lunes, 23 de mayo de 2016

ATÚN Y CHOCOLATE

Obviamente, cuando un individuo de gustos tan variopintos como los míos, que reconoce abiertamente que le pueden gustar un determinado tipo de películas de procedencia exótica –independientemente de si la película es buena o mala-, habla de “Guilty Pleasures” (Placeres Culpables) a la hora de hablar de pelís, no valen ignotas películas Dominicanas ni series Z, interesantísimas por motivos que van más allá del propio cine, que irian en mi target de gustos habituales. Cuando se habla de “Guilty Pleasures” se supone que tenemos que hablar de algo que, en principio, nos da vergüenza decir que nos gusta. En mi caso, un placer culpable sería un producto socialmente bien visto y aceptable, que a nadie “normal” le avergonzaría en reconocer que le gusta.
A eso añádanle la cruzada que mantengo en contra del cine español contemporáneo, de sus actores, de sus directores, de su público en general, que es el que despotrica del cine de consumo américano… Pero ojo, no soy de esa peña que despotrica desde el desconocimiento; si yo pongo a parir algo es porque  lo conozco bien. Vamos, que consumo cine español contemporáneo, así como conozco de primera mano los diversos chanchullos –falsificación de cheques, venta de entradas en pases ficticios- a la hora de obtener la cuota mínima de taquilla. Vamos, que los más asiduos lectores ya saben lo que opino sobre esto. Y porque, aún “socialmente bien vistas”, las películas españolas son verdaderamente malas – a rasgos generales, que como en todo hay excepciones-, solo pueden gustarles a esnobs sin criterio. Es un hecho. Y lo saben ustedes. Pero, aún con todo eso, siempre puede haber un par de películas que le gusten a uno. Me gusta “El Gran Vázquez” de aquella manera, o me gusta “El cielo Abierto” de Miguel Albaladejo.  Me gusta muchísimo “La vida inesperada” de Jorge Torregrossa y me entusiasma esta “Atún y Chocolate”, casi de manera enfermiza. Y claro, como es una película española, me da hasta vergüenza reconocerlo, por eso es mi “Placer Culpable”. Pero es que se trata de una película jodidamente buena.
Por otro lado, su director, guonista y protagonista, Pablo Carbonell,  es uno de los artistas españoles que me caen en gracia. Podremos cuestionar o no ciertas actitudes suyas que rápidamente serían camufladas con esa palabrucha llamada “Evolución”, pero al margen de eso, me gusta su música, su humor, me gusta como dobló en su momento a Andrew Dice Clay y  me gusta la única película de la que es autor absoluto.
El argumento es sencillo: Nos encontramos en Barbate, un pueblecito muy humilde de la costa andaluza y tenemos, por un lado a un individuo muy humilde, ateo recalcitrante, al que un buen día su hijo pequeño le sale con que es ultra católico y se quiere bautizar, así como quiere que sus padres se casen. Ante la presión de este y de su novia, que también se quiere casar, no le queda otra que acceder, pero como no tiene pasta para el banquete, planeara robar un atún de un banco de atunes. Por otro lado, tenemos a un hijo de puta de mucho cuidado que secuestra a un moro que ha venido en patera, y le humillará y maltratará con el fin de robarle el hachís que traiga consigo.
Eso es todo.  Y a mí me parece maravilloso.
Lo primero que me llama la atención es que estamos ante una película claramente neorrealista, que obviamente, bebe, intencionadamente además, de los clásicos Italianos. Y obviamente también, no es una película que me guste por eso. Me gusta porque el resultado, y me encantaría saber si Pablo Carbonell tuvo esto en mente mientras rodaba, es una actualización de esa corriente tan particular que es  la “cinematografía Andaluza.
Pablo Carbonell, es como el heredero natural de García Pelayo o Pancho Bautista, trayendo a destiempo un cine que muy poquito puede interesar más allá de al público al que va destinada. Pero claro ¿Cuál es su público natural? Yo pensaba que sería el público gaditano o algo por el estilo, pero no, porque en un alarde de incultura, el pueblo se le echó encima a Pablo Carbonell cuando, por culpa del título de la película, la gente del pueblo donde rodó se dio por aludida, alegando, que Carbonell insinuaba que en Cádiz el único dinero que entra viene de parte de la pesca , o del tráfico de Chocolate. Hay que ser burro y rebuscado para llegar a esa conclusión.
En otro orden de cosas, sin saberlo, Carbonell ha realizado una película adscrita a una corriente olvidada.
A parte de eso, me parece una historia muy bonita, la cadencia de la película, tirando a distendida, es una delicia, la ingenuidad como director de Carbonell dota a la peli de cierta gracia, y tanto él, como su partenaire Pedro Reyes, están estupendos, estupendos, al igual que el tercero en discordia, Antonio Dechent, que da hasta miedo.El resto del reparto está más o menos discreto
Por otro lado, un acierto absoluto es que esté rodada en 16 mm. que dota la película de una textura muy agradable, y distinguida. Se diferencia de otras películas españolas de la época, precisamente por el 16mm. Por lo demás, esta película es una delicia que, al igual que hacía otro Andaluz de pro como era Don Manuel Summers, utiliza a gente normal del pueblo para hacer los papeles secundarios, lo que no necesariamente es sinónimo de diversión, pero no quedan mal en “Atún y Chocolate”.
Pues si, esta películita tan maja, sería mi “Placer Culpable”, porque me entusiasma.
Sí, si  Carbonell rodara otra película, iría al cine a verla, no como esta, pobrecita mía, que apenas vieron en el cine 174.000 espectadores, en el mejor de los casos.