viernes, 7 de septiembre de 2018

SIN VAGINA, ME MARGINAN

Dentro de la industria Peruana, que emerge cual Ave Fenix al igual que todas las cinematografías latino-americanas que facturan películas como churros gracias a los avances de la tecnología digital, y lejos de las muestras más underground provenientes de zonas de la serranía peruana, surge, muy hija de su tiempo, una película que ha causado cierto impacto y polémica en el mundo de las redes sociales. Rodada con un teléfono móvil —un buen teléfono móvil— y poco más de 4000 euros de presupuesto, sale a la palestra esta “Sin vagina, me marginan”.
Se trata de la propuesta de Wesley Verástegui, economista de profesión, fan de Pedro Almodóvar, que siendo guionista desde bien joven y habiendo tonteado con la escritura durante muchos años, decide liarse la manta a la cabeza y financiarse esta película. Nada nuevo lo de los bajos presupuestos  —o presupuestos inexistentes— en esto del cine peruano. Y nos ofrece una comedia de temática LGBT, en la que mirando muy de cerca aquellos títulos transgresores de los primeros ochenta de Almodóvar y cierto toquecito escatológico a lo John Waters, y con la precariedad técnica a la que nos tienen acostumbrados las cinematografías emergentes, que nos cuenta, en algo parecido a una road movie, la historia de Barbie y Microbio, dos transexuales y prostitutas de profesión, que tendrán que ingeniárselas para conseguir los 30000 dólares que la primera necesita para hacerse un cambio de sexo. Y como no se les ocurre otra cosa, acaban secuestrando a la hija de un ministro, lo que hará que se les complique la cosa.
La gracia del asunto es que tras conseguir la película en redes sociales un índice de viralidad notablemente alto, una distribuidora se puso en contacto con Wesley con la firme intención de dirstribuir la película para su estreno en salas. Sin embargo, y como diría Steve Martin en “Hombre muerto no paga”, Perú es un país en el que escriben problemas con v y si les corriges, te matan. ¿Qué quiero decir con esto? Que la distribuidora se echó finalmente para atrás y la película acabó por no estrenarse, debido a las constantes quejas de las asociaciones de padres que consideraban que el título era pernicioso para sus hijos menores.
El caso es que en las redes está recibiendo la repercusión que merece, porque, hacer en Perú, un país con muy poquitos años de cine a sus espaldas, un país dónde existe una mitología que gira en torno a Jarjacha, el demonio del incesto, que castiga a padres y hermanos que mantienen relaciones con sus hijas o hermanas,  una película donde los protagonistas son dos transexuales alocadas que no paran de decir tacos durante toda la película, dónde lo más flojito que dicen es “hija de la gran puta” y donde se hace un reivindicación sin complejos, no solo de la transexualidad, sino de todo el colectivo gay, es una osadía que hay que tener en cuenta. Aunque en su discurso se sirva de los más despreciables tópicos que provienen, en cualquier caso, de la novedad que supone a todas luces el realizar cine allí.
Entonces, de factura amateur —la edición es la cosa más tosca que he visto desde las películas serranas— con una duración de poco menos de una hora, resulta que la cinta es divertida, disfrutable y políticamente incorrecta a rabiar, amén de mostrarnos la ciudad tal cual es, con el predominio de los colores azules en los edificios y los desconchones de las paredes que nadie se ha preocupado ni se va a preocupar de restaurar.
Una manera de demostrar que no hace falta ser un genio (Wesley Verastégui no lo es ni de coña) para hacer una película pobre sin apenas dinero para realizarla. Pero es que con la tontería, me doy cuenta que el cine pobre tiene alma, tiene entidad propia, y tiene las armas suficientes como para que nos detengamos ante él más allá de la mera anécdota.
Con todas sus coherentes (y necesarias) carencias, verdaderamente, recomiendo “Sin vagina, me marginan” cuyo canchondeo empieza desde el título mismo, que a su vez ha sido su cruz y su San Benito.