viernes, 10 de agosto de 2018

EL MICROCHIP ASESINO

“El microchip asesino” llegó a las estanterías de nuestros añorados establecimientos favoritos en la era dorada, sin dar síntomas de traer nada bueno; su rimbombante título sonaba ya a cachondeo. Pero de cachondeo, aunque se pretende, la película tiene poquito.
Y es que se trata de una comedia Alemana, que ya se sabe que el humor bábaro muchas veces radíca en que no tiene casi nada de humor. Pues en “El microchip asesino” pasa más  o menos lo mismo.
De título original “Peng! Du bist tot!” puede que el título con el que se estrenó esta película en nuestro país sea solo una mala traducción del Alemán que vendría a ser algo así como “¡Bang! ¡Estás muerto!”, porque ya me dirán dónde sino está metido el mentado microchip autónomo del título español.
La cosa va de una profesora de Inglés que se encuentra en un avión con un individuo narigudo que no para de hablar sobre unos medicamentos que necesita para el corazón, cuando sin darse cuenta se ve inmersa en  una trama de hackers informáticos y líos de espías con la KGB, mientras se combina todo esto con supuestas  situaciones cómicas.
Traducido: Una película con una tía buena y un Alemán corriendo durante una hora y media de un lado para otro y dónde, de vez en cuando, vemos a algún robotito gracioso que hace alguna monería. Por lo demás, este film es de un insulso que tira de espaldas.
Se trata de un película para el lucimiento de Ingolf Lück, una especie de Carlos Sobera Alemán que conducía un programa musical de éxito titulado “Formel Eins” con el que se quería explotar su vis cómica, sin embargo, no debió resultar muy rentable su presencia en la gran pantalla porque tras esta, no volvería a aparecer en más películas para cine, siendo la televisión, no obstante, un medio en el que se hizo muy popular y dónde se encontró a gusto hasta nuestros días.
En cuanto a “El microchip asesino” poco más que decir, tan solo que su visionado se antoja insufrible, aburrido y denso, pese a pasarse los protagonistas toda la peli corriendo, tener un ritmo endemoniado y no parar el encuadre de tener movimiento dentro de sí.
Destacar tan solo la presencia de la actriz Rebecca Pauly cuyo look de profesora estirada, con enormes gafas que poco a poco se va desmelenando y convirtiendo en una mujer sexy, es de lo más morboso.
Una vez satisfecha la curiosidad que provoca la mera existencia de la película, podemos desecharla y destruirla para siempre. Muy mala.