El título de esta película es en sí mismo una declaración de
principios. Humo y carne. Y es que básicamente “Smoke & Flesh” va de eso,
de individuos que fuman porros y que echan sus casquetes.
Es un producto muy típico de la contracultura de finales de
los sesenta, muy cercano al underground pero sin llegar a serlo, y que destaca
por encima de otros títulos porque, sin
ser una película que podamos considerar del todo buena, sí que se trata de una
película técnicamente bien acabada con una estética muy marcada y en un
esplendoroso blanco y negro que, por los pelos, no parece una película
mainstream. Al fin y al cabo sería un sexploit para los circuitos marginales
ejecutado por un individuo no del todo manazas.
Prácticamente no hay trama. La cosa va de un matrimonio más
o menos liberal que se dedica a organizar fiestas en casa, motivo este por el
que se les llena el hogar de hippies que practican sexo entre ellos. Un buen
día, a una de las fiestas, llega un motero que trae una buena bolsa de
marihuana, y los hippies comienzan a fumar para acto seguido ponerse a follar.
Las fiestas se suceden con normalidad hasta que un día, unos tipos malcarados
se infiltran en una de ellas con el fin de traer problemas.
Como parece ser que lo importante en este film es más el
contenido que la forma, los planos artísticos se suceden —sin llegar a una
experimentación pura— y la cámara se recrea en cosas tan dinámicas de filmar
como es un scalextric. Y resulta un recurso cómodo. De hecho lo es tanto, que
tranquilamente esta película se podía haber titulado “Smoke, Flesh and
Scalextric”. Todo eso aderezado con escenas soft muy sofisticadas a las que el blanco y negro
les va muy bien, en las que, si bien nunca llegamos a ver genitales, sí que
vemos a una negraza que quita el hipo a la que su interlocutor embadurna de
nata todo el cuerpo con el fin de, primero, poner cachondo al espectador (y
vive dios que lo consigue) y, segundo, generar un contraste de texturas con el
blanco de la nata y el negro de la piel, creando una atmósfera muy sexy que la
posiciona a unas cuantas millas de un sexploit al uso. Material para pajas, sí,
pero muy bonito y bien hecho. Más impacto causan los morreos que se pegan
algunas de las parejas que aquí se encaman, con tanta lengua que, teniendo en
cuenta el año de producción, 1968, le hacen a uno preguntarse como es que a
esta peli no le plantaron una “X” como un castillo. Supongo que, como he dicho
antes, por no mostrar ni por un segundo genitales de ningún tipo.
No se trata de un drugsploitation porque, al contrario que
las viejas películas de Dwain Esper, aquí no hay una condena de las drogas.
Tampoco se hace una apología. Los hippies se fuman los canutos y a otra cosa
mariposa. No enloquecen, no acaban asesinando a nadie. Y se agradece, porque yo
andaba esperando que en algún momento se cometiera un asesinato bajo el influjo
de la marihuana. No van por ahí los tiros.
Total, que se puede decir que, paradójicamente, y sobre todo
en lo concerniente a lo visual, la cosa está hasta bien, aunque en contadas veces
el inevitable sopor hace acto de presencia. Con todo, una película muy moderna,
en el buen sentido de la palabra.
Entonces, aquí viene el dato curioso y a tener en cuenta: “Smoke and Flesh”, medio
artie, con una fotografía cuidada y hasta una dirección solvente (pese a su
carácter genuinamente exploit) es la primera película de un director con solo
dos películas: ¡Joseph Mangine! Sí, el infame director de la no menos infame
“Neon Maniacs”. Técnica y estéticamente hablando, “Smoke and Flesh” y “Neon Maniacs”
son el yin y el yang, todo lo que tiene de cuidada una, lo tiene de chapucera
la otra, y el contraste me parece del todo delirante. Eso da que pensar que,
quizás, la falta de medios y de presupuesto, sí que puedan ser un impedimento a
la hora de hacer una película y que no sólo sea una excusa para justificarse
cuando uno ha hecho una mierda, como venía yo pensando hasta ahora. ¿Cómo se
las habría apañado Mangine con grandes presupuestos? Claro, que no creo que “Smoke
and Flesh” contara tampoco con mucha pasta en su producción ¿Quedó bien,
quizás, porque el blanco y negro suele ser siempre resultón? Estas incógnitas
nunca serán despejadas, porque Mangine no hizo más películas (aunque sí disfrutó de una larga carrera en la dirección de fotografía, especializándose en cine exploitation) y, además, la palmó el año 2006. En cualquier
caso, como ambas películas me gustan (por distintos y diversos motivos), que
viva Joseph Mangine. Ahí queda su legado, dos filmes que la única coherencia
que les une, es que ambos fueron concebidas con los mismos fines lucrativos, y
dentro de los parámetros de la serie B.