jueves, 24 de mayo de 2018

CHARRITO

En 1984, año de producción de este “Charrito”, un ya casi sesentón Roberto Gómez Bolaños (alias de “Chespirito”… o viceversa) sufría una temporada de sequía a resultas de llevar más de media década sin interpretar en televisión a sus dos creaciones más exitosas y emblemáticas, El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado. Unos años antes Gómez Bolaños ya había intentado sin demasiado éxito repetir y prolongar la fórmula con “La Chicharra”, una comedia de corto recorrido protagonizada por un reportero tan ingenuo como el Chavo, y tan torpe como el Chapulín, pero que apenas lograría mantenerse un par de semanas en antena. Este rotundo fracaso respondió seguramente a la ausencia de dos de los intérpretes que evidenciaron ser piezas claves en la efectividad y popularidad de los shows televisivos previos: Carlos Villagrán y Ramón Valdés, los cuales, y además de contar con una presencia importante en la serie del superhéroe bermellón, inmortalizaron asimismo y respectivamente a Quico y a Don Ramón en "El Chavo del Ocho". Tras darse por finalizada su colaboración con Chespirito los dos cómicos decidieron ir por libre con un nuevo show, grabado en esta ocasión en Venezuela, en el que se encargarían de interpretar a Don Moncho (¿?) y a Federrico (¿¡!?), descarados sosias de los personajes de su anterior e inolvidable aventura televisiva.
Volviendo a "Charrito", el mismo año en el que Mariano Ozores rodó la magistral “Al este del oeste” Gómez Bolaños protagonizaba, escribía y dirigía este film que antes que suponer una parodia del western, o de la variedad local protagonizada por pistoleros charros, se encuadraría más bien dentro del subgénero de películas que abordan el cine dentro del cine: de esta manera, y en los mismos escenarios mexicanos en los que se filmaron títulos como “Mayor Dundee”, “Dos mulas y una mujer” o “Por mis pistolas”, "Chespirito" interpreta a un pobre diablo que atiende al nombre de "Charrito", un actor de tercera fila especializado en villanos que, para desesperación de sus compañeros y al igual que el Peter Sellers del prólogo de "El guateque", tiene la rara habilidad de echar a perder prácticamente cada toma en la que participa. Aunque la película de Gómez Bolaños opta en primera instancia por centrarse en los personajes arquetípicos que forman parte consustancial del mundillo del cine (como pudieran ser la figura del productor, interesado aquí en ahorrar hasta el último centavo, o la estrella con delirios de grandeza que encarna María Antonieta de las Nieves, aka "La Chilindrina"), así como en atender a las diferentes contrariedades que, en un momento u otro, surgen en todo rodaje (como, por ejemplo, los problemas con el atrezo y la utilería o la diferencia de altura entre la pareja protagonista, que aquí se soluciona subiendo a la actriz en un cajón), la propuesta inicial se malogra sin embargo por culpa de las altas dosis de sensiblería que, de manera progresiva, se van deslizando dentro de la historia, y que vendrían derivadas mayormente del consabido romance que surge entre "Charrito" y la maestra del pueblo donde tiene lugar la filmación de la película; docente que, por cierto, interpreta una muy guapa Florinda Meza, la esposa del protagonista en la vida real. De este modo la trama se ve irremediablemente infantilizada por culpa de este personaje de la profesora y de sus alumnos, los cuales no dudan además en perpetrar números musicales que se dirían la respuesta tercermundista y (aún más) estomagante a los popularizados unas décadas antes en "Sonrisas y lágrimas" por Julie Andrews y los miembros más jóvenes de la familia Trapp.
Y tampoco es que ayude demasiado a la película el hecho de estar realizada bajo unos condiciones de producción que se adivinan paupérrimas: además de lo misérrimo de su presupuesto, de un reparto sin la más mínima vis cómica (el primero el propio "Chespirito") y de una trama de lo más previsible, "Charrito" también acusa la torpe traslación de los latiguillos y rutinas propias de la televisión al formato del largometraje, los cuales, y si bien pueden llegar a funcionar perfectamente en un capítulo de poco más de veinte minutos, su visionado aquí representa en cambio una experiencia cercana a la agonía.
A la hora de desaprovechar sus posibilidades la película de Gómez Bolaños ni siquiera llega a sacar demasiado partido de lo absurdo del hecho de que el rodaje tenga lugar en un poblado del oeste que está realmente habitado, con su sheriff y todo. Arritmia, gags alargados hasta el sopor y un concepto tan infantil y simplón de la comedia que, por comparación, los Payasos de la Tele parecerían los Monty Python, hacen de "Charrito" algo peor que una mala película: una comedia que da auténtica pena. Incluso los contados momentos que en teoría funcionan están claramente plagiados de otros films, clásicos indiscutibles del género además: así, de la antes citada "El guateque" se toma el típico gag de la carga de dinamita que es detonada antes de tiempo y de "Los productores" el hecho de que la película que se rueda dentro de la película sea un éxito absoluto a pesar del expreso boicot de su director. Finalmente "Charrito" es, por encima de todo, la dolorosa constatación de que tanto "Chespirito" como su troupe vivieron tiempos mejores tan sólo un lustro antes, siendo así éste un film rodado a destiempo que exuda patetismo y decadencia por cada uno de sus fotogramas. Para los que nos criamos con las aventuras de "El Chavo del Ocho" y "El Chapulín Colorado", ver "Charrito" supone a día de hoy una experiencia casi traumática: así de terrible es esta película.