Según datos fiables, cuando los dos Terrys pertenecientes al clan "Monty Python" -es decir, Gilliam y Jones- compartieron la dirección del largometraje de debut del grupo cómico, uséase "Los caballeros de la mesa cuadrada", chocaron sobre todo en un aspecto: el detallismo. Por lo visto, al yanki del grupo (Gilliam), le pirraba eso de currarse hasta la extenuación el aspecto plástico de cada puñetero plano, fijándose en lo más nimio a la búsqueda de una ambientación medieval tan perfecta como realista. Y, claro, ello atrasaba el rodaje para mayor desesperación de su compañero, Jones, más práctico y acostumbrado al modo televisivo -y rápido- de ejecutar las cosas. Tal vez, a causa de la posible insatisfacción resultante, Gilliam se lio con otra fábula medieval en cuanto tuvo ocasión (solo dos años después), "La bestia del reino" y, esta vez, comandada exclusivamente por él, a su gusto, pudiendo dedicar el tiempo necesario (a pesar de contar con escaso montante y, por ello, limitando muchas veces las tomas a una única oportunidad) a las mariconadas estéticas. Y, tal vez again, por ello la ambientación de los años oscuros resultante es aún más sucia, cutre, degradada y, claro, detallista, de lo que fue en "Los caballeros de la mesa cuadrada". Justo, toda aquella "lugubredad", los pasillos de los castillos envueltos en perpetua sombra, los parajes siempre neblinosos, los dientes negros de prácticamente el reparto completo, las pústulas en la piel, etc, etc... fueron lo que me traumó cuando la tele de Cataluña la programó siendo yo un impresionable jovenzuelo. Eso y, por supuesto, el tremendo despliegue de gran guiñol y chorreante gore. Todos conocemos lo mucho que a los "Python" les molaba, eventualmente, tirar de esas maneras en sus películas. Se supone que era John Cleese su más dedicado practicante. Pero, visto lo visto, Terry Gilliam también tenía mucha culpa. En "La bestia del reino" dichos excesos sanguinolentos alcanzan cotas brutales, de difícil digestión para un crío. Lo que, como decía, sumado a toda la cochambre y mierda abundante, pues imaginen el resultado. Tal vez por ello el film, según leí ayer mismo, gasta cierta mala fama. Especialmente considerando la dirección que tomaría la carrera de su responsable, mucho más reputada y culturamente aceptable -para el resto, no es mi caso-. Pero "La bestia del reino" (simpático título patrio del muy musical y original "Jabberwocky") era SU película de debut y el muchacho, joven y cargado de energía, se dejó llevar por el lado salvaje.
Remarco lo de SU porque, inevitablemente, y como solía ocurrir en la época, durante muchos años se consideró "La bestia del reino" como un film de los seis "Monty Python" al completo (ver imagen acompañatoria como ejemplo). Algo trasladable también a la siguiente obra de Gilliam, "Los héroes del tiempo", y que a él le cabreaba como una mona en celo. Tanto como para incluso batallarlo legalmente, hasta lograr que un juez dictaminara como "castigable" dicha equivocada (o mal intencionada) asociación. Las pelis de Terry Gilliam son única y exclusivamente de Terry Gilliam, aunque para parirlas contara con ayuda eventual de otros "Python" e, inevitablemente, estas guarden paralelismos con la obra del sexteto. En el caso de "La bestia del reino" la cosa es evidente. Su semejanza y conexiones con "Los caballeros de la mesa cuadrada" resultan inevitables y directas, tanto como recibir un sopapo. Diría incluso que hay guiños buscados aposta. La presencia del invencible y misterioso "Caballero Negro" está entre los más obvios. También el nombre del personaje protagonista, Dennis, encarnado -en ambas películas- por el entrañable integrante del clan Michael Palin. Igualmente encontramos al "otro Terry", Jones, en un papelillo memorable (supongo que sería todo un gusto para él poder vérselas en semejante tesitura sin tener que discutir con su colega). Y, dato curioso, el mismo John Cleese rechazó la oferta para participar. Gilliam, además de dirigir, co-guionizar y unas cuantas cosas más, se marca un cameo en el que es llamativamente devorado por la bestia del título, lo mismo que el otro Terry. En ambos casos los cadáveres quedan reducidos a un esqueleto sangrante con puntuales pedazos de chicha en sus masticados huesos... y, ¡¡cuidao!!, la cabeza perfectamente impoluta. Desconozco si fue un efecto buscado aposta por sus responsables, pero en la época, durante el visionado vía televisión, fue un familiar el que detectó que dicho modo de proceder por parte del monstruo era igual al de "comer sardinas", te zampas todo menos el perolo. Muy gracioso.
Pues sí, la cosa va de criatura hedionda aterrorizando un reino. En eso que un jovenzuelo de noble corazón, pero algo lerdo, llega en busca de fortuna. A pesar de su primigenia mala suerte, terminará por accidente enfrentado a la bestia, venciendo y llevándose los respectivos laureles... aunque, en este universo, y en la mente del mal lechado Gilliam, ello no se traduce, para nada, en un final feliz. Toda "La bestia del reino" gasta un cabronismo notorio. Es más, diría que la misantropía chorrea por sus fotogramas. Apenas abundan los personajes positivos. Aquí todo dios es despiadado, interesado, traicionero, imbécil y cruel, muy cruel.
En fin, disfrutaría como un enano detallando las muchas amputaciones, mutilaciones y barbaridades que presenciamos asombrados a lo largo del film (algunas dignas de "Mal Gusto", y no voy desencaminado, el propio Peter Jackson ha declarado en sendas ocasiones que su sentido del gran guiñol es pura consecuencia de un amor procesado a "Monty Python" y, entendemos, los curreles individuales de sus integrantes) o deteniéndome en el aspecto del monstruo. Alucinante. Algo así como una gallina diabólica. Cojonudamente diseñada y ejecutada. Pero todo eso se lo dejo a ustedes, si es que no han tenido todavía la sabia idea de consumir esta película. Una que sin ser redonda, ni especialmente graciosa -de hecho, a ratos le pesa el culo-, merece la pena por sus muchos aciertos y sorprendentes salidas. En cualquier caso, y por no perder las viejas costumbres -ni formas-, comentaré brevemente algunos de los rostros que asoman por sus fotogramas, todos ellos inconfundiblemente británicos (a pesar de contar con un director de origen yanki) y asociados a títulos muy propios de la naturaleza de este ciber-antro: John Le Mesurier (de "El hermano más listo de Sherlock Holmes"), Bernard Bresslaw (el cíclope de "Krull"), Neil Innes (algo así como el séptimo "Monty Python", uno especialmente interesado en el apartado musical), Bryan Pringle (el siniestro criado de "Terrorífica luna de miel", otra curiosa conexión con Gene Wilder), la tetuda y carnosa Alexandra Dane (mostrar escotazo fue una constante a lo largo de su carrera, sobre todo en comedias picantonas), Brian Glover (el malcarado cliente de "La oveja degollada" en "Un hombre lobo americano en Londres") y nada menos que David Prowse, es decir, el "Darth Vader" original. Ese mismo año 1977, mientras alcanzaba velada notoriedad encarnando a tan icónico villano, intervenía en el film de Terry Gilliam nuevamente oculto tras un casco y su armadura bañadas en negro tizón.