viernes, 20 de mayo de 2022

MARY, MARY, BLOODY MARY

Película de Juan López Moctezuma, previa a la que le dio prestigio dentro de los parámetros del fantástico, “Alucarda: La hija de las tinieblas” y que con un inconfundible sabor setentero nos narra las peripecias de una pintora que, instalada en México, entre obra y obra le queda tiempo para seducir a señores de buen ver, sesgarles la yugular y beberse su sangre. Si aparece una señorita apetecible, también hará lo propio con ella. Hasta que un buen día hace acto de presencia en la ciudad un hombre enmascarado —y con sombrero— que parece tener las mismas filias que esta señorita y que pretende asesinarla, sin éxito, de varias maneras. Este hombre resultará ser ¡su padre! Entre tanto se irán desarrollando largas conversaciones e investigaciones que harán al espectador retorcerse en su butaca de aburrimiento.
La mayor curiosidad de la película radica en que, siendo mexicana, se filmó con personal angloparlante con visos a la distribución internacional, si bien, aparecen unos cuantos personajes secundarios —su única razón de ser es la de morir a manos de esta pseudovampira o de las de su padre— cuyas líneas de texto son es castellano, por lo que no deja de resultar simpático el hecho de que el argumento gire en torno a extranjeros en México que se alimentan a base de sangre humana. Más allá de eso, como es rigor, y pese al potente sentido estético que se gastaba Moctezuma, aquí de lo que se trata es de alargar metraje a base de diálogos lentísimos que se ven adornados con dos, tres o cuatro asesinatos muy vistosos y coloridos, como mandaban los cánones populares de la época. Pero hasta que llegamos a ellos, hay que sufrir el resto de la película.
Por otro lado, el principal reclamo de “Mary, Mary, Bloody Mary” es el protagonismo del omnipresente patriarca del clan Carradine, John Carradine, cuya presencia es un mero spoiler. Por supuesto, apenas aparece en pantalla un par de minutos en una sola escena (la del final), que era la clase de papeles que ya en esa época acostumbraba a hacer, sin embargo, Moctezuma se las apaña para que esté presente todo el metraje sin necesidad de contratarle más que para una sesión, puesto que se trata del extraño individuo enmascarado que intenta eliminar a nuestra protagonista y que por el camino hace mil y una fechorías. Lógicamente, esas escenas en las que nunca le vemos la cara, son interpretadas no ya por un doble de cuerpo, sino por un individuo en plena forma física, cosa que no era el caso de Carradine. Negocio redondo… si es que verdaderamente la presencia de John Carradine a esas alturas era motivo para movilizarse e ir al cine, que lo dudo.
Por lo demás, cine pop mexicano con cierta clase, menos garrulo que al que estamos acostumbrados y al que hay que echarle paciencia para verlo sin que se nos vaya el santo al cielo.