lunes, 6 de febrero de 2012

EL FANTASMA DE LA ÓPERA (1989)

No contento con ensuciar la memoria de Edgar Allan Poe a base de infra-adaptaciones videocluberas, el legendario exploiter Harry Alan Towers (ayudado por Menahem Golan desde su flamante/fugaz "21th Century"), decidió que tocaba echarle el guante a otro clásico y someterlo a un baño de modernez. El elegido fue Gaston Leroux. Robert Englund, entonces en la cresta de la ola e imagino que hasta los cojones de tener que actuar con la cara llena de potingues, interpreta al fantasma (¿¿"Freddy goes to the opera"??).
En fin, la trama ya os la sabéis: Compositor brillante pero condenado por su rostro deforme, se oculta en las catacumbas de una ópera. Enamorado de la aspirante a protagonista en la función que se estrena en ese momento, relegada a sustituta de la odiosa diva de turno, hace lo que está en su mano -es decir, aniquilar- para que la chica escale puestos. Por aquello de darle un toque distinto, a la narración se le añaden elementos extraídos de "Fausto" (este fantasma no sufre los avatares de un ataque con ácido, sino que vende el alma al diablo para que su música sea eterna) y Jack, el destripador (el mozo corretea por las callejuelas de la ciudad, con capa y sombrero, matando incautos viandantes a los que despelleja). De hecho, también podríamos añadir en el pack a "La matanza de Texas", ya que el fantasma cubre su horrible faz con la piel humana que extrae en sus fechorías. Justamente, la única escena genuinamente potable es aquella en la que procede al cambio con todo detalle (minuto 56).
Y digo "la única escena..." porque mucho me temo que "El fantasma de la ópera", versión Englund, no funciona. Sus artífices intentan dotarla de un rollo moderno, con un poco de gore, un malvado más agresivo y cabrón, en definitiva, un tono más pensado para las plateas adolescentes. Sin embargo, al mismo tiempo lo mezclan todo con un rollo clasicorro, pretendidamente elegante y estéticamente barroco. Intenta ser muy bonita visualmente, y tal vez lo sea, pero ambos lenguajes no casan bien. Ninguno de los dos manda sobre el otro, y el resultado se resiente. Es imposible que esta peli, con todo el paripé de época, las escenas de ópera y los mariconismos forzados, pudiera satisfacer al aficionado jovenzuelo medio, más acostumbrado a cosas video-cliperas y truculentas. Probablemente ese fue el motivo de su fracaso (y dolió, porque sin ser una superproducción, se nota que hay bastante guita invertida en el asunto). Contribuyen a ello el aburrimiento, el que no logre interesarte en ningún momento (salvo la secuencia comentada del "desmaquillado"), el inicio y el final situados en tiempos "actuales" carentes de sentido, y el desenlace, una gilipollez interminable.
Acompaña a un sobreactuado Englund, Jill Schoelen, que has visto en muchas pelis-mierdas como "Curse 2: the bite", "Clase sangrienta" o la secuela telefílmica de "Cuando llama un extraño". Dirige Dwight H. Little, que venía de facturar la cuarta parte de "Halloween" y luego hizo "Señalado por la muerte" para Steven Seagal y "Rapid Fire" para Brandon Lee. Al muchacho no debió irle muy bien porque acabó prisionero de la caja tonta (hasta hoy).
Muy olvidable. Se nota que fue parida un año antes de arrancar los horribles 90.