lunes, 16 de septiembre de 2019

ADIOS, EMMANUELLE

Si hay que oficializar hasta lo purista la saga de “Emmanuelle”, esta “Adiós Emmanuelle” sería la ultima película oficial de lo que podríamos considerar una trilogía  con Sylvia Kristel a la cabeza (a partir de la cuarta película, “Emmanuel IV”, la Kristel aparece de manera testimonial, en pequeños cameos, nunca más como protagonista).
Para ese año de producción 1977, el personaje de Emmanuelle ya era un fenómeno del erotismo que encontró en las pequeñas salas de barrio de medio mundo y en el subproducto (las “Emanuelles negras” y derivados) su campo de acción, por lo que ante el erotismo rancio, violento y a la italiana de los apócrifos italoparlantes, la saga original no era más que un producto de escaso interés para el pajillero. Ante los objetivos aceitosos de esos productos, la sofisticación —y la superioridad moral— swinger del personaje creado teóricamente por Emmaniuelle Arsan, no era más que morralla soft para ancianos aburguesados que continuaban masturbándose ante la visión de una ya ajada y contrahecha Sylvia Kristel.
Pero al margen de su público natural, lo verdadero es que, no me tiembla la voz al aseverar que, probablemente, “Adiós Emmanuelle” se encuentre entre las dos o tres peores películas de la saga, incluidas las apócrifas. Está a la altura, incluso, de la de Jess Franco. Nada. Ni puta gracia. Celuloide desechable.
Y es que en esta ocasión, lo que cambia es el escenario dónde Emmanuelle se pasa por la piedra todo lo que se mueve; nos plantamos en las islas Seychelle y, venga, a follisquear.  Sin embargo, esas islas Seychelle salen muy mal paradas en la película, porque salvo por algunos planos de recurso exteriores, la integridad de la película sucede en interiores. Con lo cual tenemos un folletín tremendamente aburrido donde las parejas hablan y hablan y, de vez en cuando, echan algún polvete muy soft y recortado —dicen que existe una versión X de la cinta cuyos derechos pertenecieron al mítico exploiter Jerry Gross, quien en su momento exhibiera cintas tan célebres como “Me bebo tu sangre/ Perros rabiosos” o llevara el Mondo a salas americanas—. Un pestiño de los de padre y muy señor mío.
En esta ocasión, Emmanuelle, casada, suponemos, que por enésima vez, hace uso de su sexualidad acompañada por su marido en las Islas Seychelle. Económicamente bien posicionados, no dudan en montárselo con el servicio, o con otros matrimonios afines mientras se les llena la boca con discursos trasnochados (a día de hoy) sobre la libertad sexual. Lo malo es que un director de cine acude a la zona en busca de localizaciones para su próxima película, una película de folleteo y de temática, como no, swinger, del que Emmanuelle acabará encaprichándose y al que, lógicamente, se tirará sin atisbo de culpa. Por supuesto, el lío se montará cuando el marido, al cual se le ha llenado la boca con lo de la libertad cuando se ha puesto las botas con su mujer y la criada negra, le entran unos celos terribles al ver que el del cine se la trajina mejor que él,  por lo que Emmanuelle, querrá poner pies en polvorosa.
“Adiós Emmanuelle” debía ser rancia incluso para los estándares de 1977.
Nada, una película muerta cuya única razón de ser consiste en ser parte de una saga mítica. Más allá de eso, es una película muerta. Fílmica y eróticamente.
Dirige la película, poniendo, eso sí, mucho empeño en la fotografía que es muy bonita, el franchute Françoise Leterrier, conocido por ser el protagonista del clásico de Robert Bresson “Un condenado a muerte se ha escapado” y que posteriormente se granjeó una carrera como director en la que su película más popular, sin duda, es la que nos ocupa.
Como anécdota contar que en año 1980, dos individuos desaliñados con unos pocos dólares en el bolsillo, se paseaban por el mercado de films del festival de Cannes de 1980 buscando alguna película que distribuir en los Estados Unidos. Compraron “Adiós Emmanuelle” pasa su exhibición en las américas y la estrenaron en circuitos reducidos, pero supieron sacarle beneficio a la película con las ventas a las televisiones, que la programaban en pases de madrugada. Estos individuos eran Bob y Harvey Weinstein y su compañía, se llamaba Miramax. Ergo, la primera película que distribuiría la Miramax en su tortuosa existencia, fue esta “Adiós Emmanuelle” que, por supuesto, les reportaría unos buenos cuartos.