lunes, 18 de noviembre de 2019

EL SEXO QUE HABLA

Intento tardío de sexploitation que pretende ser, a su vez, una desmadrada comedieta números musicales incluidos, capaz de divertir a unas audiencias que en realidad, ávidas de sexo en la pantalla, ya estaban ocupando las plateas de las salas X. “El sexo que habla” no resultó muy oportuna en su estreno y fue recibida por el público con bastante frialdad. Y es que, aún con sus buenas dosis de destete, lo que pretende la película es bastante absurdo. Es una chorrada…
Una peluquera, tras mantener sexo con un individuo, comienza a escuchar toda suerte de improperios. Pronto se da cuenta de que posee una vagina parlanchina que tiene autonomía propia. Incluso, le pide a su dueña que le traiga maromos para paliar sus ansias. Pronto nuestra protagonista es examinada por su psiquiatra que al ver que posee una vagina parlante no se le ocurre otra cosa que explotar ese don en los medios de comunicación, máxime, cuanto esta vagina posee deseos de cantar. Este hombre convierte la vagina de la peluquera en una famosa cantante.
O sea, que estamos ante una película sobre ¡un coño que canta! No es poca cosa, porque a finales de los setenta una cosa así, medio hippie, podía ser, cuando menos, divertido. No lo fue, el público dio la espalda a una película que ni siquiera ha obtenido un culto competente años después. Sin embargo, en una entrevista, el actor Russel Crowe afirmó que es la primera película que vio en un cine en su Nueva Zelanda natal, y que fue la pura y dura calentura la que le instó a elegir esta película en su primera visita al cine. Y ese es uno de los motivos por lo que es famoso este film.
También, siendo justos, podemos colgarle la medalla de tratarse la primera película de ese extraño subgénero que es el de aparatos reproductores parlanchines; no son muchas las películas, pero suficientes para considerarlo un subgénero, siendo la más famosa de todas “Lo mío y yo” con Griffin Dunne como protagonista, que tiene largas conversiones con su pene, de la misma manera que el marqués de Sade, en forma de extraño ser amarionetado, las tenía en la estupenda “Marquis”.  Aquí, el coño de la protagonista, más que conversaciones se podía decir que tiene insoportables monólogos.
A priori la película es amena y promete algo de sana y morbosa diversión, pero a medida que avanza la trama, verdaderamente, tiene la misma estructura de una película porno a la que han eliminado el sexo y, por reiterativa, el espectador acaba bostezando. Y de tanto oír cantar al coño, el espectador acaba hasta las narices de este sexo que habla.
Se trata de uno de los últimos sexploits dirigidos de por Tom DeSimone, que emprendería en los ochenta una carrera zetosa tocando todos los palos y con películas hoy míticas y muy divertidas como puedan ser la estupenda “Motín en el reformatorio de mujeres” , “Angel 3” o “Noche Infernal”. En esta “El sexo que habla”, podríamos decir que encontramos el peor y menos inspirado DeSimone.
También conocida como “Virginia, The talking vagina”, pero de título original “Chatterbox!”, se estrenó en nuestro país sin la clasificación “S” que por derecho propio, temática y despelote se merecía, ya que justo ese 1978 de su estreno es cuando entró en vigor dicha clasificación y entre unas cosas y otras, en pleno mes de agosto, la película se escapó por los pelos. Y fueron a verla a los cines los 197.000 espectadores de rigor.
Poco después, apareció en vídeo una película pornográfica del mismo título, “El sexo que habla” que llevó a equívoco a los cinéfilos más desprejuiciados que querían alquilar esta o viceversa. Y es que, en ambas cintas, unos sugerentes labios rojos —y parlantes— eran el principal reclamo.
Curiosa, sin más, pero también, una pedazo chorrada como un piano sin el más mínimo interés.