El verdadero -o único- interés de "No abrir hasta Navidad" reside en sus dos productores, Stephen Minasian y Rick Randall (también actor ocasional). Ambos, mano con mano, son los responsables de tres slashers muy míticos de los 80, aunque en la categoría de "tan malos que son buenos". Y encima uno de ellos es todo un clásico del "trash". Os hablo de "Mil gritos tiene la noche" (con Randall también colaborando en el guión), este que reseño ahora y la temible "El día de los inocentes" (no confundir con la otra, la de Fred Walton recientemente remakeada). Todas ellas tienen en común el fin de satisfacer nuestros más bajos instintos, es decir, tetas y sangre... eso si, hecho con bastante mala folla. Encima, Minasian estuvo ligado, muuuuy de aquella manera, al primer "Viernes 13", lo que es explotado de sobremanera ultra-gratuita en los posters de "El día de los inocentes" y, justamente, este "No abrir hasta Navidad".
Londres anda acojonada. Un tipo se dedica a asesinar a todo aquel pobre pringao que decida alegrarse el día disfrazándose de Papa Noel. Los crímenes varían, algunos son tirando a gore (lanza atravesando cabeza, castración ridícula...) y otros de lo más anodino (disparos o simples puñaladas estomacales). Edmund Purdom, actor que curró en algunos productos de cierta categoría en sus años mozos (pero que acabaría en cosas maravillosas del calibre de "Ator, el poderoso" o "2019, tras la caída de Nueva York"), interpreta al policía que investiga el caso... y además, es el inesperado director del cotarro. Purdom interpretó al decano de la universidad en "Mil gritos tiene la noche" y supongo que se llevaría bien con el tandem de productores, de ahí que le dieran las riendas de este film. También aparece, en un breve cameo, Caroline Munro, quien repetiría con Minasian/Randall en "El día de los inocentes". Una gran familia feliz.
"No abrir hasta Navidad" está repleta de momentos descojonablemente ridículos e inverosímiles, algunos de ellos con el único fin de dar la carnaza esperada al paciente espectador. Destaca la escena en la que un tipo, apesadumbrado, confiesa a una chica que él no es el auténtico Papa Noel, y lo hace sufriente, como si el tipo del "oh, oh, oh" existiera de verdad. Pero quitando esos instantes para la risotada (y la secuencia rodada en el espeluznante museo de los horrores "The London Dungeon") la verdad es que la peli es notablemente coñazo.
Atención al desenlace, chorramente impactante.