Cuando se habla de directores como Ken Russell, los plumillas, siguiendo unas pautas académicas e incluso me atrevería a decir que sociales, o simplemente por esnobismo, suelen hacerlo como si el director no se tirara pedos —cuando en realidad no se los aguantaba— y como si todas sus películas fueran “Tommy”. Por eso, a poco que lean en cualquier publicación sobre esta “Puta”, verán que se exceden en halagos, que excusan de alguna manera las posibles chapuzas, o (muy típico) que le echan la culpa de las pifias al bajo presupuesto con el que contó la cinta. Seamos serios de una puta vez; Ken Russell era un manta que por cada dos películas buenas, tiene siete que son directamente cine trash. El caso de “Puta”, que se deja ver estupendamente no obstante, es ambiguo. Se trata de un film desconcertante que yo no he sabido interpretar. No sé si es que Ken Russell tiene un sentido del humor muy fino y oscuro, o que estaba gagá cuando lo rodó y, por ende, esto se convierte en la comedia involuntaria más rutilante de la historia del cine. Y si leen a los críticos, verán que todos esquivan por todos los medios hacer alguna referencia a que, viendo “Puta”, el espectador se echa, en no pocas ocasiones, unas buenas risas. Hacen, como no, alusiones al supuesto contenido social de la cinta, pero no a que por momentos parece un sketch de Benny Hill.
“Puta”, adapta un monólogo teatral titulado “Bondage” de David Hines, un taxista que escribía obras en sus ratos libres y que basó este texto en las confidencias que le hizo una vez una prostituta real a la que llevó en su vehículo.
Según Russell, “Puta” nace como revulsivo a la edulcorada y rosa “Pretty Woman”, sería el reverso tenebroso de la de Gary Marshall, y cuenta asimismo de manera muy teatral la historia de una prostituta que, dirigiéndose a cámara, nos narra con pelos y señales las relaciones que mantiene con sus clientes. Así descubrimos que tras estar con un pintamonas alcohólico y violento comienza a practicar la prostitución casi por accidente, pasa a trabajar para un chulo y, después, lo abandona para ganarse la vida en solitario. Todo ello rodado de manera muy tosca, casi parece una serie Z, y mostrado de forma grotesca ¿buscando el humor? Ojalá lo supiera. La verdad es que se muestran escenas muy duras, como esa en la que un novio de la protagonista que entra en una habitación donde ella está almorzando, comienza a echar la pota de manera muy gráfica sobre su comida, o cuando un cliente se le muere mientras se lo folla. Mi sensación es que, sí, toda la película tiene un trasfondo social, pero que a Russell se le va la cosa de las manos, rueda con una torpeza que no entiendo como nadie se ha dado cuenta de ella y le sale mal, de ahí ese tufo vodevilesco que suelta toda la película. Y en realidad esa incapacidad de un Russell cercano a los setenta tacos, es lo que dota a la película de cierto interés, de lo contrario, no sería más que un drama lleno de clichés, tópicos y fórmulas, sin nada especial. Y esa torpeza la vuelve disfrutable. Sin embargo, también se me pasa por la cabeza que todo ese tono de comedia sea intencionado y que Russell sepa lo que está haciendo en todo momento, porque los actores están sobreactuados en exceso, casi como si fuera una indicación expresa, en especial Theresa Russell, que habiendo demostrado ya de sobra que es una actriz eficiente, aquí interpreta a esta desdichada puta como si interpretase a la más feliz de la jefa de animadoras de una teen movie… así que no sé qué pensar. Con todo, la película, aunque sea por los motivos equivocados, funciona.
También es cierto que “Puta” se rodó con cuatro pesetas y que Russell, para ahorrarse los servicios de un operador llevó la cámara él mismo —y en los títulos de crédito aparece como tal bajo el nombre de Alf ¡Con dos cojones!— y que se ve que es baratucha, pero, insisto, eso no debería interferir en el extraño humor que se apodera de la película.
Se estrenó en Estados Unidos en circuitos reducidos (la distribuyó la Trimark) y rápidamente pasó a ser pasto de vídeoclubs, sin embargo, entre eso y la exportación de la cinta a distintos países (incluso llegó a prohibirse en Irlanda pese a que su contenido no es excesivamente sexual o violento), llegó a superar el millón de dólares de recaudación. No es mucho, pero si tenemos en cuenta que el presupuesto de esta película fue ínfimo, podemos hablar de taquillazo absoluto. En nuestro país se estrenó en no pocas salas y reunió a cerca de 47.000 espectadores, lo que, según se mire, no es poca cosa para una película de estas características. En consecuencia, se rodó una secuela que se tituló, en un alarde de originalidad, “Whore 2”, y de la que, si son buenos, les hablaré el próximo día.