Claro, que esa potente imagen que da vida al póster y posterior carátula,
inspirada en una pintura de Fuseli, “The Nightmare”, tan solo aparecía unos
segundos en pantalla. Porque en realidad la película no trataba de un diablillo
asesino como fantaseé con la carátula en mis manos, y mi decepción con “Gothic”
fue mayuscula. Lo comprobé a los pocos años, cuando ya bastante entrado en la adolescencia, volví
a alquilarla y comprobé que se trataba de una película de horror de época, que
daba muy poquito miedo y que nada tenía que ver con lo que yo quería que fuese,
esto es, una suerte de “Leprechaun”, antes de que las películas sobre este
duende existieran. Me pareció, como casi todo lo de su director, el megalómano Ken Russell, un soberano coñazo insoportable.
Sin embargo, ahora con 40 años decido volver a verla con
mayor conocimiento de causa, mayor predisposición al aburrimiento y menos
prejuicios, y resulta ser una película cuyo valor radica, quizás en la
estética, en la cuidada ambientación y en lo curioso de su trama, y sin llegar
a aburrirme del todo, maldigo el nombre
de Russell ya que si bien tiene cuidado en todos estos aspectos, es un
absoluto negado a la hora de crear atmósferas y terror. Se excusa en el hecho
de que es un terror clásico y no contemporáneo… pero no hay excusas que valgan.
Lo cierto es que por ese lado, flojea.
Así, el señor Russell se saca de la manga una ficción en la
que unos señoritos aficionados a la literatura fantástica como puedan ser en
matrimonio Shelley o John William Polidori, se reúnen en la mansión de Lord
Byron con el fin de ponerse hasta el culo de Éter o Laudazo y meterse ellos
mismos el miedo en el cuerpo contándose historias de miedo, y que a su vez,
esto sea el gen para escribir sus nuevas historias. En estas, que esta reunión
sirvió a Mary Shelley para escribir “Frankenstein, o el nuevo Prometeo”, y a
Polidori para escribir “El Vampiro”. Y el resto es historia.
La producción costó cerca de los cinco millones de dólares y
no recaudó ni uno. Un fracaso absoluto al que se le confiere el estatus de culto,
gracias al nutrido grupo de seguidores que defienden la película y el cine de
Ken Rusell.
En cuanto a la película a rasgos generales, pasable, sin
más. Con sus pocas virtudes y sus pocos defectos, y sin nada verdaderamente
destacable, porque, lo mejor de la película, es el póster.
En el reparto, como Lord Byron tenemos a Gabriel Byrne ,
como Percy Shelley tenemos a Julian Sands y como Mary Shelley a Nastasha
Richardson, rostros todos ellos muy populares a posteriori en producciones de
todo tipo de finales de los ochenta y principios de los noventa.