domingo, 20 de septiembre de 2009

MOTEROS TRANQUILOS, TOROS SALVAJES

"Moteros tranquilos, toros salvajes" trata un tema de entrada apasionante, la generación que cambió Hollywood en los 70.
Esta década, considerada por expertos como la mejor y más significativa del cine americano moderno, aportó muchos avances y variaciones. Por ejemplo, el terror se endureció, el porno dejó de vivir entre sombras... y sí, la meca del
cine comenzó a parir películas influenciadas por la contra-cultura que lo pusieron todo patas parriba y propiciaron que, llegados los 80, el negocio del séptimo arte volviera a caer en manos de ejecutivos y no de "artistas".
Peter Biskind tiene el detalle de ser objetivo, puntualmente suelta alguna opinión, y derecho no le falta, pero ante todo deja que sean los propios testigos de la historia los que desvaríen y digan las más suculentas gilipolleces.

¿Y cual es esa generación de la que hablo?, pues Coppola, Scorsese, De Palma, Schreder, Bogdanovich, Ashby, Friedkin, Lucas y Spielberg, entre algún otro. Por primera vez, Hollywood daba poder al director y estos no supieron aprovecharlo, exprimiendo el momento y sepultando dicha oportunidad con un comportamiento caprichoso, ególatra, inmaduro y... bueno, digno de un retrasado mental. Todos fueron unos hijos de puta, unos drogatas incurables, unos egocéntricos de tomo y lomo y despilfarraban dinero cuando lo tenían... aunque se creyeran muy progres y hippies. De hecho, resulta triste leer todas las parrafadas idealistas que soltaban entonces, y ver dónde y cómo están ahora.
Naturalmente, los malos de la función son Lucas y Spielberg, que, según sus compañeros de viaje, acabaron con el "arte" por culpa del éxito de sus dos obras abiertamente comerciales, "La guerra de las galaxias" y "Tiburón". A raíz de ahí, y sumado a los desastres financieros de algunas de esas "películas respetables" entre las que se encontraban "Toro Salvaje" y -especialmente- "La puerta del cielo", los grandes magnates decidieron recuperar la batuta y darle una buena patada en el culo a esa panda de gilipollas más preocupados en esnifar coca y soltar la lista de ídolos (todos ellos franchutes, Godard en cabeza) que en hacer su trabajo.
Irónicamente, y a pesar de su papel de "demonio", el único honesto fue Spielberg, que ya entonces quería hacer lo mismo que sigue haciendo actualmente y, por ese motivo, jamás se contradijo ni se traicionó a si mismo, cosa que no pueden decir ni Coppola, ni Scorsese, ni De Palma, ni Friedkin, ¡¡que menudo cacho cabrón estaba hecho!!.
No comprendo ese odio al cine comercial, al cine de evasión, ¡imaginaos que todo lo que se
estrenara fueran pelis de autor, artísticas!, ¡¡por dios!!, sería una pesadilla. Negar que el cine es un negocio y que para invertir antes hay que ganar, es algo que personalmente encuentro de lo más lógico, y no me entra en la cabeza que algunos no lo quieran comprender y condenen a todo aquello nacido con el admirable afán de divertir y entretener (hay un mamón que califica a "La guerra de las galaxias" de "cine para idiotas"... puede que las miles de personas que la hemos visto seamos eso, idiotas, pero es preferible ser un idiota que ve cine para idiotas, que un idiota que HACE cine para los que se creen más listos).
Al final el más inteligente es Roger Corman, que afirmaba sin rubor que el éxito del cine europeo de la época se debía a que mostraba desnudos y sexo sin censuras... eso es hablar claro, cojones.

Por todo lo expuesto, si consigues mantenerte como mero espectador, el libro termina resultando muy gozable, incluso adictivo... despierta a la maruja que todos llevamos dentro, e invita a reírnos de las numerosas mongoladas que hicieron algunos cineastas de esos intocables.
Aunque si tu pretensión es dedicarte al séptimo arte de modo profesional, casi te diría que no te lo leas o comenzarás a pensar en elegir otra profesión... eso si, claro está, no eres tan imbécil como el 90% de personas que pueblan las páginas del libraco.