La cantante, que pone cachondo a todos pero que no se ata a
ninguno, será el centro neurálgico de un triangulo amoroso entre ella, su
teclista y el maestro de este, en una especie de drama para acólitos del new-wave. Todo, rollo muy
alemán, por supuesto.
Ricardo Franco, debe todo su prestigio a una adaptación
cinematográfica de “La familia de Pascual Duarte” de Cela y, sobretodo, esa
peliculilla que vista a día de hoy parece una parodia, algo de cachondeo, que
era “La buena estrella”. Y todo su prestigio se basa en dos –si me apuran, una-
películas. Parece que se olvidan de que la película que dirigió justo antes de
“La buena estrella”, “¡Oh, cielos!” con el Gran Wyoming, era una comedia sin puta gracia que recibió
críticas terribles. De hecho quedó prácticamente condenada al ostracismo. Tan
mala era que, de hecho, me la compré en DVD por ese mismo motivo. En
definitiva, que tiene más bodrios que pelis buenas. Y las consideradas buenas,
en realidad son bodrios, así que sumen y sigan.
Y ahora parémonos en este “Berlín Blues”, pretencioso
intento de modernidad celuloíca, con
música de Lalo Schifrin tanto en las
composiciones incidentales como en las canciones (y que visto lo visto, se las
curró lo mínimo), cuya cadencia, tempo y chabacanería, cuando la estaba viendo,
me recordaba al cine de alguien. Efectivamente; al de Jess Franco. Recordemos,
no obstante, que Ricardo Franco era sobrino de Jess, y que se curtió,
básicamente, en rodajes de este, así
que, si, “Berlín Blues”, recuerda vagamente a una de las películas ochenteras
del tío Jess, eso si, con mayor presupuesto, mayor despliegue de medios, y
mucho menos atractivo en todos los aspectos. Pero queda claro de donde mamó
este prestigioso director. De hecho, la anteriormente mentada “¡Oh, cielos!”,
también vendría a ser de la misma escuela. Lo mismo cae por aquí un día de
estos.
Por lo demás, la película es un coñazo insoportable, con una
iluminación tan chunga, que apenas se ve algo, de personajes rancios y claras
ínfulas de cine Europeo y, sobretodo, una historia tan poco interesante que,
obviamente, pasó por los cines sin pena ni gloria. Mala a rabiar. Tan mala como
cualquiera de las peores películas de Jess Franco, solo que sin desenfoques,
bien encuadrada, y sin un ápice de improvisación. Fría.
En el reparto tenemos como prota a José Coronado, pero el
José Coronado de los ochenta, lo que se traduce en una interpretación que roza
la vergüenza ajena. Javier Gurruchaga como personaje “nuevaolero” y secundario,
que pedía a gritos mayor presencia. No se la concedieron. Gerardo Vera, Josep
María Pou y unos cuantos actores extranjeros por aquello de que pareciera lo
más internacional posible, completan el reparto.
En definitiva, una memez, una mierda. Y encima, pretenciosa.