lunes, 29 de julio de 2019

EJECUTIVO EJECUTOR

Un yuppie que lleva años esforzándose y trabajando duro para conseguir un ascenso en su empresa, se decepciona notablemente cuando le dan la noticia de que el puesto que tanto anhelaba, finalmente, se lo darán a otro individuo. Entre otras cosas, teme la reacción de su  déspota esposa. Esperando al metro, un vagabundo se le acerca a pedirle dinero y con el cabreo, le arroja a las vías justo cuando viene el tren, pasándole este por encima. Nadie le ve hacerlo y  a nadie tampoco parece importarle la muerte de este infeliz. Como sale indemne, planea ir asesinando uno a uno a todos los que suponen una molestia para su bien estar, empezando por su esposa y terminando por el usurpador de su puesto. ¿Cómo saldrá de esta? Pues para eso, mejor vean la película.
Cuando uno es un actor famoso y de prestigio, tiene tendencia a gastar ingentes cantidades de dinero, por lo que, muchas veces, estos actores acaban arruinados. A mediados de los 80 y hasta bien entrados los 90, Michael Caine, con una reputación como actor intacta y una elogiosa filmografía a sus espaldas, era uno de esos actores que tenían un agujero en el bolsillo y más deudas que un adicto a la cocaína, por lo que se vio obligado a hacer películas alimenticias para conseguir dinero, sin importarle mucho el tipo de película que se tratara y aún a sabiendas de que, en el peor de los casos, estas serían una mierda. Sin embargo, estas películas mercenarias, resulta que suelen estar muy bien y esto le lleva a uno a pensar si no será cosa de la casualidad o que, como me temo, el actor es tan enorme que mejora sustancialmente en cualquier película en la que participa. “Lío en Río”, una de sus películas más ninguneadas, es una comedia absolutamente genial, y cosas como “Loca Juerga Tropical” o “Un destino de ida y vuelta” están bastante bien, quizás por el mero hecho de que Michael Caine está en ellas.
“Ejecutivo ejecutor”, de 1990, basada en la novela “A shock by the system” de Simon Brett, es un claro ejemplo de comedia que funciona a las mil perfecciones, pero que, si Michael Caine no estuviera en ella, quizás haría aguas por todas partes. Nada en ella es genial, pero nos quedamos mirando como idiotas única y exclusivamente porque Caine no sale de plano y da gusto verlo. El resto de actores están apáticos y parecen monigotes a su lado.
Siendo justos, diremos que aún ejecutada como con pereza, con desidia, la historia de “Ejecutivo ejecutor” no deja de ser una buena historia que a poco que se le eche una muy buena interpretación, tiene tendencia a salvarse. En definitiva, se ve más o menos bien, pero por Michael Caine.
El film fue un fracaso absoluto a nivel mundial (en España apenas 150.000 espectadores) que en algunos países se estrenaron directamente en vídeo y que, a rasgos generales, paso bastante inadvertida en todo el mundo.
En una entrevista más o menos reciente, Michael Caine dijo acerca de la cinta que se trataba de una película de bajo presupuesto a la que no se le sacó el partido, porque era pequeña, pero no tan pequeña como para salir lo que salió. También dice de ella que si fuera un telefilm de la HBO, no sería de los peores. No es mala esta observación de Caine ya que su director, Jan Egleson, salvo alguna película puntual, se dedicó en lo sucesivo a hacer toda suerte de trabajos televisivos de medio pelo, que es con lo que se ha ganado la vida. Lo demás que ha hecho para cine (una película más) carece de la menor importancia.
El resto del reparto principal lo completan, apáticos, Elisabeth McGovern (“Érase una vez en América”, “Gente corriente”), Peter Riegert (“Desmadre a la Americana”, “La gran locura Americana”) y Swoosie Kurtz (“El Castañazo”, “El mundo según Garp”)
Durante la década de los 90, Michael Caine recuperaría la pasta que necesitaba y poco a poco volvería a elegir los papeles y recuperaría el prestigio, pero aún le dio tiempo a hacer un pedazo de mierda peor que esta (que esta tiene algo de dignidad): “Seducción peligrosa”, la cual, si me da el punto, puede que aparezca por aquí algún día.

viernes, 26 de julio de 2019

GAY CLUB

Las trabajadoras de un burdel de pueblo, sito en algún lugar de Andalucía, aprovechando el cierre de este deciden hacer frente al traspaso del local con el fin de convertirlo, junto a sus amigos homosexuales, en una sala de espectáculos orientado al público gay, imitando un poco las corrientes imperantes en ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona. Como era de esperar, todo son impedimentos para estas personas, ya sea por parte de los bancos a la hora de pedir un crédito, como por parte de las fuerzas vivas de la ciudad que pretenden que el garito no se abra por inmoral e intentando colgar al lugar el San Benito del escándalo público. Naturalmente, aunque estos impedimentos frenan la posibilidad de apertura del local, finalmente salen airosos.
Película absolutamente ignota y desconocida que, sin embargo, lleva lustros siendo de culto para el colectivo gay que la lleva reivindicando desde hace tiempo —le dedican pases privados y reseñas en la red—, y cuya principal baza es que, aún tratándose de una película inmersa en la corriente del destape y aún tirando de estereotipo de manera incluso agresiva, es terriblemente respetuosa con el mundo homosexual teniendo en cuenta los tiempos que corrían y, sobre todo, que la mayoría se sus artífices son heterosexuales, comenzando por su director, Tito Fernández, o por los actores Paco Algora o el estupendo Rafael Alonso, cuya interpretación de un gay con muchísima pluma deja tantísimo que desear que al final resulta desternillante. Asimismo, y centrándose gran parte de la película en las actuaciones en lo alto del escenario del “Gay Club” del título, sí que cuenta en su haber con las presencias de destacadas estrellas del music hall gay de aquellos años como el imprescindible Paco España, o el transformista denominado “La otra Lola” cuya performance consistía en hacer un playback de la folclórica.
Al margen de todo esto que es lo que la convierte en una película distinta, la estructura argumental y los gags pertenecen a la idiosincrasia del destape de la época, y paradójicamente, hay más cantidad de desnudos femeninos que masculinos. Y eso responde al hecho de que, siendo como es “Gay Club” una película de ambiente cabaretero y festivo, por mucho rollo gay que se reivindique, por mucho respeto con el que se aborde el tema, por mucha normalidad que exista a la hora de mostrarnos la situación, al final, y al igual que los espectáculos que se podían presenciar en los locales de ambiente gay, la película no deja de ser un producto destinado a heterosexuales. Permisivos y tolerantes, sí, pero heterosexuales.
Por otro lado, sexualidad aparte, otro aspecto curioso que posee este film es la implicación desprejuiciada que se gasta la película a la hora de denunciar —y ridiculizar— a la derecha española, en tiempos en lo que lo más prudente era no tomar partido hacia ninguna tendencia. En ese sentido y por todo lo que “Gay Club” representa, Tito Fernández rodó una película extraña, valiente y distinta, que para más inri y a pesar de lo simple de su argumento, a niveles de entretenimiento funciona perfectamente.
No hizo ni mucho ni poco en cines, unos 205.000 espectadores, pero el motivo del ignotísmo de esta película, más que a su escasa afluencia de público, se debe a su escasa distribución posterior, no apareciendo nunca en el mercado del vídeo y limitándose esta a un par de pases de madrugada, contraprogramados y casi de tapadillo, en algunas de las distintas cadenas televisivas de este país.
Merece la pena echarle un ojillo.

jueves, 25 de julio de 2019

DOMINGO SANGRIENTO

Es curioso como, por el simple hecho de pertenecer a tal o cual género, hay films rodados hace más de cuatro décadas que van en contra de nuestras expectativas como espectadores del 2019, y ya no tanto porque existiera en su momento una voluntad por parte de sus creadores de ofrecer un producto original, como por la ultracodificación y simplificación que vienen padeciendo en los últimos años los distintos géneros cinematográficos, tendencia esta que se ve más agravada si cabe en la subdivisión de justicieros y/o vengadores urbanos, donde el megasobado estándar instaurado en su día por la fundacional “El justiciero de la ciudad” se sigue siempre tan a rajatabla, y con una falta de imaginación tan alarmante, que lleva a que en realidad tampoco importe demasiado que el previsible subproducto “vigilantístico” resultante esté protagonizado por Lou Ferrigno (“Muerte súbita”), Antonio Banderas (“Actos de venganza”) o por ese Funko de Charles Bronson llamado Robert Bronzi.
Así, y cuando aún resonaban los ecos de los disparos del Magnum 367 de Paul Kersey en los cines de medio mundo, se estrenaba este “Domingo sangriento aka. La venganza es mía”, película que, además de situar su trama en ese entorno rural que en el film de Winner era mostrado como poco menos que el paraíso sobre la tierra (una sociedad sin minorías étnicas que, en consecuencia, goza de una tasa de criminalidad bajo mínimos), esta producción canadiense también se destaca de sus coetáneas urbanas por plantear durante la primera mitad de su metraje la situación idónea en la cual desarrollar el perfecto film de venganza… para decidir después en el segundo tramo darle la vuelta a la tortilla. 
Una joven y su sobreprotector abuelo, interpretado por el entrañable y siempre eficaz Ernest Borgnine, son asaltados en su granja por tres maleantes que huyen de la policía, siendo comandados estos por un Michael J. Pollard pasado de rosca que, al igual que le ocurre a Pablo Pineda, parece que no puede evitar interpretarse siempre a sí mismo. 
No obstante, y sin abandonar en ningún momento su condición de revenge movie, la principal originalidad de “Domingo sangriento” radicaría en el cuestionamiento de la idoneidad de las decisiones que toma el protagonista, cuestionamiento que, por otra parte, jamás se hubiera producido en el caso de “El justiciero de la ciudad”, film en el que el personaje de Bronson era mostrado como poco menos que un superhéroe con la suficiente coartada moral como para arrasar con todo a su paso, borrando de este modo también de un plumazo toda la ambigüedad que contenía el guión original escrito por Wendell Hayes, así como la novela de Brian Garfield en la que se basaba.
Así las cosas, y si en las distintas entregas de "Death Wish" la unidad familiar se presentaba como una institución sacrosanta e indisoluble (aunque solo fuera para ser destruida a las primeras de cambio por los villanos de turno) en el caso que nos ocupa los lazos consanguíneos representan el origen mismo del conflicto al erigirse la nieta de Borgnine en testigo impotente y antagónico del juego humillante y sádico (como apuntábamos anteriormente, más allá de la venganza al uso) que se trae su abuelo con estos atracadores de bancos.
Ahora bien, si esto fuera una publicación pedante no se me caerían los anillos al afirmar que este planteamiento que os acabo de contar muy bien podría interpretarse como una parábola inspirada por esa Guerra de Vietnam que, por aquella misma época, daba sus últimos coletazos, con el conservador Borgnine en el rol de Nixon, con su nieta (universitaria para más inri) representando a esa juventud educada bajo los postulados hippies - y contraria por lo tanto a todo tipo de violencia - y con Pollard & Cia siendo masacrados impunemente bajo el fuego y la furia de los valores americanos, religiosos y tradicionales encarnados aquí por el veterano granjero; pero seamos realistas: y es que por muchos paralelismos que podamos establecer con la realidad de la época, o con obras similares - pero infinitamente superiores - como "Perros de paja" o la propia "El justiciero de la ciudad", “Domingo sangriento” no deja de ser un exploit de lo más plano y rutinario que, además, desecha demasiado pronto las atractivas posibilidades de su giro argumental al alargar al máximo el absurdo conflicto, cosa que hace por medio del comportamiento caprichosamente arbitrario de más de un personaje (por ejemplo, la joven continuará defendiendo a los delincuentes ante su abuelo aún después de que estos intenten matarla), y de una toma de conciencia ideológica por parte de su director y guionista tirando a conservadora pero que, de tan confusa y mal explicada, pareciera que defiende justo lo contrario… o viceversa, todavía no me ha quedado del todo claro.
Al menos el estar filmada en plenos setenta le añade un plus en lo que a sordidez y crudeza se refiere, aun cuando sea en el marco de un producto mediocre y de ritmo tan plano como el presente en el que, para mayor desgracia, se opta por dejar de lado la acción para centrarse en su lugar en el mentado conflicto intergeneracional, el cual es subrayado además por unos diálogos que producen auténtica vergüenza ajena. 
A lo referido habría que añadir que la violación que anuncia el cartel que acompaña a esta reseña también brilla por su ausencia, omisión que, ya por sí sola, bastaría para convertir a “Domingo sangriento” en una rara avis dentro de un subgénero que, generalmente, se ha servido de la carne femenina - al descubierto y preferiblemente apaleada - como uno de sus principales reclamos.
De todas maneras, y a pesar de lo dicho, la película se deja ver perfectamente.

miércoles, 24 de julio de 2019

LOS FOTOCROMOS DE "LOCA POR EL CIRCO"

Más fotocromos. Esta sí la vi hace muuuuchos años, en el cine, junto a mi padre y en doble sesión con "Evasión o Victoria". Años después la revisé en compañía de Víctor y, ciertamente, la encontré insufrible. Ni siquiera servía para unas risas. Así que la acabamos quitando antes de llegar al "Fin.".
Lo que pasa es que, claro, este vehículo para Teresa Rabal es pura droga nostálgica destinada a aquellos que, como yo, superen los cuarenta (y los cuarenta y cinco, ya puestos). Por eso los cuelo aquí, y porque me parece super entrañable el último fotocromo, que incluye a una especie de versión pirata de "Pablo Picapiedra" combinado con "Tarzán". 
Disfruten.






lunes, 22 de julio de 2019

STYLE WARS

Concebido para televisión, pero posteriormente estrenado en cines por el interés que suscitó la potencia del material que mostraba, “Style Wars” es otro de los pilares de la cultura Hip-Hop, esta vez en forma de documental, con el graffiti como plato fuerte (el rap y el breakin’ son tocados de pasada) por obra y gracia de un escultor neoyorquino asiduo a las galerías de arte, que cuando descubrió el mundo del graffiti quedó tan fascinado que le dedicó su vida a esta disciplina, casi, como obra única. Henry Chalfant, fotografió (junto a la otra mecenas del Hip-Hop, Martha Cooper) todas la obras primigenias del grafitti neoyorquino y, más adelante, sacó fotos a grafittis del todo el mundo, que luego plasmaría en sus dos libros “Subway Art” y “Spraycan Art”, que son imprescindibles para los familiarizados con la cultura del graffiti y, como no, para los ambientes esnobs de las galerías de arte —siempre he pensado que Chalfant y compañía, a pesar de lo beneficioso que fue su trabajo para el Hip-Hop,  no eran más que burguesitos que, con todo el respeto, eso sí, explotaron una cultura subterránea muy auténtica que les quedaba muy lejos, en pro de los ambientes elitistas—.
Entonces, produce Henry Chalfant y dirige Tony Silver, otro artista de ese entorno de galerías de arte, “Style Wars”, que en un principio se iba a centrar en el mundo del break dance hasta que Chalfant se dio cuenta de que lo que era visualmente interesante eran las pintadas,  retrata a los más importantes graffiteros de los 80 en su entorno natural, las rivalidades entre ellos, y un somero repaso a otras disciplinas afines, a través de declaraciones, entrevistas y filmaciones de piezas hoy míticas del graffiti neoyorquino.
Por otro lado, la comunidad Graffiti ha acogido en su seno como propia, la obra de Chalfant, dado que esas obras plasmadas en paredes y trenes, son lógicamente efímeras, y sobreviven gracias a las películas y fotografías de estos artistas de galería, que se preocuparon de documentar lo que unos chavalitos de barrio hacían sin ninguna expectativa artística o económica.
La película, filmada en 16 mm., al igual que otras de la época como “Wild Style” es una pequeña obra de arte cuya vigencia, en este 2019, es más rabiosa que nunca.
Al margen de lo que vemos en pantalla, la filmación es una odisea. Durante el rodaje, Tony Silver, se percató de que todos los artistas de Graffiti hablaban de un tal Cap (firma de este individuo) que se dedicaba a tachar las obras de los demás, poniendo su nombre encima en forma de pequeñas piezas color plata. Lo que hacía, básicamente, es joder las piezas de los demás con pintadas rápidas y feas, pero así se hizo un nombre. A Silver se le ocurrió que este individuo debería salir en el documental. Henry Chalfant, que se había hecho amigo de esos artistas de graffiti, se negó porque realmente, este individuo era el enemigo. Sin embargo le convenció para que apareciera porque, por lo que estaba haciendo, sería un documento histórico. Así que Chanfalt aceptó filmarle. En un principio Cap quería salir con un pasamontañas, cosa que el equipo de documentalistas aceptó, pero finalmente el tipo decidió echarle dos cojones y aparecer a cara descubierta. Toda su parte, a título personal, sobre un tipo con un mal estilo que destroza las obras más bonitas para hacerse un nombre, me parece lo mejor del documental. En consecuencia, los graffiteros se mosquearon con los cineastas porque, además de sentirse traicionados, aseveraron que lo único que habían hecho, era concederle a Cap la atención que andaba buscando. A día de hoy, se considera un documento histórico y de primera mano, pero sí, los cineastas hicieron la puñeta a sus amigos graffiteros
Por otro lado, Lee Quiñónez el protagonista de “Wild Style”, rechazó aparecer en esta “Style Wars”, quizás porque ya comenzó a notar que lo que se estaba haciendo era una explotación de sus cualidades artísticas.
Como sea, me parece un documental increíble que recomiendo encarecidamente a todos los neófitos, porque los hip-hoperos, ya saben que esto es una pequeña obra de arte.
Tanto Chalfant como Silver, posteriormente realizaron más documentales en torno al Hip-Hop, pero ninguno de ellos con la calidad, y relevancia histórica de estas primerizas obras cinematográficas.

sábado, 20 de julio de 2019

SESIÓN DOBLE: LA CAZA + FRIEDKIN UNCUT

LA CAZA : En una guardería, una niña le dice a la directora que el hombre adulto que diariamente anda por allá echando un cable le ha enseñado la polla. Además, bien tiesa. Desde buen principio el espectador sabe perfectamente que es falso. El acusado es un tío majo y no ha hecho nada reprochable. Pero eso no le basta a sus vecinos y amigos que, cegados por el odio y la ignorancia, comienzan a señalarle como pederasta y convierten su vida en un auténtico infierno.
Thomas Vinterberg, colega de Lars Von Trier que se apuntó en su momento a la tonterida esa del "Dogma", se marca un dramón cojonudo. Impactante. Duro y angustiante hasta el tuétano y perfectamente interpretado por todos los actores, desde la misma cría al protagonista, un estupendísimo Mads Mikkelsen.
Tenso e intenso, lo que más me mola de "La Caza" es el retrato conciso y sin medias tintas que hace de la sociedad, dispuesta a demostrar lo peor de sí misma cuando cunde el pánico y se sube ciegamente al carro de la estupidez más profunda. Sin hacerse preguntas y pisándose los unos a los otros.

FRIEDKIN UNCUT : William Friedkin dispone de una carrera irregular. No todo lo que ha dirigido hasta el día de hoy es la hostia en patinete (su cacareado documental sobre un exorcismo real es del todo olvidable), pero algunos de esos títulos sí lo son. Todos los conocemos. Es un tipo con mil historias apasionantes que contar, una buena dosis de materia gris y una lengua algo descontrolada que aporta puntuales momentos de hilaridad a lo largo de este excelente documental. Uno que repasa toda su carrera (aunque se salta todos aquellos títulos que Friedkin ya suele ignorar por considerarlos malos o meros encargos sin interés) y la ilustra con algunas visitas a festivales (entre ellos, Sitges, donde se cruza con Dario Argento y se demuestran descontrolado amor mutuo). A todo ello sumen el infinito catálogo de radicales opiniones que Friedkin tiene sobre el mundo del cine y los críticos. Es muy fácil sentirte identificado con lo que suelta, echarte una risa regocijante e incluso aplaudirle con pasión.
Altamente recomendable.

viernes, 19 de julio de 2019

PARCHÍS, EL DOCUMENTAL

Obviamente un documental como este, es esperado como agua de Mayo por todo aquél que fuera niño en los ochenta y hoy ronde una edad comprendida entre los 40 o 50 años, tan solo por el hecho de que se trata sobre un documental sobre Parchís.
Por otro lado, tenía constancia desde hace algún tiempo de que este documental se rodaba y  los palos que iba a tocar, por lo que me olí en su momento algo de sensacionalismo al respecto, motivo por el cual, generaba, por un lado, cierto interés, y por otro, cierta desconfianza.
No obstante, el trailer ya hacía calentar los motores con muy buena pinta, alentándonos de que lo que íbamos a ver podía estar muy bien, y tras el su estreno recientemente en Netflix y el hype generado por todo tipo de espectadores en las redes sociales, espectadores estos que, la mayoría de las veces, se han quedado a en la superficie de lo que en realidad es una historia muy compleja, no me podía imaginar que el documental al que me iba a enfrentar era tan jodidamente bueno, superando, con creces, mis expectativas. Es una obra de referencia desde ya,  no solo en lo concerniente a los documentales sobre el mundo de la música, sino de los documentales en general.
La estructura es la normal y lógica: cabezotes parlantes. Y se resuelve a través de entrevistas a  CASI TODOS los artífices del fenómeno Parchís (no falta ni Rodrigo Valdecantos, ni Javier Aguirre…) se nos cuenta la creación, auge, mega-auge, caída y descenso a los infiernos del grupo infantil más popular de todos los tiempos, pero todo ello mostrado con un ritmo y, creo, que un rigor a prueba de bombas. Un documental que cuando intuyes que se va a terminar, te da pena que se termine.
Entonces, la parte buena del asunto viene en todo lo que se puede suponer más amarillista. No es que “Parchís, el documental” tire de sensacionalismo y cotilleo barato. En absoluto. Lo que pasa es que es un documental que se centra en acontecimientos de hace ya casi cuarenta años, y todos los protagonistas hacen un ejercicio de honestidad y cuentan lo bueno, lo malo y lo regular de lo que supuso el fenómeno Parchís.
Las conclusiones que saco acerca de su visionado son que Parchís era la máquina de hacer dinero de una serie de mafiosos con muy mala leche, que cuando hay dinero a nadie le importa el bien estar de unos niños, mucho menos (o principalmente) a sus padres que les echan a los leones de la misma siniestra y egoista manera que los padres de las víctimas infantiles de Michael Jackson hicieron de mamporreros para él. Y estos actos se justifican con esa sentencia tan manida de que “los niños estaban a gusto”.  Sin embargo, creo que las secuelas de esta fama desmedida, que no se ha cobrado ninguna tragedia, como bien dicen al final del documental, si que ha dejado ciertas secuelas en sus componentes, que gestionan con peor o mayor suerte. Por ejemplo, David, hacia el final del documental, cuenta al resto de sus compañeros que cuando se fue a vivir a Nueva York hace ocho años, no podía imaginarse que en su propio trabajo, una compañera le iba a reconocer y que todo el mundo le iba a felicitar por su paso por el grupo. Sinceramente, creo que este caballero está fantaseando con lo que a él le hubiera gustado que hubiera sucedido. Puede que sea cierto lo que cuenta, pero por cómo lo cuenta, y por el mero hecho de que es el único miembro de Parchís al que más ha transformado el paso del tiempo —es de todos los componentes el que menos se parece al niño que fue— hacen que, desconfiado como soy, no me lo crea, y considere que lo que pasa ahí es que, igual, no lleva demasiado bien el hecho de pasar de ser todo a no ser nada. Sólo digo que pueda ser posible.
Por lo demás, a todo lo que ya conocemos, y sin llegar a ser una cosa del todo  sensacionalista y desmesurada, a la historia de Parchís súmenle desmadre, alcohol, drogas, sexo a destiempo, pederastia, frustraciones, envidias, corrupción por parte de los empresarios, discusiones con los coreógrafos y señoras adultas a las que se follaba Tino en la pubertad. Pero como lo estoy contando yo, si es sensacionalista…
Altamente recomendable, como documento histórico y como documental. Al finalizar, hasta he aplaudido.
Dirige con maestría Daniel Arasanz con amplia experiencia en el mundo del documental sobre música, y que ya era popular por un documental que, paradójicamente, y pese al contraste de envolturas de ambos, era más amable que este: “Venid a las cloacas: La historia de La Banda Trapera del Río”.

miércoles, 17 de julio de 2019

MIS FOTOGRUMOS FAVORITOS 2 - "LOS REVIENTAFANTASMAS"

Hace ya tres largos años que publiqué en este blog una serie de recortes y páginas escaneadas de algunos números de la revista "Fotogramas", concretamente aquellos situados en "la buena época". O, pal caso, los años ochenta. Ya entonces anuncié que algún día habría una segunda tanda. Sin embargo, por avatares del destino, esta se ha hecho esperar. ¡Pero ya está aquí! Y viene con sorpresa, porque no me voy a limitar a meter toooodos los recortes juntos en una entrada. No way!. Los voy a serializar, con la excusa de que algunos de ellos comparten temática. Y así duran más. 
De esta manera, arrancamos con el material que "Fotogramas" publicó en su día en relación al clásico de la comedia yanqui "Los Cazafantasmas". Muy entrañable todo.
Y sí, anuncio que habrán más entradas como esta. Y no solo dedicadas a la revista number one de cine de este país de pardillos -por eso es la number one, justamente-, también a alguna que otra. Pero eso será más adelante, de momento, gocen de lo que sigue...


"Revientafantasmas" era el modo en que "Fotogrumos" osaba rebautizar a aquella nueva y misteriosa comedia que lo estaba petando en USA. ¡¡Rediós!! ¿qué era aquello? ¿tardaría mucho en estrenarse por estos lares? ¡Qué emoción, qué ansiedad! ¿serían respondidas mis plegarias?... sí... y no tendría que esperar demasiado. Ustedes tampoco.


Pues no, no fui capaz de asociar esta imagen icónica a aquel "Revientafantasmas" sobre el que había leído en "Fotogrumos" unos meses antes. Así que cuando me la encontraba en grandes carteles por la autopista, seguía preguntándome "¡¿Qué demonios es eso?!" totalmente fascinado. Pero la respuesta estaba a la vuelta de la esquina.




Y llegó. No muchos meses después, "Fotogrumos" publica en sus páginas el cartel oficial y el inevitable reportaje de dos páginas capaz de hacerte vibrar.


Y llegamos al final de la historia con el inevitable lanzamiento navideño en vídeo.

lunes, 15 de julio de 2019

ABSURDO MUNDO

“Absurdo mundo” es un extraño mondo surgido a raíz de los primeros títulos del género en los 60, que producida a dos manos entre Italia y EUA (cuya versión estrenada tres años después de la italiana, en  1967 es la que estoy reseñando) cuenta con la dirección de Roberto Bianchi por la parte italiana y de un auténtico manazas por la americana, el director de bonito nombre, Albert T. Viola, un exploiter de los de tomo y lomo cuyo cenit es una película del subgénero “Southern Fried” titulada “Preacherman” sobre un individuo que se hace pasar por predicador para ver si puede tirarse a una muchacha. Un film insufrible.
Distribuida en los USA bajo el título de “A Fool’s World” (el original es el también bonito “Mondo Balordo”) por la mítica Crown International Pictures, productora responsable de un buen número de sex comedies de baja alcurnia y máxima diversión en los 80, ponía en el mapa americano de los drive in y los cines de barrio un género sensacionalista y totalmente manipulado como es el mondo. Más allá de esto, básicamente la película, sigue la premisa de mostrar al espectador comportamientos humanos extraños, ya sean sexuales, ociosos, costumbristas o raciales, limitándose a hacer una mixtura de imágenes impactantes, cada una de su padre y de su madre y pertenecientes a otros documentales, a la que se le añade una parte de película original rodada para la ocasión. Nada nuevo en el horizonte, ni nada que no se nos hubiera mostrado con anterioridad (y mejor) de la mano de Gualterio Jacopetti y Franco Prosperi en la mítica “Este perro mundo” o cualquiera de los posteriores mondos estrenados en los cines durante los 70 y 80, algunos de ellos inmerecidamente populares. “Absurdo mundo” peca de ingenua en muchos aspectos, y salvo por algunas imágenes pertenecientes a algún documental sobre África en el que algunos animales salen mal parados —motivo más que suficiente para no verla— es hasta light, ya que no muestra la crueldad que, en cambio, otros títulos si que muestran, ni se recrea en los asesinatos y ejecuciones humanas. Sin embargo, eso es consecuencia del toque americano que dota al film de ese tono kitsch, y tan solo sería un mondo más del montón de no ser por un pequeño detalle: Boris Karloff, en el ocaso de su carrera, con setenta y tantos años, rodaba películas como ánima en pena, con lo cual, hizo un buen montón de películas, algunas de las peores y, también, de las mejores de su filmografía. No decía que no a nada y es por esto que su nombre aparece en esta película. Es el encargado de ponerle la voz en off a las impactantes imágenes de las que somos testigos. Sin importar que era, Karloff aceptó hacer este trabajo. Una intervención menor para él, pero que le da algo de pompa a esta película, siendo quizás uno de los mondos preferidos por los aficionados y los neófitos del subgénero, solo porque Karloff lee las rimbombantes frases que acompañaran a las extrañas imágenes de relaciones sexuales entre enanos, numeritos musicales de travestís, lucha libre femenina, rituales de tribus africanas, exhibición de tullidos y contrahechos y, en definitiva, ese festival de lo macabro y lo amarillo a lo que nos tiene acostumbrados el mondo. Por lo demás, un producto de lo más flojo y, cuando se pone desagradable, muy desagradable. Obviamente, Karloff solo aparece en la versión americana, la de Albert T. Viola. La italiana, no deja de ser más que un mondo al uso que no consiguió sostenerse por si mismo.
Dicen los más viejos del lugar, que hubo salas que exhibieron esta cinta en su momento en España. A mí no me consta y lo único que puede probar la veracidad de esto, es que en IMDB está registrado el título castellano, no habiendo datos al respecto en la web del ministerio de cultura. Pero aquí en España el genero mondo se estrenaba en salas y pegaba, por lo que no me extrañaría ni lo mas mínimo que la película hubiera llegado a nuestros cines. En vídeo, no sabría decirles.
Solo para curiosos.

sábado, 13 de julio de 2019

EL GRAN LIBRO DE SUPERLÓPEZ

Mi dibujante de cómics favorito probablemente sea Jan, el padre de "Superlópez". Crecí con su famoso personaje, así como con muchas otras de sus aportaciones ("Pulgarcito", "Jauja", "Nosotros los Catalanes"...). Conservo todos los tebeos del superhéroe que publicara en su día Bruguera, gozados con fervor a la edad adecuada, y que son, a fin de cuentas, los mejores no solo de "Superlópez", también de la carrera de su autor. Jan no ha dibujado TAN cojonudamente bien, ni a guionizado con tanta gracia (junto a Efepé o en solitario), como en esos tiempos. Es así, digan lo que digan. El talento desplegado en tebeos como los del "Supergrupo", "Los cabecicubos" o "La semana más larga" es incomparable.
Ya entonces Jan hacía gala de cierto tufo sermoneador y puretilla que no me sentaba demasiado bien. Esa continua alusión a "No fumes, Lee" resultaba irritante incluso para alguien de mi tierna edad. Y por desgracia es esa una "manía" que, poco a poco, se iría imponiendo en la carrera del dibujante y guionista hasta resultar insoportable. Ello coincidiría con una notable pérdida de calidad en los dibujos, lo que contribuyó a que sus trabajos fuesen cada vez menos interesantes y, en definitiva, más malos.
Es esta una apreciación que, obviamente, se pasa por alto en el lameculista repaso a la carrera del personaje y su creador que es "El gran libro de Superlópez". Como viene siendo habitual en todo libro especializado publicado en España, el oportunismo canta como una almeja -la entonces recién estrenada película- y las prisas pasan factura. La letra es gruesa y la cantidad de datos que aporta se queda en bastante escasa. De hecho, la mayoría de lo esputado en este sentido está extraído de páginas web, no parece que el autor haya puesto mucho de su parte, más allá de puntualizar las declaraciones del mismo Jan. Amén de la poca vitalidad que transmite y la nula gracia que tiene cuando pretende ser gracioso. Es especialmente aburrida -e inútil en un libro de estas características- la parte dedicada a indagar en los países, ciudades y pueblos visitados por "Superlópez" a lo largo de sus aventuras. Al final, lo verdaderamente interesante lo encontramos en la generosa cantidad de material visual, siendo el apartado dedicado a los proyectos abortados de Jan el más jugoso.
Aunque el verdadero lastre del libro es la dosis insoportable de moralina panfletaria que vomita. Se nota que a Jan no le mola nada que le asocien al comic de superhéores, aunque sea a través de la parodia. Y seguramente, como Ibáñez y tantos otros, estará hasta los cojones de su más famosa creación. Pero no le queda más remedio que seguir aferrado a ella porque es lo que le ha dado, y le da, de comer. Así pues, para compensar ese lastre -y alejarse de los guiones que le firmaba Efepé, al que sí le gustaban los tebeos de tios con mallas y se nota-, el dibujante se obsesiona en dotar a sus historietas de conciencia social, tocando temas serios y respetables, arremetiendo contra injusticias de manual y otras lindezas políticamente correctas tan OBVIAS que dan hasta grima, e incluso dejando casi de lado a "Superlópez", quien se convierte en mera excusa para hablar de drogas, desahucios, contaminación y demás asuntos propios del telediario. Eso a mi me parece triste. Deprimente incluso. 
Claro que en ningún momento se tienen en cuenta los arrebatos de machismo con respecto a cómo Jan retrata a las mujeres (especialmente a Luisa Lanas) o incluso racismo alimentado por ciertos estereotipos (como los villanos asiáticos que hablan con la "ele").
"El gran libro de Superlópez" puede presumir de un logro: Comienzas a leerlo arrastrado por el amor hacia "Superlópez" y Jan, y terminas casi detestando tanto al personaje como a -muy especialmente- su padre.
Una verdadera ocasión perdida. Lástima.

viernes, 12 de julio de 2019

AMITYVILLE 1992

La saga de “Amityville” cuyas películas son irregulares desde la primera entrega, despiertan en mí cierta simpatía que se va tornando sopor a cada nueva entrega.
Al ser Amityville un lugar real, en la actualidad, todas esas compañías de serie Z que desean a toda costa llenarse las alforjas, han perpetrado un sín fín de títulos no oficiales con el tema de la casa encantada más famosa del cine de terror como telón de fondo pero que nada tienen que ver con los títulos iniciales. Sin embargo, estas películas son horrorosas, pero no lo son más que todas las secuelas oficiales. Y, si me apuran, tampoco lo son más que la original. Y de todas las oficiales, me hace cierta gracia aunque sea con una mirada condescendiente y una sonrisilla de medio lado hacia ella, esta horripilante e insoportable “Amityville 1992”.
Un despropósito narrativo y argumental, además de una patochada, que ni tan siquiera transcurre en la casa que da título a la saga.
Un individuo acaudalado compra un reloj antiguo que deposita en una balda de su casa. Justo a partir de entonces comienzan a sucederse las apariciones paranormales y los sucesos extraños. Pronto descubriremos que ese reloj pertenecía a la casa de Amityville y que por eso las pasa putas tanto el maromo que se compra el reloj, como su familia, enfrentándose a demonios.
Como varios títulos de la saga, “Amityville 1992”, se basa en una de las historias de los libros basados en la leyenda de la mansión de Amityville titulados “Amityville: The Evil Escapes” de John G. Jones, libraco este del que también salen la historia de “Amityville IV” y que es la principal fuente de la que nutrirse a la hora de abordar secuelas ya que se trata de un libro de cuentos.
Por otro lado, y concebida como programación de la televisión por cable y el mercado del vídeo, a los distribuidores no les debió parecer muy bien tener fechada la película, por lo que si en su estreno videográfico en 1992 el título se hacía acompañar por el año de producción en números bien grandes, años después, en la era del DVD, se cargaron de un plumazo el 1992 del título pasando a titularse “Amityville: It’s about time”, cosa que da un poco lo mismo, pero que, a título personal, me molesta porque lo de “Amityville 1992” me parecía un título de lo más fardón que viene a decir que se trata de una actualización para los tiempos que corren (corrían) de una saga clásica. Claro que, efectivamente, visto hoy ese título, puede parecer un producto de aire retro y llevar a confusión al respetable. Aunque, insisto, todo lo que hagan con esta película da exactamente lo mismo porque es tan mala, tan absurda y tan aburrida que ¿quién va a echar de menos el título original? Pero quede ahí la anécdota.
Sin duda, y si no tenemos en cuenta las falsas secuelas contemporáneas, estamos ante la peor de la franquicia. Son todas muy malas, pero esta se lleva la palma.
Tony Randel, que dirige la cinta,  ya venía de hacer una chapucilla con “Hellbound: Hellraiser II” e “Hijos de la noche” y después fue el responsable de cosas como “Ticks” o la adaptación del Anime “El puño de la estrella del norte”.Todo lo que hizo fue una fulaña, pero al menos fue un director genuino de cine de terror de serie B en los 90, tiempos en los que no se hacía casi nada de esto. Solo por eso, tiene algo de mérito. Ha seguido dirigiendo, donde le han dejado, hasta la actualidad, ya sea para la tele o peliculitas pequeñas, pero nada de lo que hizo tiene la mayor relevancia.
Sin embargo, a la hora de revisar algún Amityville, yo he elegido el de Tony Randel porque lo recordaba muy malo… así que no será tan mala cosa ¿no?

miércoles, 10 de julio de 2019

LOS FOTOCROMOS DE "ESAS CHICAS TAN PU..."

La verdad es que hace ya tiempo que conservo en mis aposentos un puñado de fotocromos con los que no se qué demonios hacer. Son de pelis o que no he visto, o que no me interesa ver o que algún día esperaba consumir para acompañar su publicación con algún texto ingenioso lleno de color. Sin embargo, la vida da muchas vueltas, hay muchas otras cosas que ver y hacer. La mayoría más interesantes. Por eso recientemente decidí que estaba ya hasta las pelotas de arrastrar todo este material y que lo iba a publicar en el blog aunque no hubiese visto las respectivas películas o, peor aún, estas me importaran un puñetero pimiento. Y eso es exactamente lo que opino de "Esas chicas tan pu...", enésima "pajillada" producida por el cansino Ignacio F. Iquino (bonita rima). Ya que tenemos los fotocromos, y salen chatis en cueros y el sexo atrae visitas, pues hale!, ahí los tienen, listos para ser impregnados por su vil esperma. Disfruten.









lunes, 8 de julio de 2019

WILD STYLE

Charlie Ahearn, director de esta película, es más un artista grosso modo que un director de cine, y pese al bien que le hizo a la cultura Hip-Hop con la película que les paso  reseñar, en el fondo no es más que un hombre blanco de clase media fascinado por una cultura callejera que le queda bastante lejos. Un señor encandilado por esos chavales que creaban una nueva forma de arte que se extendía desde la creación musical con el rap (donde también hizo su excursión otra blanca burguesa, Blondie), hasta la pintura con esa nueva forma de expresión llamada graffiti que usaba las paredes de las calles o los vagones de tren como lienzo. Gracias a esto, Ahearn aprendió a separar el arte del negocio. Tanto él como el fotógrafo Henry Chalfant, se dedicaron a documentar, ya fuera en forma de fotografías, ya fuera en imagen y movimiento, los orígenes del Hip-Hop, dejando un legado cultural a sus espaldas tan grande y puro, que en realidad sobrepasa a lo que es en sí la cultura que retrataron. El Hip-Hop evoluciona con los tiempos hasta tal punto que, a día de hoy, siendo la cosa más volátil del mundo (en cada país le dan al asunto la interpretación que más le conviene. La que se le da en los barrios periféricos de la zona sur de Madrid, es lamentable: confunden la velocidad con el tocino), este ha perdido toda su esencia, y la única forma de saber como fueron en realidad las cosas es a través del trabajo de años y años de dedicación  y fascinación de estos artistas blancos.
Ahearn en concreto, se dedicaba a filmar en Super 8 los graffitis primigenios de las zonas más pobres de Nueva York, Bronx, Queens… ese tipo de barrios. Y cuanto más investigaba, más filmaba. También filmaba a los jóvenes bailando Break. Y se hizo amigo de ellos. Como era un tipo con una cámara de cine, pronto se dedicó a hacer películas se súper 8 de artes marciales con los jóvenes de los barrios, porque tras un sondeo, detectó que este era el género favorito se aquellos chicos y, en 1980, absolutamente absorbido por la cultura Hip-Hop, decidió hacer una película que retratara aquél movimiento cultural, asombrosamente creativo, y con los amigos que había hecho por el camino comenzó a rodar, con pocos duros (que se fueron la mayoría en pagar los pertinentes permisos para poder filmar los trenes en las cocheras), lo que fue la primera —y definitiva— película sobre Hip-Hop: “Wild Style”. Según la crítica, esta película es ver las cosas tal y como sucedieron. El retrato más exacto de la, por aquel entonces, tan emergente cultura subterránea.
Se trata de una pequeña película de vanguardia, casi guerrillera, tosca y cruda, y rodada en 16 mm. en la que se utiliza una forma de narrar absolutamente innovadora y curiosa. Hay un delgado hilo argumental de ficción que servirá para enlazar escenas rodadas al mas puro estilo documental. Así, con la historia de “Zoro” (el artista de graffiti, Lee Quinones), grafitero al que una periodista quiere entrevistar por lo concurrido de sus piezas en las calles de Nueva York, somos testigos de otras muestras de rap, Break Dance y Djing, al tiempo que se va sucediendo la historia. Vemos así piezas míticas de graffiti en los trenes de Nueva York o asistimos a fiestas y conciertos que, al tiempo que se filmaban, sucedían en la vida real. El culmen es un concierto multitudinario en un anfiteatro abandonado, por el que irán desfilando los rappers más representativos de la época, muchos de los cuales ni siquiera tenían discos en el mercado.
“Wild Style”, obviamente, es una obra de culto dentro de los circuitos Hip-Hop, pero más allá de eso, cinematográficamente hablando, es una rareza totalmente vanguardista cuya  forma de estar rodada, lo que cuenta, cómo lo cuenta y siendo honesta a la hora de afrontar que algo innovador no tiene que ser contado con pedantería o desde el punto de vista de una elite artística, la han convertido en una pequeña obra maestra del cine de arte y ensayo. Porque “Wild Style” es ante todo, cine de arte y ensayo. Y una reivindicación del Hip-Hop que ya les gustaría hacer a la mayoría de raperos que se adscriben a este. Y también, la más bonita carta de amor hacia esa cultura. Y no la hacen chicos negros del geto, no la hace Spike Lee, si no un artista cuyo campo de acción son los museos, y blanco de clase media que no ha pisado el gueto más que para hacer sus books de fotografías.
La película se proyectó en pequeños sótanos y locales acondicionados para el underground neoyorquino de la época y tuvo un estreno reducido en Times Square durante tres semanas para el público, público, mayormente graffitero que acudía a verla a tropel y que hizo a la película batir records de taquilla para lo que viene siendo una película underground, hasta tal punto que se distribuyó por todo el mundo en vídeo y a día de hoy es un clásico incuestionable que se edita en DVD cada vez que cumple años. La última vez, se editó en Blu Ray en 2012, por su trigésimo aniversario, pero es que ya vamos camino del cuadragésimo.
Líneas improvisadas por pandilleros reales a los que se contrata in situ y que usan sus propias armas (en este caso, una recortada), el logotipo de la película, hoy mítico y que fue creado por los artistas de grafitti Sharp, Zephyr y Revolt —también in situ—, y que formó la imagen principal del póster o ni un solo actor profesional, todo rodado tan sobre la marcha y de manera tan libre, hacen pensar que a día de hoy, con el underground y el Hip-Hop agonizando, sería totalmente impensable que surgiera de alguna parte una película como esta. Tampoco es que haya habido muchos movimientos revolucionarios en los últimos tiempos que merezcan la pena ser retratados. Quizás el Trap, la evolución natural del rap, sea el movimiento urbano más revolucionario de los últimos 10 años, pero, creativamente, está en las antípodas del Hip-Hop primigenio, y no es más que un hijo bastardo que nada tiene que ver con todo esto tan maravilloso. El Trap, musicalmente, culturalmente, con toda esa reivindicación cholilla del analfabetismo, no es Hip-Hop. Hip-Hop es esta película, Hip-Hop es Rap, Grafitti, Break Dance y Djing y DIY.  Todo muy punk, muy puro.
Warner Bros. iba a haber distribuido la película en su momento, pero al ver su acabado tan tosco, casi casero, se echó para atrás con la idea de que iba a ser difícil sacar dinero de algo como eso. Warner acabó explotando la película de una manera u otra, pero lo curioso de todo esto es que “Wild Style” resultó, y sigue resultando, una de las películas más rentables de la historia.
Yo la recomiendo encarecidamente a los no fans de la cultura Hip-Hop, o por lo menos a los cinéfilos más inquietos, porque verán una película rara, misteriosa y desperada, pero también, un documento absolutamente histórico. Es como esas filmaciones de la guerra mundial, pero con peña graffiteando y rapeando.

lunes, 1 de julio de 2019

SEGUNDO MANDAMIENTO: GERARDO

Musicalmente hablando, mi principal “Guilty Pleasure” es Gerardo. Les refresco la memoria: corría el año 90 cuando irrumpió en la escena americana este Gerardo, un rapero pasteloso más falso que un billete de 175 pelas, generado por una multinacional como producto para que las adolescentes tuvieran una cubierta de CD para correrse —Wayne Newton Dixit—, que hacía del concepto “Latin Lover” una caricatura de una caricatura. Unas letras espantosas, un estilo de mierda y una antipatía a prueba de bombas, amén de un sentido del ridículo nulo, eran la carta de presentación de este veinteañero latino. Torso desnudo con chupa de cuero, extensiones que simulaban una melena larga y rizada y bandana, se plantó en la radio y televisión con un “One Hit Wonder” bajo el brazo que le hizo vender miles de discos, el de “Rico, Suave” ¿recuerdan? Y como fue un éxito discotequero para retrasadas del Valle de San Fernando que fantaseaban con tirarse a un latino, este fenómeno llegó de cuclillas a España, donde pasó con más pena que gloria. Y me pilló en todo el medio.
Recuerdo que a eso de las 9 de la mañana de cualquier día laborable del año 90, en plena adolescencia y obsesionado con el rap que aquellos años me llegaba con cuentagotas, ponía por la mañana, antes de marcharme al colegio, el Canal Plus en abierto porque daban videoclips de actualidad y, muy de vez en cuando, ponían uno o dos de rap que yo, sin mucho criterio, iba recopilando en grabaciones de vídeo. Y de repente, entre vídeos de Mecano o de Lisa Stansfield, apareció el puñetero Gerardo con su “Rico, Suave”. Y quedé prendado de esa puta mierda. Yo detectaba que algo fallaba ahí, qué a pesar de que aquél ritmo y aquella canción me ponían a mover la cabeza y la adrenalina a mil, que aquél individuo era más popero que rapero, que lo que hacía era más cercano a los New Kids on the Block que a Ice-T, pero ese uso que hacia en su rap del spanglish y esas letras descaradas me ganaron por completo.
Canal Plus estuvo un par de meses programando, ya fuera en Los 40 principales o en otros espacios, los vídeoclips de este individuo que tan pronto como irrumpió quedó sumido en el olvido. Yo me agencié la casette de su primer disco, el “Mo’ Ritmo”, que la conseguí por la misma vía que conseguía todas las cassetes de rap en aquella época (mangándola en el Hipercor), y estuve escuchándola ininterrumpidamente durante todo octavo de E.G.B. Y después de octavo, continué escuchándola.
Yo sabía que lo que estaba escuchando no era bueno ni auténtico. De hecho, los pocos de mi quinta que repararon en su existencia, lo hicieron para mofarse, así que llevé mi adoración hacia ese ecuatoriano residente en Hollywood en secreto durante un par de años, ya saben, para no desentonar ni parecer distinto, aunque los cuatro gilipollas que continuábamos escuchando rap después del boom del 89 (ya saben, el del “Rap in’ Madrid” y el “Hey, Pijo”), ya desentonábamos por empeñarnos en escuchar algo que hacía ya un tiempo que había pasado de moda. De hecho, todavía, a mis 43 años, sigo cargando con ese estigma del “ser rapero”, pero eso es otra historia. El caso es que a Gerardo, tampoco los raperos de mi clase lo respetaban, incluso, recibían su rap con mayor virulencia que los otros. Que no era real, que era de pastel, decían, no sin total razón. A mí me daba igual.
Después, un sacó un segundo disco que fue un fracaso absoluto, y aunque a nuestro país llegaron los rescoldos de aquello en forma de videoclip en “Los 40”, ya no volví a oír hablar de Gerardo en lustros. Durante mucho tiempo después, hubo veces que le reconocí en su faceta como actor en películas en las que aparece como puedan ser “Colors” o “No puedes comprar mi amor”, las dos rodadas y estrenadas con anterioridad a su faceta como rapero.
Hasta que llegó Internet. Entonces, en 2006 aproximadamente, teniendo ya al bueno de Gerardo más que olvidado, me acordé de él, y me dio un día por buscarle en la red y descubrí varias cosas: Por un lado, se había convertido en un ejecutivo de la EMI latina en los USA —labor esta de la que vive realmente en la actualidad— y fue quién llevó a los Estados Unidos a Enrique Iglesias o quien fichó a Bubba Sparxxx. Tampoco había dejado de sacar discos desde 1990 y todos y cada uno de ellos, no era más que tristes intentos de repetir el éxito de su single “Rico, Suave”. Para más inri, acababa de sacar su nuevo disco “180º”.
Por cosas del destino, y charlando un día con mi amigo Jorgito sobre este individuo, instando a que recordara la época del “Rico, Suave” ya que a él le había dado por saco contándole lo mucho que me gustaba la música de este individuo en su momento, me dijo que había visto tirado de precio un nuevo CD de Gerardo en una tienda de discos muy popular de Madrid, “La Metralleta”. Y por hacer la gracia, fuimos allí, y me lo compré por unos escasos 5 Euros. El disco nunca se editó en España, pero por el motivo que fuese, allí lo tenían. Lo que pasa es que, cuando yo flipaba con Gerardo tenía 13 años y entonces iba a cumplir 30, por lo que en ningún momento pensé que me fuera a gustar un nuevo disco de Gerardo. Craso error… lo escuche, y lo escuché y lo escuché una y mil veces ¡¡me encantó!! Puede que ya entonces, la nostalgia facilitara el hecho de que disfrutara del escuchar al rapero casi 16 años después de la última vez, pero lo que me fascinó fue una cosa que sucedía en este disco: Mientras que el Gerardo que yo conocía, solo hacía canciones de follar y de vacile, amén de alguna excursión al mundo gangster en alguna canción (como por ejemplo “En mi barrio” que sonaba en el soundtrack de “Depredador 2”), lo que este reciente disco ofrecía era un Gerardo que, como reza el título del álbum, le había pegado una vuelta a su carrera de 180º. Ahora solo le cantaba a Dios y la canción que no era de carácter católico, lo era de carácter positivista, y el idioma del disco era eminentemente español cuando hasta ahora, Gerardo rapeaba mayoritariamente en Inglés, aunque a veces lo hacía en español o spanglish.
Resulta que Gerardo se había convertido al cristianismo y ahora compaginaba sus labores de gerifalte con la música y con su iglesia evangélica (o lo que sea) ya que, también era pastor. ¿Y esta conversión? Pensé que, siendo un muchacho de ventipocos años en los tiempos de “Mo’ Ritmo”, quizás al ir haciéndose adulto había ido profundizando en la fe cristiana y que era la evolución natural de este rapero ecuatoriano, pero ¡que va! Resulta que su disco anterior a este, el homónimo “Gerardo” de 2002, es más de lo mismo de siempre, folleteo, discoteca, e intentos de recuperar el éxito del archiconcido “Rico, Suave”. De hecho su single de aquél disco se titulaba “Sigo siendo Rico”. O sea que su epifanía había sucedido de un año para otro entre 2003 y 2004, no fue una evolución natural a través de los años.  Lo que realmente sucedió, es que Gerardo fracasó en los USA con su segundo disco “Dos” de 1992  y es vetado directamente por el machismo exagerado de muchas de sus canciones, por lo que pasó de ser el rey latino de las discotecas de Hollywood a ser un apestado en la industria musical norte americana. Se arruinó, y ya solo le seguían saliendo bolos en su país natal, Ecuador donde, al haber vivido Gerardo el sueño americano, está considerado poco menos que un Dios. Así que sus siguientes discos, “Así es” de 1994, “Derrumbe” de 1995 y el resto de los que les he estado hablado, fueron  concebidos exclusivamente para el mercado latino, y al de Ecuador en particular. Por eso, en mi reencuentro con el artista, este había abandonado el idioma inglés. Pero su éxito fue decayendo disco a disco, y gracias a dios que medró como ejecutivo en la industria. Por eso, cuando vio que su música calenturienta ya no interesaba a nadie, se sacó de la manga todo el rollo cristiano que plasmó en el disco de “180º” y este se convirtió en el siguiente disco suyo más vendido desde el primero; volvió a estar en boca, al menos, del público latino americano.
Con lo cual, y sabiendo todo esto, nos plantamos en el año 2017 y navegando por E-bay, veo que están todos los CDs de Gerardo a precios irrisorios de 80 ctm y cosas así. Y aunque provenían todos de recónditos países y podía pringar con los gastos de envío, Me los compré todos desembolsando un total de cinco CDs (el último ya lo tenía). Y recuerdo perfectamente cuando los escuché uno por uno, seguidos y del tirón: La semana antes de mi boda que decidí hacer zafarrancho en casa. Me puse a limpiar la casa con la música de Gerardo a toda pastilla. Escuchen bien lo que les voy a decir: Los discos de este farsante, este hortera, este oportunista, este pastelero, que además son malos como la peste, ME ENCANTAN. Además, me gustan de forma honesta, no en un sentido posmoderno o esnob en el que me pueda mofar de ellos, no, no, no. Me flipa la letra, la música y las rapeadas, me los se de memoria y hasta canto las canciones. Es mi mayor y más vergonzoso placer culpable y lo que más me inquieta, es que no comprendo por qué me gustará tanto esta basura.
Sirva esta introducción en la que les cuento mi relación con este rapero ecuatoriano, para reseñarles este documental, “Segundo Mandamiento”, que no es más que una excusa para hablarles de Gerardo y que, básicamente, resume un poco todo esto que les he contado y con el que, como fan del individuo que soy, disfruté como un enano por lo manipulado y sensacionalista que era. En “Segundo Mandamiento”, producido por la televisión ecuatoriana y teniendo algo que ver el propio Gerardo con su confección, se cuenta la historia del rapero desde su llegada a los Estados Unidos siendo un niño hasta la actualidad como pastor evangélico. Se nos cuenta su auge, caida y los problemas que tenía con cierta adicción al sexo de la que le costó salir y que casi destruye su matrimonio, a la vez que escuchamos declaraciones de amigos y conocidos, o al propio Gerardo, en las que todos nos cuentan lo caprichoso y mala persona que este era en sus buenos años, cómo se acostaba con todo lo que se menease costase lo que costase, o cómo en los tiempos en los que estaba arruinado simulaba, con un modo de vida que no podía permitirse, que todo iba bien. Digamos, que nos pintan una biografía en la que Gerardo es lo peor de lo peor, solo para luego vendernos que gracias su encuentro con Dios, ese ser abyecto y follador al que deberíamos odiar, ahora es un hombre bueno, justo y fiel. Pura morralla… pero morralla maravillosa.
Lo otro en que el documental hace especial hincapié es en demostrar que en los tiempos de “Rico, Suave” Gerardo era muy famoso y se codeaba con la creme de la creme de Hollywood (nadie lo puso en duda), así que le vemos posando en fotos junto a James Woods, Jay Leno…
Yo supongo que a ustedes, fieles lectores, todo esto que les cuento, les importa un bledo, pero por si alguno tiene curiosidad por este personaje, o por este documental sobre su vida, todo está en youtube. Yo creo que no hace falta odiarle, amarle o tan siquiera conocerle, para disfrutar de un documental sobre un rapero de mierda que está rodado a modo de publi-reportaje destinado a la prensa del corazón, es decir, harto de entretenido. A mí personalmente, Gerardo, me volvía y me sigue volviendo loco. Aunque sea una puta mierda… o quizás por eso.
Por cierto, hace un par de años también protagonizo un reality junto a su familia, al estilo de los que protagonizaba Ozzy Osbourne. No lo vio nadie y apenas duró una temporada.
Yo creo que el personaje, en resumidas cuentas, bien merece que echemos un vistazo a su discografía y filmografía. Qué también salía en muchas películas.
Por cierto, la foto con los CDs que ilustra la entrada, es la de los míos.