lunes, 9 de septiembre de 2019

CRUMB

Ya había visto tiempo atrás este documental que quizás me dejó frío en su momento, pero que llega en plena vorágine crumbiana para mí. Porque a Robert Crumb, cualquiera que  ha leído un tebeo en su vida, le conoce de sobras, sabe que es uno de los padres del cómic underground y, probablemente, el historietista más importante de la historia del tebeo. ¿Pero le había leído? De manera superficial si acaso, por encima, y sin prestarle demasiada atención. Digamos que soy un absoluto neófito en Robert Crumb. Pero estos días en los que, para ir variando, combino mis tiempos de lectura entre libros y tebeos y, al ser testigo de la más absoluta veneración que tienen mis amistades del mundo del cómic hacia el amigo Crumb, decido que es un buen momento para comenzar a leerlo y me empapo (e inicio) con el recientemente editado “Sexo Majara”, algunos tomos de “Mr Natural” y el aclamado “Mis problemas con las mujeres” dentro de esa colección de obras completas que entre los 80 y 90 se editó en España. Y digamos que, a título personal, lo encuentro un autor un tanto irregular. Pero siempre dentro de que está claro que es el mejor de su calaña, no me malinterpreten. A lo que voy es que lo que hace bueno, es una jodida obra maestra (sin ir más lejos, el mentado “Mis problemas con las mujeres” o todas esas historietas en torno al blues y el jazz de los años 30 y 40), pero lo que hace menos bueno, me deja frío (gran parte de los de “Mr Natural”) o incluso muy frío. Pero lo bueno es tan, tan, tan bueno, que hace que lo que no lo es tanto no sean más que minucias. Si hacemos, según mi criterio, una media de lo que he podido leer de Crumb, mi sentencia es que es lo mejor de lo mejor.
Dicho esto también añadiré, que me crispa enormemente que Crumb en sí mismo, es un producto concebido para un tipo de lector concreto, que es el típico hombre tímido y retraído, que no encaja en la sociedad y para el que el sexo es un misterio. Incluso, en el documental del que ahora les hablaré, “Crumb”, el propio Robert cuenta que es consciente del tipo de lectores que tiene; estos de los que les hablo. Y entonces leen a Crumb única y exclusivamente porque se sienten identificados con el autor. Y es que Crumb era eso, un virgen retraído y marginal que sublimaba sus carencias de todo tipo con el cómic… pero su lector, el que se siente identificado con él, no cae en la cuenta de que fue así hasta que se hizo famoso, rompió a follar y nos los contó a través de las viñetas. Entonces cambió todo para él y, por eso, sus lectores retraidos pueden leerle, pero él ya no es como ellos. Si no hubiera espabilado en la era hippie y no se hubiera hecho famoso, probablemente esta gente no tendría un líder espiritual con el que sentirse identificados. Entonces, a Robert Crumb, el follar le genera una creatividad absoluta, versátil, ingeniosa y genuina y, asimismo, es follar lo que le hace desarrollar esa misoginia que tanto les gusta a sus lectores tipo y que a mí, por supuesto, me maravilla. Y es ese cambio de vida  sexual el que convierte a Robert Crumb en la leyenda que es hoy. No quiero decir que lo anterior no fuera bueno, pero es mejor lo que hizo a partir de meter la picha en adobo.
Me crispa también ese otro lector de Crumb, el esnob de turno que lee a Crumb porque es lo que toca, que quizás no le comprende y justifica de alguna manera sus arrebatos misóginos y hasta racistas, cuando en realidad no hay nada que justificar. El propio Robert Crumb en ningún momento ha tratado de justificarse por lo que hace. Entonces, me crispa sobre manera ese tipo de lector que visita las galerías de arte y cuando hay que leer algún cómic lee a Crumb porque es lo artística y socialmente —en sus círculos— aceptable.
En definitiva, me crispan los lectores medios de Robert Crumb, a los que seguramente les crisparé yo, que le he descubierto, como quién dice, en pleno 2019.
Y metido de lleno en sus lecturas, fascinado y entusiasmado con este descubrimiento, decido revisar el documental “Crumb” de otro viejo conocido del underground  como  es Terry Zwigoff, amigo personal de Robert Crumb y del que, dicen, que consiguió que este aceptara hacer esta película porque estuvo amenazándole constantemente con volarse la tapa de los sesos en su presencia si no aceptaba ser filmado.
“Crumb” es, asimismo, más que un documental, una película fascinante que para ser disfrutada en su esplendor, es necesario conocer un poco el trabajo del personaje al cual retrata. Cuando la vi por primera vez años atrás, quizás su sordidez me llamaba la atención, pero no era consciente de lo que Zwigoff nos estaba ofreciendo. “Crumb” es un retrato absolutamente desgarrador sobre una familia disfuncional cuyas consecuencias no son otras que las enfermedades mentales. Y como tal, nos muestra también parte del trabajo y trayectoria del miembro de esa familia menos enfermo —es decir, Robert Crumb— al que salvó del ostracismo social su talento y la fama. Entonces los que esperaran un documental al uso, lo llevan claro.
Así, un equipo de filmación capitaneado por Zwigoff sigue a nuestro protagonista entre viñetas, explicaciones de historietas controvertidas, la asistencia de Robert Crumb a sesiones de fotos o exposiciones de su obra, se explica su relación con la también historietista Aline Kominsky, pero lo que en realidad se nos cuenta es la historia de un padre de familia totalitarista y maltratador, cuyos abusos propiciaron que sus tres talentosos hijos (las dos hermanas de Crumb no quisieron aparecer en la película) acabaran, literalmente, chalados. Ver sudando como un pollo a Charles, el hermano mayor de Robert, viviendo en casa con su madre entre libros antiguos que relee compulsivamente  y luchando contra sus tendencias suicidas a base de medicación, es acongojante. También lo es ver el estado en el que se encuentra el hermano menor, Maxon, que se dedica a molestar a las mujeres en la vía pública y  sentarse en una cama de pinchos a cambio de limosna. Y le echan los dos un sentido del humor a tan deplorable estado de salud que deja al espectador anonadado. Perplejos nos quedamos, también, al ver algunas de las obras de estos dos señores, y comprobamos que de casta le viene al galgo y le da a uno por pensar que hubiera sido  de estos señores de no haber sido alcanzados por la enfermedad. Como fuere, ya sean las pinturas de Maxon o esos cómics que hacía Charles Crumb, cuya enfermedad los fue tornando a una cosa extrañísima llena de rayas  (tebeos estos que al final derivarían al exceso de texto y de ahí, a la hipergrafía), son obras estupendas y llenas de talento. Por supuesto, Charles se suicidó a poco de rodar sus escenas, en 1992, y Maxon, sigue estando como unas maracas.
Por otro lado, Zwigoff nos ofrece una forma de filmar cruda y feista con la que se limita a seguir por aquí y por allá a nuestro amigo Crumb, sin florituras y con la garantía que ofrece el ser un amigo íntimo quién realiza este retrato, y ante un par de declaraciones de los críticos de turno, las feministas de rigor y un par de formalismos mínimos y acertados que inserta en el metraje, el mérito de la cinta consiste en una buena manipulación del material filmado y  una buena selección de lo que se incluye en el corte final. Así, este trabajo magistral, le valió a Zwigoff todo tipo de reconocimientos —son varios los críticos que citan “Crumb” como una de las mejores películas de la historia—, premios, proyecciones… aunque por motivos que a todo el mundo se le escapan, no consiguió tan siquiera ser seleccionada en los Oscars de Hollywood en la categoría documental. Y es que ni le hace falta, ni deja de ser un producto marginal que no entra dentro de los parámetros de lo que Hollywood quiere (de hecho, los académicos que la visionaron dejaron de ver la cinta a los 20 minutos del inicio).
Y yo quiero darle un especial valor a esta película porque creo que con un personaje interesante al que filmar, las cosas salen solas y, Robert Crumb, es una perita en dulce; Sin embargo, por un lado creo que Crumb no es precisamente fácil y, por otro, considero que Crumb es un artista único e irrepetible, lleno de manías, neuras y toda clase de delirios provenientes del ego propio, pero aquí, lo que verdaderamente pasa, es que Robert Crumb es lo de menos; lo verdaderamente genial es la película de Terry Zwigoff. Crumb solamente facilita la labor a un cineasta tan genial como distinto, no es más que un vehículo.
Por supuesto, la carrera posterior de Zwigoff, fue para abajo y tras un par de adaptaciones de cómics como “Ghost World” o “El arte de estrangular” o esa gran comedia que era “Bad Santa”, la verdad es que no ha hecho nada más después. Por lo que fue un aspirante a director interesante cuya carrera fue efímera. Pero solo por poder ver “Crumb”, ya merece la pena que este hombre se metiera a cineasta. Incluso ha propiciado que quiera seguir leyendo a Crumb. Y eso que el retrato que presenta, no es el de una persona que caiga especialmente bien. Es más, yo le daría dos hostias.