lunes, 29 de marzo de 2021

DOCTOR BLOODBATH

Nick Millard es uno de los directores más inútiles -y por ende, interesantes- que existe sobre la faz de la tierra. Buena muestra de ello son cualquiera de las películas que realizó en su etapa SOV de los 90. Del individuo en cuestión, ya les habló Naxo con todo lujo de detalles en su reseña de “Dracula in Vegas”, así que ahí les remito para saber más de Millard y su modus operandi.
De “Doctor Bloodbath”, también cocida con el título de “Bunch Knife” y datada en el año 1987, dicen sus seguidores que se encuentra entre sus mejores películas. O que, al menos, es genuina, ya que dado como es Millard a insertar en sus películas de vídeo gran parte del metraje que rodó en su etapa de cine, esta se compone en un 90% de material original, lo que ya es mucho. Aunque inserta, sin venir muy a cuento, material perteneciente a su película “Satan’s Black Weding”, quizás ya por costumbre. Pero no es el hecho  de que recicle viejo material lo que hace a esta película fascinante, sino su artesanal confección al más puro y duro estilo amateur. No me refiero a un estilo amateur autoconsciente elegido por estética o como declaración intenciones, sino, al estilo amateur de la inercia. Millard utiliza su cámara de vídeo como un adolescente que da sus primeros pasos en el mundo del cortometraje sin una experiencia previa… solo que él llevaba años rodando cine “de verdad”. Y para colmo, no hay una evolución a posteriori.
Como fuera, y tomando como protagonista a uno de los personajes que luego conocería continuidad en sus películas de “Death Nurse”, “Doctor Bloodbath” cuenta la historia de un médico especializado en abortos a cuya clínica va todo tipo de señoras a abortar. El médico realiza su trabajo y, acto seguido, se presentará en la casa de las recién abortadas a las que, primero drogará, y después asesinará de manera  totalmente descacharrante con armas blancas, martillos y demás utensilios domésticos, en eternas escenas montadas en cámara que, créanme, más que terror, provocan hilaridad en el personal. Eso sí, la influencia de Hitchcock y la escena de la ducha de “Psicosis” quedan patentes en una especie de homenaje/recreación, aunque sea de manera mongoloide y enajenada.  Por otro lado, tenemos a la esposa de este, un loro de cincuenta y tantos que mantiene un affaire con un poeta polaco con el que parece llevarse muy bien, hasta que esta le confiesa estar embarazada de él. El polaco se desentiende de ella y, sin parar de insultarle (se ve que otra de las constantes en el cine de Millard es incluir señoras de mediana edad que no paran de decir tacos), decide confesarle a su marido el engaño para que, así, este le practique un aborto… y el resto se lo pueden imaginar. A esta trama tan desarrollada añádanle un par de secuencias surrealistas e incomprensibles cuyo fin es rellenar la hora de metraje y, fin. Y se queda tan pancho el amigo Millard.
Desde luego, cutre hasta decir basta, el mayor atractivo de esta película reside principalmente en esa cutrez inaudita y en las infra actuaciones del personal (familia y amigos principalmente) que descolocan por completo al espectador, aunque uno, como los responsables de este blog, tengan ya las retinas al rojo vivo de ver mierda. A mí, desde luego, no me ha dejado impasible.
Desde sus inicios en los años 60, con todas esas películas guarrindongas que filmaba en celuloide, a Nick Millard le ha gustado firmar sus trabajos con seudónimos -váyanse ustedes a saber por qué-, algunos de musical sonoridad como  Don Rolos, Phillip Miller o Allan Lindus. En esta ocasión se agarra a esa máxima y firma la película bajo el seudónimo de Nick Phillips.
Huelga decir que en los USA, hay un mogollón de seguidores que le rinden pleitesía y que consumen sus películas con avidez. Los yankies están locos, pero esta vez yo creo que no es para menos.