Extraña película esta. Es decir, de extraña no tiene nada, se trata de un producto ultra-standard ideal para rellenar los estantes del video-club... sin embargo, es bien cierto que hasta los 33 minutos no tenía ni idea de qué esperar de ella y, eso amigos, no abunda.
Un autobús escolar repleto de niños es accidentalmente arrollado por un tren. Cuarenta años después, una chavala recién salida de una clínica de rehabilitación llega al pueblo. Resulta que al haber estado tan cerca de palmarla por una sobredosis, tiene el poder de comunicarse con los muertos. Y estos deciden pedirle ayuda para que resuelva qué es lo que realmente ocurrió la fatídica noche del mentado piñazo.
Vale!!, hasta aquí tenemos una historia de fantasmas bastante normalita, sin demasiadas salidas de tono, algunas secuencias inquietantes y los adolescentes de rigor con sus movidas de instituto. Bueno, lo correcto. Pero entonces, te cuentan una historia según la cual el jefe de estación, atormentado por la culpa, se ahorcó y por lo visto su espíritu ronda también tan transitado lugar. Claro que a este reparto sobrenatural hay que añadir a un asesino vestido de, eso, jefe de estación y con la cara cubierta por una malla negra. El muy picoso se dedica a asesinar a todo aquel habitante que ose acercarse demasiado a sus dominios, ya sea atravesándolos con una barra de acero como cortándoles el tendón con una cuchilla. ¿Lo van pillando?. Vamos, que cuando menos te lo esperas, la peli de fantasmas se muta en un slasher puro y duro.
Al final, todo converge y logra tener bastante sentido... es decir, más o menos. Pero el caso es que para cuando eso ocurre, has pasado una hora y cuarto o así bastante entretenido y, encima, te han regalado la vista con las apariciones del eterno secundario Geoffrey Lewis y el rey de la "serie B" Lou Diamond Phillips.
Para rematar, un desenlace más propio de las pelis de Freddy Krueger (y metido así un poco con calzador) que de estos tiempos tan insípidos que nos ha tocado vivir.