viernes, 19 de abril de 2024

NO MIRES TANTO... O TE QUEDARÁS CIEGO

Comedieta a base de chistes y sketchs, descendiente directa de los nudies y el sexploitation que, siendo estos subgéneros en los 60 proclives al humor, en los 70 la cosa se desmelenaba hasta casi eliminar las escenas de desnudos y folleteo en pro de las risas.
El chiste comienza desde el principio, desde el título original: “If you don’t stop it… You’ll go blind” es toda una declaración de principios. Traducido sería algo así como “Si no paras… te quedarás ciego”, en alusión a la antiquísima leyenda urbana que dice que si uno se casca muchas pajas acabará perdiendo la vista. El título y el póster, sin duda, son lo mejor que tiene este artefacto segundón y pajillero. No obstante, la edición española en vídeo fue traducida de una manera un tanto menos ingeniosa y pacata pasando a titularse “No mires tanto… o te quedarás ciego”, dejando fuera cualquier referencia al onanismo.
La cosa va de rellenar metraje a base de gags, uno seguido de otro, en torno a cuernos, polvetes cachondos y mil chorradas más, que desembocan en una premisa que sirve de hilo conductor, aunque suceda en la recta final de la película. Y es que todos esos chistes sirven para mostrarnos los comportamientos de los personajes que los han interpretado. Eso propiciará que todos ellos participen en un concurso de índole sexual en el que se concederán las “pollas de oro”. Poco más. Se introducen un par de numeritos musicales picantones y todo es válido con tal de llegar a la hora y veinte de duración. ¿Funciona la cosa? Absolutamente, no. Los chistes no son para nada graciosos y, pese a que los directores Keefe Brasselle (actor de tercera regional reciclado a director que protagonizó en los 50 sendos ignotos biopics dedicados a Eddie Cantor y Babe Ruth) y Bob Levy le imprimen un ritmo endiablado a la sucesión de situaciones cómicas, cualquier aspecto técnico o artístico es demasiado endeble (o no llega a serlo lo suficiente) como para que, una vez saciada la curiosidad, se le tenga algún tipo de consideración más allá de lo antropológico. Realmente, ver “No mires tanto… o te quedarás ciego” es como ver un episodio largo de “Ni en vivo, ni en directo”, pero en malo… malísmo.
La crítica se cebó con la película en su momento y esta se granjeó una muy mala prensa a rasgos generales, pero, sin embargo, el invento debió salir rentable porque unos años después, se estrenó una secuela aún más infame titulada “I can do it…Till i need glasses” (“Me seguiré pajeando… hasta que necesite gafas” sería un buen título si hubiese llegado a España) que es bastante peor que esta, pero tiene una historia detrás en torno a Robin Williams que le hace subir enteros como producto de derribo.
En cuanto a sus directores, Brasselle no hizo más películas y Bob Levy se encargó de la secuela para nunca más volver a ponerse detrás de las cámaras.
En el reparto, actores y comediantes de tercera categoría, unas cuantas tías jamonas, y la presencia de la mega-tetona Uschi Digard, musa de Russ Meyer y habitual del soft setentero, que aquí, con la cosa de hacer la gracieta, nos enseña medio pezoncillo.
Muy mediocre.