martes, 30 de julio de 2024

EL VIENTO DEL AYAHUASCA

Nora de Izque, cineasta peruana para paladares un tanto finos, a principios de los ochenta sentía una fuerte curiosidad por las propiedades mágicas y alucinógenas de la ayahuasca. Dicho potingue, es una bebida utilizada por los curanderos de varios países latinoamericanos a partir de muchos tipos de plantas, que consigue hacer delirar a aquel que la toma gracias a su efecto alucinógeno. Ahora, si existe algún fin medicinal en la ayahuasca a parte de hacer flipar al personal, lo desconozco. Y por lo que a mí respecta esto es un sacacuartos de la selva. Hipsters y esnobs adinerados suben ahí arriba a probar esa pócima para volver a la civilización siendo aun más cools de lo que ya de por sí eran, mientras que los curanderos ganan algún dinero drogando a estos incautos y hablándoles de la espiritualidad y el tercer ojo, cuando en realidad lo que les están es dando veneno en las dosis justas para que no la palmen a corto plazo. Igual que con el sapo bufo. Como fuere, el caso es que De Izque, fascinada con todo este ritual, decide documentar a chamanes y usuarios de la pócima con filmaciones en 16 mm que va acumulando con cada experiencia. La idea es realizar un documental a partir de todo este material. Sin embargo, una vez iniciada la producción, Nora de Izque decide darle un giro al asunto y, en vez de hacer un documental, rueda una película de ficción en la que plasma su fascinación por la droga del Amazonas. Y le sale una película súper extraña y llena de humor involuntario, precisamente por ficcionar todo lo que sucede entre medias de los rituales chamánicos. Así, el espectador queda perplejo viendo un festival de indios amazónicos haciendo aspavientos mientras preparan la ayahuasca; parece como si estuvieran haciendo katas de kung-fu. Estos rituales dan paso a secuencias de corte onírico y atmosférico con mucha saturación de la fotografía, superposiciones e imágenes congeladas que sirven para recrear un viaje de ayahuasca. Pero más allá de todo ese experimento, y aunque a priori no lo parezca,  la película tiene incluso un argumento; un individuo con pinta de progre, tras asistir a un par de clases en las que se le explica el uso espiritual y médico de la ayahuasca, sube a la selva a continuar allí con sus quehaceres. Durante el tránsito, conocerá a una muchacha local que está más para allá que para acá, y que le habla de una serie de espíritus de la naturaleza que la atormentan. El tipo se propone ayudarla ¿Cómo? De la manera más natural… llevándola a la selva profunda a que se tome un chupitazo de ayahuasca. Una vez inmersos en ese rollo, parece que se nos traslade a una película de The Beatles.
Se trata de una cosa muy extraña, mística y por momentos desquiciante —por culpa de tanta recreación del viaje de ayahuasca, que hay unas pocas—, pero pobretona y con ínfulas medio intelectuales, por lo que tenemos ahí un revoltijo de imágenes que, si aplicamos la suficiente paciencia y el suficiente sentido del humor, puede llegar a sorprendernos; porque te ríes mucho cuando no toca, que es cuando los peruanos bajitos y cabezones hacen sus rituales y aspavientos, o por algunos collage de imágenes que resultan inquietantes o cuanto menos interesantes, por vistosos, coloridos y raros. Vamos, que entre unas cosas y otras “El viento del ayahuasca” se deja ver.
Además, está  muy bien considerada por tratarse la ópera prima de su directora, Nora de Izque, pero, más allá de eso, destaca el hecho de ser la primera película rodada por una mujer en la historia de Perú. Esto ha propiciado que en la actualidad, universidades y actos públicos de corte cultural la tengan muy en cuenta a la hora de proyectar contenidos de corte feminista -a la película y a su directora, ya anciana- pero lo cierto es que está a kilómetros de cualquier feminismo y, rodada en 1982, aquí el héroe es un hombre que ha de rescatar a una damisela en apuros, sin demasiada cultura ni inteligencia.
Después de “El viento del ayahuasca”, De Izque tuvo dificultades para seguir rodando (por estar en un país como Perú, donde tampoco es que se hiciese demasiado hasta la llegada del vídeo casero, ya saben, y por el hecho de ser mujer) y pasaron más de diez años hasta que vio la luz su siguiente proyecto, un corto, y completaría su filmografía ya siendo una señora mayor, con un documental sobre Fujimori, “El viento de todas partes” y otro sobre el poeta César Calvo, “Responso para un abrazo: Tras la huella de un poeta”. Y fin de la historia. Eso sí, luego, mucha ponencia, mucha conferencia, y mucha proyección itinerante de su primera película, la que nos ocupa.