Cuando el boom del slasher comenzaba a perder fuelle, vino Tom Holland y se lo comió todo con una puesta al día (al día de esa década) de un monstruo de los de toda la vida, el vampiro. Era la perfecta combinación de comedia juvenil con terror, aunque lo de comedia, como solía pasar por entonces, es relativo, pues abundan más los momentos de acongoje y estos, en ocasiones, llegan a ser bastante crudos. Cuando digo lo del slasher no lo digo porque si, hay una escena de la peli en la que el simpático, y siempre sobreactuado, Roddy McDowall le lanza una puya directa a la yugular!.
Un chaval está convencido de que su vecino es un chupasangre. Y no es que lo crea, es que lo es. El problema reside en que todo el mundo que le rodea le toma por loco. Desesperado, pide ayuda a una antigua estrella del cine de terror vampírico en plena decadencia, Peter Vincent (obvio) quien de un modo u otro acabará por creerle y juntos se enfrentarán a la amenaza, aunque por el medio perezcan algunos inocentes (es lo que decía más arriba, la muerte del personaje de "Rata" es bastante cruda... a mi siempre me ha resultado inquietante).
La verdad es que la peli no ha envejecido muy bien. Hay momentos en los que no puedes evitar echarte una risa, aunque eso no sea lo que busca el director. Pero el ridículo en cuestión no ofende, para nada, resulta entrañable e inocente (destaco el baile en la discoteca, de un horterismo que duele al alma). Chris Sarandon está cojonudo como vampiro, da el pego total y aunque el gore no abunda, tiene sus momentos, en especial durante la secuencia en la que el "Renfield" de turno se deshace como un helado al sol.
Su éxito generó una secuela de la que hablaré más adelante.
Un título mítico de la época (no menos mítico que su cartel) que, con un poco de mala suerte, algún día Michael Bay remakeará. ¡Por estas!.