lunes, 28 de enero de 2019

NASCITURUS, EL QUE VA A NACER

Un individuo se percata de que sus temores se manifiestan a en la vida real, por lo que con la ayuda de unos curas y una oüija, se dará paso, sin sentido alguno, a una vorágine paranormal con fantasmas, caras demoníacas y posesiones… o algo así, porque puede que esté mal explicada, o puede que, de puro aburrimiento, se le vaya el santo al cielo al espectador.
Es la misma cantinela de siempre y me repito más que el ajo, pero, no hay nada que odie más que una medianía de estas. Que además, casi siempre están ligadas al cine de terror, que es precisamente el más difícil de hacer y el menos agradecido cuando no hay el presupuesto necesario. Pero los chavales que lo hacen deben pensar: — “venga, vamos a hacerlo, que para eso hemos estudiado cine”.
“Nasciturus, el que va a nacer” es pura morralla en tierra de nadie. Soy de los que defiende que toda imagen en movimiento es susceptible de ser cine, una frase que, sobre todo, venía que ni pintada cuando convivían en armonía el 35 mm. y el vídeo. Pero a día de hoy, que se ha impuesto el vídeo como formato único para hacer y ver cine, cualquier estudiante de audiovisuales se cree que una cámara HD más o menos decente, una pértiga para registrar el sonido y un ordenador para montar y diseñar los F/X,  le capacitan para hacer una película de terror. Entonces ¿Qué es lo que pasa? En el caso de “Nasciturus, el que va a nacer”, sucede que ni es una película amateur, porque cuentan con un mínimo equipo, ni es una película profesional porque no llegan, aunque  la intencionalidad de la película, estando a medio camino de una cosa u otra, es que quiere parecer más profesional que amateur, estando más cercana a lo primero. Pues eso es una puta mierda.
Y si la inclusión de cierto CGI barato les proporciona un par de sustos resultones, por lo demás, la falta de talento se impone —porque alguien con talento no haría una película de estas de “quiero y no puedo” ni intentaría levantar un crowdfunding que, encima, resulta fallido en este caso— y sobretodo la incompetencia a la hora de dotar la película de algo parecido al ritmo, así como  posee unas malas interpretaciones, cosas estas que no me importarían de no ser porque esta película “firma cheques que su ego no puede pagar”.
Así, entre unas cosas y otras, mientras el aburrimiento impera a sus anchas, de vez en cuando, muy de vez en cuando, asoma por la pantalla el humor involuntario.
Para empezar, el cura con aspecto de perroflauta podemita, que no hay un dios que se lo crea y este solo es superado en poca credibilidad por otro cura que hay, más jóven, cuyas patillas de cholillo, perfiladitas a lo años 90, sacan de situación al más centrado.
Más risas: Se ve que les dejaron rodar en hospitales, universidades y demás lugares públicos o privados, pero me llamó la atención  la librería donde, detrás del mostrador, y con el fin de hacer algo de publicidad en la película, se coloca un cartelón con el nombre de dicha librería, que canta por soleares el motivo de por qué está ahí ese cartelón, y lo que es mejor —y más gracioso— tapa todo lo que está ahí expuesto de manera expresa y natural, cubriendo parcialmente otro cartel real en referencia al pago con tarjeta de crédito. Y ya para rematar, un personaje secundario que lleva un gorrilla de lo más hortera, con una visera diminuta, y que está en su cabeza por una cuestión meramente estética, porque ni están en exteriores ni hace sol, por lo que se nos da a entender que ese personaje lleva esa gorrilla todo el tiempo y en casa no se la quita. En fin.
Al margen de la mofa aquí derramada (y es porque, como diría un amigo mío, el que expone, se expone), y para no ser cabrón en exceso (porque hay mala leche en la reseña, pero eso no es óbice: la película es lo que es) resaltaré como punto a su favor un par de momentos de ambientación conseguidos (ambiente del que, al poco, las circunstancias mismas de la película, nos saca), un par de sustos eficaces (porque funcionan) y alguna cara generada en C.G.I que también funciona. Claro, que todo lo referente al maquillaje, chirría por los cuatro costados. Son tres los directores, así que, quizás, esos destellos de funcionalidad son legítimos de alguno de los tres… o puede que sean simple casualidad.
En definitiva y al margen de todo esto que yo digo: La película es muy mala. Y no, no es por culpa de la falta de presupuesto.

viernes, 25 de enero de 2019

PARADISE

Tras el éxito de la película de Randal Kleiser “El Lago azul”, los canadienses en plena era del “Canuxploitation” deciden aprovechar el tirón rodando una película que, salvo por las circunstancias que llevan a los jóvenes protagonistas a un paraje paradisíaco, cuenta exactamente lo mismo que el éxito Hollywoodiense. “Paradise” resulta ser un plagio malsano y descarado de “El lago azul”, en el que se incrementan los elementos a explotar, así, se aumentan las escenas de sexo hasta rozar el soft, y se busca una pareja protagonista lo más parecida posible a la original, en este caso, el infame Willie Aames y la pizpireta Phoebe Cates, que debutaba en el cine, tienen un parecido bastante notable con los Christopher Atkins y Brooke Shields a los que imitan. Para mayor parecido, se filma un amasijo de planos de los chavales buceando en pelotas entre corales y peces exóticos. Ya tenemos un producto que recuerde a otro para vender.
Eso sí, dónde “El lago azúl” es todo fotografía, en “Paradise” son todo cutres decorados; dónde “El lago azúl” es todo banda sonora, en “Paradise” la música parece compuesta con un  Casio PT6 (sin incluir la poco adecuada canción pop que se marca Pohebe Cates en la banda sonora); y si en “El lago azul” no había tiempo para la comedia, aquí se incluyen un par de chimpancés: Uno de ellos, el macho, se masturba compulsivamente delante de los jóvenes —para solaz de ella y escándalo de él— y la hembra queda embarazada y cuando da a luz ¡pare un mono adulto de otra especie! Supongo que no habría bebés de chimpancés disponibles en el set, y con un orangutancillo que tendría por ahí el cuidador, vamos servidos.
Al margen de todas estas deficiencias, para tratarse de una versión barata de la de Kleiser, la cosa no está tan mal; entretiene y a fin de cuentas no es mucho peor. También hay que tener presente que “El lago azul” no deja de ser una película un tanto sobre valorada cuyo éxito se debe, en gran medida, al morbo que pudiera causar entre el público el ver  a dos adolescentes en pelotas toda la película, en ver como a ella le baja la regla y, finalmente, en ver como follan. Pues “Paradise” tiene todo eso en dosis mayores.
Por lo demás es estúpida; en plena época víctoriana, en algún lugar de Bagdad (o por ahí),  huyendo de un árabe esclavista, un par de adolescentes acaban en un Oasis paradisíaco en medio del desierto y se quedan allí. Esa es la excusa para que veamos como van descubriendo poco a poco su sexualidad. Para darle vidilla, los hombres del esclavista de vez en cuando les encuentran y ellos se las ingenian para escapar ¡sin marcharse del oasis! Finalmente, y al igual que “En el lago azul”, ella queda preñada. Fin de la historia.
Cuando estaban rodando, los actores, se quejaban al productor porque dicen que no consideraban necesario ese exceso de  escenas de sexo. Así que Aames y Cates se negaron a rodar tantas como venían en el guion. Como los productores no pudieron obligarles a rodar dichas escenas, contrataron a un par de dobles de cuerpo que las hicieran. Aún así, a Phoebe Cates le vemos hasta las amígdalas —motivo por el que es absurdo que se redujeran las escenas eróticas. Ya solo con la incursión de un par de ellas, el resto es de recibo— y a Willie Aames  le vemos cortar el viento con su nabo pendenciero al aire, o usarlo cual aleta de tiburón en el agua, tan ricamente.
Aún cediendo la producción a las exigencias de reducción de material erótico por parte de las estrellas, cuando estas vieron el montaje final ninguno de los dos actores quedó contento y exigieron que la cinta se sometiera a cortes, a lo que los productores dijeron qué, por supuesto, el nivel de erotismo lo marcarían ellos y no dos actorcillos de mierda. Con todo, se ve que la versión que les proyectaron a los actores era mucho más fuerte que la que finalmente quedó. Se ve que en aquella, incluso, la Cates, o mejor dicho su doble de cuerpo,  le hacía una fellatio al Árabe esclavista, sin que ella supiera que su personaje iba a hacer eso. Sin embargo, todo esto no sale en la versión teatral.
Willie Aames continúo con la promoción de la película a pesar de su descontento, pero Phoebe Cates, se retiró de la misma asqueada, y a día de hoy, reniega de esta película considerándola una cosa repugnante.  Por cierto, que tenía tan solo 17 años cuando la rodó…
Aames fue nominado a los Razzie y acabó apareciendo en subproductos españoles como por ejemplo “Goma 2” de José Antonio de la Loma, mientras que Phoebe Cates fue la que se hizo famosa paseando su palmito en algunas sex comedies como “Aquél excitante curso” o “Escuela privada… para chicas” y, sobre todo, haciendo de niña buena en “Gremlins”. Luego se casó y se dedicó a sus labores. Y ha envejecido fatal. Está fea como un demonio.
Como anécdota, decir que la película fue duramente criticada en su momento, no ya por ser un plagio de “El lago azul”, sino por la imagen que dan del árabe esclavista, totalmente estereotipada y que puso en alerta a todas las asociaciones humanitarias.
Al margen de eso, los críticos se pitorreaban de “Paradise”. Quizás sea porque he visto a estas alturas toneladas de mierda y me he acostumbrado a ella, pero qué quieren que les diga, el film es obvio que es un plagio descarado, pero no me parece tan, tan, mala.
El director de esta caquilla, responde al nombre de Stuart Gillard cuyo cenit profesional fue rodando “Las tortugas ninja III”, haciéndose posteriormente fuerte en televisión.

miércoles, 23 de enero de 2019

TEENAGE COCKTAIL

Dos adolescentes se conocen en el instituto y entre ellas nace una profunda e intensa amistad. La una es lesbiana, la otra tiene un noviete al que no se toma demasiado en serio. Total, que terminan liadas y se lanzan a emitir sus tocamientos a través de internet con el fin de acumular dinero y viajar a Nueva York. En eso que el noviete se entera y, rabioso, hace correr la voz sobre las actividades extra-escolares de las chicas. Estas, acojonadas por el qué dirán y la reacción familiar, deciden dar el "último golpe" y huir con lo ganado vendiéndose a uno de sus seguidores online, un pobre diablo infeliz que se hará pasar por millonario para impresionarlas. Mala idea esta que terminará como el rosario de la aurora.
Inconfundible producto "indie" por estética y por maneras. Comienza como un especie de drama sobre las trifulcas hormonales de un par de adolescentes inquietas y, poco a poco, va mutando a thriller... pero uno suave, lejos de las estridencias propias del Hollywood más comercial. Porque, al fin y al cabo, "Teenage Cocktail" es, como toda película de su estirpe, un drama de personajes humanos. Suyo es todo el peso de la historia y reaccionan de modo racional ante los acontecimientos.
El desenlace está a la altura. Sencillo y en su justa medida.
En el reparto, y junto a las mozas protagonistas, destacan el gran Pat Healey y Joshua Leonard, más conocido como uno de los "desaparecidos" en "El proyecto de la bruja de Blair".
Recomendable.

lunes, 21 de enero de 2019

EL ASALTO AL CASTILLO DE LA MONCLOA

“El asalto al castillo de la Moncloa” en realidad no trae nada nuevo. Lo que nos ofrece, no es otra cosa que una vieja película de dominio público, que en este caso es la titulada “Los amantes del desierto”, que cae en las manos de un señor con alma de “Exploiter” como era Francisco Lara Polop y que realiza un redoblaje de esta película introduciendo unos diálogos cómicos que casi nunca le van bien a las imágenes. Eso ya lo vimos en la popular “Woody Allen Nº 1, Lily la tigresa” de Woody Allen y en tantas otras, aunque aquí en España fueron pioneros Tono y Mihura con  su “Un bigote para dos”, inencontrable en su versión original.
Sin embargo, lo que hace especial a esta película es el contexto histórico en el que la situamos, nada menos que tras las primeras elecciones generales de nuestro país en la llamada transición democrática, época esta que afectó en todo momento a nuestra cinematografía y en la que, en consecuencia, más chistes de política se inventaban.
Así que con la  ayuda de Manuel Castiñeiras y Juán Portillo “Top” (quien fuera pareja radiofónica de Luis Sánchez Polack “Tip”, antes de que este se uniera en matrimonio humorístico con José Luis Coll) Polop se escribe unos diálogos que giran en torno a la política de aquellos días con Alfonso Suárez y Felipe González a la cabeza del asunto, y se montan un argumento cogido con hilos bajo los que soltar una retahíla de chistes y chascarrillos en torno a la situación política que se vivía en la España de aquél ya lejano 1978. Mariano Ozores, qué ya hacía estos experimentos por placer con sus hermanos y amigos, se encargaría de adaptar los diálogos a las imágenes bajo dirección de Polop.
Y el caso es que el experimento queda de lo más curioso, teniendo en cuenta que los diálogos escritos para la ocasión son soltados con total naturalidad por actores de doblaje profesionales de los de toda la vida, o sea, cojonudos, por lo que estos quedan bien encajados en la acción y totalmente creíbles. “El asalto al castillo de la Moncloa” es, finalmente, una enorme broma.
La película se estrenó en salas, congregó casi 130.000 espectadores y el negocio sale redondo, sin embargo, amén de las críticas que tachan a la película de oportunista (cosa que es cierta y que sus artífices en ningún momento ocultaron) salta la polémica cuando Carmen Sevilla, protagonista de “Los amantes del desierto”, ve la película y al verse doblada y soltando por su boca toda esa ristra de chistes sobre socialistas, sobre UCD y sobre la oposición, entra en cólera. La actriz se siente utilizada e interpone una querella contra Francisco Lara Polop por utilizar su imagen de esa manera en la cinta, alegando que esta podía verse seriamente dañada. Sin embargo, de poco le sirvió esta demanda a la actriz,  puesto  que fue desestimada al tratarse “Los amantes del desierto” una película en dominio público con la que el cineasta podía hacer lo que le viniera en gana. Carmen Sevilla, sufrió lo suyo con este tema cual plañidera, pero lo cierto es que la broma no era para tanto.
Por otro lado, el principal reclamo de la película, además de tratarse de un producto de mera actualidad, era la presencia en el doblaje de Tip y Coll, que hacen las veces de narradores de los hechos acontecidos.
Está claro que “El Asalto al castillo de la Moncloa” en su momento debió resultar un producto fresco y altamente divertido. Vista hoy, la cosa no deja de tener gracia, pero se queda tan anclada en su momento, en 1978, que es como descifrar un jeroglífico. No nos enteramos de nada. No es como esas comedias de Pajares y Esteso en las que de vez en cuando se soltaba un chiste político de la época, sino que se trata de una catarata de referencias una tras otra, sin tregua, y en la que se frivoliza con temas como la legalización del amancebamiento, el aborto y la píldora “antibaby”, conceptos, estos ya antidiluvianos. Sin embargo, ese es su handicap, ya que se trata de una astracanada cuya condición de película es lo que menos importa; se concibió para ser consumida en ese año 1978 y, con las mismas, que fuera olvidada también ese año 1978. Una película del aquí y el ahora, que hoy se puede disfrutar de ella más como concepto que como película, porque en resumidas cuentas de película tiene más bien poco. En todo caso sería como una cinta de “Chistes del golpe” de Arévalo en formato celuloide. Vamos, que no es una película tanto como un ejercicio humorístico. Y un sacacuartos.

viernes, 18 de enero de 2019

NO SOMOS DE PIEDRA

“Juguetes rotos” puede que sea uno de los films más personales de Manuel Summers, sin embargo fue un descalabro en taquilla de padre y muy señor mío. Ante esta tesitura, el director lepero optó por cultivar, en lo sucesivo, una suerte de cine popular que gustara al gran público que, como confesó el propio director “al fin de al cabo es el que paga”. En consecuencia de esto, Summers concibe “No somos de piedra”, una comedieta ligera con alto contenido sexual que, por protagonismo absoluto de Alfredo Landa, se adscribe al “landismo” casi de forma accidental.
Con un guión a pachas con Juan Miguel Lamet, “No somos de piedra” se sostiene sobre dos tramas que ocupan el grueso de la película, en lo que es una estructura narrativa un tanto extraña para una película española de los años sesenta. Por un lado, la película cuenta como un hombre de familia numerosa  tiene que lidiar con las calenturas que le provoca la presencia de la nueva niñera, una ex prostituta proveniente de un programa de inserción social para señoritas de la vida, que entre lo jamona que está y las minifaldas que gasta, hacen pasar a nuestro protagonista unos momentos muy malos. Por otro lado, harto de tantos hijos, tendrá que ingeniárselas para que, por medio del engaño y las malas artes, su esposa comience a tomarse la píldora anticonceptiva, cosa esta a la que se opone al ser una mujer de moral cristiana. Los tejemanejes que se trae Landa para conseguirlo conforman el material cómico y, ergo, traen consigo los mejores gags.
Summers era un valiente, porque con “No somos se piedra”, pese a ser la película menos Summers de cuantas hizo, aborda temas que eran más que peliagudos, máxime teniendo al caudillo vivo. Entonces, Summers introduce el sexo en su comedia en la medida de lo posible; estamos en 1968 y ver carne por encima de la rodilla es ya un atrevimiento. Pues vemos el muslamen de Ingrid Garbo. Por otro lado, la osadía de hacer una apología de la píldora anticonceptiva —contrarestada por la oposición total de la esposa del protagonista principal, artimaña esta muy inteligente para poder contar lo que le da la gana— se me antoja todavía más suicida que el mostrar minifaldas. Lo que me extraña es que no hubiera en la época una controversia sonada al respecto al ser tomado el tema con toda ligereza. Y a lo mejor no la hubo por el mero hecho de que “No somos de piedra” no fue un fracaso tan grande como el de “Juguetes rotos”, pero apenas la vieron 390.000 espectadores, con lo que la estrategia comercial tampoco le fue muy bien.
Sin embargo, sí que se trata de una pieza seminal para todo lo que vendría después. Summers se agarró al cine comercial como un clavo ardiendo, eso sí, siendo lo suficientemente inteligente como impregnar su sello de autor, dando unos toques de sensacionalismo a todas esas cintas de adolescentes embarazadas que vendrían después y que significarían las obras más significativas de su carrera.
Por lo demás,“No somos de piedra” se deja ver, sin más. Osadías a parte, se trata de una comedia populachera como tantas y tantas se parían a finales de los años sesenta, siendo del montón en cualquier caso.
Junto a Landa en el reparto, tenemos a Laly Soldevila, Emilio Laguna, una jovencísima Terele Pávez pre “Los escondites”, Maricarmen Prendes y Tip y Coll, que aparecen en la cinta en calidad de actores, es decir, que no hacen de ellos mismos.
 Ver y olvidar, sin más.

lunes, 14 de enero de 2019

¿QUIÉN ESTÁ MATANDO A LOS MOÑECOS?

Brian Henson, hijo de Jim Henson y actual  poseedor de los derechos del legado de su padre (aunque en propiedad de Disney), tuvo la brillante idea de crear una factoría con el fin de dar salida a nuevas marionetas destinadas al público adulto. Esta factoría sería “Henson Alternative” y bajo este sello saca a la palestra esta “¿Quién está matando a los moñecos?”. En Estados Unidos ha funcionado moderadamente y en España ha pasado bastante inadvertida —apenas 75.000 espectadores en cines—, pero es ahora, tras su edición en DVD y Blu Ray, que salen las primeras críticas de quienes la han visto, y es casi ecuánime la opinión de que se trata de una película muy floja. Y  con esas expectativas me enfrento yo a la película, por lo que, como suele pasar cuando una cinta tiene las expectativas bajas, me ha terminado gustando. Sin más, no me ha enloquecido ni nada por el estilo, la he visto, he pasado un buen rato y dos días después, a la hora de ponerme a escribir esta reseña, prácticamente la he olvidado.
Con “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” todo el rato en la mente y con el esquema clásico del cine noir  por montera, “¿Quién está matando a los moñecos?” cuenta la historia  de una sociedad en la que conviven humanos con marionetas y en la que un detective muñeco y una policía portadora de un hígado de felpa tendrán que investigar las muertes de los miembros —muñecos y humanos— del reparto de una sitcom de éxito. Y así, investigando, transcurre la cosa, mientras que se van sucediendo los gags de sal gruesa, escatológicos y de alto contenido sexual. Y si lo que es el argumento viene siendo correcto, la parte de la película más floja sería la concerniente  a los gags más extremos, metidos con calzador, innecesarios. En la cacareada escena de sexo entre muñecos, la marioneta protagonista se corre y le vemos expulsando algo parecido a serpentina en spray. El gag tiene gracia cuando vemos al muñeco eyaculando de esa manera, pero deja de tenerla cuando el muñeco continúa haciéndolo sin final, prolongando esa corrida durante unos minutos. El exceso, se carga el gag. Y lo hace en varias ocasiones. Al margen de eso, la película se deja ver perfectamente y transcurre amenamente.
El caso es que, su gran lastre, es su propio creador, Brian Henson, quien por ser medio novato, o porque no acaba de pillarle el punto a lo de la dirección de películas, firma las dos peores entregas de Los Teleñecos, esto es, “Los Teleñecos en cuento de Navidad” y “Los Teleñecos en la isla del tesoro”, y retomaría la dirección 22 años después de su última película con esta, la que hace tres en su filmografía y que, por suerte, no se deja enturbiar por la torpeza de las anteriores, resultando, sin ser una maravilla, la mejor película del hijo de Jim Henson.
Por otro lado, si las películas de los The Muppets originales cuentan con la enorme fama de sus marionetas como principal reclamo, “¿Quién está matando a los moñecos?” no tiene esa suerte, ya que presenta a sus personajes por primera vez y debían ser complementados por un reparto con gancho. Y ahí tenemos a una siempre eficaz (en los USA y puede que en su casa) Melissa McCarthy en un rol protagónico, mientras que en la parte secundaria, para asegurarte el contar con la flor y nata de la nueva comedia gamberra (y femenina) USA, tenemos a Maya Rudolph, ambas en “La boda de mi mejor amiga”, que fue el film que inició el nuevo subgénero.
Como anécdota, decir que la película fue demandada por los actuales responsables de “Barrio Sésamo” por contener la frase promocional “Nada de Sésamo, puro barrio”, demanda esta que fue desestimada por ser “Barrio Sésamo”, al fin y al cabo, un vínculo directo con lo que está haciendo Brian Henson, así que este aprovechó esa coyuntura  para relanzar la publicidad de la película con la frase “La película que fue demandada por Barrio Sésamo”. Menos es más, en esta ocasión.
Por mi parte, ya solo decirles que eviten a toda costa la versión doblada, plagada de gags y chascarrillos adaptados al castellano  para que los entendamos —tiene hasta gags a costa de Las Barranquillas, poblado madrileño que es uno de los supermercados de la droga más conflictivos y peligrosos, o alusiones a Falete, entre otras perlas— y con la voz, para unos cuantos muñecos, del soso, insípido y desagradable David Broncano que, cuando no está jugando al tenis, le dejan doblar muñecos, jodiendo con sus zarpas todo aquello que toca este comicucho. Un desastre. Ahora, en V.O.S no tenemos por qué soportar su voz de intruso, así que ¡tomen sus mandos a distancia!

viernes, 11 de enero de 2019

GLADIFORMERS

Erróneamente se suele asociar una práctica fraudulenta cinematográfica como es el “Exploitation” —porque no es un género, es una práctica…— a una época e incluso a unos países concretos. Y eso es así; filipinos, taiwaneses, italianos y, por supuesto, españoles, hicieron del expolio, la desnudez y el plagio, un arte allá entre los años 60, 70 y 80.
Sin embargo el “Exploitation” es un practica que, si bien igual no genera los dividendos que podría generar en esas épocas, si que sigue llenando la arcas de quienes se atreven a practicarlo, y muestra de ello son  compañías como la archiconocida The Asylum o Tomcat Films, que desde un par de décadas hacen las delicias de los cinéfilos más inquietos, de los más tontos, o de los más ingenuos. Aunque estas películas llegan a nuestras pantallas con cuenta gotas, máxime cuando ya apenas se hacen lanzamientos directos a vídeo con la caída fulminante del videoclub. Es más, con el auge de las plataformas digitales, yo diría que el “Exploitation” es una tendencia con fecha de caducidad, pero tal día como hoy, aún permanece en boga.
Y como es esta una práctica que se aprovecha de la buena fe de los más ingenuos, el campo de la animación es la gallina de los huevos de oro para los “exploiters”. De hecho, durante años Disney ha tenido que ver como empresas del tercer mundo, amparándose en el hecho de estar adaptando cuentos infantiles clásicos en dominio público, plagiaban descaradamente sus personajes y diseños en pequeñas producciones animadas que, con ínfima distribución videográfica (eso sí, de carácter internacional), poblaron las estanterías de los videoclubes mayormente en la década de los 90.  A ese tipo de pequeñas productoras pertenece la película de la que paso a hablarles, “Gladiformers”, perpetrada por la famosa, pizpireta y cutre compañía llamada Vídeo Brinquedo, sita en la ciudad de Sao Paolo en Brasíl.
Vídeo Brinquedo ostenta el honor de ser considerada según las observaciones del periodista Eric Henriksen del  “The Portlan Mercury”, como el estudio de animación más pobre y chabacano de todos los tiempos. Esta apreciación, que puede ser subjetiva (o no), no va muy desencaminada con la realidad, y a la obviedad de sus productos me remito. A nuestro país han llegado en DVD, sin ir más lejos, los plagios de “Ratónpolis” de Dreamworks, o “Ratatouille” de Disney/Pixar bajos los títulos y aspectos de las cintas “Las aventuras de Rataldo” o “Ratatoing”, que muchos padres poco lúcidos podían alquilarle a sus retoños todavía bebés, creyendo que se trataba de la película original a la cual Vídeo Brinquedo expoliaba. Hay más, pero estos son los títulos más recientes y populares.
La táctica de Vídeo Brinquedo es simple; se enteran de cuales van a ser los próximos proyectos de las grandes compañías de animación Hollywoodiense, copian los diseños, intuyen de que puede ir la cosa, hacen la película bajo esas premisas y salen al mercado a la vez que la película original. Esto les puede reportar ventas internacionales de entre 1000 y 3000 copias, un número que es lo suficientemente residual como para que Disney, Pixar, Dreamworks, o quien sea, tome medidas legales (les sale más caros los costes de abogados y juicios que lo que van a sacar por ganar la demanda), pero suficiente como para que los responsables de Vídeo Briquedo renten el producto y se saquen un sueldecillo. Y así llevan ya casi 20 años. Pero créanme, si sus maneras de proceder son interesantes, el ver una de estas películas es una experiencia absolutamente aberrante. En Vídeo Brinquedo, una vez tienen un producto que vender, el resultado es lo de menos, así que prima la ley del mínimo esfuerzo y no nos venden una sucesión de fotografías una detrás de otra, porque no pueden. Llamar animación a esta bazofia es un insulto para ese arte y esa industria.
Así, me enfrento a esta “Gladiformers” que sin salirse de sus parámetros, se aprovecha del tirón que tiene la franquicia de “Transformers” gracias a las adaptaciones de Michael Bay, y los de Vídeo Brinquedo se marcan  una de robots transformables y gladiadores cuyo visionado es, sencillamente, insoportable.
El argumento cabe en un billete de metro; en un coliseo metálico, varios robots transformables pelean entre sí mientras sueltan soflamas y amenazas. Y ya está.
Cualquier cosa que yo pueda reseñar no puede hacer justicia a semejante trozo de mierda, así que lo mejor es que busquen la película, vean tres minutos y se hagan a la idea de que el resto de la película no es más que una extensión de esos tres minutos.
Lo único que se ve en ella son  movimientos de cámara de 90 o 180 grados en los que vemos el diseño de robot mientras este explica que hace allí y por lo que combate, todo en off porque los robots no tienen boca, ergo, están pensándolo, no diciéndolo. Y no hay más que cortar.  Eso es todo lo que se ve. Es tan inenarrable que no me veo capaz de explicarlo de forma escrita, hay que verlo.
El caso es que, tras saber de la existencia de esta película, exigí a Aratz, que era el poseedor de una copia, que me la regalase, ya que una cosa así es digna de ser coleccionada. Y accedió gustoso a hacerme el regalo. No contento con eso, me senté a verla. Y cayó entera. Y además, les digo una cosa,  es tan bizarra, desganada, gandúla e incompetente esta película, que me la vi sin pestañear, y sin aburrirme especialmente. Pero que los de Vídeo Brinquedo no cuenten más conmigo.
El gañan que se acredita la autoría de esta basura, se hace llamar Marco Alemar, y además de esta, ha realizado dirección para otras películas de la compañía como puedan ser “Pinocchio”  y “BR Futebol” que es el plagio en animación 3D del animé en 2D “Campeones”, ya saben, Oliver y Benji. Y para de contar.
Por otro lado, la bonita carátula que hace pensar que lo que vamos a ver es mejor de lo que realmente es, debió hacerles vender a los de Vídeo Brinquedo bastantes DVDs porque lo cierto es que un par de años después salió una secuela “Gladiformers 2”, que intuyo, es una simple variación de imágenes de la primera.
Ver para creer, oiga.

lunes, 7 de enero de 2019

LA GRAN COMILONA

“La gran comilona” —o en francés, que suena mejor, “La grande bouffe”— pertenece a ese tipo de películas setenteras concebidas para alborotar y escandalizar al personal, dónde también ubicaríamos la archiconocida “Saló o los 120 días de Sodoma”, a su manera, y al igual que esta, también una comedia de pedos.
Estupendísimo, Marco Ferreri, que fuera cual fuera el país de Europa en el que este formara tandem con Rafael Azcona, que se ponía a la máquina de escribir a desarrollar las locuras del italiano, construye con “La gran comilona” una oda a la gula, a la gordura, a la estupidez, al pedo, a la mierda. “La gran comilona” es una reivindicación del suicido, del sexo en grupo, del derecho a ser tan asquerosos como queramos.
Resulta muy curioso como, casi 50 años después de su estreno, blogueros que descubren ahora esta película, en el museo del tópico, resalten todos las mismas cosas, obsoletas, que además ni tan siquiera son de cosecha propia; se las han debido leer por ahí al crítico serio de turno. Lo más  común es leer aquello de que “La gran comilona” revuelve el estómago y la conciencia. En fin. Lo único cierto es que cuando Ferreri y Azcona se sentaron a escribir esta película, se partían el ojete. Estos dos no trataban de hacer un reflejo de la alta sociedad (que lo hace) ni de los caprichos de las altas esferas (que también lo refleja), con el afán de remover la conciencia del espectador, estos lo que hacían eran escribir escenas de mierda y estómagos llenos que les hacían gracia. El resto, elucubraciones de la crítica.
Pero si es cierto que en la época, esta película, además de una provocación resultara algo que revolviera el estómago (de hecho durante su visionado en el festival de Cannes de 1973, Ingrid Bergman echó la pota en la sala de cine, o eso se cuenta…) y diera que pensar al público. Pero todos estos blogueros imbéciles que la han descubierto hoy, deberían estar ya curados de espanto. Deberían.
Dejando a un lado los aspectos filosóficos e intelectuales que tiene la película (porque los tiene), nada de lo que vemos en “La gran comilona” es algo que no hayamos visto en todas esas comedias americanas contemporáneas capitaneadas por Adam Sandler o Ben Stiller. Son más desagradables algunas de las marranadas de “Ace Ventura: Operación África”, que las cuatro cagadas y el festival de pedos que nos regala Michel Piccoli, por lo que vista “La gran comilona” hoy, creo que se queda anticuada en ese sentido. Transgresora como es, a día de hoy ya no transgrede. Pero queda vigente el exceso del que hace gala. No hay personajes más excesivos, ni película más excesiva —ni tan siquiera “Saló o los 120 días de Sodoma”—, y es justo por ese exceso por el que, aún anticuada en la provocación, se mantiene tan fresca. Y tan, tan, tan divertida. Cercana a la obra maestra.
Lo mejor es que Ferreri pone a su servicio a la flor y nata del cine europeo de la época, esto es, Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Michel Piccoli y Phillipe Noiret, nada menos. Y llamándoles en la película por sus propios nombres de pila, Ferreri nos propone una historia en la que cuatro individuos adinerados y asqueados de la vida, deciden encerrarse en el caserón de uno de ellos y allí, durante un fin de semana, comer hasta morir. Por supuesto, la ingesta de alimentos de forma repugnante es una constante en el metraje, así como los accidentes gastrointestinales que traen consigo los atiborramientos. Para darle color al asunto, estos cuatro sibaritas se suben putas a la casa así como invitan a su particular fiesta a una señorita entrada en carnes, que fascinada por la forma de destrozarse el cuerpo por parte de estos individuos, se suma a la fiesta para pasárselos por la piedra cuando sea menester.
El desenlace de esta comedia tan graciosa, se tornará drama, sin que este drama, por otro lado, deje en ningún momento de tener su gracia.
La película, según el país en el que se estrenaba, tuvo diversos problemas de censura siendo Reino Unido —cómo no— el país dónde peor se trató a la cinta, entre otras cosas, por estrenarse de tapadillo y sin una licencia de exhibición en orden.
Estupenda. De verdad, estupenda.

viernes, 4 de enero de 2019

PUTA Y AMADA

Simplificando: “Puta y amada” es una de esas películas que se han dado en llamar “Low-cost”, que es un término que se usa para camuflar que haces una película en vídeo de manera barata, llamándola de una manera fardona. En “Puta y amada” lo único que veo es un grupo de personas muy feas que visten raro,  que hablan de Godard todo el rato, que nombran a Albert Serra, van al cine Zumzeig de Barcelona y que se enrollan entre ellos con una facilidad pasmosa, grupos techno-pop que se cantan enteras sus canciones entre infantiles y deprimentes y a la antes conocida como Tamara, ahora Yurena, haciendo un papelito porque no hay nada más esnob, posmoderno y cool que darle a Tamara un papelito en tu película. Todo esto con unas actuaciones que, amparándose en la búsqueda del realismo, resultan ser horripilantes.
Y el caso es que da la sensación de que esta gente tan fea viste raro para que el espectador vea lo diferentes que son, hablan de Godard para que veamos las influencias del director sin que en ningún momento al espectador le importe ese detalle, nombran a Albert Serra porque son tan poseurs como él, van al Zumzeig porque las películas que ven los personajes son tan pedantes que no las proyectan en el Maremagnum, se enrollan entre ellos porque se supone que esas son las cosas que pasan en la vida cotidiana, los grupos techno-pop se cantan sus canciones enteras para rellenar metraje y así de paso el espectador conoce los gustos musicales del director, rebuscados y elitistas y, Tamara, sale en forma de reivindicación, y no para mofarse de ella como haría el resto de la gente normal, porque 'ser normal', es  aquello con lo que el director de esta cinta, parece estar regañado.
En definitiva “Puta y amada” es una modernez tan pretenciosa, que casi parece una parodia. Detrás de esta película se esconde un saco de complejos e inseguridades —del director— que son camuflados a base de mostrarnos con especial hincapié lo especiales que son los artífices de esta película, lo especiales que son los personajes, pero, eso sí, protagonizando una historia sencilla, casi minimalista.
Hablan en ella de Godard y de la búsqueda de la naturalidad, pero todo en esta película es artificial y forzado. También con la excusa de esa búsqueda de la naturalidad, se economiza no solo en presupuesto, sino en recursos, porque por miedo a demostrar, quizás,  una posible falta de talento, la película se resuelve de la forma más cobarde, que es grabando planos generales y dejando que los actores improvisen, justificando esta forma (fácil) de dirigir como un ejercicio de estilo.
En definitiva, viendo “Puta y amada” he pasado vergüenza ajena.
Por supuesto, su discurso de agarrarse a un cine no convencional, resulta contradictorio cuando el director en su  biografía de Filmin lo primero que resalta es su graduación en comunicación audiovisual por la  UPF. Casi parece un grito desesperado por demostrar querer lo contrario: encajar a toda costa en el cine convencional.
Puede que esta reseña, además de completamente honesta, sea hiriente. Pero no me importa porque al director,  Marc Ferrer, tampoco le falta un grupo de amigos y colegas que le están endiosando y dorando la píldora, tiene a algunos medios atentos a sus siguientes pasos y, en general, lo que hace provoca las benevolencias del grupo de personas que tiene a su alrededor y a los popes de los festivales a los que se presenta. Pero cuando dice que sus películas son seleccionadas en Sitges, un festival de cine de género que en teoría debe aburrirle soberanamente,  no dice que en la sección  en la que se le programsaa, es 'Brigadoon'. Y en la constante búsqueda de la realidad, no le viene mal tampoco una bofetada de ella. “Puta y amada” es una película muerta…. Pero a los modernos les gusta.
En otro orden de cosas, diré también  que la película me la he zampado entera y sin pestañear, porque al fin de al cabo, ver una marcianada de este calibre siempre me resulta fascinante. Y ¡Que coño! Está hasta entretenida. Me veré las otras que ha hecho el tal Marc Ferrer. Puede que, como las de Albert Serra, acaben gustándome sus películas, aunque no sea precisamente por los motivos que a ellos les gustaría. Y, también, es posible que “Puta y amada” sea todas estas cosas malas que he dicho en la reseña con tan mala hostia, pero también es cierto que no me ha dejado indiferente, y sobre todo, se trata de  cine de vanguardia puro y duro.
Ahí lo dejo.