“Lo que cuenta es el final” es una de esas películas que si hubiera salido un pelín mejor de lo que salió, estaba predestinada a convertir a su protagonista, Tom Hanks, en una gran estrella. No pasa nada, igualmente lo consiguió un poco más adelante.
En realidad “Lo que cuenta es el final” es una película prácticamente destinada a un público especializado en stand up comedy y, por lo tanto —y más en la época en la que se estrenó— una cosa un tanto marciana para el público ajeno a esa disciplina de la comedia, consumidores de cine mainstream y/o españoles en los 80.
Su libreto descansó en los cajones de los despachos de Columbia durante años.
En 1979, el director David Seltzer andaba buscando un actor para que encarnara al protagonista de un episodio piloto para una serie de televisión en la que andaba trabajando en aquellos momentos para el canal televisivo ABC. Un allegado de Seltzer le recomendó que se pateara los clubes de comedia, ya que en los escenarios, además de grandes humoristas se encontraban grandes actores aún por descubrir. A Seltzer, ni le agradó ni le disgustó lo que vio una vez se inmiscuyó en el ambiente de la comedia de micro, pero, eso si, quedó completamente fascinado por lo que vio en lo alto de los escenarios. Aquellos tipos que se ceñían a su guión lo mínimo en pro de la improvisación mas feroz le cautivaron hasta tal punto que lo de encontrar al actor idóneo para su episodio piloto quedó relegado a un segundo plano. Ahora le interesaba estudiar los comportamientos de todos esto comediantes para un nuevo proyecto; “Lo que cuenta es el final”. Pergeñó así un guion para una película que trataría precisamente sobre la vida de este tipo de humoristas.
Por mediación del ejecutivo Bob Bookman, David Seltzer logra vender el guion a Columbia Pictures. El guion gustó mucho a Howard Zieff, en boga en aquellos años tras haber dirigido éxitos como “Alegrías de un Viudo” o “Combate de fondo” y, por eso, Columbia, con absoluta fe en el criterio del director compró el guion a Seltzer. Así que se realizó una pequeña preproducción del proyecto. Sin embargo, Zieff, que en esos momentos ultimaba el rodaje de la película “La recluta Benjamín”, perdió todo el entusiasmo hacia el guión de Seltzer cuando recibió el libreto de “Infielmente tuya”, guion escrito en 1948 por Preston Sturges, readaptado para los tiempos que corrían —los ochenta— por Robert Klane, Barry Levinson y Valerie Curtin. Obviamente, un guion no rodado de Sturges era todo un caramelo para cualquier director de comedia, por lo que se centró en la realización de esta película, quedando el guion de “Lo que cuenta es el final” aparcado y en el cajón de guiones adquiridos por Columbia, cogiendo polvo.
Pasan los años y, en 1986, el productor Daniel Melnick, curioso como era, decide echar un vistazo a los más de 12 guiones que tenía Columbia en propiedad y que jamás se habían rodado, llamándole la atención especialmente el que no ocupa.
El guion había pasado de mano en mano siendo este digno de consideración por unos, y ninguneado por otros, mientras que en boca de los ejecutivos sonaba que por los estudios no había gustado la mezcla de comedia y drama que este poseía —después de tres cambios de gestión— así como el personaje principal, Steven Gold, que resultaba bastante antipático y malintencionado. Sin embargo, Melnick mostraba entusiasmo tanto con el guion como con el personaje, así que decidió levantar el proyecto.
No había estrellas que pudieran protagonizar la cinta, así que el estudio decidió que, siendo una cosa barata, se podía hacer la película. La dirigiría el propio David Seltzer, sin estrellas, y con un presupuesto de tan solo 8 millones de dólares. Por otro lado, al presidente interino de Columbia, Steve Sohmer, le parecía demasiado arriesgado hacer un film de ocho millones sin estrellas en él, máxime un melodrama sobre cómicos de micro que, en cierto modo, al público era fácil que pudiera importarle un pimiento.
Por otra parte, la actriz Sally Field tenía contrato de producción con Columbia. A Sohmer se le ocurrió que si a Sally Field le gustaba el guion y lo protagonizaba, dotaría la producción de prestigio y sería menos arriesgado llevarla a cabo. Le mostraron el guion a la actriz y a esta le entusiasmó, también, le pareció muy buena idea entrar a co-producir, por lo que, cuando se estrecharon las manos, “Lo que cuenta es el final”, pasó a tener un presupuesto de 15 millones de dólares.
El guion definitivo contaría la historia de Lilah Krytsick, una ama de casa que comienza a hacer sus pinitos como humorista en un club de comedia llamado “El gas de la risa”, en el que coincidiría con un joven talento llamado Steve Gold que se encuentra a centímetros de ser descubierto por algún mecenas. Gold es un estudiante de medicina que, debido a su mala calificación es expulsado de la facultad, por lo que su vida deambulará entre el drama que supone que su padre descubra que no sigue estudiando y el dedicarse a la comedia de manera profesional. Por su lado, Lilah, tendrá que enfrentarse al tener que ir aprendiendo y mejorando en su pasión, mientras que lidia con un marido conservador que se opone a que su mujer, ama de casa y madre, desarrolle su faceta de humorista más profundamente.
Un buen día, un concurso en el “Gas de la risa”, local este donde suelen actuar nuestros cómicos cada noche, pondrá a todo el mundo en su sitio.
En realidad, y como suele ocurrir con casi todas las películas que tratan en profundidad las vidas de los cómicos de micro “Lo que cuenta es el final” es un drama en torno a la comedia, con momentos más o menos humorísticos, pero donde se impone el drama, el drama amable, eso sí, y donde el mensaje final que se nos viene a dar es que la comedia es una cosa muy seria.
Huelga decir que el papel co-protagonista, el del visceral Steve Gold, lo interpreta un emergente Tom Hanks. Hanks, que entró en la película en la recta final de la pre-producción, no había hecho nunca comedia stand up, si bien como actor de comedia que estaba destinado a ser —aunque la vida finalmente le llevó por otros derroteros— sí estaba familiarizado con ese tipo de comedia tan directa. David Seltzer, preparó unos monólogos para él en el guion, pero Hanks consideró que estos no eran en absoluto divertidos. Seltzer estaba de acuerdo. Así pues, ambicioso como era, decidió escribir su propio monólogo que apenas duraría unos cinco minutos. Cuando consideró que estaba del todo pulido, ni corto ni perezoso, Tom Hanks decidió interpretarlo en el famoso Comedy Store de Los Angeles donde tantos actores y humoristas han debutado. Hanks no se hizo con el público en aquellas actuaciones. Aún así, tozudo cual burro, siguió escribiendo y subiendo al escenario sudando la gota gorda. El público le sacaba los colores… pero Hanks iba tomando soltura porque se hacía tres actuaciones cada noche. A esas alturas, tras un mes actuando solo para poder preparar su papel en condiciones, llegó a hacerse amigo de los guionistas y humoristas Randy Fletcher y Barry Sobel, quienes le ayudaron a reescribir su monólogo y a pulir su estilo. Para cuando empezó el rodaje, Tom Hanks ya había interpretado su monólogo más de 30 veces en distintos clubes de Los Angeles y Nueva York, por lo que interpretó a Steve Gold a la perfección.
Por su parte, Field, que tampoco había hecho nunca comedia de micro, pidió ayuda a su amiga, la actriz y excelente humorista Lily Tomlin, quien le explicó que la única manera de hacer comedia era subiéndose a un escenario, por lo que Sally Field tomó un repertorio de 45 minutos y se lanzó a pronunciarlo en un club de Manhattan Beach, noche tras noche. Sally Field en aquella época era harto popular, por lo que sus intervenciones en aquel modesto local acabaron convirtiéndose en turnos de preguntas y respuestas en los que la actriz contaba en que proyectos andaba metida. Aún así, no se le acabó dando mal la cosa. Para escribir e interpretar sus monólogos dentro de la película, Field contrató los servicios de los reputados humoristas Dottie Archibald y Susie Essman, que acabaron de dar forma a los chistes que soltaría en el escenario su personaje, Lylahn Kritsick.
La película se rodó durante 1987 y, en su postproducción, el presidente de Columbia, David Puttman, se empeñó en que quería estrenar la película en navidades de ese mismo año, cosa que en absoluto beneficiaría al film. La fuerte oferta de cine taquillero de corte familiar que, sin duda, iba a hacer la competencia a la cinta en esas fechas, podrían hacer que “Lo que cuenta es el final” hubiera perdido mucho dinero. Pero la película no estaba acabada, así que se aplazó su estreno hasta nuevo aviso.
Durante la postproducción, Tom Hanks rodaba la que sin duda fue la película que acabó de impulsar su carrera, “Big”, por la que incluso fue nominado al Oscar como mejor actor protagonista. El éxito de esta película le vino que ni pintado a “Lo que cuenta es el final” y sobre todo a Columbia, ya que decidió estrenar la misma después de la resaca de éxito que supuso la película de Penny Marshall como si se tratara de la nueva película del protagonista de “Big”, lo que se tradujo en un pequeño éxito de taquilla para un título menor que le permitió recaudar 21 millones de dólares. Claro, se vendió como la nueva película de una estrella que el año anterior, cuando rodaba, y al igual que su protagonista Steve Gold, estaba a muy poco de serlo.
El éxito de “Big” favoreció a la película de David Seltzer, sin embargo la crítica la recibió de manera no tan favorable. Como fuere, a Hanks, cuando se le pregunta por la película en cuestión, responde que “no se encuentra entre las peores de las películas que he hecho”.
En el reparto, junto a Sally Field y Tom Hanks figurarían un buen montón de humoristas reales, como Damon Wayans o Taylor Negron, así como para dar vida al autoritario esposo de Lylah, se cuenta con la presencia de un imponente y estupendo Johh Goodman que daría ligeras muestras del monstruo interpretativo en el que, poco después, se convertiría.
“Lo que cuenta es el final” es, en mi opinión, una estupenda película melodramática y la que mejor refleja lo que es el stand up comedy americano. Muy recomendable.