miércoles, 7 de marzo de 2012

WE3

Grant Morrison al guion y Frank Quitely a los lápices nos muestran con WE3 que la experimentación con animales es horrible además de peligrosa.

Los seres humanos somos la especie dominante sobre la Tierra (atención que no he dicho que seamos la especie más inteligente, eso está por demostrar) y como tal llevamos décadas experimentando con animales. En muchas ocasiones estos experimentos han dado lugar a grandes avances científicos en campos como la medicina, la aeronáutica, la estética (muchos pintalabios se consiguen machacando chinchillas, que son unas garrapatas pequeñitas y rojas) y desgraciadamente la militar. No disculpo ninguna de estas prácticas, ni siquiera la médica, aunque reconozco su gran potencial para descubrir nuevos fármacos, pero la que es completamente intolerable son los usos militares que les damos a los animales. Es sabido que se entrenaron delfines para “desactivar minas” en el mar (véase desactivar como lanzarse contra la mina y morir allí mismo) igual con perros para minas terrestres, y ratones, ratas e insectos para hacer de espías silenciosos. Con WE3 se da una vuelta de tuerca más a esos experimentos militares incluyendo la cibernética y el uso de drogas, haciéndolo todo más horrible aun. Lo malo de todo este tema es que ahora mismo y mientras lees esta reseña, a saber lo que los ejércitos más poderosos del mundo estarán haciendo en pos de la libertad la paz y el resto de mierdas con las que se les llena la boca para justificar sus actos. Probablemente cosas peores de las que ideo Morrison para este comic.

El ejército de los Estados Unidos tiene un programa llamado WE3. Dicho programa consiste en transformar a un perro, un gato y un conejo en verdaderas armas mortales. Con unos trajes cibernéticos provistos de diferentes armas, y drogas que les estimulan para hacer lo que los mandos les ordenen, convierten al perro en un comando, al gato en un asesino silencioso y al conejo en el artificiero del grupo. El programa está ya muy avanzado y solo falta el visto bueno del Senador que lo puso todo en marcha, cuando justo este se echa para atrás y ordena sacrificar a los animales. La doctora que les ha enseñado a trabajar en equipo, incluso a hablar primitivamente (debido a los implantes que llevan) no desea la muerte de los animales, así que los deja marchar, sin darse cuenta de que ha liberado a un grupo militar con armamento sofisticado y que atacara si se ve amenazado. Los animales comprenden que si les atrapan morirán, así que con los pocos destellos que les quedan de sus vidas anteriores (supuestamente los raptaron, lo que es un poco chorrada pero sino no habría historia) deciden volver a casa, aunque ninguno recuerde donde estaba aquello que llamaban hogar.

Los dibujos de Quitely son esplendidos por momentos y algo más flojos en otros. Todo lo relacionado con los animales protagonistas es de lo mejor en dibujo, dejando a los humanos, sobre todo al inicio de la historia con los científicos, como un poco mas desganado. Pero la verdadera labor titánica del dibujante es la que realiza en algunas páginas, donde a modo de miniviñetas podemos ver múltiples planos de todo lo ocurrido en ese instante. Un ejemplo, el gato atraviesa un coche militar en marcha, y las miniviñetas muestran todos los efectos de sus cuchillas en el coche y los ocupantes del mismo. También hay otras páginas donde la acción transcurre como en un Zoopraxiscopio (buscadlo en google) dando así sensación de acción y movimiento. Una gran labor la de Quitely, que desde el principio ya nos deja claro que no se va a cortar un pelo al mostrar sangre y vísceras.

No removerá la conciencia de quienes están convencidos de que los animales no son más que eso, animales, a los que podemos maltratar, humillar y hacer todas las abominaciones posibles sea por la razón que sea. Los que no pensamos así, solo podremos indignarnos, pero no está de más que de vez en cuando nos recuerden lo que los seres humanos somos capaces de hacer para bien o para mal. En este caso, para muy mal.

Léanlo, no perderán ni su tiempo ni su dinero.