Un científico de renombre que se ha dejado la piel por intentar hacer de este un mundo mejor, en una visita a Yucca Flats —lugar donde se hacían pruebas atómicas— es expuesto a la radiación durante la explosión de una bomba, en consecuencia se convierte en un monstruo deforme que matará a todo aquél que se cruce en su camino. Un sheriff y varios lugareños, cuando reparan en su presencia, intentarán acabar con él por todos los medios.
Clásico de la serie Z más descacharrante, “El monstruo de Yucca Flats”, datada en 1961, al igual que otro de aquellos clásicos, “Manos: The Hands of Fate”, es una película cuya incapacidad viene precedida por un desconocimiento parcial del medio cinematográfico; sus principales artífices no eran cineastas profesionales, eran currelas. El director de “Manos: The Hands of Fate”, Hal Warren, vendía fertilizantes además de trastear con repuestos para camiones y Anthony Cardoza, productor de la que nos ocupa, era un experimentado soldador que contaba con 34.000 dólares para realizar la película, un elenco formado por Tor Jonhson y Conrad Brooks, habituales de la escudería Ed Wood a quien Cardoza ya había soltado sus buenos dineros con anterioridad para que rodara “Night Of The Ghouls” y las capacidades de un realizador como Coleman Francis, un actor de segunda reciclado a director que se desenvolvía por los parámetros de la serie Z en los años 60 con la misma soltura con la que lo haría Spielberg en los 80 dentro del cine espectáculo. Suyas serían “The Skydrivers” y “Night train to Mundo Fine” que engrosarían, junto con su ópera prima, los tan discutibles listados americanos de “peores películas de la historia del cine”. Francis murió en 1973 de manera violenta según contaba el propio Cardoza. Se lo encontraron en la parte trasera de una furgoneta con una bolsa a la cabeza y una soga al cuello.
Sin embargo “El monstruo de Yucca Flats”, sin que nadie lo pretendiera, resulta una película de lo más divertida. A parte de tratarse de un ir y venir de personajes que corretean y disparan sin munición en medio del monte sin ningún sentido, se trata de una muestra absoluta de la más rutilante chapuza cinematográfica, y es que, no es solo que tanto Cardoza como Francis tuvieran pocas habilidades a la hora de llevar una producción a cabo, es que además eran bastante vagos, inútiles y se esforzaban lo mínimo posible.
Tor Jonhson, luchador de wrestling que Ed Wood había descubierto para el cine —y al que convirtió en un icono absoluto del fantástico—, estaba muy contento porque para esta película se le habían concedido escenas de diálogo con las que podría demostrar su “valía” como actor, pero una vez más los espectadores tuvieron que conformarse con verle gruñir y enfurecerse. Efectivamente se rodaron varias escenas de palique, pero nunca llegaron a formar parte de la película.
Por motivos presupuestarios, “El Monstruo de Yucca Flats” se rodó sin sonido directo con la idea de, luego en postproducción, doblarla entera. Una vez terminada, a la hora de desarrollar la parte técnica referente al sonido, Cardoza y Francis se vieron en la tesitura de tener que sincronizar audio y diálogos, tarea esta que no era tan sencilla ni tan barata como se creían, y en lugar afrontar esta tesitura con profesionalidad, decidieron prescindir de la mayoría de escenas de diálogo haciendo una chapuza en el montaje que serian capaces de detectar hasta los menos puestos en la parte técnica del arte cinematográfico. Tiraron por lo más obvio; una voz en off va narrando una película prácticamente muda, soltando frases en contra del progreso y los avances tecnológicos, con las que te mueres de risa. Asimismo, cuando no les queda otra que introducir algún tipo de diálogo, para ahorrarse la sincronía, se opta por insertar las frases de tal manera que, el que tiene que hablar, se encuentra siempre fuera de plano, con lo cual, aunque les oímos, nunca vemos hablar a los actores. Una solución delirante.
La película, cuyo estreno se atrasó un par de años, enseguida fue pasto de las malas críticas y no tardaría en ser considerada lo peor de lo peor, pero no fue hasta los años ochenta que se haría tremendamente popular cuando Joel Hodgson la programó en su “Science Mistery Theather 3000”, espacio televisivo que se dedicaba a emitir películas de serie Z, con el aliciente de poder verla con los comentarios de Hodgson y su equipo, pintorreándose de ella. Nació así un nuevo culto que perdura hasta nuestros días. De hecho, un fan y director SOV llamado Leon Cowan se atrevería en pleno 2010 a rodar una secuela muy postmoderna, más deudora de las patochadas de la Troma que de este tipo de clásicos, titulada “Return to Yucca Flats: Desert-Man beast” que, sin mucha relación, traslada la acción al propio Yucca Flats para que una especie de cavernícola obeso asuste a señoritas que toman el sol en bikini tan ricamente por la zona. Toda chapuza incluida en esta película se rueda de manera consciente, aunque eso no exime a sus responsables de ser asimismo unos completos inútiles del mismo modo que lo eran Anthony Cardoza y Cleman Francis. A los yankees les gusta mucho hacer estas cosas.