En “La noche se mueve” tenía lugar esta conversación que se ha vuelto más popular que la propia película: “Charles y yo vamos a ver una de Rohmer, “Mi noche con Maud”. ¿Quieres venir?”. “No. Gracias pero no. Una vez vi una película de Rohmer y era como estar mirando crecer a una planta”. Pues exactamente eso es “Niñato”; como estar mirando crecer a una planta. Y es que además, Adrián Orr, licenciado en comunicación audiovisual por la UCM, está educado para filmar cómo crecen las plantas desde el día mismo que decidió ponerse detrás de una cámara. Se trata de un individuo que dice no tener presente los géneros cuando hace una película, que, proveniente de un barrio humilde, se expresa con la pompa propia del que se ha criado en Serrano, y que cita como referentes a cineastas rebuscados y de marcada tendencia artística. Los más obvios serían Pasolini y John Cassavetes, los más rebuscados Cristi Puiu o Maurice Pialat. Por otro lado, Orr era rapero. Concretamente fue DJ del grupo donde en décadas pasadas militaba el propio Niñato que da nombre a la película y de ahí su amistad con él. Así que, con pasado rapero, de barrio humilde y estudiante de comunicación audiovisual y, por otro lado, con ese tipo de referentes, casi, casi me da la impresión de que Adrián Orr es un poco esnob, aunque puede que me equivoque. Como sea, le ha cogido bien el pulso a los cineastas de los que se declara deudor y ha comprendido que el hecho de registrar en imágenes la cotidianidad desde lo artístico, da resultado. Por eso, dentro de lo marginal que es de por sí la propuesta, “Niñato”, ha recogido algún que otro premio mientras que la crítica seria la ha recibido con los brazos abiertos. Yo digo que una película como “Niñato”, no solo no tiene nada de especial, sino que la puede hacer cualquiera. Y soy muy proclive a disfrutar de este cine tosco y desnudo. Me encanta mirar un plano fijo en el que apenas pasa nada (y pasa todo), una película en la que la mirada del espectador forme parte también de la propia película. Pero, sinceramente, el material montado, las intenciones del autor y el etalonaje digital odioso dejan esta película, más que desnuda, vacía. Y es que, aunque audiovisualmente hablando me pueda parecer un concepto atractivo, lo que cuenta “Niñato”, en definitiva, me interesa menos que un comino
Se trata de un retrato de no ficción del emcee madrileño David Ransanz apodado Niñato, una figura del underground que permanece en el underground porque no le queda más cojones, no porque tenga una actitud subterránea al respecto. Como dice en la película, a él le encantaría vender miles de discos. Teniendo en cuenta el nivel global del rap español no podemos decir que Niñato sea de los que peor rapea, pero tampoco destaca ni lo más mínimo y, líricamente, sus rimas son del montón —y de un corte tan buenrollero que me causa grima—. Es un rapper mediocre al igual que su compañero de fechorías, Agustito, que también aparece en la película.
Entonces, “Niñato”, que es una extensión del corto previo “Buenos días resistencia” con el que Adrián Orr comenzó todo esto, es una propuesta sencilla. Durante días grises de otoño e invierno, y a lo largo de 5 años, la cámara de Orr captura el aburrido, rutinario y poco especial día a día de un personaje asimismo aburrido, rutinario y poco especial como es Niñato. Está soltero, cría a tres hijos, no tiene trabajo y vive con sus padres. Por otro lado, su vía de escape es hacer rap, actividad esta a la que dedica el poco tiempo libre del que disponible. También le da al canuto cosa mala.
El material montado de toda la película me parece insípido. Me muestra a un individuo joven de clase obrera —como miles veo yo todos los días, o como yo mismo—, cuidando a sus tres hijos —como los que tienen esos miles que veo yo todos los días—, en un deslavazado collage de momentos muertos, y centrándose sobre todo en la figura de los tres hijos, niñas y niños pequeños, sin nada especial tampoco. Desconozco la intención con que montó este material el director, pero supongo que se decantaría por lo más soso de forma expresa —porque como montara los momentos más intensos no me quiero imaginar el peñazo que sería el resto de lo que tenía grabado—.
Por la naturaleza meramente experimental de la película, no habría que pedirle una coherencia o un argumento a esas imágenes, pero como el director opta por un montaje de ficción en lugar de uno documental, no me queda más remedio que pedírsela, porque, el hecho de que Niñato esté en paro, o viva con sus padres, son detalles que conozco tras leer las sinopsis en prensa, ya que durante el visionado no se aclara uno. Viéndola, dos cuestiones me asaltan constantemente, y esas son, precisamente, si Niñato trabaja o no —en un momento dado, y gracias a uno de los pocos diálogos que tiene la cinta, te puedes imaginar que está en paro, pero nunca se nos muestra claramente ese desempleo—, o dónde vive —en otra escena se ducha en casa de sus padres, pero parece vivir en el piso de enfrente de estos… sigo sin aclararme ahora mismo al respecto—, y al finalizar la película seguimos con las mismas dudas.
Pero lo peor de todo es cómo el director pretende hacer ver al espectador que el individuo que nos está mostrando es poco menos que un luchador, un súper héroe de barrio, un tío fenómeno con una vida difícil. Esto le sirve a la crítica y al público de festivales a los que Orr se lo ha dado mascado, que miran la película con condescendencia desde una posición privilegiada y la tranquilidad que les otorga la clase alta/media a la que pertenecen estos entes, pero yo, pobre como las ratas, solo veo a un individuo sin demasiadas aptitudes vitales al que, si no hubiera tenido tanto hijo, teniendo en cuenta su inestabilidad laboral y su proveniencia humilde, quizás le habría ido un poquito mejor. Adrián Orr consigue que Niñato me caiga mal y que de gracias a dios por haber sido lo suficientemente inteligente en esta vida como para no haber traído retoños al mundo.
Adrián Orr no se lo ha montado mal en absoluto. Con “Niñato” ha conseguido prestigio, premios, y compagina el trabajo con el que se gana la vida como asistente de director de películas más comerciales con la realización de las suyas propias, más minoritarias.
Por descontado, el Hip-Hop está en la película presencialmente, pero, lejos de lucir como un personaje secundario, lo hace como un extra.
viernes, 22 de septiembre de 2023
miércoles, 20 de septiembre de 2023
HOTEL PARADÍS
Probablemente, Carles Comas fue un hipster a finales de los setenta, cuando entre la juventud más progre y "cool" del momento se puso de moda coger una cámara de Súper 8 e imitar el cine underground clásico fabricado en las américas. Así, todos comenzaron a rodar cortometrajes con muchas imágenes desenfocadas, fijas e interminables o desmedidos traqueteos con la excusa de retratar la realidad. Gente como Sierra Fornells, Manuel Huerga, Juan Bofill o Eugeni Bonet formaron parte de esa raza y, por ello, muchas veces protagonizaron sendos artículos en las páginas oficiales del "coolismo", la revista "Star" (que pasó del jipismo al punkismo en cuanto así lo dictaminaron las tendencias reinantes).
Pero Comas disponía de un "je ne sais quoi" que lo hacía distinto. Tal vez porque era de lo más oscuro entre los oscuros y contaba con una película muy peculiar, "Parabellum", adaptación superochista de una novelita de bolsillo a base de polis y cacos, rodada en plan cine mudo, tirando de rótulos narrativos y actores con la cara pintada de blanco. Esa molaría verla.
Muy diferente es el caso de "Hotel Paradís", documental que Carles Comas se curró en Súper 8 entre finales de los setenta e inicios de los ochenta. Podría definirse como una sucesión de retratos de gente muy variopinta. Desde otros artistas "cool" y hipsters dándoselas de excéntricos y transgresores, a intelectuales brasas, pasando por señoras mayores viendo "La venganza de Ulzana" en la tele o dependientes de colmado ordenando cajas de huevos. Eventualmente todo ello se intercala con segmentos puramente visuales compuestos de collages y música mangada a "Flash and the pan" o Vangelis.
Se hace inevitable referencia a la explosión punk del momento (asoman un par de ellos dando la nota premeditada) y, como relleno, muchos paseos urbanos -cámara en mano- cuyo único valor es ver la Barcelona de aquellos años (y reconocerla). Completan el show ciertas referencias cinéfagas muy simpáticas, con unos niños contando el argumento de "Aeropuerto 80" y un flipado hablando maravillas de "El resplandor".
Lastimosamente, los títulos de crédito se reducen a lo más elemental. Desconocemos el nombre de los individuos que pululan frente a la cámara, y seguro los habrá harto interesantes. El único reconocible para estos cansados ojos es Juan Carlos Olaria, hablando del proyecto semi-profesional que le ocupaba en ese justo momento y tiene toda la pinta de ser su célebre "El hombre perseguido por un O.V.N.I."
Carles Comas siguió con el tema audiovisual, extendiéndose al vídeo y a colaborar en una TV3 en pañales. Falleció solo en su casa el año 2009, contaba escasos 52 tacos.
"Hotel Paradís" no es fácil de digerir, pero sí altamente curiosa.
Pero Comas disponía de un "je ne sais quoi" que lo hacía distinto. Tal vez porque era de lo más oscuro entre los oscuros y contaba con una película muy peculiar, "Parabellum", adaptación superochista de una novelita de bolsillo a base de polis y cacos, rodada en plan cine mudo, tirando de rótulos narrativos y actores con la cara pintada de blanco. Esa molaría verla.
Muy diferente es el caso de "Hotel Paradís", documental que Carles Comas se curró en Súper 8 entre finales de los setenta e inicios de los ochenta. Podría definirse como una sucesión de retratos de gente muy variopinta. Desde otros artistas "cool" y hipsters dándoselas de excéntricos y transgresores, a intelectuales brasas, pasando por señoras mayores viendo "La venganza de Ulzana" en la tele o dependientes de colmado ordenando cajas de huevos. Eventualmente todo ello se intercala con segmentos puramente visuales compuestos de collages y música mangada a "Flash and the pan" o Vangelis.
Se hace inevitable referencia a la explosión punk del momento (asoman un par de ellos dando la nota premeditada) y, como relleno, muchos paseos urbanos -cámara en mano- cuyo único valor es ver la Barcelona de aquellos años (y reconocerla). Completan el show ciertas referencias cinéfagas muy simpáticas, con unos niños contando el argumento de "Aeropuerto 80" y un flipado hablando maravillas de "El resplandor".
Lastimosamente, los títulos de crédito se reducen a lo más elemental. Desconocemos el nombre de los individuos que pululan frente a la cámara, y seguro los habrá harto interesantes. El único reconocible para estos cansados ojos es Juan Carlos Olaria, hablando del proyecto semi-profesional que le ocupaba en ese justo momento y tiene toda la pinta de ser su célebre "El hombre perseguido por un O.V.N.I."
Carles Comas siguió con el tema audiovisual, extendiéndose al vídeo y a colaborar en una TV3 en pañales. Falleció solo en su casa el año 2009, contaba escasos 52 tacos.
"Hotel Paradís" no es fácil de digerir, pero sí altamente curiosa.
lunes, 18 de septiembre de 2023
SHARK EXORCIST
Este verano pasado, a la redacción de varias páginas web de corte generalista comandadas por ineptos y redactadas por vírgenes y deficientes mentales, ha llegado, de forma masiva, la noticia de que “Shark Exorcist” se ha postulado con una puntuación de 1,7 en Filmafinitty —una de las más bajas de su historia—, por lo que, una vez más, tenemos a un montón de plumillas hablando sobre algo de lo que no tienen ni repajolera idea, y concediendo el título de “peor película de la historia” a una cosa que ni tan siquiera han visto, nombrándola precursora de productos mainstream como por ejemplo “Oso vicioso”. Confunden velocidad con tocino y conocen de la misa la media ¡Solo en España, amigos!
“Shark Exorcist”, que el mundo cuñado ha descubierto un poco tarde, no es ni la peor película de la historia, ni precursora de nada. Es sencillamente un SOV más, adscrito a esa moda postmoderna de mezclar conceptos imposibles, en este caso tiburones (ya van 20 años de películas de escualos en pleno delirio) y exorcistas. Con el fin de contentar a cierto sector granudo del fandom, se rueda, de la peor forma posible, un producto para que esos pajilleros flipen y se rían a mandíbula batiente. Todo estudiado y premeditado, sin entender yo del todo la finalidad de tal actividad, ya que dudo que los beneficios de estas películas compensen tal despropósito.
“Shark Exorcist” es “nada”.
Precisamente, dos de los directores más activos en facturar “nada” son viejos conocidos del formato vídeo, dos veteranos como el pobrecico Mark Polonia y el director de esta, Donald Farmer —por otro lado, habituales de este blog. Pinchen en sus respectivos nombres por si quieren conocer más al respecto—.
La cosa es simple y sencilla: El demonio se mete en el interior de un tiburón y se come a los bañistas. Entre posesiones a jovencitas de buen ver que se contonean eróticamente con sus bikinis, que se vomitan entre ellas y planos inexplicables, llega un exorcista sobreactuador que se enfrentará con el tiburón. Y todo por culpa de una monja satánica. Fin de la historia.
Tiene cierta gracia en el fondo. Y es que, para hacer una película mal aposta también hay que valer. Y a Farmer, quizás porque en realidad este “Shark Exorcist” se la pela bastante, o quizás por manazas (se trata de una película mala impostada, pero la dirección de Farmer no lo es) le sale mal lo de hacer mal la película. Entonces logra una cosa medio vanguardista. A eso hay que añadirle que el producto se ha grabado en un solo escenario, es decir, una casa con su respectiva piscina, un poco de césped y una charca, sin embargo está ambientada en la costa, lugar donde ha de operar un tiburón (aunque este parezca que está volando) sin ningún tipo de vergüenza. El CGI con el que está diseñado es el más tirado y barato a sabiendas, porque se está tratando de dar un producto concreto, para un público concreto que quiere de las incapacidades y no distingue cuando estas son auténticas o forzadas. Nada es genuino, todo es vago, realizado con desinterés.
Luego, la película está llena de tiempos muertos y cámaras lentas eternas —flipante la escena con dos jamonas poseídas deambulando despacito dentro de una piscina. Casi fascinante— cuyo fin es el obvio, alargar metraje (igual que los 11 minutos de créditos finales) que son, por lo raro que queda todo, lo mejor de la película.
Entonces, efectivamente esto me puede hacer cierta gracia pero, más allá de eso, se trata de un SOV del nuevo milenio de la vertiente más rastrera (y comercial a su modo), sin garbo, sin alma y sin interés alguno en pleno año 2023. Pero parece que el público "cool" está ávido de películas malas, de otorgar títulos de “peor de la historia” y reírse en comandita mostrando una superioridad moral repugnante que les dura lo que les dura el amor por las películas malas: Un fin de semana, lo mismo que dura el evento en el que las descubren. Pero “Shark Exorcist” me temo que no sirve ni para eso. Gracias al cielo.
Por otro lado, en 2021 sus artífices organizaron un crowfunding con la intención de rodar una secuela. A estas alturas no se si el objetivo se habrá logrado, ni si estarán ya grabando la infamia... ni me interesa, la verdad.
“Shark Exorcist”, que el mundo cuñado ha descubierto un poco tarde, no es ni la peor película de la historia, ni precursora de nada. Es sencillamente un SOV más, adscrito a esa moda postmoderna de mezclar conceptos imposibles, en este caso tiburones (ya van 20 años de películas de escualos en pleno delirio) y exorcistas. Con el fin de contentar a cierto sector granudo del fandom, se rueda, de la peor forma posible, un producto para que esos pajilleros flipen y se rían a mandíbula batiente. Todo estudiado y premeditado, sin entender yo del todo la finalidad de tal actividad, ya que dudo que los beneficios de estas películas compensen tal despropósito.
“Shark Exorcist” es “nada”.
Precisamente, dos de los directores más activos en facturar “nada” son viejos conocidos del formato vídeo, dos veteranos como el pobrecico Mark Polonia y el director de esta, Donald Farmer —por otro lado, habituales de este blog. Pinchen en sus respectivos nombres por si quieren conocer más al respecto—.
La cosa es simple y sencilla: El demonio se mete en el interior de un tiburón y se come a los bañistas. Entre posesiones a jovencitas de buen ver que se contonean eróticamente con sus bikinis, que se vomitan entre ellas y planos inexplicables, llega un exorcista sobreactuador que se enfrentará con el tiburón. Y todo por culpa de una monja satánica. Fin de la historia.
Tiene cierta gracia en el fondo. Y es que, para hacer una película mal aposta también hay que valer. Y a Farmer, quizás porque en realidad este “Shark Exorcist” se la pela bastante, o quizás por manazas (se trata de una película mala impostada, pero la dirección de Farmer no lo es) le sale mal lo de hacer mal la película. Entonces logra una cosa medio vanguardista. A eso hay que añadirle que el producto se ha grabado en un solo escenario, es decir, una casa con su respectiva piscina, un poco de césped y una charca, sin embargo está ambientada en la costa, lugar donde ha de operar un tiburón (aunque este parezca que está volando) sin ningún tipo de vergüenza. El CGI con el que está diseñado es el más tirado y barato a sabiendas, porque se está tratando de dar un producto concreto, para un público concreto que quiere de las incapacidades y no distingue cuando estas son auténticas o forzadas. Nada es genuino, todo es vago, realizado con desinterés.
Luego, la película está llena de tiempos muertos y cámaras lentas eternas —flipante la escena con dos jamonas poseídas deambulando despacito dentro de una piscina. Casi fascinante— cuyo fin es el obvio, alargar metraje (igual que los 11 minutos de créditos finales) que son, por lo raro que queda todo, lo mejor de la película.
Entonces, efectivamente esto me puede hacer cierta gracia pero, más allá de eso, se trata de un SOV del nuevo milenio de la vertiente más rastrera (y comercial a su modo), sin garbo, sin alma y sin interés alguno en pleno año 2023. Pero parece que el público "cool" está ávido de películas malas, de otorgar títulos de “peor de la historia” y reírse en comandita mostrando una superioridad moral repugnante que les dura lo que les dura el amor por las películas malas: Un fin de semana, lo mismo que dura el evento en el que las descubren. Pero “Shark Exorcist” me temo que no sirve ni para eso. Gracias al cielo.
Por otro lado, en 2021 sus artífices organizaron un crowfunding con la intención de rodar una secuela. A estas alturas no se si el objetivo se habrá logrado, ni si estarán ya grabando la infamia... ni me interesa, la verdad.
sábado, 16 de septiembre de 2023
EL HÉROE Y EL TERROR
En las entrevistas promocionales de la época, Chuck Norris comentaba satisfecho que "El héroe y el terror" le había permitido ampliar su gama de registros, apuntando a unos más dramáticos de lo habitual. Y es verdad. Es decir, es verdad que lo intenta, teniendo en cuenta que, de todos los actores del género de la época, Norris era el menos expresivo. Aquí encarna a un personaje más, hummm, humano, con sus flaquezas, miedos y angustias internas. No es una mera máquina de repartir leña. Incluso saca a relucir un lado tierno. Así que sí, "El héroe y el terror" nos muestra un Chucky moderadamente distinto en una trama que también se aparta de sus códigos (¡de honor!) más trillados (al menos hasta entonces, antes de dar el salto a la caja tonta), apostando por el thriller y una violencia tamizada.
La cosa va del policía que intenta parar los pies a un temible y despiadado asesino de mujeres más bien bruto. Lo consigue por los pelos, y, encima, gracias a doña chiripa. Eso le vale a nivel popular el apodo de héroe, aunque él no se siente nada a gusto con la etiqueta y arrastra pesadillas sobre el funesto enfrentamiento final en el que casi perece. Un día, el asesino -al que llaman el terror, de ahí el título- escapa del encierro, se esconde en un viejo teatro reformado y comienza a matar de nuevo. Obviamente tío Chuck se pondrá manos a la obra, lidiando dichas angustias con las de ser papá primerizo.
Hablamos de 1988. Es decir, "Cannon" ya hacía aguas por todas partes. Igual que la carrera de Norris. A partir de ahí, todo iría cuesta abajo. En el reparto asoman otros rostros habituales de la factoría, como Steve James y, sobre todo, Billy Drago. Destaco a este último porque, por una vez, y para variar, interpreta un personaje positivo. No hace de villano, vamos. Da vida a un médico que se marca una charleta mazo de amistosa con el mismo Norris. Ahí va pues otro cambio de registro, aunque este mucho más radical. Que mal debería estar "Cannon" para permitir tanto. Acompañan a estos tres "mostros" -dos de ellos ya fallecidos, por desgracia-, Jack O'Halloran como asesino asalvajado (papel que, en cierto modo, ya hiciera -y muy bien- en "Superman II". Sí, era el gigantón), el clásico Ron "Superfly" O'Neal, Heather Blodgett dando vida a Doña Norris y otro segundón habitual de ese cine, y esa época, Branscombe Richmond (busquen en Google y verán lo muy mucho que les suena)
El film se basa en una novela de Michael Blodgett, quien co-firma el guion. Antes de darle a las letras, Blodgett fue actor de reconocible rostro. Su rol más famoso lo desarrolló para Russ Meyer en "Más allá del valle de las muñecas". La otra gran aportación como guionista del caballero fue "Socios y sabuesos". Y sí, la protagonista femenina de "El héroe y el terror", Heather Blodgett, es hija suya. Hubo enchufe.
Dirigida por el inocuo William Tannen, la película cumple estupendamente como producto consumible y perfectamente olvidable. Si no fuese por los crímenes medianamente intensos, o los cadáveres en tetas de algunas víctimas, casi parecería un telefilm, o el episodio piloto de una serie a mayor gloria de su protagonista.
La cosa va del policía que intenta parar los pies a un temible y despiadado asesino de mujeres más bien bruto. Lo consigue por los pelos, y, encima, gracias a doña chiripa. Eso le vale a nivel popular el apodo de héroe, aunque él no se siente nada a gusto con la etiqueta y arrastra pesadillas sobre el funesto enfrentamiento final en el que casi perece. Un día, el asesino -al que llaman el terror, de ahí el título- escapa del encierro, se esconde en un viejo teatro reformado y comienza a matar de nuevo. Obviamente tío Chuck se pondrá manos a la obra, lidiando dichas angustias con las de ser papá primerizo.
Hablamos de 1988. Es decir, "Cannon" ya hacía aguas por todas partes. Igual que la carrera de Norris. A partir de ahí, todo iría cuesta abajo. En el reparto asoman otros rostros habituales de la factoría, como Steve James y, sobre todo, Billy Drago. Destaco a este último porque, por una vez, y para variar, interpreta un personaje positivo. No hace de villano, vamos. Da vida a un médico que se marca una charleta mazo de amistosa con el mismo Norris. Ahí va pues otro cambio de registro, aunque este mucho más radical. Que mal debería estar "Cannon" para permitir tanto. Acompañan a estos tres "mostros" -dos de ellos ya fallecidos, por desgracia-, Jack O'Halloran como asesino asalvajado (papel que, en cierto modo, ya hiciera -y muy bien- en "Superman II". Sí, era el gigantón), el clásico Ron "Superfly" O'Neal, Heather Blodgett dando vida a Doña Norris y otro segundón habitual de ese cine, y esa época, Branscombe Richmond (busquen en Google y verán lo muy mucho que les suena)
El film se basa en una novela de Michael Blodgett, quien co-firma el guion. Antes de darle a las letras, Blodgett fue actor de reconocible rostro. Su rol más famoso lo desarrolló para Russ Meyer en "Más allá del valle de las muñecas". La otra gran aportación como guionista del caballero fue "Socios y sabuesos". Y sí, la protagonista femenina de "El héroe y el terror", Heather Blodgett, es hija suya. Hubo enchufe.
Dirigida por el inocuo William Tannen, la película cumple estupendamente como producto consumible y perfectamente olvidable. Si no fuese por los crímenes medianamente intensos, o los cadáveres en tetas de algunas víctimas, casi parecería un telefilm, o el episodio piloto de una serie a mayor gloria de su protagonista.
viernes, 15 de septiembre de 2023
THE ONLY HOUSE IN TOWN
“The only house in town” pertenece a la tanda de últimas películas que dirigió Ed Wood antes de fallecer alcohólico perdido y en la miseria. Pero además tiene el honor de ser uno de esos títulos de su filmografía que permanecían perdidos y que eran tan buscados por los estudiosos del director, hasta que por fin apareció para decepción de estos, lo pudo ver todo el mundo, y entonces comprender por qué Wood ostentaba el título del peor de todos los tiempos.
Durante los años 70 Wood se ganaba la vida escribiendo novelitas de bolsillo y rodando cine porno de bajo coste y, precisamente esta película, al igual que otra inmediatamente anterior de 1971, “Necromania”, parecen estar inspiradas en una de sus novelas, más concretamente la que medio comparte título con esta película, “The only house”.
La verdad es que “The only house in town” poco o nada tiene que ver con ese libro, porque se trata de un porno soft muy tosco rodado en un día (hay fuentes que aseguran que en realidad fueron tres) y que, para más inri, está inconcluso. Cuenta la leyenda que para esa única jornada de trabajo, Wood fue a su puesto completamente ebrio y sin tener muy claro qué hacer, motivo por el que rodó un poco de película e inmediatamente fue sustituido por Raul Sesnick, productor de la cinta y cámara de la misma que se encargó de terminar lo que en realidad es un batiburrillo de imágenes de porno suave sin sentido alguno. Se supone que existe una sinopsis al respecto sobre un grupo de hippies psicópatas que pretenden asesinar a la joven que los delató a la policía (¿) Si ya de por sí es confusa, imagínense la película, en la que en un plano mal iluminado vemos como un grupo de hippies entra en una casa y, con un sonido tan pésimo que es indescifrable, parecen discutir para, en menos de un minuto, decidir violar a una chica que va con ellos. Mucho griterío, mucho aspaviento para, la siguiente media hora de película, ser el espectador testigo de un único plano en el que todos simulan tener sexo con todos mientras escuchamos las indicaciones del director (a saber si es la voz de Wood o de Sesnick) que, incluso, en alguna ocasión, son discutidas por los actores. Cuando el operador de cámara se aburre, hace un zoom a la pared o al techo, y luego vuelve a encuadrar el tedioso folleteo que lleva al espectador a desesperase. A esa larga escena inicial hay que añadirle la intervención de Uschi Digard —quien años después aseguró no recordar haber participado en esta película— que se dirige a cámara en un momento dado en plan "gatekeeper", para luego pasar a un par más de desangeladas escenas de folleteo y finalizar la película abruptamente. Una mierda. De no ser porque hay constancia de que es una producción genuina, casi parece un film construido a base de descartes. E incluso llegó a tener un estreno comercial de algún tipo, porque, durante el mismo, apareció una reseña muy positiva en "Wild Screen Reviews", que en realidad estaba firmada por el propio Edward D.Wood Jr. bajo pseudónimo. También firmaría la película bajo el alias de Flint Holloway.
Poco más que decir. A parte de la curiosidad que la mera existencia de esto pueda suscitar, yo no creo que semejante sucesión de imágenes pseudo pornográficas hubieran tenido mayor interés si detrás de ellas no estuviera un mítico, en decadencia y completamente alcoholizado Ed Wood —por cierto, se especula con que, en aquellos días, escribió una novela titulada “Sex life of the Alcoholic” que tiene que ser algo verdaderamente demencial, pero de la que en realidad no hay pruebas de su existencia— que pueda darle algo de fuste al conjunto. Si hubiera sido una película dirigida por “Don Pepito”, lo más probable es que al aparecer el celuloide en 2014 hubiera alimentado las llamas de cualquier horno incinerador de celuloide caducado.
Aunque solo dura 50 minutos, el visionado de esto ha sido un autentico suplicio que no ha salvado ni las dos amigas gigantes adheridas al torso de Uschi Digard. Un espanto.
Durante los años 70 Wood se ganaba la vida escribiendo novelitas de bolsillo y rodando cine porno de bajo coste y, precisamente esta película, al igual que otra inmediatamente anterior de 1971, “Necromania”, parecen estar inspiradas en una de sus novelas, más concretamente la que medio comparte título con esta película, “The only house”.
La verdad es que “The only house in town” poco o nada tiene que ver con ese libro, porque se trata de un porno soft muy tosco rodado en un día (hay fuentes que aseguran que en realidad fueron tres) y que, para más inri, está inconcluso. Cuenta la leyenda que para esa única jornada de trabajo, Wood fue a su puesto completamente ebrio y sin tener muy claro qué hacer, motivo por el que rodó un poco de película e inmediatamente fue sustituido por Raul Sesnick, productor de la cinta y cámara de la misma que se encargó de terminar lo que en realidad es un batiburrillo de imágenes de porno suave sin sentido alguno. Se supone que existe una sinopsis al respecto sobre un grupo de hippies psicópatas que pretenden asesinar a la joven que los delató a la policía (¿) Si ya de por sí es confusa, imagínense la película, en la que en un plano mal iluminado vemos como un grupo de hippies entra en una casa y, con un sonido tan pésimo que es indescifrable, parecen discutir para, en menos de un minuto, decidir violar a una chica que va con ellos. Mucho griterío, mucho aspaviento para, la siguiente media hora de película, ser el espectador testigo de un único plano en el que todos simulan tener sexo con todos mientras escuchamos las indicaciones del director (a saber si es la voz de Wood o de Sesnick) que, incluso, en alguna ocasión, son discutidas por los actores. Cuando el operador de cámara se aburre, hace un zoom a la pared o al techo, y luego vuelve a encuadrar el tedioso folleteo que lleva al espectador a desesperase. A esa larga escena inicial hay que añadirle la intervención de Uschi Digard —quien años después aseguró no recordar haber participado en esta película— que se dirige a cámara en un momento dado en plan "gatekeeper", para luego pasar a un par más de desangeladas escenas de folleteo y finalizar la película abruptamente. Una mierda. De no ser porque hay constancia de que es una producción genuina, casi parece un film construido a base de descartes. E incluso llegó a tener un estreno comercial de algún tipo, porque, durante el mismo, apareció una reseña muy positiva en "Wild Screen Reviews", que en realidad estaba firmada por el propio Edward D.Wood Jr. bajo pseudónimo. También firmaría la película bajo el alias de Flint Holloway.
Poco más que decir. A parte de la curiosidad que la mera existencia de esto pueda suscitar, yo no creo que semejante sucesión de imágenes pseudo pornográficas hubieran tenido mayor interés si detrás de ellas no estuviera un mítico, en decadencia y completamente alcoholizado Ed Wood —por cierto, se especula con que, en aquellos días, escribió una novela titulada “Sex life of the Alcoholic” que tiene que ser algo verdaderamente demencial, pero de la que en realidad no hay pruebas de su existencia— que pueda darle algo de fuste al conjunto. Si hubiera sido una película dirigida por “Don Pepito”, lo más probable es que al aparecer el celuloide en 2014 hubiera alimentado las llamas de cualquier horno incinerador de celuloide caducado.
Aunque solo dura 50 minutos, el visionado de esto ha sido un autentico suplicio que no ha salvado ni las dos amigas gigantes adheridas al torso de Uschi Digard. Un espanto.
miércoles, 13 de septiembre de 2023
FOREVER AND ALWAYS
Ya tocaba reseñar de modo oficial y oficioso alguno de los trabajos del gran George Kuchar, que para algo es el creador que más admiro y respeto sobre la faz de la tierra. Y a la hora de ponerme, me he decantado por el que, sin ninguna clase de dudas, es mi corto favorito de los cientos que produjo hasta el día de su muerte: "Forever and Always" de 1978 ("Por siempre jamás" en castellano). Ya, dadas las circunstancias lo más lógico hubiese sido mentar alguna de sus posteriores incursiones en el formato vídeo, considerando lo muy reveladoras que me resultaron. Pero lo cierto -y esto ya lo he dicho otras veces- es que mi cosecha Kuchariana favorita es la de los setenta. Podríamos incluir finales de los sesenta ("Eclipse of the sun virgin" también me mola un rato) e inicios de los ochenta. Sin embargo, fue justo en la década del patilleo, los pantalones acampanados y la música disco donde George Kuchar produjo con la cámara de 16 milímetros un puñado de sus más resplandecientes pequeñas maravillas. Además, tiene algo de regocijante también que fuese una etapa de su carrera tirando a gris. Es decir, vivió el auge del underground en los sesenta, con todo el respectivo mamoneo mediático, y fue redescubierto en los ochenta / noventa gracias a los video-diarios, que le proporcionaron una segunda juventud artística-creativa, así como un puñado de nuevos fans y críticos interesados en su obra. Por ello, los curreles setenteros quedan un poco en zona de nadie. Y, como digo, de todos mi favorito es "Forever and Always". Lo he sospechado durante mucho tiempo. Bien, ahora lo confirmo. Me encanta.
Narrativamente no se aleja mucho, o nada, de los intereses habituales de Kuchar. Especialmente ese sentido semi-paródico y exacerbado del melodrama hollywoodiense clásico (encabezado por Douglas Sirk). La cosa va de un matrimonio y sus retoños. Él, aburridísimo, fantasea con nuevas aventuras amorosas. Un día queda prendado de otra tipa y decide huir con ella, abandonando a la parienta y los críos. Esta, decepcionada, se los lleva a "Hooray for kids", una especie de festival infantil multitudinario. Allí pasará minutos de sumo estrés hasta un trágico desenlace, no exento de cierto elemento surrealista, mientras el esposo disfruta con su amante en un lugar supuestamente paradisíaco, donde se anuncia tornado y una ingente cantidad de basura se acumula en el agua del muelle.
George Kuchar recibió el encargo de documentar el mentado "Hooray for kids". Práctico como era, decidió sacar jugo al dinero (50 míseros dólares) y, cumpliendo con lo pactado, cascarse una peliculilla entera integrando el evento a la trama. Claro, ahora imagínense a los organizadores viendo semanas después "Forever and Always" proyectado en una pantalla. Deberían fliparlo mucho. No es que sea super experimental y raro, no, pero tampoco se puede decir que entre dentro de lo convencional, ni por asomo. Eran tiempos en los que el sonido directo escaseaba en el cine Kuchariano, así que viene ilustrado con un montón de extractos de canciones de lo más variadas y variopintas. Temas románticos, "crooners" cutrones, tonadillas infantiles... la mezcla es irresistible. Tampoco escasean los instantes un pelo bizarros, como cuando el marido se masturba -off camera- y, paralelamente, vemos a su mujer jugando con "Blandiblú". O la vecina sexy, ataviada en plan Carmen Miranda de chichinabo, adorando a un tipo rarísimo de excéntrico peinado. Sin olvidar el momento homicida, que lo hay.
Este corto forma parte del famoso recopilatorio formato VHS que en su día sacó el "British Film Institute" y logré adquirir, "Color me lurid: The weird world of George Kuchar" (les dejo abajo la caratula al completo). Tal vez por eso le reservo tanto afecto, porque fue de lo primero que vi del cineasta quien, por cierto, comenta en las notas interiores lo mucho que le costaba a "Forever and Always" ganarse la simpatía del respetable, aunque a él le gustaba mogollón. A mí también maestro, a mi también. Y no poco.
Narrativamente no se aleja mucho, o nada, de los intereses habituales de Kuchar. Especialmente ese sentido semi-paródico y exacerbado del melodrama hollywoodiense clásico (encabezado por Douglas Sirk). La cosa va de un matrimonio y sus retoños. Él, aburridísimo, fantasea con nuevas aventuras amorosas. Un día queda prendado de otra tipa y decide huir con ella, abandonando a la parienta y los críos. Esta, decepcionada, se los lleva a "Hooray for kids", una especie de festival infantil multitudinario. Allí pasará minutos de sumo estrés hasta un trágico desenlace, no exento de cierto elemento surrealista, mientras el esposo disfruta con su amante en un lugar supuestamente paradisíaco, donde se anuncia tornado y una ingente cantidad de basura se acumula en el agua del muelle.
George Kuchar recibió el encargo de documentar el mentado "Hooray for kids". Práctico como era, decidió sacar jugo al dinero (50 míseros dólares) y, cumpliendo con lo pactado, cascarse una peliculilla entera integrando el evento a la trama. Claro, ahora imagínense a los organizadores viendo semanas después "Forever and Always" proyectado en una pantalla. Deberían fliparlo mucho. No es que sea super experimental y raro, no, pero tampoco se puede decir que entre dentro de lo convencional, ni por asomo. Eran tiempos en los que el sonido directo escaseaba en el cine Kuchariano, así que viene ilustrado con un montón de extractos de canciones de lo más variadas y variopintas. Temas románticos, "crooners" cutrones, tonadillas infantiles... la mezcla es irresistible. Tampoco escasean los instantes un pelo bizarros, como cuando el marido se masturba -off camera- y, paralelamente, vemos a su mujer jugando con "Blandiblú". O la vecina sexy, ataviada en plan Carmen Miranda de chichinabo, adorando a un tipo rarísimo de excéntrico peinado. Sin olvidar el momento homicida, que lo hay.
Este corto forma parte del famoso recopilatorio formato VHS que en su día sacó el "British Film Institute" y logré adquirir, "Color me lurid: The weird world of George Kuchar" (les dejo abajo la caratula al completo). Tal vez por eso le reservo tanto afecto, porque fue de lo primero que vi del cineasta quien, por cierto, comenta en las notas interiores lo mucho que le costaba a "Forever and Always" ganarse la simpatía del respetable, aunque a él le gustaba mogollón. A mí también maestro, a mi también. Y no poco.
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lunes, 11 de septiembre de 2023
TROLOS, SORDOS Y LOCAS
Justo en el mismo año que el director Pablo Bellini rodó su clásico cochambroso del "rape & revenge", “Asalto y violación en la calle 69”, que por su condición de película barata y desastrosa es a día de hoy de culto entre la afición del cine chungo argentino, se sacó de la manga esta otra película, ahora en el lado opuesto, ya que se trata de una simpática comedia de contenido picantón. Así Bellini cubría varios espectros del cine de género que podrían dejarle algún dinero en el alquiler de cintas.
Básicamente este “Trolos, sordos y locas” —título que hoy sería canceladísimo porque “trolos” quiere decir maricones, del mismo modo que la única referencia al sexo femenino es para hacer alusión a su salud mental— es el equivalente argentino a aquellas películas rodadas en vídeo en España para "Olympic", solo que llega a las estanterías de los vídeoclubs un poco a destiempo. “Trolos, sordos y locas” ya muestra un humor demasiado rancio y desfasado para el año 1991. Imagínense lo que puede ser esto a día de hoy.
Se trata de un vodevil con sus tramas propias del formato, pero con la torpeza de que no llegan nunca a desarrollarse, por lo que tenemos en realidad una sucesión de secuencias supuestamente cómicas que sirven para hilar, de alguna manera, las muchas escenas de folleteo light que hay. No existe un argumento preciso. Digamos que se nos presenta a una pareja adinerada que invita a un par de matrimonios a pasar unos días de vacaciones con ellos a un chalecito. Los varones de esas parejas son característicos porque uno de ellos es sordomudo y el otro durante el día es homosexual, pero por la noche se convierte en un macho que se tira a todo lo que se le ponga por delante. A estos personajes súmenles el servicio que trabaja en el chalet y algún que otro homosexual más, y obtendrán un cocktail de pura mierda que no se la come ni el más experimentado coprófago. Y unos se acuestan con otros, otros persiguen a unas y, eso sí, vemos muchas, muchas tetas filmadas todas ellas con la tosquedad y sordidez que solo puede brindarnos el vídeo más rancio de 1991. Para acabar de rematar la faena, nos cuelan con calzador a un humorista que corta la acción para contarnos unos chistes. Con el fin de hacerlo formar parte de lo que estamos viendo, cada chiste recibirá la contrarréplica de los protagonistas en forma de risas, vítores y aplausos, de tal modo que parezca que estos están viendo un show de chistes en el salón de casa. Lo cojonudo del asunto es que combinan los planos de uno y otros sin que tan siquiera estén en el mismo lugar, cosa que, obviamente, se nota, y da lo mismo.
Desde luego, ver “Trolos, sordos y locas” es una experiencia absolutamente bochornosa, pero que, como uno ya ha visto de todo y se trata de una comedia ligera, me he zampado del tirón y sin pestañear —como un machote—. Por suerte, apenas dura una horita.
En el reparto, lleno de jamonas argentinas noventeras y viejos de baba que se vacían de fluidos sobre ellas, tenemos la presencia del actor Fabián Pianola, que a parte de aparecer en subproductos destinados al mercado del vídeo como puedan ser este o“Charly, días de sangre”, se hizo tremendamente popular gracias a la teleserie “La familia Benvenuto” en la que compartía protagonismo con otro actor que se volvería también muy célebre, habitual en este blog, como es Guillermo Francella.
El director, Pablo Bellini, tras estas dos películas, o no volvió a rodar o, sencillamente, se le perdió de vista. Pero ¡Vaya dos títulos!.
Básicamente este “Trolos, sordos y locas” —título que hoy sería canceladísimo porque “trolos” quiere decir maricones, del mismo modo que la única referencia al sexo femenino es para hacer alusión a su salud mental— es el equivalente argentino a aquellas películas rodadas en vídeo en España para "Olympic", solo que llega a las estanterías de los vídeoclubs un poco a destiempo. “Trolos, sordos y locas” ya muestra un humor demasiado rancio y desfasado para el año 1991. Imagínense lo que puede ser esto a día de hoy.
Se trata de un vodevil con sus tramas propias del formato, pero con la torpeza de que no llegan nunca a desarrollarse, por lo que tenemos en realidad una sucesión de secuencias supuestamente cómicas que sirven para hilar, de alguna manera, las muchas escenas de folleteo light que hay. No existe un argumento preciso. Digamos que se nos presenta a una pareja adinerada que invita a un par de matrimonios a pasar unos días de vacaciones con ellos a un chalecito. Los varones de esas parejas son característicos porque uno de ellos es sordomudo y el otro durante el día es homosexual, pero por la noche se convierte en un macho que se tira a todo lo que se le ponga por delante. A estos personajes súmenles el servicio que trabaja en el chalet y algún que otro homosexual más, y obtendrán un cocktail de pura mierda que no se la come ni el más experimentado coprófago. Y unos se acuestan con otros, otros persiguen a unas y, eso sí, vemos muchas, muchas tetas filmadas todas ellas con la tosquedad y sordidez que solo puede brindarnos el vídeo más rancio de 1991. Para acabar de rematar la faena, nos cuelan con calzador a un humorista que corta la acción para contarnos unos chistes. Con el fin de hacerlo formar parte de lo que estamos viendo, cada chiste recibirá la contrarréplica de los protagonistas en forma de risas, vítores y aplausos, de tal modo que parezca que estos están viendo un show de chistes en el salón de casa. Lo cojonudo del asunto es que combinan los planos de uno y otros sin que tan siquiera estén en el mismo lugar, cosa que, obviamente, se nota, y da lo mismo.
Desde luego, ver “Trolos, sordos y locas” es una experiencia absolutamente bochornosa, pero que, como uno ya ha visto de todo y se trata de una comedia ligera, me he zampado del tirón y sin pestañear —como un machote—. Por suerte, apenas dura una horita.
En el reparto, lleno de jamonas argentinas noventeras y viejos de baba que se vacían de fluidos sobre ellas, tenemos la presencia del actor Fabián Pianola, que a parte de aparecer en subproductos destinados al mercado del vídeo como puedan ser este o“Charly, días de sangre”, se hizo tremendamente popular gracias a la teleserie “La familia Benvenuto” en la que compartía protagonismo con otro actor que se volvería también muy célebre, habitual en este blog, como es Guillermo Francella.
El director, Pablo Bellini, tras estas dos películas, o no volvió a rodar o, sencillamente, se le perdió de vista. Pero ¡Vaya dos títulos!.
sábado, 9 de septiembre de 2023
LA ISLA
Definitivamente, Richard Laymon es mi novelista favorito. O el único que tolero. Lo dejé caer cuando reseñé tres de sus libros más célebres, "El sótano", "Apagadas están las luces" y "Sangre en el bosque". Pero ahora lo confirmo. Digamos que todo mi conocimiento al respecto se limitaba a los títulos mencionados. Y al túrmix iba añadida una enorme dosis de nostalgia. Sin embargo, ahora que acabo de consumir una obra del escritor ajena a ese "periodo de oro" y la he disfrutado -considerando lo poco que me pone la ficción impresa-, toca aceptar mi condición de "fan". Aunque no lo digo porque Laymon sea un literato de elefantiásico talento, capaz de generar poesía con el teclado, cuyo don natural por rejuntar letras esté a la altura de la genialidad, ni ninguna de esas monsergas. En realidad se trata de un escritor bastante normalillo bendecido por una serie de características que adoro. Para comenzar, ese espíritu "pulp", barato, propio del cine de explotación, que impregna todo lo suyo. Luego, que no pierde el tiempo con pijadas, ni se detiene a embellecer los textos innecesariamente, o pretende nada artístico, pomposo e intelectual. La literatura de Richard Laymon va asaco, gasta un ritmo vertiginoso, avanza a puñetazos y no se detiene. Muy sencilla, muy elemental, directa a la yugular. Y tercero, y casi mi aspecto predilecto, porque era un salido. Un marrano. Un cachondo. Un gordito calenturiento. Cosa totalmente delatada cuando lees sus historias, siempre cargadas de sexo, vicio y perversión.
En el caso de "La isla" la cosa se desmadra. Básicamente estamos ante una fantasía tardo adolescente que muchos de nosotros, sobre todo aquellos físicamente algo tarados a los que nunca nos fue demasiado bien con el sexo femenino, seguramente tuvimos en algún momento de nuestras sufrientes existencias. ¿Y si quedara varado en una isla con dos, tres o cuatro féminas, sin ningún otro macho a disposición? ¿y si, además, estuviesen todas de buen ver? Con semejante idea de base, el salido Laymon se inventa una especie de thriller con ribetes horroríficos en el que, pues ello, una familia al completo, más los novios de las respectivas hijas, salen a alta mar para celebrar el nosecuanto aniversario de los progenitores. En eso que el yate peta y terminan atrapados en una isla a merced de los elementos. Por si fuera poco, resulta que hay un asesino encabezonado en cargarse a todos los varones. Al final solo quedará uno, el prota, un adolescente pringadillo, flacucho, no muy agraciado y mal tratado por su novia -a la que no ha podido catar todavía-, que vivirá rodeado del resto de féminas en una auténtica fantasía pajera hecha realidad. Luego resultará que el asesino iba en el yate con ellos, formaba parte del clan, comenzando así un juego del gato y el ratón cuyo horror, angustia y violencia no impedirá que nuestro protagonista dedique muchas líneas a recrearse en los cuerpos de sus compañeras de isla. A describir cómo les votan los pechos, cómo las gotas de sudor se deslizan por sus caderas, sin importar que dichas descripciones se desarrollen en medio de una crisis intensa. Tampoco eso cortará al chaval -y a Laymon- a la hora de tener erecciones, encontrarse ante situaciones de absurda tensión sexual, ser "castigado" por esa novia que no cede pero a la que le encanta calentarle, lo mismo que cierta compinche del asesino, quien se despelota ante sus ojos, o el maravilloso momento en el que, con el fin de reconocer la identidad del cadáver de una tipa abierta en canal, ¡¡le palpa las tetas!!.
Y todo eso es solo la primera mitad. Porque, una vez las mujeres son secuestradas por el asesino, y el prota se queda solano, arranca una parte eminentemente descriptiva que, además de algo excesiva -digamos que el chaval se hace demasiadas preguntas a sí mismo-, corta el rollo. Relentiza la novela y nos pone al límite del aburrimiento. Aquí estuve apunto de rendirme... suerte que no lo hice porque, superado ello, y ya en la tercera mitad, y desenlace, reaparece el Richard Laymon que mola. Hasta ahora había sido el salido, pero el que asoma aquí es el perverso. Aquel al que Stephen King machacó en unas declaraciones. A la historia toca añadir un par de crías menores de edad y su dosis de violación + humillación que, a esas alturas, eran ya toda una marca en la carrera del escritor, como bien definieron las novelas que reseñé en su día. Podría decirse que lo hacía aposta, sabiendo que su público hardcore era lo que esperaba de él. Así pues, se recrea muy lascivamente en describir el cuerpo desnudo de las niñas, en cómo el asesino abusa de una o cómo el protagonista las desea secretamente. Demencial.
Afortunadamente, y como decía, toda esta parte viene justo antes del "The End", lo que contribuye a hacerlo doblemente divertido. Aquí también el autor tira mucho de descripción, pero centrada en momentos de acción pura, misterio y violencia, lo que resulta más ameno y gozoso. La guinda la pone una escena de tortura, sádica hasta las trancas. En fin, pura literatura "trash" que apela a nuestros más bajos instintos.
Hacer notar que "La isla" está escrita un poco a modo de diario. Es decir, se supone que el pringadillo salido es el que, mediante boli y libreta, va narrando los acontecimientos y, por ende, se regodea tanto en el tema sexual. Es, en cierto modo, un "found footage" formato escrito perpetrado por alguien que no es un maestro en lo suyo. Richard Laymon opta por teclear menos limpiamente para que de el pego, gesto este arriesgado y aplaudible pero que, por desgracia, se va al traste cuando llegan los pasajes más descriptivos y no puede evitar echar mano de toda su capacidad (que, aunque no sea mogollón, haberla hayla)
Como decía, Laymon vivió una primera época dorada en los ochenta, pariendo las tres novelas mentadas, para luego caer "en desgracia" y tener que buscarse un curre de oficina. Llegados los 90 consigue retomar el vuelo, y arranca aquí una segunda etapa que, hasta hoy, había ignorado por completo. Bien, "La isla" entra dentro de este grupo -es de 1995-. Dispongo de un par más. Espero reunir las suficientes ganas para ponerme con ellas y reseñarlas.... sobre todo si son tan simpáticas y cochinotas como esta.
En el caso de "La isla" la cosa se desmadra. Básicamente estamos ante una fantasía tardo adolescente que muchos de nosotros, sobre todo aquellos físicamente algo tarados a los que nunca nos fue demasiado bien con el sexo femenino, seguramente tuvimos en algún momento de nuestras sufrientes existencias. ¿Y si quedara varado en una isla con dos, tres o cuatro féminas, sin ningún otro macho a disposición? ¿y si, además, estuviesen todas de buen ver? Con semejante idea de base, el salido Laymon se inventa una especie de thriller con ribetes horroríficos en el que, pues ello, una familia al completo, más los novios de las respectivas hijas, salen a alta mar para celebrar el nosecuanto aniversario de los progenitores. En eso que el yate peta y terminan atrapados en una isla a merced de los elementos. Por si fuera poco, resulta que hay un asesino encabezonado en cargarse a todos los varones. Al final solo quedará uno, el prota, un adolescente pringadillo, flacucho, no muy agraciado y mal tratado por su novia -a la que no ha podido catar todavía-, que vivirá rodeado del resto de féminas en una auténtica fantasía pajera hecha realidad. Luego resultará que el asesino iba en el yate con ellos, formaba parte del clan, comenzando así un juego del gato y el ratón cuyo horror, angustia y violencia no impedirá que nuestro protagonista dedique muchas líneas a recrearse en los cuerpos de sus compañeras de isla. A describir cómo les votan los pechos, cómo las gotas de sudor se deslizan por sus caderas, sin importar que dichas descripciones se desarrollen en medio de una crisis intensa. Tampoco eso cortará al chaval -y a Laymon- a la hora de tener erecciones, encontrarse ante situaciones de absurda tensión sexual, ser "castigado" por esa novia que no cede pero a la que le encanta calentarle, lo mismo que cierta compinche del asesino, quien se despelota ante sus ojos, o el maravilloso momento en el que, con el fin de reconocer la identidad del cadáver de una tipa abierta en canal, ¡¡le palpa las tetas!!.
Y todo eso es solo la primera mitad. Porque, una vez las mujeres son secuestradas por el asesino, y el prota se queda solano, arranca una parte eminentemente descriptiva que, además de algo excesiva -digamos que el chaval se hace demasiadas preguntas a sí mismo-, corta el rollo. Relentiza la novela y nos pone al límite del aburrimiento. Aquí estuve apunto de rendirme... suerte que no lo hice porque, superado ello, y ya en la tercera mitad, y desenlace, reaparece el Richard Laymon que mola. Hasta ahora había sido el salido, pero el que asoma aquí es el perverso. Aquel al que Stephen King machacó en unas declaraciones. A la historia toca añadir un par de crías menores de edad y su dosis de violación + humillación que, a esas alturas, eran ya toda una marca en la carrera del escritor, como bien definieron las novelas que reseñé en su día. Podría decirse que lo hacía aposta, sabiendo que su público hardcore era lo que esperaba de él. Así pues, se recrea muy lascivamente en describir el cuerpo desnudo de las niñas, en cómo el asesino abusa de una o cómo el protagonista las desea secretamente. Demencial.
Afortunadamente, y como decía, toda esta parte viene justo antes del "The End", lo que contribuye a hacerlo doblemente divertido. Aquí también el autor tira mucho de descripción, pero centrada en momentos de acción pura, misterio y violencia, lo que resulta más ameno y gozoso. La guinda la pone una escena de tortura, sádica hasta las trancas. En fin, pura literatura "trash" que apela a nuestros más bajos instintos.
Hacer notar que "La isla" está escrita un poco a modo de diario. Es decir, se supone que el pringadillo salido es el que, mediante boli y libreta, va narrando los acontecimientos y, por ende, se regodea tanto en el tema sexual. Es, en cierto modo, un "found footage" formato escrito perpetrado por alguien que no es un maestro en lo suyo. Richard Laymon opta por teclear menos limpiamente para que de el pego, gesto este arriesgado y aplaudible pero que, por desgracia, se va al traste cuando llegan los pasajes más descriptivos y no puede evitar echar mano de toda su capacidad (que, aunque no sea mogollón, haberla hayla)
Como decía, Laymon vivió una primera época dorada en los ochenta, pariendo las tres novelas mentadas, para luego caer "en desgracia" y tener que buscarse un curre de oficina. Llegados los 90 consigue retomar el vuelo, y arranca aquí una segunda etapa que, hasta hoy, había ignorado por completo. Bien, "La isla" entra dentro de este grupo -es de 1995-. Dispongo de un par más. Espero reunir las suficientes ganas para ponerme con ellas y reseñarlas.... sobre todo si son tan simpáticas y cochinotas como esta.
viernes, 8 de septiembre de 2023
EL ADIÓS DE UN CAMPEÓN
Naxo ya nos mostró en una entrada anterior la carátula de la cinta de vídeo de “El adiós de un campeón” que, los más viejos del lugar, estábamos hartos de ver en los estantes del video-club, aunque nunca la alquilábamos. Tenía bastante mala pinta. Como bien rezaba aquella, se trataba de la segunda edición, así pues, yo ilustro la presente reseña con el cartel perteneciente a la primera, que recrea asimismo el más explícito, pero menos vistoso, póster para cines, donde la vieron aproximadamente 94.000 espectadores de nada.
El título en castellano es un spoiler en sí mismo.
Se trata de un dramón de padre y muy señor mío sobre un chaval medio quinqui al que le gusta saltar a piscinas privadas y, allí, hacer carreras nadando con sus colegas. Los padres le tienen frito y, este, harto de sus reprimendas, decide irse de casa. Comienza así a trabajar en una piscina municipal. Fascinado por el deporte acuático, comenzará a nadar por las noches, convirtiéndose en un virtuoso natatorio de la manera más tonta, por lo que el entrenador local decide apadrinarle y acabar de pulir su técnica. Y justo cuando parece que mejor le va, al desgraciado le detectan un tumor cerebral que truncará su carrera.
Un folletín zetoso con apariencia de film de "Jaimito" dirigido por un Ruggero Deodato más en baja forma que de costumbre. Un pequeño bodrio que, no obstante, se aguanta bastante bien porque está montado de una manera muy dinámica, tanto, que pasamos de un tema a otro a una velocidad de vértigo y sin darnos cuenta. En menos de cinco minutos el protagonista ya se ha ido de casa y encuentra curro. Pero por lo demás es una película vacía incapaz de hacer empatizar al espectador con sus protagonistas, de manera que, cuando al chaval le detectan el tumor, al espectador le da igual, lo mismo cuando nos confirman que va a morir. Y cuando muy enfermo bate el récord de los 400 metros estilo libre para, acto seguido, palmar... pues también nos importa un comino.
Todos estos artesanos italianos a la Deodato, reniegan del cine de explotación (donde caben terror, thriller, violencia, etc) que les ha dado un nombre, y siempre abogan por un tipo de película más dramática y de autor. Es como si aquel les hubiera arrebatado la oportunidad de facturar otro tipo de cosas. Pero es que ¡demonios! la explotación era lo único que se les daba medianamente bien. “El adiós de un campeón” es la prueba de que si a Deodato le dejas hacer, y se pone con un dramón, una historia humana y descarnada, no llega a comedia voluntaria por los pelos, pero sí le sale algo raro a velocidad de peli de caníbales y con algunas interpretaciones exageradas. Vamos, que ante un cine más "profundo", el amigo Deodato no es el Dino Risi que ansía ser. Sin embargo, dentro del género del terror y aledaños siempre será el “maestro” Deodato, el de “Holocausto Caníbal”. Aunque incluso haga bodrios peores que “El adiós de un campeón” como, por poner un ejemplo, “La lavadora asesina”.
Con todo, ver esta película no ha sido un suplicio total y, en cierto modo, me ha resultado hasta interesante, porque no había visto nada de Ruggero Deodato más allá de los títulos que todos conocemos.
El título en castellano es un spoiler en sí mismo.
Se trata de un dramón de padre y muy señor mío sobre un chaval medio quinqui al que le gusta saltar a piscinas privadas y, allí, hacer carreras nadando con sus colegas. Los padres le tienen frito y, este, harto de sus reprimendas, decide irse de casa. Comienza así a trabajar en una piscina municipal. Fascinado por el deporte acuático, comenzará a nadar por las noches, convirtiéndose en un virtuoso natatorio de la manera más tonta, por lo que el entrenador local decide apadrinarle y acabar de pulir su técnica. Y justo cuando parece que mejor le va, al desgraciado le detectan un tumor cerebral que truncará su carrera.
Un folletín zetoso con apariencia de film de "Jaimito" dirigido por un Ruggero Deodato más en baja forma que de costumbre. Un pequeño bodrio que, no obstante, se aguanta bastante bien porque está montado de una manera muy dinámica, tanto, que pasamos de un tema a otro a una velocidad de vértigo y sin darnos cuenta. En menos de cinco minutos el protagonista ya se ha ido de casa y encuentra curro. Pero por lo demás es una película vacía incapaz de hacer empatizar al espectador con sus protagonistas, de manera que, cuando al chaval le detectan el tumor, al espectador le da igual, lo mismo cuando nos confirman que va a morir. Y cuando muy enfermo bate el récord de los 400 metros estilo libre para, acto seguido, palmar... pues también nos importa un comino.
Todos estos artesanos italianos a la Deodato, reniegan del cine de explotación (donde caben terror, thriller, violencia, etc) que les ha dado un nombre, y siempre abogan por un tipo de película más dramática y de autor. Es como si aquel les hubiera arrebatado la oportunidad de facturar otro tipo de cosas. Pero es que ¡demonios! la explotación era lo único que se les daba medianamente bien. “El adiós de un campeón” es la prueba de que si a Deodato le dejas hacer, y se pone con un dramón, una historia humana y descarnada, no llega a comedia voluntaria por los pelos, pero sí le sale algo raro a velocidad de peli de caníbales y con algunas interpretaciones exageradas. Vamos, que ante un cine más "profundo", el amigo Deodato no es el Dino Risi que ansía ser. Sin embargo, dentro del género del terror y aledaños siempre será el “maestro” Deodato, el de “Holocausto Caníbal”. Aunque incluso haga bodrios peores que “El adiós de un campeón” como, por poner un ejemplo, “La lavadora asesina”.
Con todo, ver esta película no ha sido un suplicio total y, en cierto modo, me ha resultado hasta interesante, porque no había visto nada de Ruggero Deodato más allá de los títulos que todos conocemos.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
GALERÍA DE ESCANEOS BONITOS 26 (MADE IN ITALY)
Imágenes extraídas de las fermosas páginas de "Mad Movies", "L´Ecran Fantastique", "Impact" y otras revistas franchutes que me alegraron la adolescencia por ahí los años 80/90....
Retomamos la sección de escaneos bonitos, y procedemos con una apuesta segura, el horror (y el "exploitation") parido/s en Italia a lo largo de la década de los ochenta. No todo lo que viene a continuación se puede considerar bueno... pero sí conserva esa pátina tan peculiar e inimitable que gastaban esta clase de productos y los hacía tan jodidamente entrañables.
Retomamos la sección de escaneos bonitos, y procedemos con una apuesta segura, el horror (y el "exploitation") parido/s en Italia a lo largo de la década de los ochenta. No todo lo que viene a continuación se puede considerar bueno... pero sí conserva esa pátina tan peculiar e inimitable que gastaban esta clase de productos y los hacía tan jodidamente entrañables.
La primera entra de lleno en el grupo de las buenas. O, mejor, las cojonudas. Ya lo dije en su momento, para mí "Aquarius" es la mejor película de terror producida en Italia, de toda la vida. Y, especialmente, un colofón estupendísimo a su época dorada.
Lo que aquí tenemos son una imagen icónica de Barbara Cupisti apunto de ser -fallidamente- asesinada por el psycho-killer del jeto de búho y la impactante secuencia en la que un tipo rescata a su novia -preñada-, que ha caído por un agujero a merced del villano, y al tirar de ella recupera únicamente la mitad, cercenada con una sierra mecánica (aunque, curiosamente, en el momento no oímos el motor de la misma. De hecho, ¿¿pero qué demonios hace semejante aparato en el taller de un teatro??.... ¡pues rimar! ¿qué si no?)
Yes! "Aquarius" se confeccionó con muy pocas liras, y todo era rudimentario no, lo siguiente. Por mucho que ame el film de Michele Soavi, no puedo contener el deseo de remarcar lo muy descaradamente que canta el maniquí utilizado como tronco de la víctima. En la pantalla da el pego.... aquí, no tanto.
Dios bendiga los efectos prácticos de chichinabo.
El bueno de Lamberto Bava tiene mucha presencia en la entrada de hoy. De primeras, este especie de collage que me he currado de "Demons 2", donde un poseído atrapa al actor con cara de boxeador Lino Salemme, cabolo mediante.
Luego, un par de instantáneas extraídas de "Disturbios en el cementerio", el pestiño que casi provoca el linchamiento de su director en el Festival de Sitges de la época. Lo cierto es que, a pesar de la poca calidad del film, están guapos los bichos, especialmente el segundo.
Decimos "ciao!" a Bava Junior del mejor modo posible, con una de las víctimas del asesino de "Crímenes en portada". Tal es la locura de este que, en lugar de ver la belleza de las modelos que asoman en las páginas de una revista sexy, su mente las transforma en monstruos, como esta a la que han puesto careto de avispa. La gracia consiste en reconocer de quien se trata. ¿No le suenan esas deliciosas, preciosas y perfectas ubres censuradas? Sí, amiguitos, estamos ante la mismísima Sabrina Salerno, culpable de deslechar los testículos de media población adolescente española a finales de los ochenta (incluidos los míos, faltaría más).
¿Que no, siguen sin recordar? Pues dejen que les refresque la memoria...
(para gosssarlas más y mejor, CTRL + botón izquierdo del ratón)
Creo que la de "Yo amo estudiantes" la tuve un tiempo
adornando mi carpeta escolar.
Bien, ahora que se han secado las lágrimas, y lo que no son lágrimas, vayamos a
por el colofón.
adornando mi carpeta escolar.
Bien, ahora que se han secado las lágrimas, y lo que no son lágrimas, vayamos a
por el colofón.
No es terror, pero sí italiano y muy "cool". ¿Hay cosa más macarra que Franco Nero dándoselas de un bigotudo Harry Callahan, sujetando un pistolón plateado? No, padre. Encima, de la mano de todo un experto en estas lides, don Enzo G. Castellari. Se trata de "El día del cobra", cuya reseña tecleé hace doce años.
lunes, 4 de septiembre de 2023
DIARIO DE UNA BECARIA
Película española de la década de 2000 que pasó inadvertida tanto en cines como en formatos domésticos. Inspirada en una novela homónima de Nacho Abad, cuenta los avatares de un grupo de becarios en prácticas en una emisora de radio cuando se dan cuenta de que aquello, en vez de un lugar donde formarse profesionalmente, es una casa de putas con jefes dispuestos a follarse a las becarias y a humillar a los más débiles.
En realidad “Diario de una becaria” no dispone de un argumento que sea en absoluto inteligible, tiene problemas de todo tipo; uno no sabe que sucede ni que le pasa a los personajes, tan solo es una sucesión de secuencias sobre un grupo de niñatos y niñatas que divagan y ofrecen toda suerte de situaciones vergonzantes. Especialmente bochornosa es la escena en que una de las chicas, interpretada por Cristina Brondo, se emborracha y lloriquea tras una noche de juerga. Nunca he estado más cerca de quitar una película a causa de la vergüenza ajena. También destacaría a Antonio Hortelano, que de siempre ha sido un actor espantoso, pero aquí está especialmente desquiciante puesto que trata de componer un personaje histriónico y lo que consigue es que parezca que está de cachondeo, como sí la película fuera por un lado y él por otro. Inenarrable. Eso sí, consigue un par de momentos de comedia involuntaria desternillantes en una escena en la que le pone crema solar en la piscina a una compañera y, en consecuencia, se empalma. En otra, con el fin de seducir a la misma tipa, confiesa que él, follar, ha follado más bien poco. Todo ello mientras pone extrañas voces de dibujo animado y da saltitos como un deficiente mental. Al margen de esto que les cuento, que en cierto modo provoca la algarabía más que cualquier otra cosa, todo en “Diario de una becaria” invita a no terminar el visionado. Mala como un demonio. Un despropósito. Verla para creerla.
Lo curioso del asunto es que se trata de la película que Josetxo San Mateo dirigió justo después de su éxito —más de crítica y en festivales que en salas comerciales— “Báilame el agua”, que tampoco es que me quite el sueño, y apostaría lo que fuese a que ha envejecido bastante mal, pero al menos era una película con cara y ojos, no como esta, un batiburrillo, y tan “coral” que apenas distinguimos a los personajes.
San Mateo luego hizo films más estándar y con un resultado correcto como “Atasco en la nacional” o “Bullying”, pero también fue responsable de una de las películas más ignotas (y difíciles de encontrar) como es su debut para la gran pantalla, “Percusión”, con guion de Pepón Coromina y protagonizada nada menos que por el músico Kevin Ayers. Por ahí anda… en el limbo.
El reparto de “Diario de una becaria” está lleno de rostros conocidos de la época, actorcitos surgidos de series tipo “Al salir de clase” y/o similares y que a día de hoy se les ve menos en las pantallas, por no decir que, directamente, no se les ve. Así, circulan dentro del encuadre, perdidísimos, los nombres de Unax Ugalde, Daniela Costa, Alejo Sauras, Esther Toledano o los anteriormente mencionados Antonio Hortelano y Cristina Brondo, capitaneados por los veteranos Ramón Langa y Pepe Sancho, estupendos actores, que sin embargo en aquella aciaga década de 2000, cuando peor cine español se hecho en la historia, aceptaban prácticamente cualquier cosa que se les ofrecía. Ellos están siempre bien, incluso en esta película.
Ahora, es tan fundamentalmente mala, que se convierte en un film a tener en cuenta. Aunque no más que otros realizados en nuestro país por aquellos entonces.
En realidad “Diario de una becaria” no dispone de un argumento que sea en absoluto inteligible, tiene problemas de todo tipo; uno no sabe que sucede ni que le pasa a los personajes, tan solo es una sucesión de secuencias sobre un grupo de niñatos y niñatas que divagan y ofrecen toda suerte de situaciones vergonzantes. Especialmente bochornosa es la escena en que una de las chicas, interpretada por Cristina Brondo, se emborracha y lloriquea tras una noche de juerga. Nunca he estado más cerca de quitar una película a causa de la vergüenza ajena. También destacaría a Antonio Hortelano, que de siempre ha sido un actor espantoso, pero aquí está especialmente desquiciante puesto que trata de componer un personaje histriónico y lo que consigue es que parezca que está de cachondeo, como sí la película fuera por un lado y él por otro. Inenarrable. Eso sí, consigue un par de momentos de comedia involuntaria desternillantes en una escena en la que le pone crema solar en la piscina a una compañera y, en consecuencia, se empalma. En otra, con el fin de seducir a la misma tipa, confiesa que él, follar, ha follado más bien poco. Todo ello mientras pone extrañas voces de dibujo animado y da saltitos como un deficiente mental. Al margen de esto que les cuento, que en cierto modo provoca la algarabía más que cualquier otra cosa, todo en “Diario de una becaria” invita a no terminar el visionado. Mala como un demonio. Un despropósito. Verla para creerla.
Lo curioso del asunto es que se trata de la película que Josetxo San Mateo dirigió justo después de su éxito —más de crítica y en festivales que en salas comerciales— “Báilame el agua”, que tampoco es que me quite el sueño, y apostaría lo que fuese a que ha envejecido bastante mal, pero al menos era una película con cara y ojos, no como esta, un batiburrillo, y tan “coral” que apenas distinguimos a los personajes.
San Mateo luego hizo films más estándar y con un resultado correcto como “Atasco en la nacional” o “Bullying”, pero también fue responsable de una de las películas más ignotas (y difíciles de encontrar) como es su debut para la gran pantalla, “Percusión”, con guion de Pepón Coromina y protagonizada nada menos que por el músico Kevin Ayers. Por ahí anda… en el limbo.
El reparto de “Diario de una becaria” está lleno de rostros conocidos de la época, actorcitos surgidos de series tipo “Al salir de clase” y/o similares y que a día de hoy se les ve menos en las pantallas, por no decir que, directamente, no se les ve. Así, circulan dentro del encuadre, perdidísimos, los nombres de Unax Ugalde, Daniela Costa, Alejo Sauras, Esther Toledano o los anteriormente mencionados Antonio Hortelano y Cristina Brondo, capitaneados por los veteranos Ramón Langa y Pepe Sancho, estupendos actores, que sin embargo en aquella aciaga década de 2000, cuando peor cine español se hecho en la historia, aceptaban prácticamente cualquier cosa que se les ofrecía. Ellos están siempre bien, incluso en esta película.
Ahora, es tan fundamentalmente mala, que se convierte en un film a tener en cuenta. Aunque no más que otros realizados en nuestro país por aquellos entonces.
domingo, 3 de septiembre de 2023
¿EL ÚLTIMO VÍDEO-CLUB DE LA TIERRA?
Hace unos días anduve por el pueblo más feo de toda Cataluña, Amposta. Dando tumbos entre aburridas y grises calles, me llevé la sorpresa de mi vida al descubrir lo que parecía un vídeo-club. No podía creerlo, necesitaba entrar para corroborarlo y, a ser posible, documentarlo (ya saben, un periodista nunca se separa de su cámara, duerme con su cámara.... un cortometrajista casero también). Pues sí, era un vídeo-club. Auténtico. Natural. Sin consciencia de su condición casi retro. Montones de películas repartidas por estanterías. Muchos títulos recientes en dvd y blu-ray. Series de televisión enteras. Caratulas descoloridas por el sol. O meras fotocopias en blanco y negro. Y, por supuesto, ni un solo cliente a la vista. Pero ¿qué demonios era aquello? ¿daba para comer? ¿todavía existían personas que alquilaban películas? cientos de preguntas atusaban mi maltrecha y retorcida mente.
Otra criatura menos asocial y retraída se habría sacado de dudas charlando con el dependiente y, presupongo, dueño, que parecía un tipo la mar de majo y tratable. Pero yo no. Me limité a extraer imágenes furtivas del entorno. Dando como resultado el siguiente vídeo, con el que, de paso, actualizamos nuestro humilde pero simpático canal de YouTube. Muy adecuadamente musicado con el "main theme" de "Evil Toons / El diablillo caliente", compuesto por el gran Chuck Cirino.
Ahora Amposta ya no es tan feo. Tiene una atracción que vale la pena visitar (al menos mientras aguante de pie), ¿el último vídeo-club de la tierra?.
Otra criatura menos asocial y retraída se habría sacado de dudas charlando con el dependiente y, presupongo, dueño, que parecía un tipo la mar de majo y tratable. Pero yo no. Me limité a extraer imágenes furtivas del entorno. Dando como resultado el siguiente vídeo, con el que, de paso, actualizamos nuestro humilde pero simpático canal de YouTube. Muy adecuadamente musicado con el "main theme" de "Evil Toons / El diablillo caliente", compuesto por el gran Chuck Cirino.
Ahora Amposta ya no es tan feo. Tiene una atracción que vale la pena visitar (al menos mientras aguante de pie), ¿el último vídeo-club de la tierra?.
sábado, 2 de septiembre de 2023
THE HOPEWELL HAUNTING
El caso de "The Hopewell Haunting" es muy muy curioso. No estamos ante una gran película de terror, desde luego, pero sí algo distinto, singular y con mucha personalidad. Uno de esos títulos que no se lo ponen fácil al espectador medio, de ahí que, si proceden como yo y buscan opiniones por la red (jamás en suelo patrio, aquí solo localizarán paletos e ignorantes vociferando en youtube gilipolleces sin sentido), descubrirán que despierta pasiones y odios. Y eso, como suelo decir, nunca es malo. Luego, dependerá de los gustos de cada cual que la película le funcione. Conmigo lo ha hecho.
Todo comienza por ahí 2006, cuando Dane Sears descubre que su tatarabuela se enfrentó en 1919 a un espíritu enfadado y decide rodar un corto superochero inspirado en los hechos. Sin embargo, no queda saciado, así que, una década y pico después, se lanza con la versión largometraje.
Nos situamos en los años cuarenta. Un hombre de dios, tremendamente amargado -por causas que iremos descubriendo a medida que la trama avanza-, recibe en su iglesia la visita de una pareja que no puede vivir tranquila por culpa de una indeseada presencia. Le piden al religioso que vaya y bendiga su hogar. Este, muy a regañadientes, accede. Pero no parece servir de mucho. Así que, presionado por el ricacho del pueblo, decide pasar allí la noche e intentarlo de nuevo. Esta vez sí, dará con el espíritu, que se lo hará pasar canutas. A él y a nosotros.
¿Historia genérica y simple? Cierto. Pero en este caso dichos adjetivos adquieren un tono harto positivo. Precisamente, si al cine moderno algo le sobra, especialmente el de terror -y muy especialmente el de fantasmas-, son excesos. Todo está sobre-producido. Aturde. Los efectos especiales CGI, el sonido a volumen desatado, sustos y más sustos. Y esos desenlaces, siempre verbeneros, inflados como globos. Agotadores. Por eso uno agradece la ultra sencillez de algo como "The Hopewell Haunting", una película de terror.... o, mejor, una de miedo en la que no hay CGI, no hay sustos, no hay fanfarria de ninguna clase, no hay adolescentes histéricos que salen de acampada, no hay humor tonto... por no haber no hay ni sangre, ni tramas enredadas y complicadas en busca de una forzada originalidad. Nada, cero. Todo es elemental y cristalino, comedido, termina cuando y como debe terminar.
Vale, sí, suena muy bien. Pero, si no hay sangre, sustos y demás desmanes ¿donde está la gracia? pues, justamente, en que, como producto de su género, da miedo. Y para lograrlo se vale, ante todo, de aquello que es fundamental: el sonido. Muchas de las mejores escenas de la película, las que proporcionan más yuyu, se limitan a un señor mayor, encerrado en una casa vieja, rodeado de oscuridad. Escuchando pasos en el piso superior, cuando no debería haber nadie. Asomando por puertas que se abren misteriosamente, con un crujido. O escaleras adentrándose en la penumbra más absoluta. Créanme si les digo que todo ello te pone el culo prieto. Sentí escalofríos recorriendo mi espinazo unas cuantas veces. Y la presencia misteriosa, cuando se deja ver, da jodido canguelo. Es decir, si te van estas movidas, si te va el terror de atmósfera pura y dura, de sutilidades.... porque, si no, te aburrirás como un demonio. Vale, lo reconozco, eso mismo estuve bordeando yo tras la primera escena genuinamente terrorífica. Pero no caí. Y para cuando volvió a pasar, el "The End" ya se encontraba cerca, muy cerca. E, igual que el prota, lo recibí con una sonrisa de satisfacción.
Otra de las muchas manías del terror moderno es el aluvión de guiños y referencias a títulos considerados clásicos. Bien, en "The Hopewell Haunting" también los hay, pero, acordes a su naturaleza atípica, no los encontrarán en la trama. Ni el casting. Los localizarán en el diseño de los créditos y, sobre todo, el mentado uso de sonidos. O la extraña música, que más bien podríamos tildar de ruido. Ello retrotrae mucho, muchísimo, a "La matanza de Texas" original. Incluso casi podríamos usar la palabra hurto. Pero uno bien aplicado y altamente beneficioso para el conjunto. Tanto como los zooms setenteros y ese "Fake Shemps" en los créditos finales, etiqueta esta que inventaron Sam Raimi y los suyos durante el rodaje de ya saben cual.
Los productores de "The Hopewell Haunting", Duane Graves y Justin Meeks, tienen en su haber varias películas de bajo presupuesto como directores, todas de horror. La primera de ellas es "The wild man of the Navidad", reseñada por Víctor en su día.
Cuando escribí sobre "The Comic", maldije el llamado "cine digital". Bien, la película de Dane Sears me devuelve ciertas esperanzas, recordándome que generalizar nunca es una opción recomendable. Consumir "The Hopewell Haunting" sí lo es.
Todo comienza por ahí 2006, cuando Dane Sears descubre que su tatarabuela se enfrentó en 1919 a un espíritu enfadado y decide rodar un corto superochero inspirado en los hechos. Sin embargo, no queda saciado, así que, una década y pico después, se lanza con la versión largometraje.
Nos situamos en los años cuarenta. Un hombre de dios, tremendamente amargado -por causas que iremos descubriendo a medida que la trama avanza-, recibe en su iglesia la visita de una pareja que no puede vivir tranquila por culpa de una indeseada presencia. Le piden al religioso que vaya y bendiga su hogar. Este, muy a regañadientes, accede. Pero no parece servir de mucho. Así que, presionado por el ricacho del pueblo, decide pasar allí la noche e intentarlo de nuevo. Esta vez sí, dará con el espíritu, que se lo hará pasar canutas. A él y a nosotros.
¿Historia genérica y simple? Cierto. Pero en este caso dichos adjetivos adquieren un tono harto positivo. Precisamente, si al cine moderno algo le sobra, especialmente el de terror -y muy especialmente el de fantasmas-, son excesos. Todo está sobre-producido. Aturde. Los efectos especiales CGI, el sonido a volumen desatado, sustos y más sustos. Y esos desenlaces, siempre verbeneros, inflados como globos. Agotadores. Por eso uno agradece la ultra sencillez de algo como "The Hopewell Haunting", una película de terror.... o, mejor, una de miedo en la que no hay CGI, no hay sustos, no hay fanfarria de ninguna clase, no hay adolescentes histéricos que salen de acampada, no hay humor tonto... por no haber no hay ni sangre, ni tramas enredadas y complicadas en busca de una forzada originalidad. Nada, cero. Todo es elemental y cristalino, comedido, termina cuando y como debe terminar.
Vale, sí, suena muy bien. Pero, si no hay sangre, sustos y demás desmanes ¿donde está la gracia? pues, justamente, en que, como producto de su género, da miedo. Y para lograrlo se vale, ante todo, de aquello que es fundamental: el sonido. Muchas de las mejores escenas de la película, las que proporcionan más yuyu, se limitan a un señor mayor, encerrado en una casa vieja, rodeado de oscuridad. Escuchando pasos en el piso superior, cuando no debería haber nadie. Asomando por puertas que se abren misteriosamente, con un crujido. O escaleras adentrándose en la penumbra más absoluta. Créanme si les digo que todo ello te pone el culo prieto. Sentí escalofríos recorriendo mi espinazo unas cuantas veces. Y la presencia misteriosa, cuando se deja ver, da jodido canguelo. Es decir, si te van estas movidas, si te va el terror de atmósfera pura y dura, de sutilidades.... porque, si no, te aburrirás como un demonio. Vale, lo reconozco, eso mismo estuve bordeando yo tras la primera escena genuinamente terrorífica. Pero no caí. Y para cuando volvió a pasar, el "The End" ya se encontraba cerca, muy cerca. E, igual que el prota, lo recibí con una sonrisa de satisfacción.
Otra de las muchas manías del terror moderno es el aluvión de guiños y referencias a títulos considerados clásicos. Bien, en "The Hopewell Haunting" también los hay, pero, acordes a su naturaleza atípica, no los encontrarán en la trama. Ni el casting. Los localizarán en el diseño de los créditos y, sobre todo, el mentado uso de sonidos. O la extraña música, que más bien podríamos tildar de ruido. Ello retrotrae mucho, muchísimo, a "La matanza de Texas" original. Incluso casi podríamos usar la palabra hurto. Pero uno bien aplicado y altamente beneficioso para el conjunto. Tanto como los zooms setenteros y ese "Fake Shemps" en los créditos finales, etiqueta esta que inventaron Sam Raimi y los suyos durante el rodaje de ya saben cual.
Los productores de "The Hopewell Haunting", Duane Graves y Justin Meeks, tienen en su haber varias películas de bajo presupuesto como directores, todas de horror. La primera de ellas es "The wild man of the Navidad", reseñada por Víctor en su día.
Cuando escribí sobre "The Comic", maldije el llamado "cine digital". Bien, la película de Dane Sears me devuelve ciertas esperanzas, recordándome que generalizar nunca es una opción recomendable. Consumir "The Hopewell Haunting" sí lo es.
viernes, 1 de septiembre de 2023
EL GENIO DE LA LÁMPARA
Tenía yo curiosidad por ver como era la otra película de Alexander Cassini tras la extraña y, en cierto modo vanguardista “Star Time”. Y claro, me enfrento a una película dirigida al público infantil, pergeñada por un individuo que por raro tampoco se le puede considerar un buen cineasta. Y su segunda y última película resulta ser esta “El genio de lámpara” que es lo más estándar que puede hacer este hombre. Claro, no se trata de una película mainstream para su estreno en salas, “El genio de la lámpara” se concibió por pocos duros y para el mercado del vídeo y la televisión por cable. No obstante, para tirar adelante con el proyecto, Cassini se tuvo que asociar con Full Moon Entertainment con el bueno de Charles Band como productor ejecutivo, pero se trata de una película no auspiciada por la Full Moon, quiero decir que, aunque el nombre de la productora figura en los créditos, no aparece en el catálogo de la productora. Como tampoco Charles Band en los créditos, su asociación con Cassini es puramente mercantil. De este modo, el director se traslada con su equipo a Rumanía para abaratar costes y, así, dar forma a esta extraña película sobre un genio de la lámpara que es pura "serie B" barata para niños.
Un arqueólogo está en Egipto buscando sarcófagos en una extraña gruta, cuando aparece una lámpara mágica custodiada por una momia. En otro lugar, tenemos a un niño repelente y sabiondo que no se lleva bien con nadie y tiene ciertos problemas de adaptación. No sabemos muy bien como, pero esta lámpara acaba yendo a parar a manos del niño, que acabará liberando al genio que hay en ella. Este comienza a concederle deseos, pero como es un poco inepto, lo hará mal, por lo que generará todo tipo de problemas, como traer a la vida real todos los personajes de la tele del chaval. Por supuesto, la película se convertirá en un ir y venir del chico y el genio, mientras un agente de seguridad nacional les hace la cobertura. Por lo demás, salen caballeros medievales, señores vestidos de época e incluso un repugnante hombre serpiente.
Anodina hasta decir basta, el principal problema que tiene "El genio de la lámpara" son sus dos protagonistas; el niño, un tal Matt Koruba, es tan hostiable que a los pocos minutos de aparecer en escena a uno ya le entran ganas de quitar la película de lo puramente repipi que es, y esa cara de guapito que tiene, con ese puto peinado noventero y esos irritantes ojos verdes. El que hace de genio no mejora mucho las cosas, un tipo que sobreactúa de mala manera, consciente de que está en una película barata para críos. El actor en cuestión, Tom Fahn, se dedica habitualmente a doblar dibujos animados de tercera fila, llamándome la atención, en su filmografía, el haber sido la voz americana de Condorito en “Condorito: La película” (que es uno de los espantos más espantosos que han pasado por mis retinas. Con lo que yo adoro al personaje…) Y luego tenemos, en la parte femenina, a Stacy Randall de la que si digo que ha intervenido en films tan populares como “Puppet Master 4”, “Trancers 4”, “Ghoulies IV” o “Trancers 5”, lo mismo se quedan igual que estaban.
Desde luego, yo tenía curiosidad por ver esta película, no me pregunten por qué. Quizás porque me parecía rematadamente rara. Pero desde luego, verla ha sido un verdadero suplicio. Me imagino la cara de cualquier niño al que, ingenuamente, sus padres le pongan semejante producto. No es especialmente cutre, los F/X están dentro de lo tolerable, pero sabe absolutamente a nada.
Lo más cachondo es que pude localizar una copia doblada al castellano, lo que quiere decir que esta película, el algún momento, ha debido ser pasada por alguna televisión, porque me consta, a no ser que alguien venga con datos que demuestren lo contrario, que no se comercializó en formato físico alguno en España en su momento, finales de 1999 o primeros 2000.
Un arqueólogo está en Egipto buscando sarcófagos en una extraña gruta, cuando aparece una lámpara mágica custodiada por una momia. En otro lugar, tenemos a un niño repelente y sabiondo que no se lleva bien con nadie y tiene ciertos problemas de adaptación. No sabemos muy bien como, pero esta lámpara acaba yendo a parar a manos del niño, que acabará liberando al genio que hay en ella. Este comienza a concederle deseos, pero como es un poco inepto, lo hará mal, por lo que generará todo tipo de problemas, como traer a la vida real todos los personajes de la tele del chaval. Por supuesto, la película se convertirá en un ir y venir del chico y el genio, mientras un agente de seguridad nacional les hace la cobertura. Por lo demás, salen caballeros medievales, señores vestidos de época e incluso un repugnante hombre serpiente.
Anodina hasta decir basta, el principal problema que tiene "El genio de la lámpara" son sus dos protagonistas; el niño, un tal Matt Koruba, es tan hostiable que a los pocos minutos de aparecer en escena a uno ya le entran ganas de quitar la película de lo puramente repipi que es, y esa cara de guapito que tiene, con ese puto peinado noventero y esos irritantes ojos verdes. El que hace de genio no mejora mucho las cosas, un tipo que sobreactúa de mala manera, consciente de que está en una película barata para críos. El actor en cuestión, Tom Fahn, se dedica habitualmente a doblar dibujos animados de tercera fila, llamándome la atención, en su filmografía, el haber sido la voz americana de Condorito en “Condorito: La película” (que es uno de los espantos más espantosos que han pasado por mis retinas. Con lo que yo adoro al personaje…) Y luego tenemos, en la parte femenina, a Stacy Randall de la que si digo que ha intervenido en films tan populares como “Puppet Master 4”, “Trancers 4”, “Ghoulies IV” o “Trancers 5”, lo mismo se quedan igual que estaban.
Desde luego, yo tenía curiosidad por ver esta película, no me pregunten por qué. Quizás porque me parecía rematadamente rara. Pero desde luego, verla ha sido un verdadero suplicio. Me imagino la cara de cualquier niño al que, ingenuamente, sus padres le pongan semejante producto. No es especialmente cutre, los F/X están dentro de lo tolerable, pero sabe absolutamente a nada.
Lo más cachondo es que pude localizar una copia doblada al castellano, lo que quiere decir que esta película, el algún momento, ha debido ser pasada por alguna televisión, porque me consta, a no ser que alguien venga con datos que demuestren lo contrario, que no se comercializó en formato físico alguno en España en su momento, finales de 1999 o primeros 2000.
lunes, 28 de agosto de 2023
THE VERY EXCELLENT MR. DUNDEE
En cierto modo, “The Very Excellent Mr. Dundee” es una nueva secuela de “Cocodrilo Dundee” —sería la cuarta parte de la franquicia— que a su vez es un pequeño chiste metacinematográfico. Y es que a las gentes de Hollywood les encanta hacer leña del árbol caído o, como es el caso, hacer mofa y befa de aquellas viejas estrellas que tuvieron un momento de fama abrumador para, al poco, pasar a ser personajes condenados al ostracismo viviendo de los éxitos pasados. Y una manera de sacar a estas estrellas de su retiro, es haciendo películas que se adscribirían a este nuevo subgénero de “viejas glorias en decadencia interpretándose a sí mismas”. Quizás el pionero fue Pauly Shore con la divertidísima “Pauly Shore is dead”, seguido de Ralph Macchio que también hizo patéticamente de sí mismo en “El camino para ser famosa”, siendo el campeón en el género interpretándose en series como “El séquito” (paradigma de los productos de esta naturaleza) o “Cómo conocí a vuestra madre”. Para colmo de males, ahora vive de nuevo las mieles del éxito gracias a su personaje de Daniel LaRusso (que también era parodiado por él mismo en la serie de animación “Robot Chicken”) con “Cobra Kai”, continuación de las aventuras de los “chavales” de “Kárate Kid”. El comediante Andrew Dice Clay tiene una serie entera girando en torno a su decadencia como es la estupenda “Dice”. Algunas de estas estrellas incluso han alcanzado el estatus de “meme humano”, como es el caso de David Hasselhoff, riéndose de sí mismo en infinidad de películas como, por ejemplo, “Objetivo: Hasselhoff” o “Bob Esponja; La película” o, por supuesto, Nicolas Cage haciendo lo propio en “El insoportable peso de un talento descomunal”.
Y ahora le toca el turno a Paul Hogan.
Hogan, era una estrella de la televisión en su país de origen, Australia, que tuvo los huevos de embarcarse poco después en lo que sería la película independiente más popular de la historia, “Cocodrilo Dundee”, que le valió la nominación al Oscar al mejor guionista en 1986 y más de 300 millones de dólares de ganancias. Un éxito internacional. Debido a esto, y en su condición de estrella, el australiano decidió mudarse a Hollywood con el fin de seguir rodando películas, con la mala suerte que tras el binomio de “Cocodrilo Dundee”, sus siguientes films fueron rotundos fracasos (aunque Hogan supo invertir dinero en bolsa y, gracias a eso, hoy todavía es millonario), que le alejaron de las pantallas a principios de los 90 quedándose prácticamente sin trabajo. Hubo una nueva tentativa de recuperar la gloria pasada con “Cocodrilo Dundee en Los Angeles”, pero ya nadie se acordaba del personaje y fracasó nuevamente. Y en torno a tal fracaso gira toda esta “The Very Excellent Mr. Dundee”. En ella, Paul Hogan es Paul Hogan, viviendo todavía de los restos de su éxito como Dundee, en un mundo en el que el público no sabe que existe una tercera película sobre el personaje y donde nadie le reconoce ya por la calle. Sin embargo, se le va a nombrar Caballero por su servicio a la comedia, ya que la Reina de Inglaterra es fan de “Cocodrilo Dundee en Los Angeles”, gracias a lo cual vuelve a estar un poco de actualidad. Por otro lado, una serie de estúpidos accidentes —como lanzar sin querer una serpiente viva a la cara de un profesor de colegio o una serie de malentendidos raciales— ponen en contra de él a toda la opinión pública, motivo por el que Hogan vuelve a adquirir algo de fama, esta vez como persona non grata. Y ya está. De eso va la peli.
Una chorradita simpática al servicio de Paul Hogan, que utiliza un endeble hilo argumental a favor de una serie de gags, recreaciones de los momentos más memorables de “Cocodrilo Dundee” (hasta los cojones de lo del cuchillo o lo de atrapar a un ladrón que huye lanzándole una lata), y, sobre todo, un divertido desfile de cameos con celebridades que, al igual que Hogan, se ríen de su gloria perdida interpretándose a sí mismos. Así, veremos a Oliva Newton John en lo que supone su última aparición en cine antes de su fallecimiento, haciendo pequeñas galas benéficas en las que tiene que recurrir a las viejas canciones de “Grease” para que acudan los fans, a Reginald VelJohnson siendo preguntado en la calle por Steve Urkel, a John Cleese, que tras gastarse toda su fortuna en juego, drogas y putas ahora es conductor de Uber, o a Chevy Chase proclamando a los cuatro vientos que él obtuvo un Oscar por “El club de los chalados” siendo mentira, y comportándose como un déspota ante un público que le adora.
Lo bueno de “The Very Excellent Mr.Dundee” es que es una tontería sin mayor pretensión, entretenida, bobalicona y consciente de ello, que se la ve uno en un santiamén y con una sonrisa en los labios. Y quizás por eso la crítica la ha puesto como lo peor de lo peor.
Dirige y produce Dean Murphy, que se ha encargado de conducir la (escasa) carrera de Paul Hogan en los últimos 20 años, produciendo y dirigiendo las últimas películas del comediante australiano.
La cinta iba a estrenarse en salas, pero le pilló en medio de la pandemia, por lo que pasó directamente a emitirse en Amazon Prime, sin que sea España uno de los países que cuente con una copia en su catálogo, no comprendo por qué.
Y ahora le toca el turno a Paul Hogan.
Hogan, era una estrella de la televisión en su país de origen, Australia, que tuvo los huevos de embarcarse poco después en lo que sería la película independiente más popular de la historia, “Cocodrilo Dundee”, que le valió la nominación al Oscar al mejor guionista en 1986 y más de 300 millones de dólares de ganancias. Un éxito internacional. Debido a esto, y en su condición de estrella, el australiano decidió mudarse a Hollywood con el fin de seguir rodando películas, con la mala suerte que tras el binomio de “Cocodrilo Dundee”, sus siguientes films fueron rotundos fracasos (aunque Hogan supo invertir dinero en bolsa y, gracias a eso, hoy todavía es millonario), que le alejaron de las pantallas a principios de los 90 quedándose prácticamente sin trabajo. Hubo una nueva tentativa de recuperar la gloria pasada con “Cocodrilo Dundee en Los Angeles”, pero ya nadie se acordaba del personaje y fracasó nuevamente. Y en torno a tal fracaso gira toda esta “The Very Excellent Mr. Dundee”. En ella, Paul Hogan es Paul Hogan, viviendo todavía de los restos de su éxito como Dundee, en un mundo en el que el público no sabe que existe una tercera película sobre el personaje y donde nadie le reconoce ya por la calle. Sin embargo, se le va a nombrar Caballero por su servicio a la comedia, ya que la Reina de Inglaterra es fan de “Cocodrilo Dundee en Los Angeles”, gracias a lo cual vuelve a estar un poco de actualidad. Por otro lado, una serie de estúpidos accidentes —como lanzar sin querer una serpiente viva a la cara de un profesor de colegio o una serie de malentendidos raciales— ponen en contra de él a toda la opinión pública, motivo por el que Hogan vuelve a adquirir algo de fama, esta vez como persona non grata. Y ya está. De eso va la peli.
Una chorradita simpática al servicio de Paul Hogan, que utiliza un endeble hilo argumental a favor de una serie de gags, recreaciones de los momentos más memorables de “Cocodrilo Dundee” (hasta los cojones de lo del cuchillo o lo de atrapar a un ladrón que huye lanzándole una lata), y, sobre todo, un divertido desfile de cameos con celebridades que, al igual que Hogan, se ríen de su gloria perdida interpretándose a sí mismos. Así, veremos a Oliva Newton John en lo que supone su última aparición en cine antes de su fallecimiento, haciendo pequeñas galas benéficas en las que tiene que recurrir a las viejas canciones de “Grease” para que acudan los fans, a Reginald VelJohnson siendo preguntado en la calle por Steve Urkel, a John Cleese, que tras gastarse toda su fortuna en juego, drogas y putas ahora es conductor de Uber, o a Chevy Chase proclamando a los cuatro vientos que él obtuvo un Oscar por “El club de los chalados” siendo mentira, y comportándose como un déspota ante un público que le adora.
Lo bueno de “The Very Excellent Mr.Dundee” es que es una tontería sin mayor pretensión, entretenida, bobalicona y consciente de ello, que se la ve uno en un santiamén y con una sonrisa en los labios. Y quizás por eso la crítica la ha puesto como lo peor de lo peor.
Dirige y produce Dean Murphy, que se ha encargado de conducir la (escasa) carrera de Paul Hogan en los últimos 20 años, produciendo y dirigiendo las últimas películas del comediante australiano.
La cinta iba a estrenarse en salas, pero le pilló en medio de la pandemia, por lo que pasó directamente a emitirse en Amazon Prime, sin que sea España uno de los países que cuente con una copia en su catálogo, no comprendo por qué.
sábado, 26 de agosto de 2023
EL EXORCISMO DE DIOS
Cualquier producto que sea vilipendiado en las redes no por su calidad sino por su supuesta falta de moralidad, es abrazado en este blog. Y si, encima, lo tildan de misógino, sexista (¿las dos cosas?) y homofóbico, viene de México, distribuido por Lionsgate y se titula "El exorcismo de dios", como que resulta imposible eludirlo. Es misión divina verlo y escribir estas letras.
Así pues, la cosa va de un curilla, muy guapo él, que en pleno exorcismo a una pava, cae en la tentación y se la folla. Así de brutamente. Encima, el tonto lo graba en vídeo, por lo que quedan pruebas de tan vil acto. Sin embargo, decide ocultarlo y vivir en pecado, atormentado. Sigue haciendo las cosas que hacen los curillas, ayudar a los pobres, retozar entre niños (ejem...) hasta que, un día, le reclama una poseída. Resulta ser su hija, nacida de aquel casquete satánico. Toca pues redimirse salvándola, lo que no será cosa fácil.
Bien, lo primero que llama la atención de "El exorcismo de dios" es su buena factura. Técnicamente, al menos. Lo siguiente, esos poseídos. Como si Linda Blair hubiese tomado esteroides. Son tremendamente exagerados en sus maneras, gritan como locos, gastan mucha agresividad y, algunos de ellos, tienen un aspecto terrorífico. Les dejo muestras al final del rollo. Recuerdan mucho a los de "Evil Dead" o "Demons". Como si cogieran al padre Merrin y lo metieran en medio de la cabaña, o del cine, cruz en ristre dispuesto a desposeer almas. Y no exagero, porque aparte del evidente guiño al clásico de William RIP Friedkin (en un plano que es exacto al cartel de aquel. Algo que, si no recuerdo mal, también se daba en el tercer "Expediente Warren"), el clímax de "El exorcismo de dios" se desarrolla en una cárcel de mujeres donde el lucifer de rigor, lejos de poseer a una pava, se encapricha y procede con todas las reclusas. Así, la lista de endemoniadas gritonas, mal lechadas y hostiadoras, gastando ese look tan feo/chulo a base de látex y lentillas, aumenta, casi como una de zombies. Original. Tanto como que, llegado el momento, la poseída number one realice un contraexorcismo.... es decir, exorcice (¿se dice asín?) al cura. Nunca lo había visto. ¿Y ustedes?.
Se hacen pues una idea del delirio que es "El exorcismo de dios". A ratos resulta risible, sí. Ridícula. Pero forma parte del show, uno tremendamente alocado, salvaje, con una ristra de berridos constantes, ojos desorbitados, algo de gore, sustos que funcionan (a base de volumen descontrolado, of course) e incluso un vómito verde, para no perder la costumbre.
En cuanto a los elementos políticamente incorrectos, pues están, pero lo mejor es que no vienen ni forzados, ni buscan el escándalo, salen así de modo natural, y eso los hace doblemente gozosos (y ofensivos). Sus "big hits" serían la violada agradecida y un sermón final donde, entre borrachos, viciosos y ladrones que difícilmente heredarán los cielos, se cita a los homosexuales.
No me sean gilipollitas y tómense "El exorcismo de dios" como el tremendo, desquiciado, estupidísimo y divertido descerebre que es.
Así pues, la cosa va de un curilla, muy guapo él, que en pleno exorcismo a una pava, cae en la tentación y se la folla. Así de brutamente. Encima, el tonto lo graba en vídeo, por lo que quedan pruebas de tan vil acto. Sin embargo, decide ocultarlo y vivir en pecado, atormentado. Sigue haciendo las cosas que hacen los curillas, ayudar a los pobres, retozar entre niños (ejem...) hasta que, un día, le reclama una poseída. Resulta ser su hija, nacida de aquel casquete satánico. Toca pues redimirse salvándola, lo que no será cosa fácil.
Bien, lo primero que llama la atención de "El exorcismo de dios" es su buena factura. Técnicamente, al menos. Lo siguiente, esos poseídos. Como si Linda Blair hubiese tomado esteroides. Son tremendamente exagerados en sus maneras, gritan como locos, gastan mucha agresividad y, algunos de ellos, tienen un aspecto terrorífico. Les dejo muestras al final del rollo. Recuerdan mucho a los de "Evil Dead" o "Demons". Como si cogieran al padre Merrin y lo metieran en medio de la cabaña, o del cine, cruz en ristre dispuesto a desposeer almas. Y no exagero, porque aparte del evidente guiño al clásico de William RIP Friedkin (en un plano que es exacto al cartel de aquel. Algo que, si no recuerdo mal, también se daba en el tercer "Expediente Warren"), el clímax de "El exorcismo de dios" se desarrolla en una cárcel de mujeres donde el lucifer de rigor, lejos de poseer a una pava, se encapricha y procede con todas las reclusas. Así, la lista de endemoniadas gritonas, mal lechadas y hostiadoras, gastando ese look tan feo/chulo a base de látex y lentillas, aumenta, casi como una de zombies. Original. Tanto como que, llegado el momento, la poseída number one realice un contraexorcismo.... es decir, exorcice (¿se dice asín?) al cura. Nunca lo había visto. ¿Y ustedes?.
Se hacen pues una idea del delirio que es "El exorcismo de dios". A ratos resulta risible, sí. Ridícula. Pero forma parte del show, uno tremendamente alocado, salvaje, con una ristra de berridos constantes, ojos desorbitados, algo de gore, sustos que funcionan (a base de volumen descontrolado, of course) e incluso un vómito verde, para no perder la costumbre.
En cuanto a los elementos políticamente incorrectos, pues están, pero lo mejor es que no vienen ni forzados, ni buscan el escándalo, salen así de modo natural, y eso los hace doblemente gozosos (y ofensivos). Sus "big hits" serían la violada agradecida y un sermón final donde, entre borrachos, viciosos y ladrones que difícilmente heredarán los cielos, se cita a los homosexuales.
No me sean gilipollitas y tómense "El exorcismo de dios" como el tremendo, desquiciado, estupidísimo y divertido descerebre que es.
viernes, 25 de agosto de 2023
UN CUBO DE SANGRE
Rodada bajo el título provisional de “The living dead”, “Un cubo de sangre”, encargo de la "American Internacional Pictures" para Roger Corman, es el paradigma del “cine de culto”, no solo porque existe un nutrido grupo de fans que la reivindican desde hace años, sino también porque se trata de una película que, aunque resultó rentable, no supuso un éxito de taquilla ni mucho menos, recaudando en su carrera teatral poco más de 180.000 dólares. Lo que sucede es que como sus gastos de producción apenas rozaron los 50.000, esta película, rodada en tan solo 5 días reaprovechando los decorados del film “The diary of a High School Bride”, generó algo de dinero.
Lo que convierte en especial “Un cubo de sangre”, es que probablemente sea una de las mejores de cuantas dirigió Roger Corman —con permiso de “El hombre con rayos X en los ojos”— y una de las dos o tres películas en las que Dick Miller es el principal protagonista. Casi parece concebida para su lucimiento.
Por otro lado, muy inteligentemente, el film se mofa de la cultura "beatnik", muy en boga en la California de finales de los 50, así como del mundo del arte en general, retratando a todos estos hipsters del pasado como ignorantes poseurs sin criterio que, en realidad, no se enteran de nada. Una película totalmente atemporal y de la que deberían aprender muchos hipsters malasañeros a los que a día de hoy les sucede lo mismo que a los "beatniks" que nos muestra "Un cubo de sangre": Que son retrasados mentales.
Cuenta la historia de Walter Paisley (luego, a modo de guiño, Miller interpretaría a un montón de personajes con este nombre en infinidad de títulos: “Aullidos”, “Kill Bots” o “En los límites de la realidad”), un camarero bastante inepto que se gana la vida en una cafetería de "beatniks" donde se suele recitar poesía o algunos artistas exponen sus obras. En esa tesitura, Walter anhela ser artista y que le adulen, pero sus acercamientos al mundo de la escultura nunca son fructíferos. Accidentalmente, mata al gato de su casera, así pues, para esconder el cuerpo lo recubre con arcilla. De este modo, se lo lleva a la cafetería haciéndolo pasar por una obra suya. Todos quedan asombrados ante el talento de Walter y el realismo de su escultura y le exigen la creación de más obras. Como este es un tanto inútil, decide seguir haciendo más creaciones de similar índole… para las que se verá obligado a matar a unas cuantas personas.
Con guion de Charles B Griffith, “Un cubo de sangre” hace alarde de un sentido del humor negrísimo y una cordura a prueba de balas, que la convierten en una película de bajo presupuesto sin demasiado que envidiar a propuestas mainstream del mismo periodo. De hecho, Corman, que tampoco tenía el proyecto como propio, cuando vio los resultados y la rentabilidad en taquilla a poco que fuera la gente a verla, continuó haciendo películas del mismo estilo para AIP, siendo la siguiente, bastante inferior a esta, una de sus más queridas y populares: “La pequeña tienda de los horrores”.
Por otro lado Dick Miller, mientras rodaba, tuvo siempre la sensación de estar haciendo una película maravillosa, pero se le llevaban los demonios cuando comprobaba que en era en realidad todo funcionaba bajo mínimos y eso perjudicaría mucho el resultado. Durante años se estuvo lamentando de ello, pese a que se trata de una de sus películas más recordadas.
“Un cubo de sangre” es estupenda, altamente entretenida, con algunos gags de morirse de risa y una prueba viviente de que Roger Corman, cuando le apetecía, a parte de uno de los mejores hombres de negocios de la historia, también era un gran director que sabía sacar provecho a cuatro pesetas. Y sí, muy por encima de otras, podríamos decir que sería mi película favorita de Corman.
A lo largo de los años “Un cubo de sangre” generó un culto sonadísimo que propició un remake en forma de telefilm titulado “The death artist”, dirigido por Mike McDonald y protagonizado por Anthony Michael Hall en 1995, así como un musical laureado con buenas críticas en su momento.
Lo que convierte en especial “Un cubo de sangre”, es que probablemente sea una de las mejores de cuantas dirigió Roger Corman —con permiso de “El hombre con rayos X en los ojos”— y una de las dos o tres películas en las que Dick Miller es el principal protagonista. Casi parece concebida para su lucimiento.
Por otro lado, muy inteligentemente, el film se mofa de la cultura "beatnik", muy en boga en la California de finales de los 50, así como del mundo del arte en general, retratando a todos estos hipsters del pasado como ignorantes poseurs sin criterio que, en realidad, no se enteran de nada. Una película totalmente atemporal y de la que deberían aprender muchos hipsters malasañeros a los que a día de hoy les sucede lo mismo que a los "beatniks" que nos muestra "Un cubo de sangre": Que son retrasados mentales.
Cuenta la historia de Walter Paisley (luego, a modo de guiño, Miller interpretaría a un montón de personajes con este nombre en infinidad de títulos: “Aullidos”, “Kill Bots” o “En los límites de la realidad”), un camarero bastante inepto que se gana la vida en una cafetería de "beatniks" donde se suele recitar poesía o algunos artistas exponen sus obras. En esa tesitura, Walter anhela ser artista y que le adulen, pero sus acercamientos al mundo de la escultura nunca son fructíferos. Accidentalmente, mata al gato de su casera, así pues, para esconder el cuerpo lo recubre con arcilla. De este modo, se lo lleva a la cafetería haciéndolo pasar por una obra suya. Todos quedan asombrados ante el talento de Walter y el realismo de su escultura y le exigen la creación de más obras. Como este es un tanto inútil, decide seguir haciendo más creaciones de similar índole… para las que se verá obligado a matar a unas cuantas personas.
Con guion de Charles B Griffith, “Un cubo de sangre” hace alarde de un sentido del humor negrísimo y una cordura a prueba de balas, que la convierten en una película de bajo presupuesto sin demasiado que envidiar a propuestas mainstream del mismo periodo. De hecho, Corman, que tampoco tenía el proyecto como propio, cuando vio los resultados y la rentabilidad en taquilla a poco que fuera la gente a verla, continuó haciendo películas del mismo estilo para AIP, siendo la siguiente, bastante inferior a esta, una de sus más queridas y populares: “La pequeña tienda de los horrores”.
Por otro lado Dick Miller, mientras rodaba, tuvo siempre la sensación de estar haciendo una película maravillosa, pero se le llevaban los demonios cuando comprobaba que en era en realidad todo funcionaba bajo mínimos y eso perjudicaría mucho el resultado. Durante años se estuvo lamentando de ello, pese a que se trata de una de sus películas más recordadas.
“Un cubo de sangre” es estupenda, altamente entretenida, con algunos gags de morirse de risa y una prueba viviente de que Roger Corman, cuando le apetecía, a parte de uno de los mejores hombres de negocios de la historia, también era un gran director que sabía sacar provecho a cuatro pesetas. Y sí, muy por encima de otras, podríamos decir que sería mi película favorita de Corman.
A lo largo de los años “Un cubo de sangre” generó un culto sonadísimo que propició un remake en forma de telefilm titulado “The death artist”, dirigido por Mike McDonald y protagonizado por Anthony Michael Hall en 1995, así como un musical laureado con buenas críticas en su momento.
jueves, 24 de agosto de 2023
A LA MIERDA, TRÁEME UNA SALCHICHA
Basta de hipocresías, reconozcamos que descargarse películas ilegalmente tiene muchas ventajas, siendo la principal consumir sin pagar. Y entre lo cara que está la vida, la de cochambre que se produce hoy día, y que, a base de mala educación, chavalada gritona y móviles, resulta imposible acudir a una sala sin salir medio loco, odiando a la humanidad al completo, termina siendo la opción + lógica y desesperada.
Pero también tiene desventajas, claro. A veces, los responsables del ripeo son tan inútiles que suben la película con el audio desplazado. O los subtítulos equivocados. Así, cuando le das al "Play" te cagas en el árbol genealógico del responsable, aunque en el fondo sabes que no puedes ni debes. Al fin y al cabo, estás consumiendo gratis. ¡¡Aún gracias, julai!!.
En otras ocasiones, ese cabreo se convierte en risas, que es lo que le pasó a... errr, un amigo de la mili cuando se hizo con la serie de Marvel "Invasión Secreta" (no hagan caso a las gilipolleces habituales del fandom, es perfectamente visible) y se encontró con lo siguiente...
Pero también tiene desventajas, claro. A veces, los responsables del ripeo son tan inútiles que suben la película con el audio desplazado. O los subtítulos equivocados. Así, cuando le das al "Play" te cagas en el árbol genealógico del responsable, aunque en el fondo sabes que no puedes ni debes. Al fin y al cabo, estás consumiendo gratis. ¡¡Aún gracias, julai!!.
En otras ocasiones, ese cabreo se convierte en risas, que es lo que le pasó a... errr, un amigo de la mili cuando se hizo con la serie de Marvel "Invasión Secreta" (no hagan caso a las gilipolleces habituales del fandom, es perfectamente visible) y se encontró con lo siguiente...
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