martes, 25 de marzo de 2025

SU MAJESTAD LA RISA

En la España de 1980 el fenómeno del vídeo club todavía no estaba instaurado de manera masiva -aunque tampoco tardaría demasiado- y, cuando alguien quería explotar las habilidades de algún humorista en formato largo fuera del ámbito televisivo, una de las opciones consistía en levantar una producción y construir una película a su servicio.
Es por esto que, a imagen y semejanza de lo que unos años después sería habitual en vídeo de la mano de productoras/distribuidoras como Olimpy o Boulevar, se concibe, para total lucimiento del humorista Arévalo y sus chistes, esta “Su majestad la risa” que, por su propia naturaleza y su estructura de programa televisivo de sketchs, pobre como un "homeless", resulta ser una de las películas más extrañas del cine español. Y es rara porque aquí, como si una cinta de casete de gasolinera se tratara, más que la presencia del propio Arévalo, los reyes de la función son los propios chistes. Entonces, la película está estructurada de manera que, mayormente, vamos a escuchar en formato 35 mm los “greatest hits” de Arévalo. Pero sucede una cosa muy curiosa, y es que se recrean diferentes escenarios, no para escenificar chistes, sino para que Arévalo los cuente en distintas atmósferas. Así, tenemos a un anciano (Arévalo disfrazado) que acude a una emisora de radio a contarle chistes al locutor, y esto servirá como nexo de unión para que veamos al cómico en distintos escenarios ataviado con distintos disfraces, contando una y otra batería de chistes. Entonces, si por ejemplo la acción se traslada a una barbería, tenemos a Arévalo en plan barbero, cortándole el pelo a un cliente al que, a su vez, le cuenta unos cuantos chistes. Lo mismo sucede cuando la acción transcurre en una panadería; no se da pie a un chiste ficcionado en torno al lugar, sino que Arévalo cuenta se los cuenta a otro panadero mientras amasan pan. No chistes de panaderos, sino de gangosos, por ejemplo. Y, totalmente surrealista, en una secuencia con su diseño de producción y su vestuario, se sienta a una mesa a varios miembros de un circo (un domador, el jefe de pista, payasos...) para que, desde un atril, un Arévalo disfrazado de mujer les cuente chistes… Un segmento perturbador y sin sentido alguno.
Por supuesto, y como homenaje a los espectáculos de variedades, consciente la producción de que una hora y media de Arévalo se puede hacer un poco paliza, incluye actuaciones musicales de gente que lo petaba en el momento como puedan ser María Jesús y su acordeón, Regaliz o Parchís, que nos ofrecen sus canciones en contextos metidos con calzador en la película. También se nos ofrece un par de numeritos de variedades interpretados en un escenario por la estupenda Mary Santpere. Y poco más…
Sin embargo, el resultado de todo este artefacto es tosco, cutre y desasosegante. El paso de los años puede haber incrementado tal sensación, pero ya en la época esto debía ser un producto menos y sin relevancia alguna, por lo que, en un 1981 en el que la gente iba al cine a tropel, “Su majestad la risa” apenas consiguió reunir 177.000 espectadores (hoy a una comedia española que consiga hacer esos número se la pone un monumento en medio de la plaza del pueblo).
La verdad es que el visionado se hace verdaderamente duro gracias a una dirección que consiste en poco más que dejar una cámara ahí  rodando. Y es que el director de este “entretenimiento”, un clásico del cine policíaco de los años 50, Ricardo Gascón, llevaba ya dos décadas sin ponerse detrás de la cámara y está claro que se encontraba algo oxidado, además de intuir que esto era un encargo meramente alimenticio.
Gascón, cuya carrera deambuló entre la dirección y la "ayudantía", no obstante, deja su marca con algunas referencias cinéfilas: el título con el que se bautiza esta colección de chistes es un homenaje directo al film de los años 40 “Su majestad la farsa”, para lucimiento de Eddie Cantor, del mismo modo que, para rellenar metraje, opta por meter una escena en la que algunos personajes van al cine y ven en pantalla el clásico de capa y espada español “Don Juan de Serrallonga”, dirigida en los años 40 por el propio Gascón. Ese momento en concreto es bastante alucinógeno porque, con la excusa de meter a Arévalo en el cine, Gascón recicla aproximadamente 6 o 7 minutos de su vieja película, y la vemos ahí como si nada.
El director fallecería siete años después, con 78 años, siendo este el colofón de su carrera.
Más allá de todo lo comentado, la gracia de “Su majestad la risa” radica en que sus ediciones en vídeo de la época eran la hostia de difíciles de conseguir. Hasta ahora, que alguien ha ripeado la cinta y puesto en circulación en las redes.