viernes, 9 de junio de 2023

LA MUJER DEL JUEZ

En un principio “La mujer del juez” nace, casi en exclusiva, como vehículo para el lucimiento no ya de Norma Duval, la súper vedette a la que tantos españolitos de la transición le dedicaron sus prácticas onanistas, si no para el de su escultural físico. De hecho, el póster promocional de la película no es más que una ilustración de la secuencia en la que vemos a la Duval en todo su esplendor. Y lo que importaba era su cuerpo y nada más que su cuerpo. Daba lo mismo hasta la propia actuación de la muchacha que, además, aparece doblada por una actriz del medio, porque, guapa a rabiar, Norma no es que fuese una gran actriz precisamente (el co-protagonista, Miguel Molina, hijo del cantante Antonio Molina que a posteriori sí que desarrollaría una —irregular— carrera como actor, tampoco era especialmente diestro pronunciando frases, así que también su intervención es doblada).
El caso es que, quizás de pura chorra, con la tontería de querer mostrarnos las tetas de Norma Duval, entre Paco Lara Polop, director y principal promotor de la película y Julián Ibáñez, se escriben un thriller de corte erótico que se anticiparía a la corriente americana de los 90 con “Instinto Básico” a la cabeza y que, generando un desarrollo y un clímax malsano y malrollero (y sexista, y misógino, y…), resultaría ser una de las mejores películas de las muchas que dirigió Lara Polop. Porque el film es resultón y eficaz, con una trama a priori trillada que se va complicando hasta captar por completo la atención del espectador y, encima, se consigue que el momento en el que Norma Duval se despelota no sea del todo gratuito porque se integra muy bien en lo que es la trama. Y luego, al final, otro pequeño giro. Y cuando termina, uno acaba exclamando: Chapó.
Tenemos a un señor juez interpretado por el estupendo Manuel Tejada, que anda hasta el cuello de trabajo y, en la otra mano, tenemos a su sumisa esposa que, harta de gastar un dinero que no se acaba en insulsas compras, se aburre en el hogar conyugal cosa mala. Así que, en una de estas, acaba manteniendo una relación sexual con el joven dependiente de diecisiete años de la zapaterías donde se deja la pasta.
Jugueteando amorosamente en el cobertizo propiedad de los progenitores del adolescente, la mujer del juez y el muchacho son sorprendidos por el vecino de esta que pasa por allí en bicicleta —y que ya le tenía echado el ojo a la jamba porque está muy buena—, justo un rato antes de descubrirse que la mujer de este ha fallecido en un aparatoso accidente. Se sospecha del vecino, pero el encontronazo casual con la mujer del juez le sirve de coartada. No obstante, como ha pillado a esta fornicando con el chaval, la chantajeará haciéndole participar en sus juegos de corte sexual, si no quiere que desvele su affaire con el muchacho. Naturalmente la cosa se irá complicando.
Pues está muy bien, sobre todo, porque pese a la ranciedad de su diseño de producción y la tosquedad de toda la película en sí, rodada en una época en la que el hecho de filmar con película barata otorgaba al cine español un tono muy característico, y sin grandes alardes ni técnicos ni estéticos, consigue una película de una factura pobretona, pero que se ve compensada por la solvencia de lo que nos cuenta con una historia curiosa y bien escrita que logra que le veamos las tetas a Norma Duval, pero con consistencia. Y vaya si se las vemos.
“La mujer del juez” no fue un gran éxito de taquilla, aunque pasaron por caja casi medio millón de espectadores, pero sí que fue un gran éxito en vídeo de alquiler, con aquellas cintas que iban en las fundas gordas y mullidas de Izaro films, que la distribuyó.
En el reparto, junto a la Duval, el Tejada y el inútil de Micky Molina tenemos a un Héctor Alterio que da gusto verlo —las secuencias en las que se encuentra con la Duval en fiestas de sociedad y en las que la mira con cara de sátiro son tan inquietantes como involuntariamente divertidas— luciendo prolongada calvicie y bigotazo, tenemos a  Beatriz Elorrieta y, eterno, Antonio Gamero.