sábado, 23 de enero de 2016

BLANK CITY

De todo el paripé cinematográfico acaecido durante las escenas punk, post-punk y no wave del Nueva York de finales de los 70 ya hablé largo y tendido cuando escribí sobre esta película, y esta otra. Así que no voy a extenderme más, basta decir que llevaba mucho tiempo deseando ver “Blank City” (si finalmente pude desquitarme fue gracias a la generosidad del amigo José Manuel Romero Moreno) siendo como es un documental dedicado a ese curioso momento de la historia del séptimo arte, el nacimiento del cine “indie” norteamericano, tal y como lo conocemos hoy previa desnaturalización y exterminio por parte de "Miramax" y "Sundance". Naturalmente sus más primigenias raíces estarían en el “underground” de los 60, con la diferencia que, salvo casos específicos, aquel era un cine menos accesible por su espíritu abiertamente experimental, mientras que este del que hablamos ahora apostaba por un rollo más urbano y realista.
Así pues el docu arranca entrevistando a aquellos que con sus películas de súper 8 y 16mm dieron inicio al pseudo-movimiento, destacando Amos Poe como auténtico padre fundador, Eric Mitchell, actor y director, el músico John Lurie, que improvisaba sus propios cortos en casa una aburrida tarde de Domingo, y, claro está, el único de todos ellos que alcanzó fama y prestigio, Jim Jarmusch (acompañado de cerca por los otros famosos que rulan por el docu, Deborah Harry, Steve Buscemi y el inevitable John Waters, que no entiendo que siempre lo asocien a cualquier movida etiquetable de "underground" cuando él no lo era, ni lo fue, y todo su mérito estuvo en el hurto de ideas y estéticas ajenas).
Esta es la parte más interesante de “Blank City”, básicamente porque retrata el pifostio cuando más honesto, crudo, espontáneo y libre era, cuando sus implicados rodaban de forma visceral, renegando de academicismos y profesionalidad, o se colaban en edificios antiguos para currarse peplums semi-urbanos, caso del curioso James Nares y su “Rome 78”.
Pero como pasa con absolutamente todo, la escena comenzó a desintegrarse en el instante en que el “media” se hizo eco de ella. Cuando algunos de sus integrantes demostraron mayor capacidad y ambición que la mayoría y a los críticos sesudos y los festivales respetables les dio por tomárselos en serio. Ello empujó al resto, cegados por la atención prestada, a depurar más sus respectivos estilos y maneras.
Aquí el documento se vuelve aburrido, centrándose en películas carentes de garra y actitud, preocupadas todas por lucir bien, según los cánones establecidos, tocar temas políticos o implicarse socialmente en cuestiones preocupantes como el racismo o el feminismo. Buf!. El clavo en el ataúd lo puso la recién llegada Susan Seidelman, cuya aportación tardía, “Smithereens/La chica de Nueva York” (en la que intervienen astros del mundillo como Richard Hell o el mismo Amos Poe) le abrió las puertas del cine comercial nada menos que con “Buscando a Susan desesperadamente”.
Para entonces la escena ya estaba agonizando. Se hacía necesario un relevo que apostara por un tipo de cine más radical… y ahí es donde entra el “Cinema of Transgression”, encabezado por Nick Zedd (cuyo nombre, haciendo honor a su condición, no sale en el cartel, cuando es uno de los integrantes de la movida que más habla), Richard Kern o Lydia Lunch. También a alguno de ellos les acabó devorando el "media", pero de otra manera. El problema del “Cinema of Transgression” es que vendría a ser como una repetición del nacimiento de la escena en sí misma, solo que sin la frescura original, de un modo más premeditado, sensacionalista y, este es un dato importante, buscando la atención a base de escándalo y provocación por la vía bestia, cosa que los primigenios ni tan siquiera se plantearon.
Finalmente “Blank City” termina siendo una peli curiosa, interesante, cuya mejor baza se encuentra en sus primeros 30 o 40 minutos, luego uno no puede evitar comenzar a pensar en la compra del día siguiente.
Los créditos finales cuentan con imágenes de los entrevistados, solo que mostrándolos cuando eran jóvenes en plena efervescencia creativa, y no como los cansados y algo hastiados adultos en los que el paso de los años los ha acabado convirtiendo. Dato este bastante significativo.