pooh” de Alan Alexander Milne, un clásico de la literatura infantil y juvenil de los años 20, narraba las aventuras del osito de la miel y sus amigos, todos animales de peluche antropomórficos, personajes queridísimos por todo el mundo que, sin embargo, se encargó de popularizar la
Disney a nivel masivo con una serie de películas de animación que, desde los años 60, convertía a la compañía en la única propietaria de los derechos cinematográficos.
Sin embargo ya han pasado 100 años desde la creación de la obra escrita y, en consecuencia, ha pasado a ser de dominio público, por lo que en Disney han perdido el privilegio de ser los únicos propietarios de los derechos cinematográficos. Ahora cualquiera puede hacer una película de
Winnie The Pooh.
No le faltó tiempo al productor y debutante Rhys Frake-Waterfield, niño pijo de Essex, en aprovecharse de esto en busca de algunos dólares. Por su puesto, con su pinta de estudiante de empresariales de buena familia, Waterfield previamente había producido títulos de esos que proponen ideas imposibles y que a estas alturas resultan irritantes, del tipo de “Firenado”, “Pterodactyl”o, tirando de nuevo de mitología pop libre de derechos, “Curse of Jack Frost” o “Return of de Krampus”. El hecho de que Winnie The Pooh quedara libre le vino que ni al pelo, así que, no contento con producir, también se encargó de dirigir la que, posiblemente, sea una de las películas más virales de los últimos años: “Winnie The Pooh: Blood & Honey”. Y nos propone darle una vuelta de tuerca al personaje del osito Winnie para convertirlo en una suerte de Leatherface fantasioso y de baja alcurnia que mutila y despelleja jovencitas con total brutalidad. Y además lo hace de una forma barata, chabacana y, por supuesto, posmoderna. Por no hablar del cinismo de Waterfield que osó rodar la película en localizaciones de Ashdown Forest, bosque real donde se ambientan las historias originales de Winnie The Pooh.
Obviamente, cuando soltaron varias imágenes de la película, estas tenían muy mala pinta. Se veía claramente un Winnie The Pooh que en realidad era un señor disfrazado con una evidente máscara del osito muy cutre y grotesca (lo que lleva a uno a pensar que, igual, no haya un Winnie The Pooh como tal en la película, sino un psycho killer disfrazado de Winnie The Pooh. Craso error: Es Winnie The Pooh), así como se mostraban imágenes del mismo con un hacha, o con una señorita amordazada… todo de lo más trillado y cansino.
Para más inri, se estrena la película y la crítica en general se ceba con ella. La escritora Kelly McClure llegó a ponerla como ejemplo del mal al que se expone una obra una vez queda en dominio público y, en general, el fandom incluido, consideran que “Winnie The Pooh: Blood and honey” no fue una buena idea. Uno de los comentarios que más se repetía, es que la película no tiene un argumento coherente. Pero a Rhys Frake-Waterfield le salió la jugada de puta madre, porque, rodada en tan solo 10 días y con un presupuesto de 100.000 dólares (lo que cuesta un piso hecho una mierda en el barrio de Usera), la película ha recaudado poco más de 5 millones en poquísimo tiempo. Y se trata de una película que, salvo en México, donde tuvo un estreno normal de tres pases diarios, sus premieres fueron reducidas a pases especiales o estrenos de pocos días en cartel lo que viene siendo en USA y Canadá. En Europa no se pudo estrenar porque en el viejo continente Winnie The Pooh no estará en dominio público hasta 2027. Con lo que Waterfield ha creado una película altamente rentable que le ha dado pingues beneficios. Por eso el tipo amenaza con una segunda parte que ya está en preproducción.
El caso es que, dispuesto a ver el mayor mojón que ha parido madre, le di al play a mi reproductor y, no es que me encuentre una gran película ni mucho menos… pero tan, tan, tan mal, no está.
Y es que lo que es la premisa principal (que en realidad se ventila en la película en dos minutos antes de dar paso a los créditos a través de unas cutres animaciones) me gusta mucho, y nos cuenta que Winnie The Pooh, Piglet y los demás, se han hecho mayores. Christopher Robin, el niño que jugaba con ellos y les llevaba comida al bosque de los 100 acres, se marcha a la universidad, por lo que deja allí a sus amigos tirados. Estos no dejan de ser pequeñas bestezuelas antropomóficas, por lo que durante la ausencia del chaval, no saben desenvolverse solos en el bosque. Pronto llegan las calamidades y la hambruna, lo que conducirá a estos animales a comerse entre ellos para poder sobrevivir. Esta mala vida les lleva a desarrollar un odio profundo por todo lo que tenga que ver con los humanos y, en concreto, por Christopher Robin. Así que asesinarán salvajemente a cualquiera que se atreva a poner un pie en el bosque de los 100 acres. Y pasados los años, mira tú por donde, a Christopher Robin no se le ocurre otra cosa que ir al bosque con su mujer a visitar a sus viejos amigos. Lo pagará caro.
Después de esta explicación y de los créditos iniciales se da paso a un mata-mata indiscriminado en el que Winnie y Piglet asesinan y torturan a un grupo de universitarias que se pasan por el bosque de los 100 acres, mientras amordazan a Christopher Robin y se las hacen pasar canutas. No hay más.
Es una película muy barata y en los F/X se combina el CGI con los efectos tradicionales y no siempre resulta eficaz. Es más tirando a aburrida que a cualquier otra cosa y el look de Winnie y Piglet, que se ve que son tíos con careta, no mola nada de nada. Pero ellos son tan brutos y sanguinarios, y es todo tan malsano y malintencionado que, no se, me ha caído en gracia. No es una película que vaya a volver a ver o que vaya a comprarme en DVD, pero me ha caído simpática y creo que cuenta con momentos verdaderamente salvajes. También me gusta que ha tenido la capacidad de ofender a entes bienpensantes del mundo de la cultura, y eso tiene muchísimo valor. Pero, por otra parte, es una película cobarde y sin alma, una mera estrategia comercial que ha salido bien, y que se quiere meter al público granudo-virgen en el bolsillo de la manera más rastrera. Pero no ha estado mal verla.
Por otro lado, y por aquello que a la oportunidad la pintan calva, resulta que recientemente la novela en la que se basa “Bambi”, otro de los personajes cuyos derechos de explotación disfrutó Disney, también ha pasado a ser de dominio público, así que, el bueno de Rhys Frake-Waterfield, ya está preparando, en calidad de productor, “Bambi: The Reckoning” (que ya tiene título español: “Bambi: El ajuste de cuentas”, por lo que intuyo que, al igual que esta, se estrenará con todos los honores en Mexico), su propia versión de horror a partir del pequeño cervatillo, que ya me imagino como va a resolver —y que miedo me da—. Del mismo modo, Peter Pan ya lleva bastantes años en dominio público, así que, ya que está, Waterfield también le va a dar una vueltecita de tuerca a este, produciendo y dirigiendo “Peter Pan’s Neverland Nightmare” (“La pesadilla de Neverland de Peter Pan” en México), así que ¡La veda está abierta!
Lo de que “Winnie The Pooh: Blood & Honey” esté medio bien es consecuencia de la casualidad y la novedad, pero el resto de lo que planea este hombre ya clama al cielo. Por supuesto, acabaré viéndolas, así que, ya les contaré.