lunes, 27 de marzo de 2023

LA CORTE DE FARAÓN

De 1910 data la opereta, zarzuela, o musical —llámenlo como quieran— “La corte de Faraón”, escrita por Miguel de Palacios y Guillermo Perrín y con música de Vicente Lleó.
Se trata de una obra absolutamente inofensiva ambientada en Egipto y cuyos numeritos musicales recuerdan más a una revista de vodevil, que a una epopeya bíblica, y la característica principal de “La corte de Faraón” consiste en unos numeritos musicales picantones en cuyas letras abundan los dobles sentidos y las insinuaciones sexy por parte de las vicetiples que los interpretaban. La cosa, hablando en plata, va de un pastor virgen, un meapilas llamado El casto José, al que se quieren tirar todas las mujeres que se cruzan en su camino. Una chorradita que servía para entretener al público aunque, dicen, verdaderamente contenía mensajes velados de alto contenido político.
Años después de su estreno, la censura decidió prohibir directamente la obra, porque, según ellos, era un canto a la concupiscencia que se mofaba del caudillo, del orden establecido e incluso de Dios. En consecuencia, la obra no se volvería a representar durante años.
“La corte de Faraón” cobró su fama de manera incluso internacional, motivo por el que se adaptó al cine en México donde no vieron ningún comportamiento ácrata en la misma, en un film del año 1944 dirigido por Julio Bracho y para el lucimiento de primeras figuras mexicanas de la época.
Y por fin llegamos a la película española de gran éxito en el momento de su estreno, 1985, que en lugar de adaptar directamente la obra, recrea una situación en la posguerra  en la que un grupo de teatro representa “La corte de Faraón” sin haber pasado previamente la censura. Un censor del clero que se encuentra en el teatro, denunciará la situación, y la policía se llevará a toda la compañía detenida. En comisaría, el comisario les irá interrogando con el fin de averiguar si la obra que han interpretado es o no es antifranquista.
Se trata de un intento por parte de José Luis García Sánchez de emular, como viene siendo habitual en la mayoría de sus películas, el cine de Luis García Berlanga, compartiendo pluma con Rafael Azcona y rodeándose de la creme de la creme del cine español en lo que a actores se refiere.
Pese al enorme éxito de su momento y ese reparto absolutamente maravilloso — a saber: Fernando Fernán Gómez, Agustín González, José Luis López Vázquez, Antonio Banderas, Luis Ciges, Quique Camoiras, Juan Diego, María Luisa Ponte y Antonio Gamero (además de la repelente de Ana Belén)— no es una película que haya resistido bien el paso de los años y la cosa se torna rancia, desfasada y salvo algún momento francamente divertido (como la escena del “descapullamiento”), con tanto numerito musical de corte popular y un montaje tosco que tira de flashback al corte — por lo que a veces cuesta un poco detectar si es un flashback o si es que está avanzando la historia—, acaba resultando un poco pelma. Y es que, desengañémonos; la obra de “La corte de Faraón” de los años 10, opereta, tan atrevida y osada, tan política que la censura tuvo que prohibirla, como la zarzuela, la copla o la música ligera es un género muerto, de otra época. Y quizás en 1985 todavía quedaran generaciones del pasado que supieran apreciarlo o modernos del momento que lo reivindicaran por esnobismo, pero, a mí en la época, siendo niño (y ahora en mi mediana edad) me parece completamente insoportable. Entonces, una película que incluye en su metraje la obra completa original ocupando un 75% de la misma, se pueden imaginar ustedes lo desesperante que se me puede llegar a hacer. Se soporta, como ya he dicho, gracias a los momentos divertidos de entre medias, que son los menos.
Realmente lo que me ha instado a revisar una película que no me ha gustado nunca especialmente, es la lectura del libro “No se lo digas a nadie: Historias secretas de Martes y Trece” en el que cuentan que esta película aparece en sus vidas justo en el impás que sufrieron cuando convinieron que Fernando Conde abandonara la agrupación cómica para irse a hacer teatro. Como Josema y Millán se consideraban actores antes que cómicos, y como estaban en un momento de gran popularidad y decidiendo que hacer con Martes y 13 tras la marcha de Fernando, García Sánchez les ofreció un papel en la película. Pero hay algo que no cuaja, porque Josema tiene un papel de gran importancia, casi de protagonista, mientras que a Millán se le concede uno nimio, casi en calidad de extra —no me quiero imaginar el cuadro de envidia y la lucha de egos de esos dos durante la filmación—. Y, quizás por el nivel de los actores que tienen a su lado, sus presencias se antojan sosas, incluso molestas. Es una lástima, pero “La corte de Faraón” es la muestra de que ni Josema ni Millán son buenos actores si los sacas de sus roles de Martes y 13. Se supone que sus papeles en esta película servían para desmarcarse un poco de su imagen de humoristas, para ver sí podían ganarse la vida como actores si finalmente Martes y 13 desaparecía, pero ninguno de los dos puede abandonar los tics, muecas y gestos que les hicieron populares. Josema actúa como en un sketch cualquiera de sus especiales televisivos, mientras que a Millán, que sale poco, tienen que eliminarle en montaje el exceso de “millanadas” que, intuyo (y se nota además), a buen seguro hizo durante su interpretación, incapaz de olvidarse de que era Millán.
Por suerte para ellos, poco después del estreno de la película, se decidieron a continuar con Martes y 13 sin Fernando y, en el especial de fin de año no se les ocurrió otra cosa que inventar in situ el sketch de “La empanadilla de Móstoles”. El resto es historia. Y como fuera, lo cierto es que mientras que el dúo permaneció en activo, el cine español no les volvió a ofrecer una película (con excepción de las concebidas para su lucimiento como cómicos). Y con la disolución del grupo… casi tampoco. He dicho casi.