sábado, 29 de febrero de 2020

DRACULA IN VEGAS

Max es un vampiro que acude a las Vegas para estudiar en la universidad. Sus padres, chupasangres también, le mandan allí esperando que se ponga las botas mordiendo a las muchas chicas amorales que pululan por los casinos, pero resulta que Max se enamora de una y decide que quiere dejar la vida de criatura nocturna. Esto obliga a sus viejos a desplazarse hasta la ciudad del pecado para arreglar el entuerto y convencer al retoño de que se mantenga fiel a sus verdaderos y sobrenaturales instintos.
Viendo "Dracula in Vegas" sabía que me exponía a una experiencia dolorosa, pero hacía tiempo que tenía ganas de escribir en este blog sobre su peculiar director, Nick Millard. Al poder consumirla con subtítulos (en inglés, se me da mejor leído que escuchado), vi que era el momento adecuado, ya que esta clase de zetismos extremos cuestan más de digerir si no pillas del todo los diálogos. Y ese interés desbocado por hablar de Millard obedece únicamente a que se trata de unos de los cineastas "trash" más extraños que existen. Alguien que, por comparación, eleva a Andy Milligan al nivel de genio. 
Millard es uno de esos tipejos que pudieron meterse en el negocio del cine, rodando en celuloide y estrenando en salas, gracias a la enorme demanda de producto netamente exploitation que había en los años 60 y 70  (como James Bryan, por ejemplo). Una época en la que cualquier mindundi con un mínimo de dinero lograba ver su nombre en las marquesinas de la calle 42, embolsarse algo de guita e incluso pasar a la historia o, mejor, la infrahistoria del cine. Como es normal, llegados los 80, con el cambio de los tiempos, del mercado "indie" y la subida del precio del celuloide, muchos de ellos se vieron obligados a retirarse o.... pasarse al vídeo. Es decir, a hacer sus películas en formato magnetoscópico. Era algo nuevo que, poco a poco, encontraba su hueco en los estantes de los entonces poderosos video-clubs y valía la pena intentarlo. No sé si por desesperación, por ingenuidad o por verdadero amor al séptimo arte, Nick Millard fue uno de esos pringadillos. Alguien que comenzó en los 60 pariendo softcores, lo que entonces era el "porno legal", por así decirlo. A mediados de los 70 lo intenta con el cine convencional. Eso sí, de terror. Y rueda dos "clásicos" del zetismo, "Satan's Black Wedding" y, sobre todo, "Criminally Insane", sobre los desmanes de una enfermera obesa de tendencias psicópatas. Tras un par o tres de pelis más, en 1986 se lanza a producir largometrajes en formato vídeo. Y ya desde buen principio hace gala de una serie de incapacidades que si antes, con el celuloide, quedaban algo disimuladas, ahora cantan como una almeja. Nick Millard pasa de cineasta costroso profesional a videoasta costrosísimo totalmente amateur, grabando en su propia casa, usando a la familia como actores y viéndose incapaz de alcanzar un nivel mínimo de calidad técnica. Lo que mejor se le da, es poner la cámara en el trípode. De esta guisa graba un porrón de basurillas, siendo las más populares varias en las que retoma al personaje de la enfermera desquiciada con "Death Nurse" o "Death Nurse 2", aunque el caso más sorprendente es el de "Criminally Insane 2", secuela directa de su film de los 70 donde no tiene reparo alguno en reciclar un porrón de escenas de aquella para alargar metraje, mucho metraje. A esta siguen unas cuantas más, entre las que encontramos "Dracula in Vegas", facturada el año 1999.
Para entonces ya existían ciertas máquinas que te permitían editar bien tus vídeos, solapar diálogos... en fin, dar ritmo a las imágenes. Algo que, visto lo visto, Nick Millard desconocía, haciendo gala de unos defectos tan propios de novatillo como esas terribles charlas en las que cada discurso es un plano, con unos segundos de pausa por parte del "actor" antes de soltarlo y al terminarlo. Cuando el otro dialogante reacciona con una mueca, también se limitan a un plano suyo en silencio, donde lo único que notamos es que el sonido ambiente cambia por completo. Es decir, un modo de facer tan elemental y costroso que sorprende viniendo de alguien que llevaba casi cuatro décadas facturando películas (con catorce de esos años dedicados al cine de verdad). Supongo que podemos achacarlo a pura pereza o mero desinterés. El resto está a la altura: intérpretes que parecen robots y/o miran a cámara, iluminación "natural" (incluyo aquí las bombillas de la estancia donde grabaran), efectos de tienda de disfraces (esos dientes vampíricos que todos tuvimos de chavales)... un montón de características que por lo general me MOLAN MUCHO, pero cuando son aplicadas con gracia, conocimiento de causa o actitud... pero cuando todo lo que las rodea es incapacidad, pues el resultado se antoja perturbador.
"Dracula in Vegas" se supone una comedia de terror, aunque gracia lo que se dice gracia, hacen un par de gags. Sobre todo ver a la madre del chupasangre protagonista soltar tacos e improperios todo el rato, acusando a su novia de ser una puta y tener sida. En general el tono mortecino, sin alma, sin color y sin vida contribuye a que el visionado sea una experiencia casi hipnótica, rara de cojones. No falta la escena increíble -increíble por la jeta que demuestra Millard- en la que el vampiro acude al rodaje de una peli "artística" limitada a un encorbatado señor, que se supone director, hablando a gritos y señalando a la cámara y los actores que están fuera de cuadro y que, evidentemente, son material sacado de otra fuente. En concreto la escena que supuestamente se filma pertenece a uno de los softocres que Millard rodara en sus buenos tiempos, con el consiguiente contraste del look de la imagen. La bomba. Más allá de eso, es algo que no aporta nada de nada a la trama. Como el 90% de lo que vamos viendo, una sucesión de momentos sin un verdadero desarrollo, repletos de absurdeces e incongruencias.
Todo junto y remezclado alcanza la horita de duración. Una que parecen cuarenta. Aún así, reconozco que me ha hecho gracia la jodía. Es tan incapaz, tan infame y tan amateur en el peor de los sentidos que, en fin, hasta gasta cierto velado encanto. 
Supongo que no tengo remedio.

viernes, 28 de febrero de 2020

BEATS, RHYMES AND LIFE: THE TRAVELS OF A TRIBE CALLED QUEST

Michael Rappaport, actor estandarte del cine indie de los 90 al cual habéis visto en películas como “¡Hasta las narices!”, “Semillas de rencor” o “Copland”, hace su debut como director cinematográfico con este documental laureado en Sundance y con críticas unánimemente favorables, en el que se repasa la carrera de A Tribe Called Quest, uno de los grupos más influyentes de la golden era del Hip-Hop. Los Tribe, fueron muy populares en los 90 por ofrecer una propuesta muy distinta a lo que se estilaba en el rap de entonces, vinieron con unos ritmos mucho más elaborados que los de la media, con samplers de jazz y el soul más oscuro, y ejecutaban unos rapeos elegantes y tranquilos en los que hablaban del amor y el buen rollo, amén de tener conciencia afrocentrista y ser caballerosos con las mujeres en tiempos en el que el rap destilaba machismo y misoginia, ganándose un lugar muy elevado en el olimpo del Hip-Hop. Entonces comenzamos el visionado un tanto impávidos ante lo que parece un documental de cabezas parlantes con entrevistas a los Tribe, en el que se habla de sus comienzos, sus orígenes, su éxito y el espectador piensa que está viendo un documental más sin nada que aportar y un vehículo de lucimiento para los artistas que retrata. Sin embargo, al llegar a su cuarto disco en 1996, el documental pega un giro y se centra, ya casi en exclusiva hasta que finaliza, en la turbulenta relación existente en los dos rappers principales de la formación, Q-Tip y Phife Dowg. Para esas fechas, ellos ya eran súper estrellas que alternaban con la creme de la creme de la cultura neoyorkina y llenaban estadios. Esto resintió la relación entre ellos porque Q-Tip se había convertido en un megalómano egocéntrico y controlador que relegaba a un seguidísimo plano a su partenaire que, afectado por una diabetes severa, y, preocupado por su salud, no toleraba los ninguneos constantes a los que Q-Tip le sometía a través de sus ataques de megalomanía. Cuando la enfermedad de Dawg le impedía llevar un ritmo alto en las giras, Tip, en lugar de comprender la situación se lo echaba en cara dejándole en evidencia delante del público. Lógicamente, la banda se disolvió dejando a deber un álbum de su contrato inicial de seis discos en 1989.
Si su último álbum databa de 1998, para 2011 año en el que se realiza este documental, los Tribe eran lo suficientemente relevantes como para ser contratados para importantes giras que, cuando andaban cortos de pasta, aceptaban para tirar adelante. Fue peor el remedio que la enfermedad, porque en esas reuniones los ataques de ego de Tip fueron constantes y los cabreos y crisis diabéticas de Dawg fueron en aumento, por lo que ofrecían conciertos de mierda en los que el público era partícipe de sus diferencias. Y en una de estas últimas giras, la cámara de Rappaport registras estas crisis, estas rabietas y los arrebatos megalomaníacos de Q-Tip. Nunca llegaron a reconciliarse.
Con todo, la enfermedad de Phife Dawg fue en aumento y todo se quedó en stand by.
Para cuando se estrenó este documental, A Tribe Called Quest llevaba desde el 98 sin sacar un disco y debiéndole a la discográfica una nueva referencia para concluir su contrato. Lo que pasó a continuación, que no está en el documental, es lo siguiente.
Aún llevándose los dos raperos como el rosario de la Aurora,  les llamaron en 2013 para hacer una aparición en el programa de Jimmy Fallon. Por lo visto durante esa actuación surgió la química y, entre bastidores, Tip y Dawg limaron asperezas. Parece que Tip estaba más tranquilo y con el ego menos subido, consecuencia seguramente de la edad, pero Dawg estaba con un riñón trasplantado y con muy poquitas fuerzas, asistiendo a diálisis cuatro días por semana. Sin embargo, decidieron grabar en secreto un nuevo álbum en el estudio casero de Q-Tip (estudio este  que se había elaborado con artículos de colección, poseyendo Tip en el mismo preamplificadores que pertenecieron a The Ramones o una grabadora que había sido de Frank Zappa, entre otros artilugios) y reunir de nuevo a la banda. Pero, Phife Dawg estaba para entonces muy enfermo y falleció a causa de complicaciones con la diabetes con el disco a medio terminar. Quizás lo más normal sería que ahí se hubiera quedado la cosa, que Q-Tip hubiera llorado la muerte de su compañero y seguir con su carrera en solitario, sin embargo, si Phife Dawg murió en Marzo de 2016, en Noviembre aparecía en el mercado el último disco de la formación, “We go it from here… thanks 4 your service” que completaba el sexto disco que tenían por contrato y que se explotó como disco póstumo. Obviamente, muchos acusaron a Tip de explotar la muerte de su compañero y sacar tajada de la misma, cosa que este desmiente totalmente ya que afirma que era un disco grabado para volver a la palestra. Como fuere, y en tiempos en los que, no ya el rap, si no la música en general se mueve a través de redes sociales, el último disco de los Tribe alcanzó el disco de oro por la venta de más de 500.000 unidades físicas. Habían pasado 18 años desde el lanzamiento de su anterior disco y los fans recibieron este con los brazos abiertos, siendo considerado por la crítica especializada uno de los mejores discos de la década de los años 10 del nuevo milenio. Volvieron por la puerta grande, solo que ya no estaba uno de sus miembros más destacados. Por otro lado, Q-Tip afirma que tienen material descartado de ese disco y material inédito como para sacar dos o tres discos más, pero que, este, sería el último disco de A Tribe Called Quest y que el material inédito y descartado, descansaría en las bobinas analógicas. Cuatro años después, eso se ha mantenido.
En lo que concierne al documental que cuenta parte de esta tortuosa historia de amistad y enemistad, como digo, que comience como un documental al uso digno de cualquier canal temático para luego desembocar en las trifulcas de estos dos, convierte a “Beats, Rhymes and Live, the travels od A Tribe Called Quest”, en una película rara, misteriosa y desperada  de mucho interés para los fans que no sabían de la misa la mitad y en la que podemos ver momentos verdaderamente tensos y donde podemos escuchar declaraciones muy desagradables por parte de ambos miembros. No se podían ni ver. Lo cierto es que está muy bien, es un docu muy valiente —Phife Dowg todavía vivía cuando se rodó— y un documento absolutamente imprescindible para comprender muchos de los problemas que se viven dentro de un grupo musical que vendía el amor y la felicidad a su público, cuando ellos eran víctimas del absoluto odio y la envidia más vil.
Michael Rappaport, siempre metido en proyectos interesantes tanto delante como detrás de la cámara, como neoyorquino de pro, se declara fan de toda la golden era del Hip-Hop de los 90 (y en particular de los Tribe), supo de donde escarbar haciendo este documental sobre sus ídolos y aprovechó para irse con ellos en la gira de 2008 y sacar las tomas más sorprendentes de esta película. Un tipo listo.
Ahora, si no son ustedes seguidores del Hip-Hop… igual este no es su documental.

miércoles, 26 de febrero de 2020

LOS FOTOCROMOS DE "LOS LUCHADORES DE SHAOLIN"

Soy un ignorante en lo que respecta al cine de artes marciales, pero según he podido informarme, estamos ante la primera película de Jet Li (o Jet Lee,si hacemos caso a los fotocromos), fechada en 1982 y también conocida como "El templo de Shaolin".
No he tenido oportunidad de verla, pero a falta de nada mejor que decir (y a la incapacidad por mi parte de no decir nada), destacar algunas de las curiosas frases promocionales: "¡¡Peleas continuas!!" "¡¡Emociones espectaculares!!" y, mi favorita, "¡¡Aventuras sin!!".... ¡¿sin qué?!.
Si hay algún fan de Jet Li en la sala y quiere aportar info, que no se corte y nos escriba. De momento, esto que sigue es lo que tenemos y lo que hay...









lunes, 24 de febrero de 2020

BLACK IS BEAUTIFUL, AFRICANUS SEXUALIS

Matt Cimber, el hombre al frente de una de  las cuchufletas al servicio de Pia Zadora (“Butterfly”) y el último marido de Jayne Mansfield con la que también trabajó, es responsable de algunos títulos de cine de terror tirando a zetosillos así como de un buen montón de blaxploitations, sin olvidar sus escarceos en algo parecido al mainstream. Sin embargo, es más recordado por rodar descarados y sensacionalistas sexploits setenteros que por otra cosa. Pero esta película es engañosa incluso en los créditos. Cimber, que ya había dirigido películas de explotación con contenido sexual, firma este film, pero, y ahí está la gracia, no lo dirige él sino su socio —y productor— Marvin Miller. Cimber no rodó ni un solo plano. ¿Motivo por el que se le acredita en lugar de a Miller? Váyanse ustedes a saber.
“Black is beautiful, Africanus sexualis” no es más que una película porno camuflada de película educativa, al más puro estilo años sesenta, que además explota la figura de los negros. Porque, aunque se nos vende un documental sobre las distintas costumbres sexuales de diferentes tribus africanas, lo que en realidad vemos es una película porno con negros echando sus casquetes. Pero,el engaño absoluto era la única forma de rodar a gente follando y ganar dinero con ello, porque antes de la legalización del porno la industria del cine para adultos se sustentaba de este tipo de documentales “educativos” siendo los de proveniencia escandinava los más populares entre los pajilleros. Es decir, en los sesenta, si querías rodar porno tenías que hacer un documental sobre el apareamiento entre las especies, o explicar cómo se hacen los niños para que eso fuera calificado y finalmente exhibido. Cuando el porno duro se legalizó, se acabó el documental educativo, motivo por el cual, a posteriori, este cobra cierto interés con respecto al porno convencional. Por otro lado, también  era común comprar películas porno de diversos países donde la pornografía sí era legal y añadirle insertos que hicieran ver que en realidad se trataba de un documental educativo, y en cierto modo, “Black is Beautiful, Africanus sexualis”, tiene pinta de ser algo así.
Entonces, tenemos durante los créditos un discurso que, en su afán por no parecer racista lo que consigue es todo lo contrario, un discurso exageradamente racista ya que se está hablando de los negros como si de ganado se tratase, desacreditando al hombre negro y tildándonle de bestia sexual o  de ser un peligro para la mujer blanca. Después aparece un afro americano, supuestamente un doctor, que comienza a explicar lo distinta que es la sexualidad en el áfrica negra y, a continuación, da paso a una pareja de negros africanos en pleno frenesí sexual mientras una voz en off explica, como si el público fuera idiota, lo que la pareja de negratas está haciendo. Luego, para justificar todas estas escenas, vemos a una tribu, haciendo cosas de tribu, entre escena de folleteo y escena de folleteo. Y como lo que importa es solamente el sexo, las escenas de tribu se las han currado lo mínimo, por lo que se apañan con un decorado de cartón piedra y pintando a los negros con pinturas de guerra como si fueran  indios. Y ya está. Así  transcurre la escasa hora que dura la película, sin que dejemos de escuchar la narración del supuesto doctor que aparece al principio de la película, mientras negros de pelo crespo (y con peinados Afro muy a la moda de entonces) se echan unas folladas.
Nada nuevo en el horizonte, películas como estas las hay a patadas y su único valor es meramente antropológico. Pero no está mal de vez en cuando echarle un ojo a alguna y ver que se cuece. Visto lo visto y, al margen de su divertido y musical título, “Black is Beautiful, Africanus sexualis”, no es de las cosas más infames y soporíferas que haya visto. Las hay mucho peores. Y con un poco de esfuerzo, puede servir para paja.
Para finalizar tan solo decir que con los años, formaría parte del exótico catálogo de Something Weird Vídeo.

sábado, 22 de febrero de 2020

CREEPSHOW TV (4ª PARTE / CAPÍTULOS 5 Y 6, FINAL)

"Night of the paw" / "Times is Tough in Musky Holler": Narrativamente hablando, la primera de estas dos historias  no brilla por su originalidad, ya que echa mano de un cuento más que explotado y trillado, el de la garra de mono repartidora de deseos que no deberías pedir. Sin embargo, si destaca por algo es porque dispone de una secuencia situada en un cementerio que es, por cómo está rodada, iluminada y etceteada, la más parecida a "Creepshow" de toda la serie. Casi, casi logra mimetizarse de manera exacta. Claro que en cuanto termina, volvemos a la sosería habitual. Una pena, pero oye, ¡menos da una piedra!.
Le sigue otra que está entre el grupo de las chorras, con una idea de base interesante pero no especialmente bien desarrollada. Tras una invasión zombie, los capitostes más hijoputas de un pueblo crean un especie de "circo Romano" en el que los condenados a muerte -que ellos mismos eligen movidos por intereses- son entregados a los muertos en vida para que los devoren ante una audiencia entusiasta. Es la que más paga la falta de medios. Las escenas en el mentado "circo" se ven pobretonas y algo cutres.

"Skincrawlers" / "By the Silver Water of Lake Champlain": En la Introducción de este repaso, hablaba de humor chorril y tontaina, lejos muy lejos de esa coña perfectamente y milimétricamente aplicada en el clásico de Romero. Bien, el ejemplo perfecto de ello es "Skincrawlers", una historia sobre unas sanguijuelas que son utilizadas para ayudar a adelgazar de forma milagrosa y que, coincidiendo con la luna llena, se vuelven mortales. Las maneras de este capítulo son casi de comedia, una muy estúpida, tal vez porque sus autores no se atreven a tomarse en serio semejante trama. O no tienen el talento necesario para hacerlo, por mucho gore que le pongan. Pero sí, al terminar, la sensación que deja es que has viso algo totalmente prescindible.

Y terminamos con un patapam tremendo, especialmente porque el director de esto es Tom Savini, persona que no necesita presentación y formaba parte del triunvirato de talentos que dieron vida al "Creepshow" original. Esta historia sobre un monstruo marino y un padre abusivo (de nuevo la trama del bicho usado para "hacer justicia") destaca por un único aspecto: lo lacrimógena, ñoña y melodramática que es. El terror casi ni asoma. Presupongo que Savini está ya hasta los cojones del género y quería aprovechar la ocasión pa sacarse de la manga algo distinto. Me parece muy bien, ¡¡pero no lo hagas en una serie llamada "Creepshow", mamonazo!!.

Veremos qué tal la temporada 2 pero, a tenor de lo deglutido, es mejor no ilusionarse demasiado.

viernes, 21 de febrero de 2020

LOS CHICOS

El gran Marco Ferreri, cuyo estilo se iría dispersando con el paso de los años hasta pergeñar locuras maravillosas (como “La gran comilona” sin ir más lejos), consiguió hacer cine, precisamente en nuestro país, a finales de los 50, cuando en calidad de comercial, se dedicaba a vender, en la industria cinematográfica española, el llamado “Telescope”, poco más que una lente que imitaba casi a la perfección el popular “Cinemascope”. Así conoció a Rafael Azcona, con quien colaboraría en la gestación de dos obras maestras incontestables del cine español como son “El Pisito” o “El cochecito” que permanecen en el imaginario popular del cinéfilo rancio de manera perenne. Sin embargo, entre una y otra, Ferreri tuvo tiempo de rodar una película que en su momento ni tan siquiera llegó a estrenarse —como iba a ir a un festival de cine religioso y de valores, tuvo un preestreno en los cines Alexandra de Barcelona, pero más allá de eso, jamás tuvo vida comercial— y que, precedida de unas críticas arrolladoras que decían que era una película espantosa —en ese mismo festival se las tuvo que ver con “Los 400 golpes” de Truffaut o con “El séptimo sello” de Irgman Bergman—, pronto quedó relegada al olvido, no ya del público o los entendidos, sino del propio Ferreri que al ver el fracaso en el que se sumía su película, tras ese primer y único pase en Barcelona, nunca más quiso verla o volver a saber de ella. Se trata de esta “Los Chicos”.
Ahora, con el Blu-Ray en ciernes, y compañías que se dedican a restaurar y lanzar esta suerte de anti clásicos, se ha podido recuperar una película a la que, años después, se la pone en un pedestal (como pasaba con la estupenda “El mundo sigue” de Fernán- Gómez) y se le devuelve el puesto que merecía.
Sin embargo, el ver todas estas películas de manera retrospectiva, le da a uno la perspectiva suficiente para darse cuenta de dos cosas; una, que Ferreri tenía trazas de gran cineasta  y que con “Los Chicos” estaba trayendo al cine español un híbrido entre neorrealismo y novelle vage que le situaban muy por encima de sus directores coetáneos. Otra, que “Los Chicos” es una película cojonuda que no tiene nada que envidiar a cualquiera de las intocables de la época y que el motivo de su fracaso no tiene razón de ser; es una película olvidada de la misma forma que podía ser una obra maestra incuestionable del cine español, sólo que los designios del destino son caprichosos y a esta le tocó existir en mal momento junto a otros títulos que la desbancaron sin ningún motivo; “Los Chicos” es mejor, de largo, que muchísimas otras. Que no se la reivindicase como tal en su momento, fue solo cuestión de suerte.
Sugestivamente, lo que más me gusta de la película es que carece de argumento. Tenemos a un grupo de adolescentes de la posguerra que entre el trabajo y los estudios buscan formas de matar el tiempo, ya sea yendo al cine, a la verbena, donde ligarán con chicas, o sentados sobre las montañas de periódicos del kiosco en el que trabaja uno de ellos, matando el tiempo. Y poco más. Una sucesión de secuencias al estilo de las vanguardias de la época, fotografiadas en espléndido blanco y negro —también de la época — en las que no sucede nada, no tiene que suceder nada, y si lo hiciera, la película ya no sería tan excepcional como lo es. Todo un ejemplo de anti academicismo cinematográfico.
Gran parte de la frescura de esta película la traen sus cuatro interpretes protagonistas, cuatro desconocidos que no volvieron a hacer más cine, o como mucho, harían dos o tres películas más, pero que nunca llegaron ni a brillar como estrellas, o a ganarse la vida con la interpretación tan siquiera.
En la tradición de los grandes del cine italiano de la época, pero hecho aquí, es maravilloso ver la Gran Vía madrileña filmada por Ferreri, con sus cines, las películas de la época y todo con un tono deprimente y agridulce, que aleja a esta película del glamour impostado de las producciones comerciales de aquellos años, de los Lazaga o los Masó de turno, o los López-Vázquez  y Closas típicos de los años 50 y 60.
Muy recomendable.

miércoles, 19 de febrero de 2020

AL FILO DEL HACHA, EDICIÓN EN BLU-RAY POR "ARROW VIDEO"

No deja de sorprender ver cómo en el extranjero se rinde pleitesía a producciones nacionales que, aquí, se consideran poco menos que escoria. Les dedican ediciones lujosas, generosas en extras e incluso sorprendentes lavados de cara digitales. Eso en España sería algo totalmente impensable. Los fans y devotos aquí se tienen que conformar con cutre-ediciones piratas en dvd y santas pascuas. Y si todo ello ya es chocante cuando hablamos del cine añejo de Paul Naschy, Jesús Franco o Amando de Ossorio, más se incrementa el efecto sorpresa al tratarse de una película con fecha ochentera y, aún "peor", situada en la segunda mitad de la dorada década, aquella durante la cual el cine fantástico de producción patria era casi inexistente, terreno prácticamente marginal y que nadie quería tocar ni con un palo de diez metros. Un periodo que añoro mucho, sobre todo si lo comparamos a la época actual, saturada de pelis de terror absolutamente aborrecibles, y que van desde la mierdecilla parida con el móvil por un grupo de ilusos aficionados (y que "Dark" programa sin complejos) a una cosa super mainstream de, por decir alguien, Atresmedia. ¡Agh!. En aquel oscuro lapso destacaron, dejando a un lado a Bigas Luna y su "Angustia" de ciertas pretensiones artys, dos pares de packs. El que ofrecieron José Antonio Escrivá/Juan Piquer con "Slugs, muerte viscosa" y "La Grieta" (aunque sea del 90), y el de José Frade/José Ramón Larraz con "Descanse en piezas" y "Al filo del hacha", la homenajeada.
Uno de los audio comentarios que acompañan al film lo firma "The Hysteria Continues", podcast supuestamente especializado en cine slasher (y giallo), que entre unas cuantas cagadillas casi osan afirmar que "Al filo del hacha" nunca se estrenó en cines. Sacro error, y lo digo porque lo sé, ya que fui a verla a los "Waldorf" de Barcelona. Recuerdo perfectamente que ya entonces pensé aquello de: "Como siempre España se apunta tarde a todo, ¡¿un slasher en 1988, cuando el subgénero ha dejado de dar dividendos?". Pues si, amiguitos, pero así es esta tierra de lerdos. En cualquier caso, y para no perder mucho el tiempo, les diré que la peli gira en torno a un misterioso asesino que se va cargando a los habitantes de un pequeño pueblo de la américa profunda y de cómo unos jovenzuelos intentan esclarecer su identidad con ayuda de un ordenador. Esto último se suponía lo más de lo más, un aliciente moderno y anzuelo para la chavalada, ya que es gracias a la máquina que descubrimos quien es el tipo del hacha. No vamos a engañarles ahora, queridos, "Al filo del hacha" es un coñazo de mucho cuidado. Uno de los slashers más aburridos que me he zampado a lo largo de mi vida, donde entre crimen y crimen -más o menos resultón- sufrimos eternas escenas de diálogos para besugos que no aportan nada. No obstante, dejando de lado su inevitable valor antropológico, sí que merecen la pena ser aplaudidos el chanante look del asesino y, por supuesto, el acojonante poster. Fabuloso, moderno y muy atractivo (en perfecta consonancia con el de "Descanse en piezas", también muy guapo).
Pero aquí y ahora la verdad es que mi opinión con respecto a la peli importa un carajo, ya que de lo que se trata es de examinar el blu-ray editado por los aplicados chicos de "Arrow Video", cuyo generoso catálogo viene repleto de títulos de cabecera, todos ellos bendecidos por ediciones confeccionadas con el mejor de los gustos. Además de la escalofriante mejoría de calidad de imagen del negativo gracias a las bondades del 2K (¡¡¿para "Al filo del hacha"?!! Increíble), lo que encontramos en sus adentros son entrevistas de lo más entrañables con sus dos protagonistas masculinos, Barton Faulks (quien, curiosamente, dispone de únicamente otro título más -terminado- en su filmografía y es, nada menos, que "Future Kill") y Page Mosely, y una tercera con el especialista en efectos y maquillajes Colin Arthur. Luego un par de audio comentarios, el citado arriba y otro, más ameno, con Barton Faulks. Para terminar, una galería de imágenes generosa en la que encontraremos carátulas de ediciones en VHS de distintos países y los fotocromos españoles de la película. Es ahí donde entramos nosotros, puesto que, como saben, hace ya un tiempo que los tenemos subidos a este sacrosanto blog. Los chicos de "Arrow Video" llegaron hasta nuestros lares, los vieron y nos mandaron un amable e-mail pidiéndonos si se los cedíamos a mayor calidad, cosa que hicimos encantados. No solo pueden gozarlos en los extras del disco, también van incluidos en el generoso y bello libreto interior, que incorpora un concienzudo e interesantísimo texto de Amanda Reyes sobre las co-producciones entre USA y España y el slasher nacional. Si llegan hasta los "Special Thanks", ahí nos verán, luciendo orgullosos en una generosa cita por parte de la distribuidora.
Tanto placer podría llevarnos a equívoco y comenzar a soltar a los cuatro vientos que "Al filo del hacha" es cojonuda y bla, bla. Pero no somos tan hipócritas. La peli de José Ramón Larraz es la costrilla que es y no mejora ni con las bendiciones de la restauración, pero el blu-ray merece ser visto y tenido por su hermosa presentación, su generoso contenido y su indudable calidad. Al fin y al cabo es un trozo de historia del cine español, uno raro, misterioso y desperado, cosa que justifica también la posesión de esta joyita (y que viene acompañada, obvio es, por la versión en castellano de la interfecta).
¡Thank you Ewan/Arrow Video!

lunes, 17 de febrero de 2020

STRETCH & BOBBITO, RADIO THAT CHANGED LIVES

A principios de los noventa, en la ciudad de Nueva York, con la explosión del rap como música genuinamente perteneciente al Hip-Hop, las emisoras de radio subterráneas eran prácticamente la única manera en la que los artistas podían darse algo de promoción. El rap todavía era una música muy nueva, muy de nicho, y aunque existían artistas de marcado sabor comercial, era muy difícil escuchar en una emisora interestatal algo de lo que se cocía en los barrios. Eso no sucedió hasta bien entrada la década de 2000 que el rap se convirtió en una música de ventas millonarias.
Por eso las emisoras piratas y sobre todo las universitarias se convirtieron en los estandartes del rap neoyorkino hasta tal punto que, si las demos de los artistas no sonaban en estos programa, muy difícilmente lograrían un contrato musical.
Y aquí es donde entran en  el juego Bobbito García y Stretch Armstrong, dos amantes del Hip-Hop, locutor y D.J. respectivamente que un buen día decidieron realizar un programa sobre rap en una emisora universitaria. Pinchaban una selección de los sonidos que inundaban Nueva York hasta convertirse en un programa puntero. Pronto comenzaron a invitar a artistas locales para que asistieran al programa, bien a promocionarse, bien a hacer un freestyle en directo, llegando las cotas de calidad hasta un límite, que si un rapero no aparecía en el programa de Bobbito y Strecht, es porque no merecía la pena.
Por otro lado, el aliciente del show consistía en que, al no ser una radio nacional, podían decir tacos y chistes políticamente incorrectos, convirtiéndose el programa en un oasis de rap y risas, muchas veces transgrediendo los límites de lo permisivo.
Asimismo, Bobbito era portoriqueño y Stretch blanco, lo que hacía que todo tuviera un toque exótico y aperturista en un ambiente dominantemente negro. Se ganaron el respeto de la comunidad Hip-Hop.
Muchos de los artistas míticos del género, aparecieron en su programa y gracias a eso consiguieron contratos con discográficas, mientras que Bobbito y Stretch se quedaron allí, trabajando por amor al arte mientras sus invitados se convertían en millonarios.
La popularidad del show traspasó barreras, por lo que fueron contratados para hacer lo mismo por una de las emisoras punteras de la ciudad de Nueva York. Ganaron dinero, pusieron muchos artistas en el candelero… pero también perdieron frescura, se acabaron los chistes de pollas y el programa se resintió, hasta tal punto que acabó  desapareciendo a finales de los 90. Sin embargo, se convirtieron en una pieza clave para entender el rap de los 90 y en un programa de radio mítico, cuyas cintas a día de hoy son piezas de lo más cotizadas por los coleccionistas. Rappers de la talla de Notorious B.I.G, Mobb Deep, O.C, o Nas, soltaron sus primeras rimas, muchas de ellas inéditas, al amparo de los micros de Bobbito y Stretch.
Entonces, el documental “Stretch & Bobbito: Radio That Changed Lives” no deja de ser un documental de autobombo, un auto homenaje que se brindan los artífices del mentado programa  —de hecho, Bobbito García es el director del mismo— en el que a base de entrevistas a las súper estrellas que pasaron por el programa y mucho material de archivo, se hacen una chupada de polla fuera de todo precedente al tiempo que nos narran la historia del programa contando anécdotas y mostrándonos estractos en vídeo del mismo.
Un documental que no puede dejar de visionar cualquier amante del Hip-Hop, cualquier amante de la radio o cualquier amante de la música en general. Eso sí, si no sabes nada de rap, o de radio libre, lo más probable es que todo lo que se cuenta en este documental, te suene a chino.
Por otro lado, y como anécdota personal, diré que en los 90, cuando uno compraba un CD de rap, era de recibo obtener información a través de las dedicatorias que incluían los artistas de estos discos. Dedicaban sus trabajos a familias y a otros grupos afines y así, los españolitos de a pie raperos en la era pre internet, descubríamos muchos grupos a los que escuchar. Bien, en casi todos los discos de la época, todo el mundo dedicaba sus álbumes a unos tales Bobbito & Stretch. No eran raperos, no tenían discos editados, ergo, ¿Quiénes eran esos dos tipos tan respetados? A los españolitos siempre nos quedó esa duda. Sirva pues, este documental, para descubrir quiénes eran esos tipos que aparecían en las dedicatorias de casi todos los discos y comprender así el meollo y cuál es su papel en el mundo del Hip-Hop.
Muy recomendable para completistas.

sábado, 15 de febrero de 2020

CREEPSHOW TV (3ª PARTE / CAPÍTULOS 3 y 4)

"All Hallows Eve" / "The Man in the suitcase": "All Hallowes Eve" viene guionizada por el mítico Bruce Jones, y aún así estamos ante una historia de venganzas situada en plena noche de Halloween tirando a sosica. Cierto que cuando descubres de qué va el movidón se te cambia un poco la cara. Vamos, que no está mal. Pero para entonces ya queda poco que ver. 
La que sigue ha resultado ser una de 
las mejores de la serie. Puede que la mejor. Un chico descubre en el interior de una maleta a un hombre vivo con las extremidades retorcidas. Este le pide que le saque de ahí y cuando el chico lo intenta, el individuo grita y escupe monedas de oro, cosa que hace cada vez que siente dolor. ¿Qué harías tu? ¿Sacarlo de su encierro o torturarlo para que no deje de vomitar riquezas? Naturalmente el chaval y sus amigos optan por esto último, cosa que tendrá consecuencias. Desafortunadamente, el final no está a la altura. El director, David Bruckner (especializado en pelis de terror por capítulos, como "V/H/S" o "Southbound", y responsable de un film que en su día tuvo mucho bombo pero que no era para tanto, "El ritual"), decide ponerle fin echando mano de una resolución muy "de peli de terror" facilona y más bien cutre. Y es una pena. Sigue siendo poco "Creepshowiana", pero al menos está entretenida.

"The Companion" / "Lydia Layne's better half": Si en "The man in the suitacase" David Bruckner parió el capítulo más interesante de la serie, aquí es el caso contrario. "The Companion" va sobre un espantapájaros que cobra vida y quiere cargarse a un chaval, quien logrará hacerse con el control para usarlo como arma vengadora contra su abusivo hermano (características estas que retrotraen levemente a dos historias del "Creepshow" original: el niño haciendo vudú contra su autoritario padre y el marido mal tratado que utiliza un monstruo para acabar con su odiosa esposa). Olvidable.

Aunque no tanto como la siguiente. Un especie de thriller claustrofóbico en el que una tipa mata accidentalmente a su amante/empleada y termina encerrada con el cadáver en un ascensor que se detiene durante un breve terremoto. Aburrida y rutinaria. Lo más interesante es que la dirige John Harrison, asistente de Romero en "Creepshow" y, sobre todo, compositor de la maravillosa banda sonora de aquella.

viernes, 14 de febrero de 2020

SEX IN THE COMICS

Durante los años de la Guerra Mundial, los jóvenes apenas tenían acceso a la pornografía. El cine X era consumido sólo por las élites y  todavía no existían las revistas pornográficas. ¿Cómo aliviaban tensiones entonces? Fácil. Existían unos pequeños tebeítos de ocho páginas conocidos como “Tijuana Blues”, tiras cortas en clave de humor que mostraban, como no podía ser de otra manera, actos sexuales que desafiaban toda lógica natural. Esbeltas mujeres eran penetradas por personajes de cómic grotescos que atravesaban sus anatomías con imposibles y monstruosas pollas.
“Sex in the comics” sería entonces, una extraña y cutre adaptación al cine de los contenidos de estos pequeños tebeos pornográficos.
Un popular dibujante de cómics es entrevistado por una periodista. Durante la misma, este le recomienda que se lea algunos de esos cómics de 8 páginas, así que la acción  se vuelve ficción y a partir de aquí, se nos mostrarán montones de historietas en las que contemplaremos actos sexuales de lo más variopintos entre personajes de tira cómica y bellas y despampanantes señoritas. Con lo cual lo que la pantalla nos muestra son episodios de dos a tres minutos en los que, en un decorado construído a mano —papeles pintados de chillones colorines— se caracteriza a los actores, a base de algo parecido al papel mache, como si fueran personajes de Cartoon. Todo muy extraño y bizarro, con caretas absolutamente estúpidas y pollas reales que en algunos capítulos, con el fin de darle un toque de cómic al asunto, son sustituidas por pollas de goma con las que los actores se follan a las actrices.
Por lo visto, a pesar de que su estreno fue un acontecimiento en Nueva York en 1972 ya que, prácticamente, se inauguraban los locales pornográficos para exhibir esta película, el resultado de la misma es un despropósito. Así que todo el elenco, dónde hay algunos conocidos actores porno, aparecen acreditados bajo pseudónimo. Por otro lado, la película es tan ridícula, que a duras penas el pajillero podrá hacerse una paja, por lo que el cometido de esta cinta, como película X que es, queda truncado por culpa de las pollas de goma y las horrorosas prótesis faciales.
También, se rumorea que uno de los tipos que aparece con una de esas caretas, podría ser Duke Mitchell, el famoso clon de Dean Martin que tuvo sus quince minutos de fama al lado de Sammy Petrillo (protagonizaron “Bela Lugosi contra el gorila”) ya en horas bajas y aceptando incluso follar delante de la cámara a cambio de unos dólares.
La verdad es que entiendo que en su momento la película fuera considerada una mierda. Lo cierto es que lo es, pero vista en retrospectiva, la verdad que de lo poco graciosa que es no deja de tener cierta gracia, y el paso de los años le otorga el encanto de lo kitch, siendo a día de hoy una marcianada bastante simpática. Además, como sus capítulos apenas duran un par de minutos (y hay muchos), la cosa pasa volando y, por lo menos, para saciar la curiosidad, la cosa sirve. Ahora ¿para masturbarse? Me temo que en ese sentido esta película es el anti erotismo. Da pena ver follar a esta gente.
Dirige el experimento Antony Spinelli, autor de algunos clásicos (vintage, que dirían los modernos) del porno convencional como pueda ser “Sex World (El mundo del sexo)”, que con una dilatada carrera dentro de la industria del cine para adultos, firmaría esta película bajo el pseudonimo de Eric Von Letch.
Es lo suficientemente curiosa como para verla (siempre con el móvil en la mano) e incluso, una vez vista, guardarla por si hace gracia pasados los años volver a revisar esta bizarrada.

miércoles, 12 de febrero de 2020

IN SEARCH OF DARKNESS

El cine de terror de los años ochenta. Suspirito. Sí, todos estamos ya un poco cansados de la cantinela. Y de que sea la excusa perfecta para que luego cualquier mamón con una cámara (o vídeo cámara, aunque hoy día la diferencia sea casi inexistente) haga una basurilla que no tenga absolutamente nada que ver con lo que se producía en aquella época dorada, pero luego lo venda como "homenaje", "tributo", "recreación" o cualquier recurrente chuminada. Sin embargo, nada de todo eso enfanga la realidad, que el cine de terror (y de género) parido entre 1980 y 1989 viene repleto de obras cojonudas que han dejado una huella imborrable en la historia del séptimo arte. Desde luego, David A. Weiner no me va a llevar la contraria, porque para algo ha invertido un tiempo generoso (y la pasta que algunos insensatos le cedieron a través de crowdfunding) en rodar desde Inglaterra un documental de ¡¡cuatro horas!! sobre, eso, los horrores cinematográficos de la mentada década, repasando aquellos títulos legendarios (+ alguno segundón) y entrevistando a peña que habla, opina y aporta datos, si es que participaron de algún modo en su confección. Nada demasiado revelador, porque ni tan siquiera cuatro horas dan para profundizar. Así que los speechs en torno a cada título son cortitos, a veces prácticamente reducidos a una frase, y puede que haya quien en eso vea un problema... pero para el medianamente informado (que, entiendo, será la mayor parte del público dispuesto a consumir algo taaaaan elefantiásico como "In search of Darkness") no resultará ningún inconveniente, básicamente porque se conocerá todos los datos más elementales al dedillo.
Sin duda, el plato fuerte del documental está en la presencia de los rostros y talentos de Tom Atkins, Doug Bradley, Lori Cardille, John Carpenter, Larry Cohen, Jeffrey Combs, Barbara Crampton, Sean S. Cunningham, Joe Dante (impagable cuando opina sobre "Aullidos 2"), Mick Garris, Stuart Gordon, Kane Hodder, Tom Holland, el ilustrador Graham Humphreys, Bill Moseley, Alex Winter, Brian Yuzna, el inevitable Lloyd Kaufman y unos cuantos más. Claro, ¿qué pasa? que con semejante plantel, y unas ambiciones tan épicas en plan "documento definitivo sobre la década de los 80", se echa mucho de menos a más gente, especialmente si son de los que se suelen dejar ver en toda suerte de documentos audiovisuales, y que van desde Bruce Campbell a John Landis, pasando por Linnea Quigley o Tom Savini. Aunque nada desentona más que los discursos políticamente correctos pro-feminismo, pro-integración, pro-blablabla y demás mierdas tan engorrosas y tan típicamente yankis (porque eso son el 90% de los entrevistados). Pero no es algo a lo que se recurra en exceso y, teniendo en consideración la duración del mamotreto, los minutos desperdiciados son pocos. Gracias a dios.
Al final, paparruchas aparte, hay que reconocer que la cosa se soporta perfectamente, tiene ritmo y, obviamente, apela a la nostalgia y la ternura de todos aquellos cuarentones (y +) que vivieron esos films de manera intensa y apasionada, así que ¡recomendable!.
Actualmente David A. Weiner trabaja en otro documental de idéntica naturaleza/intenciones, solo que versado en la ciencia ficción.

lunes, 10 de febrero de 2020

QUINQUI STARS

Juan Vicente Córdoba es un director de irregular carrera —todavía recuerdo como cantaban los pelucones de los protagonistas de su película “Aunque tú no lo sepas”— al que siempre le ha gustado tratar  lo marginal en su cine. En sus películas siempre hay un quinqui o sus historias suelen transcurrir en barrios marginales.
Con ese gusto por el tema no es de extrañar que en esta película, “Quinqui Stars”, tirase de nuevo por esos derroteros intentando dar una visión de lo que en sus fueros pueda llegar a ser hoy la “cultura quinqui”, erróneamente asociada en esta ocasión al mundo del rap y sus sucedáneos.
Por supuesto, nada tiene razón de ser sin la presencia como absoluto protagonista e hilo conductor de Ramsés Gallego alias El Coleta, para los neófitos y para que me entiendan, decir que es un rapero de penúltima hornada bastante mediocre, pero resultón, entre otras cosas porque ha conseguido llamar la atención a través de una impostada estética y una temática en sus tracks, que se asocia directamente al cine quinqui, amén de utilizar en su música samplers de todo tipo de música asociada a la subcultura quinqui.
Así, y con un afán de mostrar la ¿evolución? de lo macarra, Córdoba se marca una película centrada en hacer un repaso al cine quinqui, a la cultura quinqui y a los quinquis, equiparando todo eso con lo que él cree que es su equivalencia ahora, esto es, rap, trap y derivados. Pero repasando lo que había en los ochenta y dando el salto a lo que hay ahora, lo cierto es que se salta los otros 30 años que hay en medio, con lo que deja patente —y esto lo digo yo, no Córdoba— que lo quinqui, entonces y el revival actual, no es más que una moda. Y me refiero, por supuesto, a su presencia en el mundo del espectáculo, no a la situación social de cada momento.
Así, Córdoba nos ofrece un documental en el que entremezcla ficción y realidad, en el que cuenta la historia de un rapero, El Coleta, que trata de hacer un documental sobre la música en el cine quinqui, para lo cual entrevistará a los principales protagonistas vivos de aquél subgénero. Esta premisa, le sirve a Córdoba para hacer entrevistas reales muy interesantes todas, que incluirá en el metraje total de una cinta que, cuando no tiene cabezotes parlantes, nos aburre hasta la extenuación y nos vende el rollito social, mostrando situaciones ficticias que tratan de mostrar al público natural de esta película —que seguramente sea más tirando a burgués que a proletario— lo jodida que está la situación y mostrar que el culpable de la delincuencia, o de la mala vida, es siempre el sistema y nunca el individuo; es decir, los buenos son los macarras… Sólo que estos que nos muestra en realidad no son  tan macarras.
Por lo demás, mucha música del Coleta, mucho rapper (y raperas) de tercera categoría que no interesan a nadie (Las Ira Rap que aparecen en la película son una muestra de lo peor, de lo peor, de lo peor del género; Odiosas, contradictorias, confundidas y, sobre todo, malas raperas), Traperas adolescentes con un lío en la cabeza de tres pares de cojones, y momentos antológicos de vergüenza ajena, sobretodo, en las intervenciones del Coleta que, pobrecito mío, estar delante de la cámara no es lo suyo.
No obstante, las imágenes de archivo, la (supuesta) negativa de Carlos Saura a aparecer en el documental (el de dentro de la ficción) y las entrevistas a Bernard Seray, Pepe Sacristán, Quique San Francisco, Daniel Guzmán y demás, están muy bien. Pero ni por esas se le quita al espectador la sensación de que esto que está viendo no se acaba nunca. Dura dos horas diez… pues a partir de la primera hora, la experiencia comienza a tornarse insufrible.

sábado, 8 de febrero de 2020

CREEPSHOW TV (2ª PARTE / CAPÍTULOS 1 y 2)

"Gray Matter" / "The house of the head": El peso de este primer capítulo era mucho, porque se trataba de mi desvirgue con respecto al "Creepshow" televisivo. Lo vimos Víctor y yo juntos. Y ambos nos quedamos igual, profundamente decepcionados. Es más, a mi incluso me costaba permanecer despierto y pasé parte de la segunda historia luchando contra unos pesados párpados. Tanto fue el trauma que me convencí de que mis impresiones se habían visto afectadas por la falta de sueño, así que las vi de nuevo. Esta vez el suplicio fue menor... pero tampoco mucho. La primera, "Gray Matter", sobre un padre borrachuzo que se transforma en un bicho pringoso, es una chorrada que aún ahora no acabo de pillar. La segunda, con una casa de muñecas embrujada, tiene su gracia, pero carece del "punch" propio de "Creepshow".
Al final lo más doliente es que con todo lo tontuna que es la historia number one, resulta que está basada en un relato de Stephen King. Desde luego no fue un buen augurio.

"Bad Wolf Down" / "The Finger": Para la siguiente tanda de historias ya me preparé. Había sufrido el descalabro de la primera intentona y esta vez no permitiría que el sueño me hiciera malas pasadas. Así que la vi perfectamente lúcido. Esta vez no me aburrí tanto... pero la sensación que me dejó fue distinta. La primera historia, en la que unos soldados yanquis se convierten en hombre lobo para poder combatir a los nazis, me pareció una -otra!- solemne chorrada propia de "The Asylum" y me disgustó el tufo digital que gastaba toda ella (a pesar de usar un efecto tan recurrente -y maravilloso- en el "Creepshow" original como situar tras el actor una imagen comiquera de rayos o líneas distorsionadas, incrementada por una iluminación a base de rojo, azul o verde). La siguiente, "The Finger" era algo más sobria, con un perdedor que se hace muy amigo de un pequeño monstruo (que huele a muñecote, pero eso mola) dispuesto a asesinar a todos aquellos individuos que se enfrenten con su amo. Pero finalmente dicha sobriedad termina volviéndose en su contra y haciendo de ella una cosa sosa como una Fanta sin chorrocientos quilos de azúcar.

viernes, 7 de febrero de 2020

LA JAULA DE LAS LOCAS 3, ELLAS SE CASAN

Cambio de director para una fórmula que ya desde la segunda película de la serie, “La jaula de las locas”, daba profundas señales de agotamiento. Esta vez Edouard Molinaro deja vía libre a Georges Lautner quien firmó muy acertadamente unos cuantos títulos de acción a mayor gloria de Jean Paul Belmondo como puedan ser “El profesional” o “Simpático y caradura”, y que bajo un guion  en el que nada tuvo que ver Francis Veber (ni Jean Poiret) puso en la gran pantalla un nuevo vodevil para que Renato y Albín,  nuestra pareja homosexual protagonista (o lo que es lo mismo, Ugo Tognazzi y Michel Serrault), puedan lucirse.
Todo este asunto de los conflictos  de pareja entre unos gays ya talluditos quizá fuera revolucionario originariamente en los setenta, pero para 1985, año de producción de esta película, resultaba en exceso rancio. De hecho, la película causó cierta controversia con algunos chistes que resultaron, a cierto sector del público, vejatorios y homófobos. Vista hoy, su humor resulta del todo inofensivo.
En esta ocasión Albín viaja a Escocia con el fin de asistir a la lectura del testamento de una tía suya, asquerosamente rica, que le dejará una cuantiosa suma de dinero, amén de un castillo enorme. Sin embargo, una clausula le dice que Albín quedará desheredado si no contrae matrimonio con una mujer con la que tendrá un hijo. Lógicamente, Albín se opone a esta cláusaula, pero, Renato, que tiene problemas financieros y problemas para mantener abierta la sala de fiestas de la que es propietario en St. Tropez, hará todo lo posible para convencerle de que se case con una tía y así cobrar la herencia.
Previsible de principio a fín, con chistes que no funcionan a ningún nivel  y unos actores ya demasiado ancianos para ir haciendo mariconerías por aquí y por allá, “La jaula de las locas (ellas se casan)” tiene una cadencia similar a la de la anterior entrega, si bien resulta, solo por momentos efímeros, levemente más divertida que aquella. No obstante, ambas películas están a años luz tanto técnica como artísticamente de la que dio origen a la franquicia, “Vicios pequeños.
Asimismo, la estructura global de la película que guarda una deuda con la comedia vodevilesca francesa de los años setenta, se queda desfasada absolutamente en unos años ochenta ya muy avanzados que se habían acostumbrado al cine espectáculo hollywoodiense hasta tal punto, que incluso el cine francés echaba un ojo a los USA en lo que a comedia se refiere, por lo que una jaula de las locas en esos años, no tenía ninguna razón de ser. Podría haber funcionado por el cariño que aún se tenía a los personajes, sin embargo, el no contar con los talentos de Molinaro o Poiret, hizo que la cosa se resintiese notablemente.
Fue un fracaso. En España apenas fueron a verla 63.000 espectadores.
Pero en los 90, todavía quedó tiempo para que Hollywood nos diera su propia versión de los hechos…

miércoles, 5 de febrero de 2020

LOS (POCOS) FOTOCROMOS DE "... Y SI NO, NOS ENFADAMOS"

A estas alturas ¿Qué podemos decir de “…Y si no, nos enfadamos"?  Un clásico de la comedia de mamporros y uno de los títulos más queridos de Bud Spencer y Terence Hill, en el que ambos se disputan la paternidad de un mini bólido con capota amarilla que han ganado en una carrera de coches. Cuando unos mafiosos se lo destrozan impunemente, nuestros hombres harán todo lo posible para que  les compren uno nuevo… a base de hostias.
Dirigida por Marcello Fondato, la principal característica de esta película, que recaudó tanta pasta como cualquier peli de "Marvel" de hoy, es que está rodada en Madrid y en ella aparecen lugares verdaderamente emblemáticos como puedan ser la casa de campo o las inmediaciones del estadio Santiago Bernabeu. Se trata de una pasada que a día de hoy sigue funcionando y que sirvió, a los que la vimos siendo niños, para darnos cuenta de que, igual, Bud Spencer y Terence Hill no eran un par de actores americanos como creíamos, juzgando otros films de factura menos mediterránea y que puede que  fuesen más cercanos. Y tanto que lo eran…
Sin más, aquí les dejamos los pocos fotocromos  de los que disponemos pertenecientes a esta película.
(Víctor Olid)






lunes, 3 de febrero de 2020

VAMPIRES

Resulta muy curioso que después del éxito internacional de la neozelandesa “Lo que hacemos en las sombras” descubra esta “Vampires”, película mucho más barata y belga. Y resulta curioso porque, la neozelandesa, con tanto prestigio que ha ganado durante su carrera, no es más que un vulgar plagio de esta —si no es que la más feroz casualidad ha hecho de las suyas—. Al menos en la forma y el contenido.
“Vampires” cuenta, en forma de falso documental, la vida de una familia de excéntricos vampiros que ha de enfrentarse a su día a día. Los padres obsesionados con alimentarse y la hija que quiere ser humana y le encanta el color rosa y el hijo que se quiere pasar por la piedra a la líder de la comunidad vampírica de Bélgica. Mientras, para que se alimenten, la policía les proporciona inmigrantes y, así, no se comen a la gente de bien.
Básicamente, lo que hace “Lo que hacemos en las sombras” es rodar al mismo estilo que está rodada esta, usar la misma cadencia y el mismo tipo de humor para contar una historia distinta, pero la misma en esencia; también es un falso documental sobre una excéntrica familia de vampiros. Hacen otras cosas, dicen otros chistes, pero lo demás es lo mismo. Sin embargo ¿cuál es la diferencia? Pues que mientras que la de Jermaine Clemet y Taika Waititi es ultra divertida, esta, aun con cierto gracejo, no llega a los niveles de la neozelandesa y resulta un tanto tostón. ¿Es ético robar una idea y mejorarla sustancialmente? Pues la verdad, no lo se muy bien. Pero si que se reconocer la genuinidad y, tras ver “Vampires”, está claro que “Lo que hacemos en las sombras” no lo es. Es mejor película, sin duda, pero no es genuina.
En cuanto al hurto, en el caso de que lo haya, no sería raro. Ambas películas, sus directores, se han paseado por los mismos festivales (Turín, Sitges) sin inmutarse, por lo que no se puede descartar en ningún momento que las malas ideas hayan aflorado en las mentes de los neozelandeses, más poderosos, más célebres que el director de la película Belga, Vincent Lanoo, más bien tirando a desconocido, pero también menos habilidoso en lo que a comedia se refiere, porque, sin embargo, posteriormente, si que tiene un film absolutamente incendiario que sí que me parece estupendo y que sentó algo de cátedra: “Au nom du fils”.
Al margen de esto y de la curiosidad que podamos sentir al respecto, “Vampires” no tiene nada más reseñable, más allá de ser una mala comedia sobre vampiros. Y el hecho de que “Lo que hacemos en las sombras” exista, no hace más que otorgarle más valor a esta, aunque sea porque es un robo descarado.

sábado, 1 de febrero de 2020

CREEPSHOW TV (1ª PARTE / INTRODUCCIÓN)

Los que me conocen saben que tengo las yemas de los dedos y la lengua medio desgastadas de tanto escribir y hablar sobre mi segunda película favorita de todos los tiempos, "Creepshow". Naturalmente me refiero a la primera, la original. La relación que tengo con las secuelas es variada. La segunda me cae muy simpática. De la pseudo tercera abominaba hasta que la revisé y pasé de odiarla a considerarla simplemente mala (lo que, si se mira detenidamente, es un avance positivo). 
Sin embargo, no estoy aquí para hablar tanto del film de George A. Romero, como de la reciente serie inspirada en su universo y formas. El día que el canal "Shudder" lo anunció a bombo y platillo, no puedo decir que me entusiasmara, aunque sí tuve ciertas esperanzas al saber que el talentoso hombre de efectos especiales Greg Nicotero (que anduvo como imberbe principiante en el rodaje de la primera) se iba a encargar del pifostio, derrochando cariño y respeto por la materia. Esas mismas esperanzas se ampliaron levemente en cuanto tuve conciencia de que se estaban dejando el ojete en hacer las cosas bien. ¿Cómo? Pues fichando a peña que ya había tenido algo que ver con el primer "Creepshow" (Adrienne Barbeau, John Harrison, Tom Savini, Stephen King como material adaptable) y a otros rostros/nombres ya clásicos del cine de terror, muy estimados por el fandom, (actores como Jeffrey "Re-Animator" Combs, Tobin "Saw" Bell, Bruce Davison y David "Scream" Arquette o gente de letras del calibre de David J. Schow, Joe R. Lansdale, Joe Hill -hijo de Stephen King y que interpretara al niño del prólogo en el film-nodriza- o el mítico hombre de comic -muy adecuado dadas las circunstancias- Bruce Jones). Añadan al pack un "host" de cadavérico aspecto destinado a introducir cada capítulo (de entrada, me pareció raro e incomprensible que no hablara, pero luego entendí que en el original tampoco lo hace. Habría molado que sí le diera el pico, pero en el aspecto "fidelidad" no puedo quejarme), el juego constante con el supuesto formato comiquero afín a la saga, animaciones entre una historia y otra (con un estilo que recuerda a los dibujos animados de "Creepshow 2", aunque con un tufo un poco más de flash. Ahora bien, nada comparado a las animaciones computerizadas de los créditos iniciales, que desentonan y son bastante feuchas), la utilización de efectos especiales "old school" (mezclado con poco pero no por ello menos costroso CGI), la recuperación de todos los truquillos visuales que hicieron de la peli de George A. Romero algo TAN especial, con sus colorines, fondos a base de dibujos, transiciones a modo de páginas pasando (incluidas aquellas que lucen supuestos anuncios de -como decían en "Top Secret!"- artículos de coña), ilustraciones cobrando vida, bocadillos con texto, etc, etc. Resumiendo, todo pintaba a que iban a facturar algo que, asumiendo que jamás estaría a la altura de la peli de 1982, sería digno. 
Pronto, coincidiendo con el estreno, las redes yanquis se llenaron de reacciones entusiastas. Incluso Stephen King, que no se presta mucho a esa clase de juegos, escribió cosas positivas en Twitter. Bien, acostumbrado a que en USAlandia todo se reciba con exagerada pasión y descontrolada positividad, no me fiaba mucho. Hasta que, por fin, supe de una primera y casi única reacción negativa, que acusaba a la serie de pobretona. Eso ya me cuadraba más. Imaginé que la verdadera verdad sería algo intermedio y esperé a verla.
Deglutidos todos los capítulos de la primera temporada (porque ya hay una segunda anunciada) puedo afirmar que la sensación general fue de.... ¡decepción!. Sí, amiguitos, me temo que este nuevo "Creepshow" no ha terminado de funcionar para mí. ¿Cómo es posible? 
Tras darle mucho al coco en busca de una respuesta, he llegado a la siguiente conclusión: Todos esos elementos afines a la peli original se quedan únicamente y de forma exclusiva en lo estético. Las formas, el papel que envuelve al regalo. Pero en lo narrativo, las cosas cambian sustancialmente. Es decir, todas las historias son poco.... ¡"Creepshowianas"!.Como si cogieran un capítulo de cualquier serie de cuentos de terror y le añadieran todos los abalorios visuales propios de "Creepshow". Pero el hábito no hace al monje. O, aunque la mona se vista de seda... eso. No basta con el envoltorio adecuado, se necesita algo más. Quizás es que los autores del nuevo "Creepshow" no han terminado de entender las maneras del film de Romero, y confunden las maravillosas y perfectamente aplicadas dosis de humor negrísimo de aquella con coña bufa y chorra. O tal vez es que, simplemente, no conocen en profundidad los comics "E.C.", los grandes homenajeados por la pluma de Stephen King en su día. Al fin y al cabo, este creció leyendo aquellos tebeos y supo trasladarlos de forma adecuada al papel/pantalla, cosa de la que se ven incapaces Nicotero y los suyos, ni que sea por pertenecer a una generación posterior.
Podríamos ser un poco más maliciosos y culpar de todo ello a James Glenn Dudelson y Robert Franklin Dudelson, capitostes de la productora "Taurus" y responsables de los descalabros que fueron la mentada "Creepshow 3" y también ese intento fugaz de web-serie bautizado "Creepshow Raw". Víctor y yo les dedicamos todo un podcast que pueden escuchar AQUÍ si quieren saber más. Estos tienen los derechos de "Creepshow", es decir, del título, la marca. Así pues, supongo que, si quieres hacer algo con la saga, tienes que entenderte con ellos. Para su asociación con "Shudder", creo sinceramente que los Dudelson Boys aprendieron de los errores del (su) pasado y se sumaron a la admirable intentona de hacer las cosas bien... solo que no atinaron. O no entendieron el material de base (que en realidad nunca han entendido).
Y ahí radica la gran pena y al mismo tiempo la gran revelación sobre el clásico de Romero, ALGO tenía aquel que es imposible replicar por mucho que lo intentes. ¿El talento de sus artífices, la pasión que aún desplegaban en esos tiempos? ¿una cualidad que se me escapa? A saber.
Dicho todo ello, vamos a por los capítulos en cuestión, comentados brevemente a lo largo de tres entradas que irán apareciendo en las próximas semanas. ¿Por qué? porque de otro modo esto quedaría demasiado largo y, salvo casos inevitables, prefiero hacer las reseñas más escuetas. 
Hasta dentro de siete días pues.