sábado, 27 de diciembre de 2025

NUNCA DIGAS NUNCA JAMÁS

Tranquilos, no me voy a poner con la barrila consiguiente de por qué "Nunca digas nunca jamás" se considera un "James Bond pirata". A estas alturas deberían saberlo de sobras y, si no, tiren de "Google" que, a buen seguro, otros lo habrán explicado ya (y, probablemente, mejor de como yo procedería). Baste decir que representó el regreso de Sean Connery al papel que le hizo inmortal, justo cuando era Roger Moore quien dominaba el cotarro (y la prensa especializada de la época se hizo eco de dicha confrontación). A mi, en general, me gustan las pelis de este último. Son aquellas con las que crecí. No obstante, es cierto que, en ocasiones, podían pecar de excesivamente tontas, a base de mucha chufla, locura, inverosimilitud a cholón y, en fin, que eran puro espectáculo pirotécnico diseñado para plateas de todas las edades. 007 había perdido su lado más oscurillo, más cabroncete, y eso se suponía que iba a recuperar "Nunca digas nunca jamás". Y sí, pero no tanto. Al final, aún siendo más sobria, "realista" (con un extra de comillas a las expuestas), comedida y "seudo-adulta", la vuelta de Connery sigue haciendo gala un humor puntual tirando a "too much" aunque, paradójicamente, funcione. Es especialmente llamativo en lo tocante a la "vejez" del agente secreto, que se ve obligado a acudir a un centro de salud para ponerse en forma. Allí comenzarán las primera pesquisas en lo que será su cometido el resto de la película ("Spectra" ha robado un par de cabezas nucleares con ayuda de un ricacho medio tarao y toca detenerlos). Si han visto "Nunca digas nunca jamás" coincidirán conmigo que el mejor gag cae en esos primeros treinta minutos, cuando el agente detiene a un mortal enemigo lazándole sus propios orines a la cara (interpretado por Pat Roach, hecho trizas vía hélice en la primera aventura de "Indiana Jones"). Aquello inducía al descojono general en las salas de cine, y lo sé porque estuve allí. Fui a ver "Nunca digas nunca jamás", acompañado de sendos familiares, cuando aterrizó en las Españas. Y, eso, recuerdo reacciones de notorio jolgorio con todos los toques humorísticos. También cuando el agente secreto y su némesis se enfrentan mediante un juego computeril donde deben bombardear países a cambio de dinero. El primero, definido como modesto, resulta ser España, valorado con la paupérrima cantidad de 9.000 dólares. Como digo, la platea entera se vino abajo (el cameo de nuesa piel de toro, entonces normalmente ignorada en esta clase de productos, tal vez esté justificado porque sirvió de plató para algunas porciones del film). Luego el cachondeito involuntario se va moderando.... o así era en 1983, porque, consumida hoy, resulta de lo más hilarante ver a un cincuentón "James Bond" provocar el supuramiento vaginal general allá andevaya. De verdad, es acojonante la facilidad de este (super)hombre a la hora de agenciarse mostrencas, aunque tengan chorromil años menos que él, caso de la coprotagonista, una espléndida Kim Basinger en su primer papel tocho. Todo ello hoy se consideraría bastante políticamente incorrecto, consecuente cantinela no por recurrente menos cierta. Complementan a la dupla una Barbara Carrera como el contrapunto cabrón femenino, la villana odiahombres especialmente sádica tan propia de las aventuras de 007 -pero que él se folla previamente a su confrontación, faltaría más- (como Grace Jones en "Panorama para matar" o Famke Janssen en "Goldeneye"), Klaus Maria Brandauer en el rol de odioso más carismático villano comandado por un Max Von Sydow -y su precioso gato blanco- encabezando "Spectra", Bernie Casey en plan compañero -negro- de "Bond", y Edward Fox como su encabritado superior, "M". Sorprende la presencia de un joven Rowan Atkinson incorporando el contrapunto payasístico extra.
Por supuesto, en esos entonces no teníamos ni pajolera idea de que aquel 007 era de "Hacendado" (con todos mis respetos hacia Connery). Cierto que me pareció raro no localizar la clásica intro a través del cañón de un pistola o la inconfundible música, pero, simplemente, nos limitamos a disfrutar del show. Sin complejos. ¿Y se puede, es disfrutable?. Sí, bastante. Tampoco hace vibrar ni entretiene de modo infalible, pero se deja consumir agradablemente y, bueno, digamos que queda a medio camino entre el "James Bond" más delirante y el más sobrio, sin llegar a los excesos melodramáticos corta-rollos de un Daniel Craig, donde, básicamente, se cargarán la esencia -al menos cinematográfica- del personaje, hasta el punto incluso de quitar la escena de los gadgets, bien presente en "Nunca digas nunca jamás", dentro de sus coordenadas algo más reposadas respecto a las del universo Moore, pero igualmente divertida y entrañable. No sé ustedes, pero yo echo de menos a ese agente doble cero.
Dirige el rey de los artesanos, Irvin Kershner.