viernes, 23 de octubre de 2020

LOS PORRETAS

El director Carlos Suárez parecía dispuesto a adaptar para el cine toda suerte de personajes ajenos al medio; Primero lo hizo con “Makinavaja, el último Chorizo” y “Semos Peligrosos (usease Makinavaja dos)”, con los tan queridos personajes creados por Ivá y provenientes del cómic — y con los que consiguió un gran éxito de taquilla, sobre todo, con la primera de las películas— y, después, con la película que nos ocupa, esta “Los Porretas”, adaptando un serial radiofónico en un film que supuso, por un lado, el testamento de Carlos Suárez que no volvería a dirigir, para luego continuar con su labor habitual de director de fotografía y, por otro, un fracaso de taquilla estrepitoso, mayor incluso que el de su anterior película, “Adiós Tiburón” concebida inicialmente para que fuera un gran éxito. Dos fracasos en un año, a lo mejor son una excusa perfecta para que Suárez decidiera plegar la silla de director.
“Los Porretas”, como ya he dicho, adapta las aventuras de la familia Porretas, familia esta que alcanzó la fama desde el dial de Cadena Ser con el serial titulado “La Saga de los Porretas”, a base de capítulos diarios de diez minutos de duración, durante un periodo de tiempo comprendido entre los años 1976 y 1988. El motivo de su éxito, a pesar de que en plena transición ya empezaba a estar desfasado el serial radiofónico, radica en que tras muchos años de seriales dramáticos al estilo de “Ama Rosa” —que también conoce su adaptación cinematográfica de la mano de León Klimovsky—, “La Saga de los Porretas”, creado por Eduardo Vázquez —que ya triunfó en la radio con la radio novela, “Matilde, Perico y Periquín”— y José Fernando Dicenta, quien además se encargó de dirigirlo, apostaba por un tipo de comedia blanca y costumbrista con la que, sin duda, el oyente podía sentirse identificado. En ella, los absolutos protagonistas eran el abuelo Segismundo, su nuera Candelaria, que siempre estaban en pie de guerra por problemas económicos y domésticos, y los amigos del abuelo, Matías y Pernales, que se pasaban el día en el casino del jubilado. Muy bien para los años 70. Pero claro en la segunda mitad de los años noventa, década infausta en la que se rodó esta ranciedad, ¿Quién se acordaba de “La saga de los Porretas”? yo creo que ni tan siquiera los más viejos del lugar.
Carente de todo sentido y lógica, Carlos Suárez comienza con el proyecto que, inicialmente, iba a ser televisivo y en formato serie —medio este en el que yo creo que sí que hubiera funcionado—y, sin conseguir llevarlo a cabo, tras mucho tejemaneje, finalmente se fragua en película con un reparto de verdadero lujo; Alfredo Landa como el abuelo Segismundo, Manuel Alexandre y Lázaro Escarceller como Pernales y Matías respectivamente, y, con su limitado talento interpretativo, Mirian Díaz-Aroca haría lo que pudiera con el personaje de Candelaria, la nuera. Así, tomando como base los muchos capítulos existentes del serial, y adaptándolo todo a los tiempos que corrían, los noventa, Suárez construye una película en su línea, en la que un ligero hilo argumental casi inexistente nos sirve como excusa para dar paso a lo que realmente interesa que es la retahíla de gags protagonizados por los personajes, como ya hiciera con “Makinavaja, el ultimo chorizo” y su secuela.
Por lo tanto, Segismundo Porretas, tras enviudar, se traslada a casa de su hijo, su nuera y los retoños del matrimonio, donde las estrecheces económicas están a la orden del día. Candelaria, la nuera, intenta hacerle ver a Segismundo, que ya que le están dando cobijo y manutención este debería colaborar económicamente en los gastos familiares con la mitad de su pensión, cosa que el abuelo, intentará evitar durante todo el metraje. La cosa se complica cuando Segismundo, en compañía de sus inseparables Pernales y Matías, harán todo tipo de gamberradas como, por ejemplo, mendigar en la calle, lo que provocará no pocos quebraderos de cabeza a Candelaria, y las —supuestas— situaciones cómicas e hilarantes.
Desde luego, se trata de una comedia absolutamente fallida, donde la dirección de actores es penosa (Landa, soberbio casi siempre, actúa en esta como con desgana, como si, para él, estuviera interviniendo en una mierda), donde la planificación es desastrosa, el montaje torpe y carente de todo ritmo. Una comedia tan alocada como esta acaba convirtiéndose en un aburrimiento interminable, a pesar de su más que ajustada duración. Un fracaso en el más amplio sentido de la palabra, hablando en términos artísticos y monetarios. Pasó inadvertida en las salas, luego, tuvo una edición para alquiler en vídeo y algún pase televisivo. Y después, ya nadie se acuerda de la película, ni los programadores televisivos, que no la programan nunca, ni el sector del vídeo doméstico, no habiendo conocido la cinta distribución en venta directa ni en VHS, ni en DVD. No obstante, había que dejar constancia escrita de la película en nuestro blog, ya que es una adaptación de un serial radiofónico de éxito y, por ende, una españolada de última hornada con signos más que característicos. Si me apuran, podríamos, incluso, adscribirla al “Landismo”.