sábado, 25 de diciembre de 2021

SORTILEGIOS

Hace ya muchos años que "Sortilegios" ("Bloodbeat" en v.o., aunque, según el doblaje de la copia que poseo, el título sería "Ritmo Sangriento") se instaló en mi vida. Y, desde aquel momento, siempre he tenido malas palabras para ella, considerándola una de las peores películas deglutidas por estos cansados ojos. Le dediqué una reseña en formato cómic tonto para un fanzine. Incluso la he llegado a mentar por acá, aunque nunca en profundidad. Tenía demasiado asumido que era una fulaña como para tomármela en serio y jamás me senté a verla con todos los sentidos puestos en "on". Hasta ayer, que tras localizar el ripeo de mi VHS, dije "Venga, ya va siendo hora". Y le di al "Play" dispuesto a empezar de cero.
Una familia se reúne en lo más profundo de la américa rural para celebrar la Navidad (motivo por el que esta reseña sale publicada tal día como hoy, así que ¡felices fiestas!). El hijo trae novia nueva que, desde el principio, no acaba de conectar del todo bien con una madre hippie dotada de ciertos poderes sensoriales. Todo ello coincide con la aparición de un misterioso samurai (??) dispuesto a trocear a los habitantes del lugar, cebándose con nuestra familia protagonista, que tendrá que defenderse mediante artillería mental.
Uno de los elementos más llamativos de "Sortilegios" es su director, Fabrice-Ange Zaphiratos. Primero por ese extraño nombre que gasta y, segundo, por su historia. Fabrice nació en Francia del semen de un genuino cineasta, Henri Zaphiratos. A principios de los ochenta, y con veinte años, se piró a los Estados Unidos, se coló por una chavala con posibles y decidieron hacer una película. Hasta el culo de porros -y esto no es un chiste mío-, escribieron el guion de la aquí comentada. Con ayuda del progenitor de Fabrice-Ange, se agenciaron nada menos que una cámara de 35mm y ¡hala! a rodar. Obviamente el chaval no tenía ni puta idea de cómo se hacían las cosas, así que fue tirando sobre la marcha, viéndose obligado él mismo a interpretar al samurai asesino y, de paso, lanzándose por una ventana en plan "stunt" improvisado. Eso es devoción.
Resumiendo, "Sortilegios" era el capricho de dos pijillos despendolados. Encima, uno de ellos hasta el tuétano de pretensiones artísticas (nacionalidad obliga). Sí niños, Fabrice-Ange Zaphiratos quería dárselas de "auteur". Seguramente habría preferido parir un mega drama o algo así, pero se vería obligado a decantarse por una de terrores porque, de lo contrario, ningún distribuidor hubiese querido moverla. Así, añadió al pifostio unas gotas de slasher, algo de sangre y tetas. Pero, en lo que respecta al resto, iba a delirar a placer. Libremente. Y por eso "Sortilegios" es tan peculiar. Tan extraña. Combina esas dos características, la del cine de género de espíritu "trash" y el rollito artístico y semi-dramático con todas las trifulcas familiares sobreactuadas, algo así como la mutación imposible surgida de combinar los ADN de Joseph Zito y John Cassavetes. A lo que queda no le sobra la lógica, especialmente cuando se trata de otorgar un sentido y una naturaleza a ese samuari loco.
El elemento risible es considerable, destacando en tal apartado el ignoto reparto, sus exageradas maneras y, sobre todo, la generosa galería de muecas (la verdad es que todas las actrices tienen caretos un tanto raros) y, por supuesto, los efectos visuales, a base de sobreimpresión de luces de colores algo torpes y "kame hames has" de andar por casa muy muy graciosos.
¿Significa eso que, tras este visionado atento, sigues considerando "Sortilegios" una basura? Pues ahí está la guasa, la respuesta es NO. Me entretuvo comedidamente. Cuando terminó (82 agradecidos minutos después) me costaba creer la sensación razonablemente positiva que había dejado en mi. Incluso esputé un "¿Ya está?". ¡¡Se hizo corta la hijaputa!!. Esto me recuerda a aquella ocasión en la que, tras años asegurando que el salmón crudo no me decía nada, un día, así a lo tonto, lo probé y desde entonces es un manjar que me flipa mucho. Mi pareja todavía me recrimina por ello (más que nada porque ahora ya no se lo puede zampar todo ella sola). Lo mismo ha pasado con la película de Fabrice-Ange Zaphiratos. Hasta que no me he sentado a deglutirla en condiciones, no he aprendido a apreciarla. O a apreciar el hecho de que sea tan perro verde y que, en fin, al menos resulte más original que muchas de las que se hacían en su época adscritas al género de mis amores.
La música, toda electrónica, es estupenda. Obviamente la firma el colega Zaphiratos que, tampoco sorprende, nunca rodó nada más. Esta es su única película como director. Y, sin embargo, aún hoy vive convencido que es una obra de arte. Hombre, tanto tampoco. Pero ya saben como somos / son los europeans, siempre andan demasiado ocupados intentando ser artistas (en este caso no añado el "andamos", ni por el forro).