Un individuo alcohólico y en horas bajas decide transformar el castillo en Irlanda del que es propietario en un hotel. La cosa no termina de fructificar y, para atraer a los turistas, decide convertirlo en un complejo lleno de espíritus. Para ello instruirá a sus trabajadores que a partir de ahora interpretarán papeles fantasmagóricos para los turistas.
Con la llegada de unos americanos toda esta artimaña se desarticulará, pero justo entonces serán testigos de que en el hotel hay fantasmas de verdad. Y pronto establecerán relaciones románticas con nuestros protagonistas.
Comedia "de terror" de los 80 —en la época se facturaron unas cuantas— cuyo reclamo comercial es el protagonismo de Peter O’Toole, Daryl Hannah y Steve Guttenberg, que no funciona a ningún nivel pese al crédito de su director y guionista, Neil Jordan, al que entonces le quedaría todavía un poco para convertirse en un realizador reputado consiguiéndolo sobre todo gracias a “Juego de lágrimas”, que fue un auténtico pepinazo (nunca mejor dicho) a nivel crítica y público.
Todo hace aguas en esta película, en parte por culpa del giro de la trama poco antes de la mitad del metraje. Cuando nos creemos que estamos viendo una película de tono vodevilesco en la que unos personajes tienen que asustar a los protagonistas, aparecen unos fantasmas interpretados por la Hannah y Liam Neeson, y la cosa pasa a convertirse en una comedia romántica sobrenatural, donde humanos y espíritus cohabitan —“Esqueletear”, dicen ellos— desafiando a las leyes de la madre naturaleza, cosa que no sería tan terrible de no ser porque, si con la premisa inicial nos aburrimos como unos benditos, con la secundaria lo hacemos como unos hijos de puta. Del mismo modo, cuando la película se centra en su improbable trama romántica, el personaje de Peter O’Toole, que en su parte inicial tiene un gran peso, desaparece para dejar paso a toda la chorrada en la que finalmente se convertirá “El hotel de los fantasmas”. No solo Steve Guttenberg acabará follando con espíritus sino también su compañera, Beverly D’Angelo, que con mas reticencias terminará en brazos de un Liam Neeson segundón al que le quedaría poco para convertirse en la estrella que es hoy. Sobreactúa que da gusto.
En definitiva, se trata de una película infame justamente olvidada.
Cuando le piden cuentas a Neil Jordan, este asegura que una vez rodada, el estudio le excluyó del proceso de montaje realizando la versión que todos conocemos por su cuenta y riesgo. Él no tiene nada que ver con lo que se vio en pantalla y, asegura también, existe un montaje completamente suyo que, si bien tampoco era una maravilla, sí resultaba inmensamente superior a lo que se estrenó. Ese montaje descansa enlatado en algún sucio almacén, y como la película fue un estrepitoso fracaso que no llegó a recaudar ni la mitad de su presupuesto de 17 millones de dólares, dudo mucho que algún día vea la luz. Ni falta que hace.
Un verdadero espanto.