jueves, 25 de julio de 2019

DOMINGO SANGRIENTO

Es curioso como, por el simple hecho de pertenecer a tal o cual género, hay films rodados hace más de cuatro décadas que van en contra de nuestras expectativas como espectadores del 2019, y ya no tanto porque existiera en su momento una voluntad por parte de sus creadores de ofrecer un producto original, como por la ultracodificación y simplificación que vienen padeciendo en los últimos años los distintos géneros cinematográficos, tendencia esta que se ve más agravada si cabe en la subdivisión de justicieros y/o vengadores urbanos, donde el megasobado estándar instaurado en su día por la fundacional “El justiciero de la ciudad” se sigue siempre tan a rajatabla, y con una falta de imaginación tan alarmante, que lleva a que en realidad tampoco importe demasiado que el previsible subproducto “vigilantístico” resultante esté protagonizado por Lou Ferrigno (“Muerte súbita”), Antonio Banderas (“Actos de venganza”) o por ese Funko de Charles Bronson llamado Robert Bronzi.
Así, y cuando aún resonaban los ecos de los disparos del Magnum 367 de Paul Kersey en los cines de medio mundo, se estrenaba este “Domingo sangriento aka. La venganza es mía”, película que, además de situar su trama en ese entorno rural que en el film de Winner era mostrado como poco menos que el paraíso sobre la tierra (una sociedad sin minorías étnicas que, en consecuencia, goza de una tasa de criminalidad bajo mínimos), esta producción canadiense también se destaca de sus coetáneas urbanas por plantear durante la primera mitad de su metraje la situación idónea en la cual desarrollar el perfecto film de venganza… para decidir después en el segundo tramo darle la vuelta a la tortilla. 
Una joven y su sobreprotector abuelo, interpretado por el entrañable y siempre eficaz Ernest Borgnine, son asaltados en su granja por tres maleantes que huyen de la policía, siendo comandados estos por un Michael J. Pollard pasado de rosca que, al igual que le ocurre a Pablo Pineda, parece que no puede evitar interpretarse siempre a sí mismo. 
No obstante, y sin abandonar en ningún momento su condición de revenge movie, la principal originalidad de “Domingo sangriento” radicaría en el cuestionamiento de la idoneidad de las decisiones que toma el protagonista, cuestionamiento que, por otra parte, jamás se hubiera producido en el caso de “El justiciero de la ciudad”, film en el que el personaje de Bronson era mostrado como poco menos que un superhéroe con la suficiente coartada moral como para arrasar con todo a su paso, borrando de este modo también de un plumazo toda la ambigüedad que contenía el guión original escrito por Wendell Hayes, así como la novela de Brian Garfield en la que se basaba.
Así las cosas, y si en las distintas entregas de "Death Wish" la unidad familiar se presentaba como una institución sacrosanta e indisoluble (aunque solo fuera para ser destruida a las primeras de cambio por los villanos de turno) en el caso que nos ocupa los lazos consanguíneos representan el origen mismo del conflicto al erigirse la nieta de Borgnine en testigo impotente y antagónico del juego humillante y sádico (como apuntábamos anteriormente, más allá de la venganza al uso) que se trae su abuelo con estos atracadores de bancos.
Ahora bien, si esto fuera una publicación pedante no se me caerían los anillos al afirmar que este planteamiento que os acabo de contar muy bien podría interpretarse como una parábola inspirada por esa Guerra de Vietnam que, por aquella misma época, daba sus últimos coletazos, con el conservador Borgnine en el rol de Nixon, con su nieta (universitaria para más inri) representando a esa juventud educada bajo los postulados hippies - y contraria por lo tanto a todo tipo de violencia - y con Pollard & Cia siendo masacrados impunemente bajo el fuego y la furia de los valores americanos, religiosos y tradicionales encarnados aquí por el veterano granjero; pero seamos realistas: y es que por muchos paralelismos que podamos establecer con la realidad de la época, o con obras similares - pero infinitamente superiores - como "Perros de paja" o la propia "El justiciero de la ciudad", “Domingo sangriento” no deja de ser un exploit de lo más plano y rutinario que, además, desecha demasiado pronto las atractivas posibilidades de su giro argumental al alargar al máximo el absurdo conflicto, cosa que hace por medio del comportamiento caprichosamente arbitrario de más de un personaje (por ejemplo, la joven continuará defendiendo a los delincuentes ante su abuelo aún después de que estos intenten matarla), y de una toma de conciencia ideológica por parte de su director y guionista tirando a conservadora pero que, de tan confusa y mal explicada, pareciera que defiende justo lo contrario… o viceversa, todavía no me ha quedado del todo claro.
Al menos el estar filmada en plenos setenta le añade un plus en lo que a sordidez y crudeza se refiere, aun cuando sea en el marco de un producto mediocre y de ritmo tan plano como el presente en el que, para mayor desgracia, se opta por dejar de lado la acción para centrarse en su lugar en el mentado conflicto intergeneracional, el cual es subrayado además por unos diálogos que producen auténtica vergüenza ajena. 
A lo referido habría que añadir que la violación que anuncia el cartel que acompaña a esta reseña también brilla por su ausencia, omisión que, ya por sí sola, bastaría para convertir a “Domingo sangriento” en una rara avis dentro de un subgénero que, generalmente, se ha servido de la carne femenina - al descubierto y preferiblemente apaleada - como uno de sus principales reclamos.
De todas maneras, y a pesar de lo dicho, la película se deja ver perfectamente.