sábado, 30 de mayo de 2020

EL MISTERIO DE LAS DOCE SILLAS

En el agradable pero poco vistoso audio comentario de la simpática/tontuna "Spaceballs, la loca historia de las galaxias", Mel Brooks explica, no sin cierto desencanto, que el éxito de "Sillas de montar calientes" fue su bendición y a la vez su maldición. Hasta entonces únicamente había dirigido dos películas de presupuesto modesto y que él consideraba "personales", "Los Productores" y esta de la que pasaré a hablarles hoy, "El misterio de las doce sillas". Un par de comedias no excesivamente desmadradas, con un cierto poso realista, lejos del elemento paródico, metacinematográfico, abiertamente bufo y referencial que sería una constante en casi todo el resto de su carrera a raíz de aquel peculiar western de guasa. El pequeño judío literalmente comenta que tras semejante éxito había "emprendido el camino equivocado" y que tendría que haberse mantenido fiel a sus primeras películas y "olvidarme de todo este asunto de tener que llenar asientos en los cines". Unas palabras muy reveladoras y que aclaran mucho la naturaleza de "El misterio de las doce sillas", extrañamente ambientada en la Rusia de los años 20 (y basada en una novela de idéntica procedencia). 
Una aristócrata, caída en desgracia tras la revolución, confiesa el día de su muerte que ocultó todas sus joyas en el fondo de una de las lujosas doce sillas que amueblaban su antigua mansión. El yerno de la muerta, el cura golfo que la ha confesado y un joven vagabundo saldrán a la búsqueda de tan preciado tesoro, viviendo toda suerte de trifulcas más o menos graciosas.
Cuando era jovencito, y mi fanatismo por Mel Brooks se encontraba en pleno apogeo, consideraba "El misterio de las doce sillas" su película más aburrida y menos divertida. Y es cierto que puede ser así, pero ello no significa que sea la peor. Seguramente, desde un punto de vista cinematográfico y "autoral", son más malas algunas de las que hizo en los 90. Pero aún así, por estúpidas y chorriles, aquellas resultan incluso más amenas que esta tragicomedia en la que, como decía, tenemos a un Brooks bastante contenido, dispuesto a explotar cierto tono más de enredo antes que absurdista, añadiendo unas gotitas de slapstick, sobre todo por ciertas secuencias aceleradas. Sonríes a ratos, sí, pero la verdad es que no es una peli tremendamente divertida y, además, gasta un tono gris y cuenta con un final sutilmente amargo que de chaval no me gustó nada de nada (aunque el de la novela es peor, con un crimen de por medio).
El florido reparto lo componen Ron Moody, un debutante Frank Langella (papel que quería hacer Gene Wilder, pero Brooks se lo negó al considerar que no pegaba como galán/golfo, por lo que el rizado actor acabó rechazando salir en la peli) y un Dom DeLuise desatadísimo. Inevitablemente, el propio Brooks se reserva un papel secundario.
Vista hoy día, quizás mis impresiones han mejorado sustancialmente, pero no tanto como para incluir su dvd o blu-ray en mi colección. Será que tengo mal gusto, o que soy demasiado simple, pero sigo prefiriendo aquellas obras que Mel Brooks hizo después, destinadas a "llenar asientos en los cines".