lunes, 1 de julio de 2019

SEGUNDO MANDAMIENTO: GERARDO

Musicalmente hablando, mi principal “Guilty Pleasure” es Gerardo. Les refresco la memoria: corría el año 90 cuando irrumpió en la escena americana este Gerardo, un rapero pasteloso más falso que un billete de 175 pelas, generado por una multinacional como producto para que las adolescentes tuvieran una cubierta de CD para correrse —Wayne Newton Dixit—, que hacía del concepto “Latin Lover” una caricatura de una caricatura. Unas letras espantosas, un estilo de mierda y una antipatía a prueba de bombas, amén de un sentido del ridículo nulo, eran la carta de presentación de este veinteañero latino. Torso desnudo con chupa de cuero, extensiones que simulaban una melena larga y rizada y bandana, se plantó en la radio y televisión con un “One Hit Wonder” bajo el brazo que le hizo vender miles de discos, el de “Rico, Suave” ¿recuerdan? Y como fue un éxito discotequero para retrasadas del Valle de San Fernando que fantaseaban con tirarse a un latino, este fenómeno llegó de cuclillas a España, donde pasó con más pena que gloria. Y me pilló en todo el medio.
Recuerdo que a eso de las 9 de la mañana de cualquier día laborable del año 90, en plena adolescencia y obsesionado con el rap que aquellos años me llegaba con cuentagotas, ponía por la mañana, antes de marcharme al colegio, el Canal Plus en abierto porque daban videoclips de actualidad y, muy de vez en cuando, ponían uno o dos de rap que yo, sin mucho criterio, iba recopilando en grabaciones de vídeo. Y de repente, entre vídeos de Mecano o de Lisa Stansfield, apareció el puñetero Gerardo con su “Rico, Suave”. Y quedé prendado de esa puta mierda. Yo detectaba que algo fallaba ahí, qué a pesar de que aquél ritmo y aquella canción me ponían a mover la cabeza y la adrenalina a mil, que aquél individuo era más popero que rapero, que lo que hacía era más cercano a los New Kids on the Block que a Ice-T, pero ese uso que hacia en su rap del spanglish y esas letras descaradas me ganaron por completo.
Canal Plus estuvo un par de meses programando, ya fuera en Los 40 principales o en otros espacios, los vídeoclips de este individuo que tan pronto como irrumpió quedó sumido en el olvido. Yo me agencié la casette de su primer disco, el “Mo’ Ritmo”, que la conseguí por la misma vía que conseguía todas las cassetes de rap en aquella época (mangándola en el Hipercor), y estuve escuchándola ininterrumpidamente durante todo octavo de E.G.B. Y después de octavo, continué escuchándola.
Yo sabía que lo que estaba escuchando no era bueno ni auténtico. De hecho, los pocos de mi quinta que repararon en su existencia, lo hicieron para mofarse, así que llevé mi adoración hacia ese ecuatoriano residente en Hollywood en secreto durante un par de años, ya saben, para no desentonar ni parecer distinto, aunque los cuatro gilipollas que continuábamos escuchando rap después del boom del 89 (ya saben, el del “Rap in’ Madrid” y el “Hey, Pijo”), ya desentonábamos por empeñarnos en escuchar algo que hacía ya un tiempo que había pasado de moda. De hecho, todavía, a mis 43 años, sigo cargando con ese estigma del “ser rapero”, pero eso es otra historia. El caso es que a Gerardo, tampoco los raperos de mi clase lo respetaban, incluso, recibían su rap con mayor virulencia que los otros. Que no era real, que era de pastel, decían, no sin total razón. A mí me daba igual.
Después, un sacó un segundo disco que fue un fracaso absoluto, y aunque a nuestro país llegaron los rescoldos de aquello en forma de videoclip en “Los 40”, ya no volví a oír hablar de Gerardo en lustros. Durante mucho tiempo después, hubo veces que le reconocí en su faceta como actor en películas en las que aparece como puedan ser “Colors” o “No puedes comprar mi amor”, las dos rodadas y estrenadas con anterioridad a su faceta como rapero.
Hasta que llegó Internet. Entonces, en 2006 aproximadamente, teniendo ya al bueno de Gerardo más que olvidado, me acordé de él, y me dio un día por buscarle en la red y descubrí varias cosas: Por un lado, se había convertido en un ejecutivo de la EMI latina en los USA —labor esta de la que vive realmente en la actualidad— y fue quién llevó a los Estados Unidos a Enrique Iglesias o quien fichó a Bubba Sparxxx. Tampoco había dejado de sacar discos desde 1990 y todos y cada uno de ellos, no era más que tristes intentos de repetir el éxito de su single “Rico, Suave”. Para más inri, acababa de sacar su nuevo disco “180º”.
Por cosas del destino, y charlando un día con mi amigo Jorgito sobre este individuo, instando a que recordara la época del “Rico, Suave” ya que a él le había dado por saco contándole lo mucho que me gustaba la música de este individuo en su momento, me dijo que había visto tirado de precio un nuevo CD de Gerardo en una tienda de discos muy popular de Madrid, “La Metralleta”. Y por hacer la gracia, fuimos allí, y me lo compré por unos escasos 5 Euros. El disco nunca se editó en España, pero por el motivo que fuese, allí lo tenían. Lo que pasa es que, cuando yo flipaba con Gerardo tenía 13 años y entonces iba a cumplir 30, por lo que en ningún momento pensé que me fuera a gustar un nuevo disco de Gerardo. Craso error… lo escuche, y lo escuché y lo escuché una y mil veces ¡¡me encantó!! Puede que ya entonces, la nostalgia facilitara el hecho de que disfrutara del escuchar al rapero casi 16 años después de la última vez, pero lo que me fascinó fue una cosa que sucedía en este disco: Mientras que el Gerardo que yo conocía, solo hacía canciones de follar y de vacile, amén de alguna excursión al mundo gangster en alguna canción (como por ejemplo “En mi barrio” que sonaba en el soundtrack de “Depredador 2”), lo que este reciente disco ofrecía era un Gerardo que, como reza el título del álbum, le había pegado una vuelta a su carrera de 180º. Ahora solo le cantaba a Dios y la canción que no era de carácter católico, lo era de carácter positivista, y el idioma del disco era eminentemente español cuando hasta ahora, Gerardo rapeaba mayoritariamente en Inglés, aunque a veces lo hacía en español o spanglish.
Resulta que Gerardo se había convertido al cristianismo y ahora compaginaba sus labores de gerifalte con la música y con su iglesia evangélica (o lo que sea) ya que, también era pastor. ¿Y esta conversión? Pensé que, siendo un muchacho de ventipocos años en los tiempos de “Mo’ Ritmo”, quizás al ir haciéndose adulto había ido profundizando en la fe cristiana y que era la evolución natural de este rapero ecuatoriano, pero ¡que va! Resulta que su disco anterior a este, el homónimo “Gerardo” de 2002, es más de lo mismo de siempre, folleteo, discoteca, e intentos de recuperar el éxito del archiconcido “Rico, Suave”. De hecho su single de aquél disco se titulaba “Sigo siendo Rico”. O sea que su epifanía había sucedido de un año para otro entre 2003 y 2004, no fue una evolución natural a través de los años.  Lo que realmente sucedió, es que Gerardo fracasó en los USA con su segundo disco “Dos” de 1992  y es vetado directamente por el machismo exagerado de muchas de sus canciones, por lo que pasó de ser el rey latino de las discotecas de Hollywood a ser un apestado en la industria musical norte americana. Se arruinó, y ya solo le seguían saliendo bolos en su país natal, Ecuador donde, al haber vivido Gerardo el sueño americano, está considerado poco menos que un Dios. Así que sus siguientes discos, “Así es” de 1994, “Derrumbe” de 1995 y el resto de los que les he estado hablado, fueron  concebidos exclusivamente para el mercado latino, y al de Ecuador en particular. Por eso, en mi reencuentro con el artista, este había abandonado el idioma inglés. Pero su éxito fue decayendo disco a disco, y gracias a dios que medró como ejecutivo en la industria. Por eso, cuando vio que su música calenturienta ya no interesaba a nadie, se sacó de la manga todo el rollo cristiano que plasmó en el disco de “180º” y este se convirtió en el siguiente disco suyo más vendido desde el primero; volvió a estar en boca, al menos, del público latino americano.
Con lo cual, y sabiendo todo esto, nos plantamos en el año 2017 y navegando por E-bay, veo que están todos los CDs de Gerardo a precios irrisorios de 80 ctm y cosas así. Y aunque provenían todos de recónditos países y podía pringar con los gastos de envío, Me los compré todos desembolsando un total de cinco CDs (el último ya lo tenía). Y recuerdo perfectamente cuando los escuché uno por uno, seguidos y del tirón: La semana antes de mi boda que decidí hacer zafarrancho en casa. Me puse a limpiar la casa con la música de Gerardo a toda pastilla. Escuchen bien lo que les voy a decir: Los discos de este farsante, este hortera, este oportunista, este pastelero, que además son malos como la peste, ME ENCANTAN. Además, me gustan de forma honesta, no en un sentido posmoderno o esnob en el que me pueda mofar de ellos, no, no, no. Me flipa la letra, la música y las rapeadas, me los se de memoria y hasta canto las canciones. Es mi mayor y más vergonzoso placer culpable y lo que más me inquieta, es que no comprendo por qué me gustará tanto esta basura.
Sirva esta introducción en la que les cuento mi relación con este rapero ecuatoriano, para reseñarles este documental, “Segundo Mandamiento”, que no es más que una excusa para hablarles de Gerardo y que, básicamente, resume un poco todo esto que les he contado y con el que, como fan del individuo que soy, disfruté como un enano por lo manipulado y sensacionalista que era. En “Segundo Mandamiento”, producido por la televisión ecuatoriana y teniendo algo que ver el propio Gerardo con su confección, se cuenta la historia del rapero desde su llegada a los Estados Unidos siendo un niño hasta la actualidad como pastor evangélico. Se nos cuenta su auge, caida y los problemas que tenía con cierta adicción al sexo de la que le costó salir y que casi destruye su matrimonio, a la vez que escuchamos declaraciones de amigos y conocidos, o al propio Gerardo, en las que todos nos cuentan lo caprichoso y mala persona que este era en sus buenos años, cómo se acostaba con todo lo que se menease costase lo que costase, o cómo en los tiempos en los que estaba arruinado simulaba, con un modo de vida que no podía permitirse, que todo iba bien. Digamos, que nos pintan una biografía en la que Gerardo es lo peor de lo peor, solo para luego vendernos que gracias su encuentro con Dios, ese ser abyecto y follador al que deberíamos odiar, ahora es un hombre bueno, justo y fiel. Pura morralla… pero morralla maravillosa.
Lo otro en que el documental hace especial hincapié es en demostrar que en los tiempos de “Rico, Suave” Gerardo era muy famoso y se codeaba con la creme de la creme de Hollywood (nadie lo puso en duda), así que le vemos posando en fotos junto a James Woods, Jay Leno…
Yo supongo que a ustedes, fieles lectores, todo esto que les cuento, les importa un bledo, pero por si alguno tiene curiosidad por este personaje, o por este documental sobre su vida, todo está en youtube. Yo creo que no hace falta odiarle, amarle o tan siquiera conocerle, para disfrutar de un documental sobre un rapero de mierda que está rodado a modo de publi-reportaje destinado a la prensa del corazón, es decir, harto de entretenido. A mí personalmente, Gerardo, me volvía y me sigue volviendo loco. Aunque sea una puta mierda… o quizás por eso.
Por cierto, hace un par de años también protagonizo un reality junto a su familia, al estilo de los que protagonizaba Ozzy Osbourne. No lo vio nadie y apenas duró una temporada.
Yo creo que el personaje, en resumidas cuentas, bien merece que echemos un vistazo a su discografía y filmografía. Qué también salía en muchas películas.
Por cierto, la foto con los CDs que ilustra la entrada, es la de los míos.